A 73 años de su asesinato la imagen de Gaitán perdura en el imaginario nacional gracias al empeño de numerosas formas de expresión; aquí exploramos diez perspectivas sobre
Dice Homero, en uno de sus himnos, que Mnemósine era diosa de la estirpe de los titanes, hija de Urano, es decir del Cielo. Ella, que luego engendraría a las Musas tras yacer nueve noches seguidas con Zeus, era la Memoria, aquella que no permite el olvido, la amnesia o el abandono del pasado. Por su parte Hesíodo, en su Teogonía, afirma que tanto los reyes como los poetas pueden hablar con autoridad por estar en posesión de Mnemósine. De su yacer con Zeus, nació su hija Clio, (o Kelio), cuyo nombre significa celebrar, alabar, ensalzar. Su razón de existir es mantener viva la llama de los hechos del pasado y de los grandes hechos y aconteceres del ser humano. Es la musa de la Historia, la que alienta y orienta a los historiadores para contar lo sucedido en los confines del tiempo y así preservar el registro para los tiempos por venir. Por ello memoria e historia, madre e hija, siempre van de la mano en una silenciosa disputa con Leto, diosa hija de los titanes Ceo y Febe, divinidad del Olvido, de la noche y de la memoria extraviada en las aguas removidas y turbias del tiempo.
En ese sentido honrar y recordar, además por supuesto de reparar, a las víctimas del conflicto fratricida debe ser un ejercicio renovado y permanente. La Ley 1448 del 2011 de Víctimas y Restitución de Tierras, consignó la fecha del 9 de abril para la realización del Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas, como medida simbólica para conmemorar los hechos violentos durante el conflicto armado en Colombia. Así mismo, esta fecha se convirtió en el espacio de rendir homenaje a las víctimas que por causa de la violencia se les vulneró sus derechos.
A partir de la vigencia de la ley hay algo más de ocho millones de víctimas registradas teniendo como fecha de partida el 1° de enero de 1985; pero hubo millones más en fechas anteriores que han quedado refundidas entre la memoria y el olvido. Tantas víctimas durante tantos años (es imposible llegar a un consenso de cuándo comenzó el conflicto) han dejado al país asolado por la intolerancia, el odio, la venganza y la insensibilidad. De todas formas, si bien la violencia en el país se inició mucho antes del asesinato de Gaitán, no es accidental que la Ley de Víctimas haya escogido el 9 de abril para rendir homenaje a ellas.
La figura de Gaitán se erige en nuestra historia como ninguna otra; es la más recordada, homenajeada y conmemorada por todo lo que implicó su muerte: el cercenamiento de una vida valerosa, la postergación de un sueño colectivo largamente ansiado, la laceración en el cuerpo físico de la nación con una herida que aún no sana, y una desenfrenada violencia desde entonces como si se hubiera abierto la caja de Pandora sin visos de poderla cerrar. De allí los miles de estudios, documentos y obras de todo tipo que se han producido en torno a la vida de Gaitán, su muerte, los hechos conocidos como “El Bogotazo” y todo lo que se desencadenó en la vida política, social y económica del país. Desde los mismos registros que se captaron a partir de la 1:30 de la tarde, hora en que Roa –o quien fuera–, disparó tres o cuatro veces sobre el indefenso cuerpo del líder liberal, a la fecha, no se ha dejado de recordar lo que significa Gaitán para Colombia. Es, sin embargo, una tensión permanente entre memoria y olvido. De allí la pertinencia del título de la obra documental más completa sobre el tema. El Bogotazo, memoria del olvido de Arturo Alape.
Historiadores, ensayistas, académicos, artistas, fotógrafos, periodistas, cronistas, novelistas, cuentistas, cineastas, dramaturgos, poetas, compositores, la lista es larga, así como múltiples personas sin pretensiones académicas o culturales, han contribuido a preservar viva la memoria de Gaitán, su vida y su pensamiento.
