Voces de paz, agremiación política civil de la resistencia campesina y popular, emerge como la expresión de una corriente social comprometida con la construcción de la paz. ¿Será un partido-movimiento?
Introducción.
La implementación de los acuerdos de paz sobreviene y se dan una seria de acontecimientos de la mayor trascendencia.
La noticia de la constitución de la nueva agrupación política por parte de las Farc, Voces de paz (http://bit.ly/2hGEnGk ), es un hecho que impacta el campo político, el cual amerita una profunda reflexión.
Nos encontramos en el tránsito de la guerra de guerrillas de movimientos a una guerra política de posiciones para la construcción de una nueva hegemonía nacional y popular.
En tal sentido conviene plantearse, de manera preliminar, unas cuestiones para contribuir a que este esfuerzo se abra paso y consolide como un horizonte de posibilidades para las masas populares y la democracia ampliada que nos ha traído la paz.
¿Qué prácticas aberrantes del pasado deben superarse para lograr atraer a millones de ciudadanos, sumidos en la apatía política y en un repudio despolitizado de la corrupción y el neoliberalismo? ¿Qué formas de organización debe darse la nueva asociación política?
¿Voces de paz debe constituirse como un partido-movimiento que lo asimile con los potentes movimientos sociales surgidos en los años recientes, como una confluencia de expresiones campesinas, populares, indígenas, intelectuales, ambientalistas, feministas y afro descendientes?
¿Qué papel debe atribuirse a su equipo de dirección?
Lo organizativo. Superar viejas y malsanas prácticas.
La construcción de una nueva agremiación política por parte de las Farc, ponen en el centro del debate la problemática de la organización y la estructura de una nueva fuerza política.
Ante los desafíos abiertos en el ámbito institucional como resultado de los Acuerdos de paz, resulta indispensable abordar un debate político y organizativo para afrontar esta nueva etapa política.
Se trata de problemas o tensiones que no son novedosos, la novedad es la oportunidad de cambio social y político que vive nuestro país.
De manera puntual, se requiere asumir modelos organizativos que aborden desafíos inmediatos: superación de la forma partido tradicional, despliegue instituyente hacia lo social, eliminación de tendencias burocráticas y centralistas, creación de mecanismos que promuevan la democracia y la pluralidad internas, etc.
El ‘devenir Príncipe’ de las clases subalternas, anota Gramsci, supone dotarse de una consistencia organizativa y un proyecto estratégico claro que supere las posiciones ‘subversivistas’ inorgánicas que “mantienen un estado febril sin porvenir constructivo”.
Dicha consistencia no debe caer, sin embargo, en una excesiva centralización en la que los órganos de dirección suplanten al partido y ahoguen la iniciativa política de las bases y otras formas organizativas de clase.
Son innumerables los ejemplos de organizaciones que se fueron fosilizando a causa de un creciente dogmatismo ideológico, una férrea centralización o dinámicas irreversibles de burocratización tan bien descritas por Robert Michels.
El desafío pasa, entonces, por diseñar e implementar mecanismos concretos que inhiban esta tendencia y permitir que las organizaciones se mantengan como espacios vivos y dinámicos.
Gramsci resalta la necesidad de un programa intensivo de formación que permita que “todo miembro del Partido sea un elemento político activo, sea un dirigente”. La formación política no pasa sólo por aspectos teóricos sino que aborda cuestiones relacionadas con la intervención práctica y con el fomento de una determinada ética militante, alejada del narcisismo vanguardista, el oportunismo burocrático y la sacralización del partido marcada por el conservadurismo y la burocratización
Un militante de la paz no debería ser un soldado acrítico sino ante todo un organizador, para quien la lealtad y el crecimiento de su organización es importante, pero aún más la creación de una sociedad abigarrada y en movimiento capaz de resistir y sobre todo crear alternativas a la dominación neoliberal.
El problema de la organización de la nueva fuerza política debe ser afrontado de forma democrática y productiva, traduciendo sus conclusiones en orientaciones y líneas de actuación.
El partido-movimiento[1].
Si algo tendrá que caracterizar a Voces de paz, para diferenciarse claramente de las maquinarias clientelares tradicionales, será su especial vinculación con distintos movimientos sociales y populares. En esto, les resulta aplicable, en mayor o menor medida, la definición de “partido-movimiento” sugerida por Herbert Kitschelt (2006) (Ver http://bit.ly/2h2AqYJ ) para referirse, fundamentalmente, a los partidos de la izquierda libertaria surgidos en distintos países a principios de los ochenta.
