
Quisiera que este escrito fuera leído por muchas personas que no están informadas, o están mal informadas. En cualquier caso, ignoran la realidad.
Desde antes de las 9 de la noche del lunes 3 de mayo, en Siloé, Cali, un grupo numeroso de personas, fundamentalmente muchachas y muchachos muy jóvenes, están sentados, escuchando varias intervenciones, hubo una de alguien que parecía evangélico o pentecostal, a quien también aplaudieron. Hay velas, música y fogatas, todo alusivo al paro nacional que empezó el pasado 28 de abril. Por supuesto las calles que desembocan en este punto están cerradas, pero apenas se nota porque son esporádicos los carros que circulan a esta hora por la ciudad.
A las 9:15 aproximadamente, llega un helicóptero que sobrevuela el sector, alumbrando con su reflector. Acto seguido arriban a alta velocidad dos tanquetas y una camioneta, disparando de todo. Detrás vienen los policías de a pie, que se lanzan al ataque. Los jóvenes corren loma arriba, y son recibidos a tiros por otro grupo de policías en motocicleta. Durante más de una hora continúan las detonaciones, los disparos y los gritos. A medianoche, en el desierto barrio, se oyen gritos y disparos aislados, y se alcanzan a ver unidades con armas largas y en traje de combate. La energía eléctrica ha sidoo intermitente en la noche.
Siloé es un barrio, como tantos otros en otras ciudades colombianas, que creció como marginal, es decir, al margen, a la orilla. A un lado de la Cali bonita, la de avenidas arborizadas, la de barrios elegantes, ocupados por gente muy importante. Siloé se pobló con a quienes entonces se llamaba gente humilde, trabajadores hombres y especialmente muchas mujeres, que lograban su sustento extrayendo carbón o trabajando en forma directa o indirecta para la gente de los barrios elegantes, y algunos en las industrias, la mayoría llegados a Cali como reunión de dos factores: el desplazamiento violento y la posibilidad de oportunidades laborales.
En el año 1985 me sorprendió descubrir una segunda Siloé, situada en la falda occidental de la montaña que da la cara a la ciudad. Una Siloé formada por casitas de tablas, desperdigadas sin el ordenamiento que hoy pregonan los urbanistas, obedeciendo más bien a lo que permitía el relieve, unidas por una enmarañada red de caminos para carretas, pues el jeep no podía llegar muy lejos.
Hoy todo ese Siloé es la Comuna 20, con once barrios de estratos socioeconómicos 1 y 2, con un 40 por ciento de población entre 10 y 19 años, jóvenes nacidos aquí, y claro, los que nacieron en otras partes del occidente del país, pero llegaron con sus padres desplazados por la guerra. El grado de escolaridad está alrededor de un 35,6 por ciento en secundaria, 44,2 por ciento en básica primaria, y un 12,0 por ciento con ninguna o preescolar*. En medio de este panorama, hace pocos días la Secretaría de Educación del Municipio informó que, en cifras redondas, 5.600 jóvenes de Colegios públicos de Cali abandonaron sus estudios; adicional a lo anterior habría que evaluar cuántos jóvenes siguen vinculados en una especie de “semideserción” y cuántos de los que siguen vinculados presentan muy bajo rendimiento escolar.
Con una situación económica muy mala al finalizar el año 2019, llegó el covid-19 y por supuesto se acabaron muchos puestos de trabajo en lo que va de año y medio de cuarentena. El grado de escolaridad de la población de la Comuna 20 conduce directamente al trabajo informal, en las calles, que es el que más se ha resentido desde el 2020. La conclusión es simple: los hogares de esta Comuna se han pauperizado, pues pobres ya lo eran.
¿Cómo cree usted que se siente un muchacho o muchacha de Siloé, cuando sus padres, y en muchísimos casos las madres cabeza de familia, pierden el trabajo o el empleo, y adicionalmente ellos no están en condiciones apropiadas para recibir y aprovechar la educación primaria o secundaria, ni que hablar de poder ingresar a la universidad? Y pensando en un trabajo, ¿cómo tener posibilidades si solo alrededor del 4 por ciento de la población tiene Educación Técnica?
Esta juventud tiene menos oportunidades cada día, y a lo máximo que pueden llegar dentro del sistema económico que padecemos es a ser mototaxistas, ellos, o impulsadoras tercerizadas, ellas. ¿Qué camino les queda a estos jóvenes, si los profesionales se están empleando en los call-centers?
La élite económico-política, refugiada en su maraña de actividades legales e ilegales, ahora es una lumpenburguesía que utiliza su gobierno donde campean la ineptitud, la corrupción y un nepotismo obsceno, y da como respuesta a los problemas nacionales y regionales, o las limosnas o la represión. Ahora escogió esta última, enviando a fuerzas policiales y paramilitares a que masacren a unos jóvenes que desean ser escuchados y que anhelan poder realizar un futuro distinto.
Me preguntan: ¿En Siloé hay delincuencia, hay vándalos? Por supuesto que sí, como hay delincuencia y vándalos en los barrios elegantes, por ejemplo, en Ciudad Jardín. Lo que pasa es que esta enfermedad social en Siloé es “arrabalera”, y en los otros barrios, es “elegante”. Pero en uno y otro barrio, no toda la gente son vándalos y delincuentes, ni los delincuentes y vándalos exclusivamente son los jóvenes.
Tarea ardua pero necesaria es que, en Cali, y así mismo en cada ciudad y población, en cada rincón del país, el conglomerado social que no se identifica con la lumpenburguesía les dé una respuesta efectiva a los problemas de la juventud, a partir de la escucha y la fraternidad, pero con un claro sentido de compromiso por una transformación democrática y ecosocial.
* Las cifras actuales pueden haber cambiado, pero no dispongo de ellas. Sin embargo, es claro que no ha habido un incremento significativo en la educación superior.
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