¿Cómo evocar a Gaitán?, puede ser la primera pregunta que asalta a quién desea aportar a la memoria colectiva. Más allá de organizar el inmenso acervo sobre el tema en registros de géneros como novela, cuento, teatro, crónica, poesía o en otros lenguajes como los visuales: documental, película, comic o fotografía, o auditivos como canciones populares, intentaremos aquí otros abordajes. Ya no por las categorías tradicionales de género o tipo de lenguaje, aquí intentaremos organizar la memoria desde distintos ángulos según el enfoque, el énfasis o la perspectiva usada, más allá del medio o género. El asesinato de Gaitán ha dado para múltiples representaciones desde diversas disciplinas y poniendo el énfasis en diferentes aspectos de los hechos ocurridos ese día. Procuraremos agrupar muchas de estas –es imposible ser exhaustivo– en diez perspectivas.
1. La perspectiva personalísima
A medida que se desvanecen los testimonios de primera mano de quienes vivieron ese funesto día –setenta y tres años han pasado desde entonces–, aún es posible encontrar personas que lo vivieron y recuerdan. Aparecen todavía testimonios inéditos, frescos, como si se evocara algo ocurrido solo ayer.
Varias veces he preguntado a mis padres, Enrique Potdevin y Beatriz Segura, bogotanos los dos, él de 91 años, nacido en 1930 y ella de 90, ambos aún prodigiosamente dotados del don de Mnemósine, cómo vivieron ese día. Mi padre, en ese entonces un joven de 18 años cumplidos un mes y un día antes del 9 de abril, estudiaba en la Escuela Industrial de Bogotá. Por su parte, mi madre de 17 cumplidos tres meses antes, cursaba cuarto año de bachillerato en el seminternado de Nuestra Señora del Rosario ubicado en la calle 2a con carrera 7ª. Mi madre cuenta que pasada la una de la tarde, irrumpió en el salón de clases una monja y dijo, entre voz temblorosa y perentoria, que habían matado a Gaitán y que debían todas las alumnas que no eran internas volver a sus casas de inmediato. Ella, intuyendo la gravedad de los hechos, apuró su paso entre brincos y carrerillas hasta su casa de la carrera 12 entre calles 1ª y 2ª, en el barrio San Bernardo, por esos días un modesto y sano barrio residencial de clase emergente. Durante los siguientes siete días sus tres hermanos mayores y su madre (el padre, mi abuelo, había fallecido quince años atrás dejando a la familia en una precaria situación), le prohibieron salir a la calle; sin embargo, ella aún recuerda que, dada la escasez de comida que vivió la ciudad de manera inmediata, pudieron sobrevivir esos días –la comida la compraban al diario–, gracias a un cuñado de su hermano Manuel, y de apellido Ahumada, que no se sabe de dónde ni cómo, llegó con un par de bolsas cargadas de víveres empacados y enlatados de los Estados Unidos, sin explicar si provenían de los saqueos a las tiendas elegantes ubicadas sobre la carrera séptima o de influencias con los servicios de ayuda humanitaria o incluso de acaparadores de alimentos; en todo caso eran alimentos exóticos y desconocidos para ellos, aunque bastante insípidos para los gustos criollos de una familia sencilla.