Estos partidos se caracterizaban por mantener rasgos organizativos y programáticos similares a los de un movimiento social. En lo organizativo mantienen procedimientos internos de toma de decisiones de tipo participativo y tienen una estructura más horizontal y menor jerárquica que la de otros partidos. Sus programas, por otra parte, tienden a centrarse en algunos temas concretos y a ser menos comprensivos. Pero, a diferencia de los movimientos sociales, se trata de formaciones que compiten en la arena electoral, sin que ello impida que, de vez en cuando, sigan recurriendo a formas de acción colectiva propias de los movimientos sociales, como es la protesta en la calle. No es tanto en los programas donde se espera encontrar diferencias, sino en los rasgos organizativos que permiten considerar a la nueva agremiación como un “partido-movimiento”.
Crear institucionalidad popular.
Un partido-movimiento debe otorgar un lugar central a la creación de una institucionalidad popular que exceda a las funciones de representación y buscar una articulación permanente entre las expresiones contemporáneas plebeyas. El nivel de protagonismo de los sectores plebeyos y populares y la capacidad de desbordar y exceder a las vanguardias jacobinas son buenos indicadores tanto de la salud de una organización política como de la potencia de un proceso de cambio político y social.
Características del partido-movimiento.
En primer lugar, la forma-movimiento señala ante todo la existencia de una multiplicidad de instancias organizativas que, en relación con la forma-partido, presentan mayores cotas de plasticidad, dinamismo, informalidad y descentralización.
En segundo lugar, se caracteriza por un tipo de acción y organización colectiva fundamentalmente extra-institucional y que, si bien puede producir impactos en la forma-Estado y las políticas públicas, no tiene como objetivo central la participación en los órganos de representación política sino una vertebración organizativa de lo social.
En tercer lugar y estrechamente vinculado a lo anterior, la forma-movimiento se ha especializado en una política situacional, que busca desplegar o fortalecer la potencia de auto organización de los sujetos afectados por una determinada problemática. Este trabajo en situación, que tiene su revés en un excesivo particularismo o sectorialización, ha permitido enriquecer y profundizar el conocimiento sobre los múltiples mecanismos de dominio y explotación pero también sobre las formas de resistencia y subjetivación política –pensemos la contribución del movimiento feminista o anticolonial por poner tan solo dos ejemplos–. Ha permitido a su vez a que sea en la forma-movimiento donde se han producido mayores niveles de innovación –organizativa, técnica, comunicativa, etc.– y donde se han ensayado prototipos organizativos capaces de adaptarse y anticiparse en muchos casos a los cambios sociales y subjetivos en curso.
La propuesta es pensar la relación partido/movimiento en términos de articulación y ensamblaje y no de dicotomía o disyunción.
El desafío es ensamblar las piezas de la forma-partido y la forma-movimiento, abordando la relación desde un análisis institucional interesado ante todo en su funcionamiento, sus dispositivos y su adaptabilidad a los objetivos y actores presentes en el actual momento político. Desde esta perspectiva, resulta indispensable analizar y extraer saberes organizativos de muchas experiencias de movimientos.
Como demuestra la historia, cuando el capital avanza y deja de someterse al mando democrático, la vida –incluido el planeta– se vuelve precaria y vulnerable. No es casual que las situaciones en las que se han articulado movimientos en los últimos años estén atravesadas por la desposesión y la precarización, rasgos centrales de la regulación neoliberal del conflicto capital-vida.
Lo que estos movimientos señalan son escenarios donde existe una disputa, viva y encarnada, por el significante democracia y la orientación de las políticas públicas: luchas por la vivienda; en defensa de la salud, la educación y otros servicios públicos; galaxia de micro-conflictos entorno al desempleo, la exclusión y la desregulación laboral; demandas y conflictos vinculados a la democracia urbana; redes por la defensa de los bienes comunes –naturales o digitales–,etc.
Un partido-movimiento debe habitar e intervenir en estas situaciones porque en ellas se juega la vida. Y para ello debe incorporar dispositivos más propios del mejor sindicalismo, las asociaciones vecinales y las redes, que de los partidos políticos tradicionales oligárquicos. En la actual ofensiva neoliberal sobre la vida el partido-movimiento tiene que ser capaz de articularse también como una agremiación social, combinando funciones de asesoramiento, organización, conflicto, negociación colectiva y defensa y ampliación de derechos.
El desafío de crear y fortalecer procesos de organización frente a la precarización y forzar una tendencia para fortalecer los salarios directos e indirectos es una cuestión inaplazable. Sabemos que para construir una nueva mayoría no bastará con buenos y honestos representantes institucionales. Necesitamos una sociedad abigarrada que acompañe y protagonice, desde múltiples situaciones y escenarios, el proceso de cambio social en curso, para lo cual precisamos de modelos organizativos que sepan ensamblar de la forma más virtuosa posible los mejores dispositivos de la forma-partido, la forma-sindicato y la forma-movimiento.
El Partido de Movimiento opera mediante una racionalidad política basada en la expresión –y con ello la tendencia a una ampliación de la potencia política de lo social que se despliega también en lo estatal– y tiene como referencia central a la ‘sociedad en movimiento’. En segundo lugar, esto se traduce en un modelo organizativo de tres patas que, si bien funcionan de forma articulada, responden a lógicas y modos de hacer singulares: la institución, el territorio y las prácticas prefigurativas.
