“Esto es pan de cada día”. Así respondió el médico de turno en Medicina Legal de Bogotá cuando Angélica Bolívar y Cristian Cartagena, dos estudiantes de sociología de la Universidad Nacional, se acercaron en horas matutinas del 6 de marzo a esta institución para radicar demanda contra policías que en clara violación de sus derechos humanos, y en nítida manifestación de la concepción militarista que los embriaga, los golpearon, encerraron e inculparon por hechos o infracciones inexistentes al avanzar la noche del sábado 4 de marzo.
La expresión del galeno no es gratuita. Ante él, y como constancia diaria, estaban otras personas radicando demandas similares: por un lado estaba Cristian, habitante del barrio El Codito de la localidad de Usaquén, joven de clase popular que contó que el día anterior se encontraba con su familia en medio de una celebración y que por no acatar las ordenes de la “autoridad” fue víctima de abusos, agresión extendida a su mamá, de más de 50 años –a quien la arrastraron por el suelo–, y su hermanito de 10 años –también golpeado varios veces en su rostro.
Por el otro estaba Jhon Javier, hombre de un poco más de 30 años, mecánico en un taller de reparación de carros, quien llegó con ojo morado e hinchado.
Algunos de éstos casos fueron llevados con cargos contra sus agresores, pero debieron ir a Medicina Legal porque en custodia fueron maltratados, como otra clara muestra de abuso de autoridad, impunidad y complicidad por parte de la “autoridad”.
Dichos acontecimientos recuerdan la denuncia que el equipo de desdeabajo y otro medios realizaron el 26 de diciembre del 2016 a partir de lo sucedido a Christian Mantilla, otro ciudadano golpeado, en esta ocasión por defender a un hombre que algunos agentes de Policía estaban ahorcando en plena vía pública, frente a su familia, un mujer embarazada y su bebé en coche. Hay que recordar, que el caso de Christian fue manipulado mediáticamente por noticias Caracol, sin importarles afectar el buen nombre de este ciudadano.
Angélica y Cristian
Estos dos jóvenes estudiantes de sociología de la Universidad Nacional de Colombia, narran de manera escueta lo sucedido con ellos:
“Entre las 11:30 y las 12 pm. de la noche del 4 de marzo de 2017, dos patrulleros adscritos al CAI de San Diego (frente al Planetario Distrital, Bogotá) los abordan en el Parque La Independencia por donde transitaban, luego de venir de un bar localizado en el centro de la ciudad.
Los oficiales exigieron requisar a Cristian ante lo cual él accedió presentando sus documentos de identidad. Uno de los policías, al ver el carnet de la Universidad preguntó por la carrera que estudiaba. Al enterarse que era estudiante de sociología, le preguntó si él también ‘ponía bombas como Mateo’. Cristian respondió que no, que sabía que Mateo Gutiérrez era inculpado por un hecho sucedido en un momento en que él se encontraba junto a otros estudiantes en una actividad cultural, por lo cual Mateo era inocente. El oficial tomó el celular de Cristian y empezó a revisarlo, Cristian se lo quitó diciéndole que no tenía razones para revisarlo. Ante tal respuesta, el oficial lo golpeó en la cara reventándole la nariz.
Al ver el accionar de los policías, Angélica tomó parte golpeando al policía para que soltara a Cristian. Uno de los policías golpeó a Angélica en la cara, la encuelló y la esposó a una silla del parque. La ahorcaron y golpearon repetidamente mientras estuvo esposada. Entre tanto a Cristian le seguían golpeando y ahorcando. Los estudiantes fueron insultados constantemente, calificándolos de “terroristas”, “perra”, “zorra” y “pone bombas”.
Los uniformados revisaron ambos celulares y los retuvieron cuando los agredidos intentaron llamar en procura de ayuda. En seguida fueron retenidos al interior del CAI, con el pretexto de encontrarlos consumiendo marihuana en el parque, cosa que nunca ocurrió.
Además de la agresión, los oficiales les asociaron a los hechos de asesinato a un policía en los alrededores de la Plaza de Toros La Santa María, hecho conocido por la opinión pública.
Vale resaltar, que cuando los estudiantes gritaron en procura de auxilio, los transeúntes siguieron y evitaron tomar parte en estos hechos. ¿Temor ante la recurrente, y por todos conocida, violencia policial?
Hasta aquí la denuncia de los agredidos.