Lo que se vivió en los días posteriores, cuenta ella, fue dantesco. Los hombres, entre ellos mis tíos que eran conservadores laureanistas y no podían ocultar, a baja voz, en la intimidad del hogar, cierta complacencia por la muerte del enemigo de su admirado jefe político, debían salir a la calle con una incómoda y odiada corbata roja para evitar ser linchados por la turbamulta. El centro de la ciudad y sus calles eran patrulladas por hombres vociferantes y de mal aspecto armados de palos, machetes y cuchillos; pero, con todo el peligro y el miedo que rondaba las calles, sus hermanos, mis tíos, acudieron, más por curiosidad que por necesidad, a examinar las hileras de cadáveres tendidos en el Cementerio Central, sin importar la fetidez que emanaba del lugar. Al regresar mi madre a clases, más de una semana después del 9 de abril, pudo comprobar las escenas de una ciudad siniestra, en especial todo lo ubicado al norte de la Plaza de Bolívar. Locales cerrados, incendiados, casas derruidas y, lo más impactante para ella, fue ver que los tranvías, las famosas lorencitas, llamadas así por su techo plateado como el cabello de la distinguida Lorencita Villegas de Santos, esposa del expresidente Eduardo Santos, habían sido quemados. Años mas tarde se enteraría, para su sorpresa, al leer un libro sobre la Bogotá de esa época que le regalé, que quienes quemaron las lorencitas no fue la turbamulta sedienta de venganza, sino los dueños de las empresas de buses de transporte público.
Respecto de mi padre, vale la pena transcribir su testimonio que brindó telefónicamente la noche del viernes 9 de abril de 2021, de teléfono fijo a teléfono fijo, él desde Cali y yo en Bogotá, exactamente 73 años después del infausto día que igualmente fue viernes. Ante mi única pregunta: «¿Usted qué recuerda del 9 de abril del 48?», inició un inesperado y minucioso relato, como tocado mágicamente por las diosa Mnemósine de la memoria y la musa Clio de la historia; entusiasmado y vehemente con lo que quería contar, con los naturales ires y venires de la memoria, las repeticiones, énfasis e insistencias del relato oral, sobre todo cada vez que afirmaba «yo vi…!». La lucidez de su memoria me dejó perplejo ante esos detalles que no olvida. En muchos momentos su voz se quebró y luego se silenció, atorada por la emoción; yo intuía, en medio de su silencio, sus verdes ojos, brillantes y acuosos, como asombrado de su propia capacidad de recordar y revivir los hechos. Aquí los puntos suspensivos tratan de reproducir esos momentos. Solo vale la pena aclarar que en su casa eran apolíticos pues su padre, Heinrich, mi abuelo, al ser inmigrante alemán desde 1922 –nunca se nacionalizó–, guardaba silencio sobre todo lo acontecido en el país:
“Mire, todo comenzó con las elecciones del 46 donde los liberales se presentaron divididos y muy enfrentados entre sí, de una parte, Gabriel Turbay, que era un médico muy prestigioso y con cara de buena gente, y Jorge Eliécer Gaitán, que representaba a todo el pueblo liberal y que se había vuelto muy poderoso porque dominada las masas. Él había hecho lo que en otras partes solo Stalin había logrado en Rusia: hacer una marcha en que todos los participantes se mantuvieran el silencio y solo agitaran pañuelos blancos. Gaitán tenía una influencia hipnótica sobre las masas. Por los conservadores se presentó Ospina Pérez, como ficha de Laureano Gómez y ganó con una votación muy inferior a las de Turbay y Gaitán unidas. Por lo tanto, ya era seguro, que para las siguientes elecciones Gaitán iba a ser presidente, pues después de las elecciones Turbay se había retirado bastante de la política. En esos días se realizaba la Conferencia Panamericana y se había escogido a Bogotá como sede. Ospina nombró a Laureano presidente de la Conferencia y este dio el discurso inaugural, pero fue un fracaso porque debido a sus achaques hablaba con mucha dificultad y no se le entendía casi nada. Algunos decían que había sido envenenado y por eso hablaba tan mal. La gente lo criticaba mucho por tener un estado de salud tan débil y aun así ser tan combativo”.
“El país ya estaba muy polarizado entre liberales y conservadores. Los conservadores eran minoría en el país mientras que los liberales eran más del doble de los conservadores. Entonces, estando la Conferencia Panamericana sesionando, se tomó la decisión que los conservadores matarían a Gaitán.
