Ni la luz verde a la “mayor reforma planteada nunca en la historia del Fondo Monetario Internacional”, tal y como la bautizó el director gerente del Fondo, Dominique Strauss-Kahn, ha logrado acallar el fragor de la guerra de divisas, asunto estelar de la reunión de ministros de Economía del G-20, finalizada hoy en Gyeongju (Corea del Sur). La reforma del FMI, que persigue dar más poder en la institución a los países emergentes, ya quedó planteada hace un año en la cumbre de Pittsburg (EE UU), pero la resistencia de los países europeos a perder representación la había bloqueado hasta ahora. El inesperado avance en la reforma del FMI no bastó para ocultar la tensión por las ventajas que algunos países sacan de un tipo de cambio bajo de sus monedas. Si en el arranque de la reunión, EE UU trató de aumentar la presión sobre China, a su término fue Alemania la que censuró a Estados Unidos por su política monetaria.
El secretario del Tesoro de EE UU, Timothy Geithner, había enviado una carta al resto de ministros de Finanzas del G-20 en la que apostaba por un compromiso para poner límites a los desequilibrios externos, un objetivo que la delegación estadounidense tradujo luego en un tope del 4% del PIB para el saldo (sea déficit o superávit exterior) por cuenta corriente. Aunque dejaba a cada país la potestad de elegir qué instrumentos utilizar para evitar un saldo excesivo, la propuesta era otra manera de exigir a China que deje que sea el mercado el que fije el valor del yuan, o en su defecto, que acelere la apreciación de una moneda que EE UU considera artificialmente devaluada. Como es costumbre, los dirigentes chinos evitaron pronunciarse sobre la iniciativa estadounidense, aunque Geithner tendrá la oportunidad de planteárselo este domingo a Wang Qishan, viceprimer ministro del gigante asiático, en una reunión concertada sobre la marcha. Pero sí cosechó ya las críticas de otros países, y no logró hacerse hueco en el comunicado final de los ministros de Economía del G-20.
“Hay elementos de la propuesta de EE UU que recuerdan a la economía planificada”, censuró el ministro de Economía alemán, Rainer Bruederler, quien dejó claro que en la reunión “hubo críticas a la política monetaria de Estados Unidos, a la idea de inyectar demasiada liquidez”. Bruederler tampoco ocultó que Alemania había estado al frente de esas críticas. “Es una manera equivocada de afrontar los problemas, en mi opinión la creación excesiva de dinero es una manipulación indirecta del tipo de cambio”, añadió. La cotización del dólar frente al euro y al yen ha caído de forma abrupta en los últimos meses, como resultado de la política monetaria de la Reserva Federal. Además de mantener los tipos de interés del dólar cerca del 0%, la Fed ha sido mucho más agresiva que otros bancos centrales en la compra de títulos de deuda con aumentos del dinero en circulación. El presidente de la Fed, Ben Bernanke, ha anunciado que seguirá recurriendo al aumento de la oferta monetaria para inyectar liquidez en la economía estadounidense. La idea es facilitar así el crédito y la inversión, pero, de paso, el exceso de dólares mantiene su tipo de cambio bajo y favorece las exportaciones estadounidenses.
Ante las críticas estadounidenses, Geithner se salió por la tangente. “Vamos a seguir apostando por fortalecer la recuperación”, dijo, sin precisar si avalaba las decisiones de la Reserva Federal. El secretario de Estado de EE UU insistió en que la Administración Obama apoya “un dólar fuerte”, una afirmación desarmada de forma reiterada por los hechos. Las palabras con las que los ministros de Economía del G-20 se comprometieron “a evitar la devaluación competitiva de las divisas” y a “mantener en niveles sostenibles los desequilibrios externos”, dieron pie al ministro de Finanzas de Corea del Sur, a dar “por terminada la controversia sobre las divisas”. Una conclusión a todas luces precipitada.
Lo que sí avanzó de forma inesperada fue la reforma institucional del Fondo Monetario Internacional. Ante las resistencias de los países europeos, parecía ineludible la intervención de los líderes de las economías ricas y emergentes, llamados a participar en la quinta cumbre del G-20 a mediados de noviembre en Seúl, la capital coreana. Pero la reunión preparatoria sirvió esta vez para allanar el camino. Los ministros de Economía acordaron dar otro 6% de votos a los países emergentes, que alcanzará una representación del 43% en la asamblea del Fondo. El traspaso de votos, que colocará a China como el tercer país más influyente tras EE UU y Japón, se hará a costa de los países europeos, que también cederán dos de sus nueve puestos en el comité directivo, formado por 24 miembros.
Por ALEJANDRO BOLAÑOS / AGENCIAS – Madrid / Gyeongju – 23/10/2010
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