
El ministro de Hacienda brasileño, Guido Mantega, dejó en claro ese objetivo al formular el anuncio. “Es un aporte que Brasil hace con parte de sus reservas para que el FMI tenga disponibilidad financiera para ayudar a países emergentes que enfrentan escasez de capital a causa de la crisis internacional”, indicó. Es la primera vez que el socio del Mercosur destina semejante cantidad de dinero al organismo de crédito, y lo hace en un momento de agudas tensiones en el mundo. “Antes ocurría lo contrario, el FMI era el que prestaba, el que daba socorro a Brasil, cuando era un país menos sólido. Ahora Brasil alcanzó esa solidez, acumuló reservas como para poder ayudar a la comunidad internacional”, destacó Mantega. “Es un paso importante para convertirse en acreedor y no en deudor del FMI”, se jactó.
La decisión está fundada en razones geopolíticas antes que financieras. Brasil se diferencia del pelotón de naciones emergentes y pasa a jugar en la liga de las potencias. Se acomoda como uno de los países que ponen dinero en el FMI (son 47), no entre los que sacan. El gobierno de Lula pretende ganar influencia en los organismos internacionales, empezando por el propio Fondo, que prepara una nueva reforma de su administración para reconocer mayor poder de voz y voto a los países en ascenso. Brasil se anota en esa lista junto a China y Rusia, sus socios del BRIC. La Argentina puede ver esta jugada como el vaso medio lleno, por la coincidencia en los aspectos macro con la administración de Lula, o medio vacío, porque se agranda la brecha en su presencia internacional.
Brasil tiene reservas por 205.000 millones de dólares. La compra de bonos al Fondo no las reduce, sino que cambia recursos antes invertidos en títulos del tesoro estadounidense por estos otros papeles. El titular del FMI, Dominique Strauss-Kahn, elogió a Brasil: “Una vez más ha reafirmado su papel como una de las economías emergentes líderes” en el mundo, le dedicó.
Por David Cufré
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