“Yo estudiaba el último año del Bachillerato Técnico de cuatro años en la Escuela Industrial o Instituto Técnico Superior, y ese día, que era un viernes, estábamos como hacia las dos de la tarde a punto de entrar a clase cuando llegó la noticia: mataron a Gaitán. La escuela fue cerrada inmediatamente y salimos, con mi gallada, a ver lo que pasaba en la calle. Yo vi, pues la Escuela quedaba a solo dos cuadras del edifico de El Siglo cómo desde adentro lanzaban por las ventanas los escritorios del periódico. Lanzaban a la calle todo lo que había adentro, papeles, máquinas de escribir y los escritorios. Yo vi eso… Estaba con mis compañeros y a mi me dio mucho miedo porque ya se veía que era un movimiento brutal de la gente lo que estaba sucediendo en las calles… Ya en ese momento las emisoras de radio habían sacado parlantes a la calle y gritaban consignas contra el gobierno y azuzaban a la gente para derrocar al gobierno. Yo vi como ya estaban quemando camiones y carros en las calles. A mi me dio mucho miedo de ver a la gente metiéndose a los almacenes para saquearlos…
“Mi papá tenía varios negocios de panadería en el centro de la ciudad, también tenía ubicadas en distintas cigarrerías unas maquinitas de hacer helados que se servían en conitos. Tenía como diez máquinas de esas por todo el sector de san Victorino. Todas esas máquinas fueron robadas o destruidas… y mi papá perdió toda su inversión… En esas cigarrerías era donde se vendían dulces, golosinas, helados y cigarrillos. Destruyeron todo: cigarrerías, ferreterías…
“Yo vivía en la carrera 12 con calle 7ª, a unas pocas cuadras del batallón presidencial que estaba en la calle 7ª con 8ª. A mi me tocó ver… al día siguiente, que era sábado, en la esquina de mi casa muy cerca del batallón presidencial, una cantidad de muertos, unos sentados, recostados contra las casas, y otros tendidos en la calle. Durante toda la noche se escuchó la balacera, se oía las balas silbar. También me tocó ver, cómo pasaban por enfrente de la casa los saqueadores con máquinas de soldadura, cajas de herramientas, neveras pequeñas; todos pasaban por el frente de nuestra casa… En esos días, conocí las sopas Campbell, americanas. No sé cómo llegaron a la casa, pero llegaron muchas latas de esas sopas. Eran de apio, nosotros no conocíamos el apio, tenían un sabor desconocido para nosotros. El ejército era quien repartía la comida, y entre esta, las sopas Campbell. Luego vi que la casa de El Siglo había sido quemada.”
“Se hablaba con gran terror de lo que hacía turba o también se referían a ella como la “plebe gaitanista”. Yo vi, junto con mi hermano menor Willy, los vagones de los tranvías volteados, la turba los volteaba y los incendiaba… Como se acabaron los tranvías después se importaron unos autobuses americanos, marca Mack. Eran de color rojo y se les decía Autobuses Mack. Los tranvías fueron sustituidos por esos autobuses Mack. Eran automáticos, no de caja mecánica. Bogotá llegaba prácticamente hasta la calle 26, después se fue extendiendo rápidamente al norte de la 26. Yo no pude volver a la Escuela Industrial como en dos semanas… Pero la noche del viernes, el día del asesinato de Gaitán, Ospina Pérez quería renunciar, pero sus asesores no lo dejaron. Y por eso dijo, por la noche en la Radiodifusora Nacional, la famosa frase: “Mas vale un presidente muerto que un presidente fugitivo. La Policía se volteó contra el gobierno, pero el ejército no. A mí me tocó ver en la puerta del Comando de la Policía, como los policías repartían fusiles a la turba… Por ello el 9 de abril se acabó la Policía. Mientras tanto las emisoras seguían trasmitiendo sin cesar sus discursos contra el gobierno. Mi papá escuchaba la radio pero no decía nada. La radio era incendiaria, exaltaba a la revolución. El sábado amaneció tras una noche que escuchamos sin parar los tiroteos.”
