Sintetizar en pocas palabras las principales contribuciones del pensamiento de Abdullah Öcalan a los movimientos revolucionarios del mundo, es una tarea casi imposible por la diversidad de temas que aborda, por la amplísima mirada de su análisis pero, sobre todo, por haber tomado como punto de partida tanto la necesidad de “superar los fundamentos filosóficos de la civilización capitalista como el aparato metodológico del socialismo real” (247).
Esta es una de las claves de la profunda radicalidad de su pensamiento que ya viene delineado en este libro, The Roots of Civilisation. La crisis civilizatoria no se puede superar ni con la restauración del fascismo ni con la del socialismo real. En contra de lo que piensa la mayoría de las izquierdas, no se trata de “volver” al socialismo estatista, mejorado con la extirpación de sus “desviaciones”, sino algo mucho más profundo que pasa por crear algo nuevo, en lo teórico y en lo político. De más está decir que esta radicalidad incomoda tanto a los intelectuales clásicos como a los militantes ortodoxos.
Sin embargo, lo que llama la atención de este primer trabajo de Öcalan en prisión, es la coherencia de su pensamiento que se rastrea desde este primer libro hasta sus últimos textos. Considera prioritaria la emancipación de las mujeres, la protección de la naturaleza y el control de los efectos perjudiciales de la tecnología (255). Para el prisionero de Imrali, son esas las principales conclusiones de su extensa reconstrucción de la historia de las civilizaciones, desde su visión centrada en la Mesopotamia, en las riberas del Éufrates y el Tigris.
El papel destacado que atribuye a la ética en la construcción de un mundo nuevo, es un punto neurálgico que puede ir de la mano de otras dos cuestiones que a menudo se dejan de lado en el campo socialista: la importancia de la individualidad (que no es sinónimo de individualismo) ya que aspiramos a una sociedad de individuos libres que es la pre-condición para que sean responsables de sus actos, y la restauración del papel de la sociedad civil, que en el lenguaje de Öcalan define como “tercer dominio” (260).
Desde mi punto de vista, inevitablemente centrado en América Latina, la quinta parte de este libro fue la que me impactó de manera más profunda. Bajo el título “Can the cultural tradition of the Middle East serve as source for a new synthesis of Civilisations?”, Öcalan descarta la moderna teoría de la tabula rasa (por al cual todo el pasado debe ser aniquilado) en la que se inspiraron desde los jacobinos hasta los bolcheviques, y se propone rescatar ese pasado como una de las fuentes de la sociedad del futuro para construir la ansiada “civilización democrática”.
Esto me remite, en general, a la experiencia concreta de los movimientos indígenas de mi continente. En particular, el trabajo de reconstrucción de la historia de Öcalan me conecta con la frase de un dirigente indígena ecuatoriano, abogado quichua que está al frente de Ecuarinari, una de las más importantes organizaciones del país. “Caminamos en las huellas de nuestros antepasados”, me dijo Carlos Pérez Guartambel en su pueblo, rodeado de comuneros que resisten la minería y defienden el agua y la vida.
En efecto, en este trabajo consigue amalgamar las tradiciones culturales de Oriente Medio, con su geografía y el tiempo como “elemento creativo”, que fueron capaces de crear un tejido social con una diversidad inimaginable. Concluye su razonamiento con una hermosa frase que resume, creo, su búsqueda de las fuentes que alimentan el proceso emancipatorio actual: “La tradición cultural de Medio Oriente es como un árbol: sus raíces son profundas y su semilla ha sido llevada a todos los rincones del mundo” (278).
Pero aún falta discernir cuál es el contenido de esa semilla, cuáles son las fuentes de la vida que esa región contiene y ofrece al mundo. Öcalan completa su descripción señalando que Medio Oriente es una suerte de tumba que “permanece igual mientras el resto del mundo cambia constantemente” (279). Una maravilla. No podemos concebir la vida como algo separado del pasado, ya que no sería vida sino un colgajo inerte, como un río estancado que no es capaz de fluir y sus aguas terminan pudriéndose, como la civilización patriarcal capitalista.
El pensamiento de Öcalan, tanto como lo que sucede en la región de Rojava en los últimos años, tiene sintonía con lo que están haciendo buena parte de los movimientos sociales latinoamericanos. En gran medida, porque unos y otros hemos sido colonizados por Occidente y nuestros pueblos debieron replegarse sobre sí mismos para sobrevivir, encerrase en sus comunidades y en sus culturas ancestrales, como “tumbas” en las que fue posible re-crear la vida.
Pueden encontrarse por lo menos tres resonancias entre estos movimientos.
