Algún lector se asombrará: pero ¿no había sido reelegido Álvaro Uribe
presidente ya varias veces? Y su asombro es comprensible, porque
llevamos todos ya cerca de cuatro años (casi desde antes de que fuera
elegido) hablando de su reelección. Unos a favor, otros en contra. El
propio Uribe, coquetonamente, se dejaba querer, se dejaba desquerer,
por la prensa, por el Congreso, por la Corte Constitucional, sin soltar por su boquita ni un “no” sincero ni un “sí” verdadero. Y entre tanto hacía campaña.
Los tres años largos de gobierno del presidente Álvaro Uribe no han sido otra cosa que una larga campaña electoral, desde los consejos
comunitarios de los pueblos hasta los nombramientos de embajadores ante
las grandes potencias. Pasando por los nombramientos de funcionarios
ante los embajadores.
Otro lector tal vez se asombrará: pero ¿no había sido elegido o
reelegido Uribe para luchar contra la politiquería?
Ay, querido lector…
Se atribuye al ingenio de R. H. Moreno Durán, el escritor que acaba de
morir, la irrefutable observación de que “ese aforismo según el cual
‘el fin justifica los medios’ no tiene principios”. Lo cito a propósito
de Uribe porque él es, de entre todos nuestros desprincipiados
dirigentes políticos, el más falto de principios, y aquel para quien
con más brutal énfasis el fin justifica cualquier medio. ¿Cuál fin? El
fin mediocre de ser, a toda costa, presidente de Colombia. ¿Para qué?
Para eso: para ser presidente de Colombia. Sin propósito, sin objeto,
sin programa. Porque, como hemos visto en estos años, su programa
cambia cuando cambia el viento de la reelección. Pasa de ser “contra la
politiquería” a ser de apoyo a los politiqueros, pasa de ser “contra la
corrupción”, a apoyarse en los corruptos.
Hasta sus más rendidos áulicos comienzan a preocuparse. Así, escribía
en estos días Rudolf Hommes, su antiguo asesor ad honorem (cosa que,
por cierto, contradice los principios -pero no los fines, ni los
medios- de un verdadero neoliberal) que no está bien que el Presidente
abandone el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos “por
razones electoreras”. Y escribía su antiguo ministro Fernando Londoño
su temor de que los “hercúleos brazos invictos” del presidente Uribe no
den para que su segundo período sea tan “fecundo” como el primero.
¿Qué quedó del primero? El ministerio de Londoño, y su promesa -tal vez
ni él mismo la recuerde- de que el gobierno habría eliminado el
narcotráfico antes de que acabara el año 2003.
(A propósito de lo de los “hercúleos brazos”: ¿no le da a Londoño
cierta vergüenza usar esas expresiones de tan grotesca cortesanía
servil? ¿No le da vergüenza ajena a Uribe escucharlas? Sobre todo
porque no son ciertas. Los brazos del Hércules de la mitología, aunque
muy fuertes, no fueron “invictos”. Los venció el célebre ladronzuelo
Caco, que le robó a Hércules en sus narices los toros de Gerión
haciéndose pasar fraudulentamente por un trabajador de la empresa. Pero
Hércules, al menos, no premió a Caco nombrándolo ministro de Justicia).
Repito la pregunta: ¿qué quedó del primer período presidencial de
Álvaro Uribe, que entra ya en su ocaso?
Promesas incumplidas. Palabras huecas. Y nuevas promesas y nuevas
palabras. Dice Uribe:
“Si el problema con la guerrilla para hacer la paz es que suavice el
discurso, no tengo inconveniente en no decirles terroristas sino
arcángeles”.
Pero no se trata de lo que diga, pues ha dicho todo y ha dicho también
lo contrario. Sino de lo que haga. Y no ha hecho nada.
Por eso quiere repetir.
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