“A Ospina lo criticaban mucho, decían que era solo un “traga ostias” porque publicaban fotos de él siempre comulgando. Quien gobernada en realidad era la iglesia y mandaba sobre los conservadores.”
“El sábado fue de saqueo –repite–; el domingo, ya tres días después, mi mamá me mandó a recoger a la Nena –Elizabeth, hermana mayor un año– al colegio de La Presentación que quedaba por los lados de san Bartolomé, donde se había quedado atrapada desde el viernes…Yo llegué, pregunté por ella y de inmediato me la entregaron… Uno de niño –¡tenía 18 años!– es muy lanzado así que salimos a recorrer las calles, los dos, pero por todas partes había francotiradores… al llegar a una iglesia sobre la carrera 5 o 6, –seguramente la iglesia de Nuestra Señora del Carmen– estaba el ejército lanzando cañonazos contra lo torre de la iglesia donde decían que había francotiradores. Nosotros vimos y escuchamos como echaban cañonazos contra la torre… La derrumbaron… No, –corrige–, creo que no la derrumbaron, pero la dejaron muy mal parada. Se oían las balas por toda parte. Luego nos fuimos… de niño uno es muy osado, al cementerio que estaba en la 26, entramos y vimos cuadras enteras de cadáveres tendidos, pero el olor era ya insoportable pues había muertos que estaban allí desde el viernes. Nos devolvimos a la casa y seguíamos viendo cómo ejército y francotiradores se disparaban… Mientras llegábamos nos tocaba refugiarnos en el quicio de los portones de las casas para evitar la balacera… Cuando se silenciaban avanzábamos otro poco hasta que llegamos a nuestra casa. El tema se fue normalizando poco a poco y ya pudimos volver a salir con tranquilidad.”
“Pero después se dio el enfrentamiento entre los conservadores y los liberales que aquellos llamaban bolcheviques. Luego Laureano Gómez se hizo elegir presidente, aunque los conservadores siempre han sido minoría.”
Para concluir su extenso relato, reveló la siguiente anécdota:
“Nosotros, estuvimos muy de malas con la educación, pues estudiábamos en el colegio alemán, y este lo cerraron por la guerra, pasamos a un colegito malísimo y solo después fue que pude entrar al Instituto, donde completé el Bachillerato Técnico, pues no había universidades, solo se podía estudiar en las Escuelas Internacionales por correspondencia donde yo hice la ingeniería; –y aquí viene la perla–: Allá en el colegio alemán, el Deutsche Schule, donde nos había puesto mi padre por los años 40 y 41, a la Nena –su hermana mayor–, la enamoraba un muchacho llamado Camilo, hijo de los padrinos de matrimonio de mis padres, un famoso médico bogotano llamado Calixto Torres Umaña y su esposa Isabel Restrepo Gaviria. ¡El mismo joven que años más tarde iba a ser el famoso cura Camilo Torres!”.
Con eso concluyó su relato, nos despedimos y colgamos.