La primera se refiere al Estado-nación. Diversos pueblos como los mapuche de Chile y Argentina, los nasa del sur de Colombia, los aymaras de Bolivia, los indígenas de la Amazonia y de tierras bajas, no se identifican con los estados ni pretenden obtener cargos en las instituciones estatales. Los nuevos movimientos negros en Colombia y en Brasil están siguiendo procesos similares, que los alejan del ajedrez político en el Estado-nación.
No es una cuestión ideológica. Para la mayoría de ellos, los Estados-nación no forman parte de sus historias y vivencias como pueblos, son entendidos como una imposición del colonialismo y de las elites criollas.
Los kurdos de Rojava no pretenden construir un Estado. Öcalan considera al Estado-nación como la forma de poder propia de la “civilización capitalista”. Para los kurdos que comparten sus ideas, la lucha anti-estatal es más importante incluso que la lucha de clases, lo que es considerado una herejía por las izquierdas latinoamericanas que aún miran hacia el siglo XIX. Estas izquierdas siguen consideran al Estado como un escudo para proteger a los trabajadores.
En el libro “La Civilización Capitalista. La era de los dioses sin máscara y los reyes desnudos”, segundo tomo de su Manifiesto por la Civilización Democrática, el dirigente kurdo sostiene una tesis muy cercana a la práctica zapatista. La toma del Estado, escribe Öcalan, “pervierte al revolucionario más fiel”, para concluir con una reflexión que suena apropiada para recordar el centenario de la Revolución Rusa: “Ciento cincuenta años de heroica lucha se asfixiaron y volatilizaron en el torbellino del poder”.
La segunda resonancia está en la economía. Los zapatistas suelen burlarse de las “leyes” de la economía y no colocan esa disciplina en el centro de su pensamiento, como parece evidente en la colección de comunicados del extinto subcomandante Marcos. Öcalan, por su parte, destaca que “el capitalismo es poder, no economía”. Los capitalistas utilizan la economía, pero el núcleo del sistema es la fuerza, armada y no armada, para confiscar los excedentes que produce la sociedad.
El zapatismo define al actual modelo extractivo (monocultivos como la soja, minería a cielo abierto y mega obras de infraestructura) como “cuarta guerra mundial” contra los pueblos, por ese uso y abuso de la fuerza para delinear las sociedades.
En ambos movimientos se observa una crítica frontal al economicismo. Öcalan recuerda que “en las guerras coloniales, donde se realizó la acumulación originaria, no hubo reglas económicas”. Movimientos indígenas y negros de América Latina consideran, por su parte, que enfrentan un poder colonial, o “colonialidad del poder”, término del sociólogo peruano Aníbal Quijano para describir el núcleo de la dominación en este continente.
En efecto, el economicismo es una plaga que contamina a los movimientos críticos, que va de la mano del evolucionismo. Una legión de izquierdistas consideran que el final de capitalismo se producirá por la sucesión de crisis económicos más o menos profundas. Öcalan se opone a esa perspectiva y rechaza la propuesta de quienes creen que el capitalismo nació “como resultado natural del desarrollo económico”. Zapatistas y kurdos parecen coincidir con la tesis de Walter Benjamín que el progreso como un huracán destructivo.
En tercer lugar, los movimientos latinoamericanos defienden el Buen Vivir/Buena Vida que contraponen al productivismo capitalista. Las Constituciones de Ecuador y Bolivia, aprobadas en 2008 y 2009, destacaron que la naturaleza es “sujeto de derechos”, cuando siempre se la consideró objeto para obtener riqueza. Entre los movimientos va abriéndose paso la idea que estamos ante algo más que una crisis del capitalismo, sino una crisis de la civilización.
El movimiento kurdo sostiene que el capitalismo lleva a la crisis de la civilización moderna occidental capitalista. Este análisis nos permite superar la ideología del progreso y el desarrollo, integra las diversas opresiones vinculadas al patriarcado y el racismo, la crisis ambiental y sanitaria, y supone una mirada más profunda y amplia de las crisis en curso.
Una civilización entra en crisis cuando ya no tiene los recursos (materiales y simbólicos) para resolver los problemas que ella misma ha creado. Por eso movimientos tan distantes, geográfica y culturalmente, siente que la humanidad está en el umbral de un mundo nuevo.
Por encima de estas tres resonancias, encontramos una confluencia mayor: las mujeres en movimiento ocupan el centro de los movimientos latinoamericanos y conforman el núcleo del pensamiento de Öcalan. El movimiento Ni Una Menos ha colocado en las calles argentinas cientos de miles de mujeres que sienten empatía y complicidad con sus pares de Rojava.
“El hombre fuerte y astuto”, apunta Öcalan, está en el origen del Estado. Una institución profundamente patriarcal, diseñada por la opresión y para la opresión, que no puede trasmutarse en herramienta para la liberación.
Montevideo, enero de 2018
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