Es importante también resaltar dos aspectos evidentes: 1) Esta agresión evidencia el perfil de persecución asociada a los estudiantes de sociología; 2) una ciudadanía intimidada e indiferente es funcional al abuso policial. Igualmente, una comunidad académica silente, se torna cómplice del estigma y del abuso de autoridad.
Actitud pasiva de estudiante, docentes y directivas, que torna necesario mirar hacia el hilo contextual que está detrás de este tipo de imputaciones: los últimos atentados en Bogotá, los cuales han colocado en el centro de la opinión pública al departamento de Sociología de la Universidad Nacional.
Como podrá recordarse, Mateo, uno de sus estudiantes, cual falso positivo judicial, le adjudican, sin pruebas consistentes, la colocación de bombas en distintas partes de la ciudad capital, El irresponsable manejo mediático en contra de la presunción de inocencia, y en contra de la integridad del estudiante, se ha expandido hacia toda la comunidad académica a la cual pertenece.
Recuadro
Miedo, poder y estigmatización
El recurso a la violencia está ligado al ejercicio del poder de muchas maneras. Según Max Weber (sociólogo alemán) el Estado es el organismo que monopoliza el ejercicio legitimo de la violencia y la policía, predominantemente coercitiva es su mayor protagonista. La violencia aparece cuando la autoridad se ve deslegitimada y ante la impotencia del poder en concretar la dominación ideológica. Se ejerce contra todo aquel desviado, y está justificada en mantener el orden social a toda costa, nunca se detiene a cuestionar la desigualdad y la exclusión que le son inherentes, ¿por qué defender sin más una estabilidad mediocre y decadente?
Usando falsos positivos judiciales y violencia arbitraria para mostrar resultados, se busca disimular la corrupción y degradación interna de nuestras instituciones, ante el engaño, compulsivamente buscan culpables para mantener la falacia de que son las verdaderas protectoras de los derechos y libertades de las personas. Con tal de que la atención no se vuelva sobre ellas, incentivan toda clase de miedos y estigmas sobre las grandes mayorías excluidas, las clases populares, que no tienen el nivel de privilegio y resonancia de los estudiantes ultrajados estas ultimas semanas, pues son ellas quienes invisibles sufren día a día la brutalidad del sistema.
El miedo que es correlato ideológico del mantenimiento del orden público, es una sustancia brumosa que toma muchas formas y en la que reside gran poder. La manía anti terrorista posa de barrera entre nosotros e inexplicables eventos, fortaleciendo un modelo de seguridad tan exitoso hasta nuestros días, en que grandes masas de individuos (entre ellos los mismos policías) huyen abrazando una autoridad cada vez más controladora, ante el horror de estar a su suerte y de lo indefinible. Los gobiernos han entendido la eficacia que tiene infundir el horror para fines políticos, toda violencia que cuestione el orden social es perseguida, pero todo el aparato paramilitar, toda la una racionalidad técnica de la violencia que ejerce en todo el país no encuentra más que silencio en los grandes medios de comunicación. El otro (el pobre, e campesino, el guerrillero, el estudiante de sociología, etc) como chivo expiatorio siempre es un mundo aparte, la vida de aquellos extraños que ponen en peligro la integridad del status quo no tiene el mismo valor. Apelando a estos como expresión de un enemigo interno e invisible, se vive en un miedo existencial a lo inmensurable, a lo que no tiene forma, y dicho miedo lleva a todo de tipo de arbitrariedades, abusos y comportamientos desquiciados, he allí la capacidad de control.
Los insultos e injurias que expresan los policías en este acontecimiento son la muestra de que ellos son las más pobres víctimas de éste fenómeno, años acumulados de miedo y de odio, de superstición e ignorancia en las clases populares constituyen efectos negativos en la integridad humana de quien ingresa con la ilusión de servir a sus sociedad como agente de policía. Se le adoctrina en que él o ella, es el salvador de su país, el protector de su nación, pero lo que la doctrina le reserva es una vida servil de sumisión, vicio y perversión ante el sufrimiento ajeno y de peligro, amenaza y muerte durante la guerra.
No defiendo la violencia, la brutalidad o la arbitrariedad de un determinado actor en detrimento de otro, ni de determinada causa en detrimento de otra, solo digo que su trasfondo es mucho más complejo. Los últimos acontecimientos son expresión de un fenómeno estructural, nada ganamos con llenarnos de miedo o de odio, quienes vivimos en sus meridianos debemos buscar elementos de análisis que se conviertan en herramientas de transformación. Los poderosos también le temen al poder con el que juegan, pues son tan mortales como nosotros.
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