2. El día que lo mataron
De toda la memoria que hay en torno a Gaitán, quizás el aspecto que ha producido mayor número de expresiones es, específicamente, su asesinato y lo ocurrido en la ciudad el 9 de abril de 1948. Dada la magnitud del personaje y la consecuente reacción popular, esta historia se ha contado de innumerables formas y desde muchos ángulos, desde las detalladas de los hechos, la salida de Gaitán de los tribunales de defender a un cliente, hasta cuando cae víctima de los disparos asesinos, su traslado a la Clínica Central y su fallecimiento minutos después, seguido todo por la captura y linchamiento de Juan Roa Sierra y luego los desmanes que llevaron al bogotazo. J.A. Osorio Lizarazo escribe la novela, El día del odio que narra la historia de una muchacha campesina que llega a Bogotá a trabajar, días más tarde es expulsada por su patrona por sospecha injustificada de robo de joyas; la pobre mujer, acosada por el hambre, vive en la calle y se ve envuelta al final de la obra en los acontecimientos del 9 de abril. Miguel Torres, en su famosa trilogía sobre el caudillo liberal, en la primera novela, llamada El incendio del 9 de abril, narra los hechos de ese día. El dramaturgo y director Luis Enrique Osorio, presenta en el mismo año del asesinato, tres estrenos suyos: La imperfecta casada, Nube de abril y Toque de queda. Las tres obras revelan la parte tragicómica de los episodios ocurridos después de la muerte de Gaitán. Andrés Arias García tiene un documental llamado Amor del 48 que recrea los hechos también. Jaime Osorio y Alexandra Cardona producen la conocida película Confesión a Laura sobre una pareja que debe encerrarse ese día por la violencia de los hechos que ocurren en el exterior. El famoso compositor y músico barranquillero José María Peñaranda, el mismo autor de Se va el caimán. compuso un merengue sobre los saqueos ese día. Dice la letra:
“Y tú que cogiste el nueve de abril /tres yardas de tela /y una de dril
Y tú que cogiste /yo no cogí nada /de arroz y manteca /una tonelada
“Y tú que cogiste /yo estaba muy lejos /una media rota /y un zapato viejo
Y tú que cogiste /yo fui muy de mala /un sable sin cacha /y un cabo de pala
Y tú que cogiste /yo te doy cuenta /yo cogí tres piezas /de sal y pimienta.
Y tú que cogiste /en la quemazón /una carga de leña /y un saco e carbón
Y tú que cogiste /en la pelotera /yo cogí tres radios /y una nevera
Y tú que cogiste /yo estaba de prisa /dos manos de yuca /y una mano e liza
Y tú que cogiste/ dime sin engaño / doscientas camisas /y tres piezas de paño
Y tú que cogiste /dime por favor / yo cogí un camión / y un carro Ford.
Y tú que cogiste / hombe yo fui lerdo / una olla sin fondo / y un zapato izquierdo.
Y tú que cogiste / dime compae Guillo / una camisilla / y medio calzoncillo.
Yo no cogí nada/ si acaso llegué /con una puntilla /clavada en un pie”.
El cineasta Ricardo Restrepo Hernández, recuperó milagrosamente una importante cantidad de material fílmico de ese día, y de la época, realizados por su padre, Roberto Restrepo y creó el documental Cesó la horrible noche. Hay también otro documental, titulado 9 de abril de 1948, parte de la trilogía llamada La profecía Gaitán de Mario Valencia Gaitán.
3. Su vida y obra
Alejándose de los hechos en torno a su asesinato y tomando una visión más panorámica está el libro El hombre que fue un pueblo, del periodista Eccehomo Cetina. También, aunque de manera indirecta, la serie de televisión realizada por el canal RCN “El Doctor Matta”, recrea la vida del famoso asesino en serie Bonaventura Nepomuceno Matallana, tiene dentro de sus protagonistas a Jorge Eliécer Gaitán. Por otra parte es conocida la obra de Gloria Gaitán, hija del caudillo: Bolívar tuvo un caballo blanco; mi papá un Buick. Y de nuevo, la música popular: el maestro Pacho Galán compuso, por su lado el porro titulado “A la carga” que emula el famoso grito de combate del caudillo liberal. La letra dice:
“Vamos a la carga ¡con Gaitán!/ Vamos a la lucha ¡a triunfar!
Vamos a la carga ¡con afán! /Vamos con el grito ¡libertad!
Si eres colombiano/ Si eres colombiano/Si eres colombiano /Lo tiene que probar
Este es el momento/ Este es el momento /Este es el momento/La Patria hay que salvar
A la presidencia /A la presidencia /A la presidencia /¡Gaitán tiene que ir!
El pueblo lo quiere /El pueblo lo quiere /El pueblo lo quiere /Y él se hace sentir
Vamos a la carga ¡con Gaitán! / Vamos a la lucha, ¡a triunfar!