El trabajo institucional asume el desafío de implementar nuevas formas de expresión y representación radicalmente democráticas así como impulsar, con rigor y eficiencia, políticas públicas al servicio de los sectores populares.
Además de formar organizadores y promover una ética militante basada en la ‘leninista sencillez’, un partido-movimiento debe dotarse de instrumentos que aseguren su permeabilidad y apertura con una membresía laxa.
Lo que requiere de formas de participación que se adapten a la flexibilidad de los tiempos y las situaciones vitales de la gente –no todo el mundo puede o quiere participar en calidad de militante– y crear programas de trabajo y líneas de intervención que permitan una vinculación productiva al proyecto, sostenida en el hacer –con múltiples modos e intensidades– y no tanto en admirar, criticar o debatir ad nauseam las acciones de la dirección. Esto requiere una apuesta firme por una democracia interna que lejos de conformarse con plebiscitar decisiones ya tomadas, confía en la descentralización y en la inteligencia colectiva de sus bases para el diseño, ejecución y evaluación de los planes de trabajo y las orientaciones políticas.
El desafío no es construir una organización que tienda a unificar sobre sí a las fuerzas del cambio sino el articular con la máxima potencia política a la multiplicidad, es nombrar procesos dinámicos que exceden y desbordan a los actores políticos formales.
Lecciones para un partido-movimiento.
En términos estrictamente políticos emergen dos lecciones inmediatas para un partido-movimiento que intervenga en la coyuntura.
En primer lugar, el desafío no es construir una organización inmensa que tienda a unificar sobre sí a las fuerzas del cambio sino el articular con la máxima potencia política a la multiplicidad de actores con los que se comparte una construcción hegemónica ‘en común’. Pasar del catch-all party al articulate-all party. Un partido-movimiento no busca absorber o subordinar a otras experiencias sino producir la mejor articulación posible con ellas, componiendo –no imponiendo– de ese modo un proceso expansivo de cambio. En la práctica esta articulación entre demandas y actores diferentes y asimétricos muestra toda su complejidad y emergen multitud de conflictos. Los procesos de confluencia ensayados en los últimos años reflejan esa dificultad, pero también una enorme potencia política y el desarrollo de una cultura de la articulación y una ‘diplomacia de base’ que deben ser optimizadas.
En segundo lugar, si no se expande no es política. Esta voluntad expansiva exige tener mirada larga y vocación mayoritaria, siendo capaces de desbordar a las organizaciones formales y determinadas identidades ideológicas para interpelar y afectar al conjunto de la sociedad. Y aquí es donde se requiere del mismo modo de significantes abiertos y prácticas discursivas inclusivas como de un contacto y cooperación material con la miríada de actores que habitan e intervienen en la formación de la cultura popular y el sentido común.
Sobre la dirección política[2].
Lo sabemos desde siempre, dice Monereo. Antonio Gramsci se encargó de recalcarlo con mucha fuerza: la clave de un partido en construcción, en un contexto de crisis orgánica, es su dirección política. Ésta será la tarea decisiva a definir en la nueva etapa de construcción de la paz, concretar con precisión el proyecto y el equipo dirigente capaz de realizarlo, sabiendo que no tenemos todo el tiempo del mundo y que los poderes nos acosarán. La lucha de clases es así y no caben falsos idealismos: pretender cambiar el sistema y que los poderes te aplaudan, no parece posible.
Hablo de equipo dirigente, de una dirección política capaz de construir organización en todas las localidades, pueblos, ciudades, en los centros de trabajo; de promover la existencia de centenares de círculos insertados sólidamente en el territorio y en el conflicto social, de formar a centenares de cuadros capaces de gestionar nuestro “sector público democrático”, de impulsar alianzas sociales y de construir una institucionalidad alternativa. La dirección política de una fuerza transformadora y antagonista es algo más que hacer ruedas de prensa, intervenir en tertulias o aparecer en las instituciones; es construir sentido común, propiciar formas de vida que promuevan la cooperación, la solidaridad, el apoyo mutuo. Para decirlo con más precisión: una dirección que construya poder social, hegemonía cultural y democratice las instituciones.
Dejo a consideración de los lectores estas primeras puntadas de un debate que se enfoca en el hecho más importante del salto de las armas a la política civilista.
Notas.
[1] Esta parte del análisis recoge en gran parte la reflexión de Nicos Sguiglia sobre el tema del partido-movimiento que se puede localizar en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/2gD0Y1i . Igualmente asumimos en enfoque de Irene Martin en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/2gLkLAB
[2] Remite al siguiente artículo de Manolo Monereo para establecer los alcances del tema del papel de la dirección política de un partido-movimiento. Ver siguiente enlace electrónico http://bit.ly/2h2zkft
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