Vamos a la carga ¡con afán! Vamos con el grito ¡libertad!”.
4. Consecuencias de su muerte
En una perspectiva más indirecta, tras la muerte de Gaitán, el país cayó en una de las épocas más oscuras de su historia, la Violencia. Campesinos y gente humilde, ya fuera liberales o conservadores fueron perseguidos, desplazados, torturados y asesinados principalmente en el campo. Todo lo que desató el asesinato ha sido narrado y contado de diferentes maneras. La famosa novela breve de Álvarez Gardeazabal, Cóndores no entierran todos los días comienza con el asesinato de Gaitán y recrea la vida del “pájaro” León María Lozano, uno de los más despiadados sicarios del gobierno conservador. Por su parte, Eduardo Caballero Calderón, en su novela Siervo sin Tierra, narra la época tras el asesinato de Gaitán y la desenfrenada violencia que desatada en el campo colombiano, en especial en Santander y Boyacá. Siervo Joya, un campesino se pasa la vida tratando comprar una parcela de tierra. Por otro lado, La invención del pasado, la tercer novela de la trilogía de Miguel Torres, se ocupa de una familia, los Barbusse que tras el asesinato de Gaitán trata de salvar sus vidas de la ruina que se ha apoderado de la ciudad. La novelista Alba Lucía Ángel, en su conocida novela Estaba la pájara pinta sentada en su verde limón, cuenta la historia de Ana, nacida en Pereira, quien queda atrapada en el conflicto partidista en el periodo que va desde el 9 de abril del 48 hasta unos días después de la muerte del Che Guevara. El documental Amor del 48 también se ocupa de las consecuencias del 9 de abril. Desde otra perspectiva, Canaguaro, del chileno Dunav Kuzmanich, una de las mejores películas colombianas, recrea, la violencia en los llanos orientales generada por el asesinato de Gaitán.
5. Los tiempos anteriores al asesinato
Se ha recuperado y reeditado recientemente la novela La selva y la lluvia del chocoano Arnoldo Palacios, autor de la muy famosa Las estrellas son negras. Es una serie de historias de hombres que viven las épocas que van desde la república liberal que se inaugura en 1930 hasta pocos días después de 9 de abril. También del afrocolombiano Manuel Zapata Olivella, está La calle 10, quien con una aguda percepción de las clases marginadas narra en esta novela los tiempos que van desde el asesinato del líder y activista Mamatoco, víctima de los tentáculos de la oligarquía colombiana, hasta los hechos del 9 de abril.
6. La crónicas sobre Gaitán y su muerte
Destacan en este aparte de cronistas, el libro del periodista Víctor Diusabá, 9 de abril, la voz del pueblo que recoge testimonios directos de personas que vivieron directamente los hechos en los días antes y después de la muerte de Gaitán. El mérito de Diusabá radica en que da voz a personajes pasados por alto como el soldado, el campesino, el ferroviario, el sepulturero, la telefonista, el universitario, el fotógrafo, la viuda, etc. Dentro de este libro, pero no solo allí, por supuesto, hay otra forma de recrear los hechos citados: la crónica fotográfica del muy conocido Manuelhache, autor de algunos de los mejores registros, oportunos, exactos, escalofriantes, del 9 de abril como es, por ejemplo, la foto del cadáver desnudo de Roa, tan solo una corbata le queda, arrastrado por la turba, así como las fotos de los tranvías en llamas y los policías apuntando sus armas contra ciudadanos indefensos con sus brazos levantados. Por otra parte, quizá la obra más completa y bien realizada sobre la muerte de Gaitán es la reconocida El bogotazo, memorias del olvido de Arturo Alape. En ella Alape recoge de manera minuciosa cientos de testimonios. Dice el autor en la introducción:
“Me metí a la indagación que lo abarcara todo, desde las opciones políticas que se discutieron y que llegaron a los resultados conocidos; a la interminable investigación del asesinato, y a palpar con angustia la identidad del rostro de la multitud en sus gestos, en ese duro camino entre la agonía y la muerte; su comportamiento y sus acciones dirigidas a la expansión de su furia, y a desentrañar ese profundo dolor de quienes perdieron la esperanza de ver realizados sus sueños en ese momento histórico, para tener que llevar por siempre sobre sus espaldas una terrible frustración”.
7. Gaitán y la cultura zombi
No deja de ser significativo que incluso en la formulación del mito zombi haya espacio para reflexionar sobre Gaitán. Está la obra gráfica Bogotá zombi, se levantan los muertos, el 9 de abril de Felipe González, Rafael Navarro y Adriana Montoya. Con innegable humor aquí se reproduce en afiches las cinco primeras páginas de El Espectador, El Tiempo, El Siglo, Jornada y La razón del 10 de abril de 1948, día en que no circularon los diarios dados los disturbios de la víspera.
8. Roa, el señalado asesino
73 años después del 48 no se ha podido determinar exactamente quién fue el autor material del asesinato, mucho menos quién o quiénes dieron la orden. Ríos de documentos y voces han especulado sobre el tema. Una de las versiones que ha circulado con mayor fuerza, defendida, entre otros, por la hija de Gaitán, es que fue la CIA quien orquestó todo, pero igualmente, tanto los líderes liberales como los conservadores, representantes de la oligarquía tan señalada y atacada por el caudillo, han estado siempre arriba en la lista de los determinadores del magnicidio. Por ello, la turbamulta, en su sabiduría de masa informe y sagaz, se ensañó tras conocer el asesinato, en destruir las residencias, periódicos y empresas de muchos miembros de esa oligarquía. Al final, en particular la figura de Juan Roa Sierra, el hombre señalado instantes después de caer Gaitán como autor de los disparos es uno de los temas recurrentes en la literatura gaitaniana. Roa, sacrificado por la turba tras derribar la reja metálica de la droguería donde se refugió, ha sido objeto de muchas obras. El cuento de la escritora manizaleña Gloria Inés Peláez, Roa séptima con catorce, es uno de ellos, pero también, la novela El crimen de abril de Rafael Galán Medellín, El crimen del siglo, de la trilogía de Miguel Torres y la película Roa del conocido cineasta caleño Andi Baiz, todas tienen visiones y atisbos sobre la vida y posibles motivaciones y padrinos del hombre señalado como autor de los disparos.
9. La perspectiva académica
Es imposible en tan pocas líneas dar cuenta de todo el acervo documental producido por historiadores, sociólogos y demás expertos de las disciplinas sociales sobre Gaitán. Las bibliotecas privadas y públicas, de universidades y de centros de estudio, así como la Internet están henchidas de ensayos, artículos periodísticos y de revistas, tesis de grado, monografías, estudios comparativos. Solo mencionaré aquí uno: Mataron a Gaitán, de Herbert Braun, una magnífica visión del hombre, del político y de los acontecimientos del 9 de abril y sus consecuencias.
10. La perspectiva inédita: la voz de quien va a morir o ha muerto
Con todo, al parecer, aún falta por explorar una perspectiva, quizás la más seductora de todas. La voz de Gaitán, ficticia por supuesto, en primera persona, para que narre su vida, sus últimos días, sus últimos momentos, su agonía y muerte y, de allí en adelante, su legado. En un tema literario inagotable abordado por los mejores autores universales como, por ejemplo, Herman Broch en La muerte de Virgilio, Leon Tolstoi, en La muerte de Ivan Illich, William Faulkner en Mientras agonizo, Carlos Fuentes en La muerte de Artemio Cruz, García Márquez en El general en su laberinto, Marguerite Yourcenar, en Memorias de Adriano… la lista podría alargarse. Allí queda planteada una invitación para nuestros autores que quieran explorar una vena inédita sobre la memoria histórica en torno a Jorge Eliécer Gaitán.
* Escritor, integrante del consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.
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