Humanos y chimpancés tuvieron un antepasado común. Poco a poco, a partir de esa especie, se desarrollaron dos linajes que tienen sus representantes hoy. Uno vive en algunas regiones de África inserto en la naturaleza como sus antepasados. El otro ha colonizado todo el planeta, ha multiplicado su esperanza de vida y es capaz de viajar al espacio o de organizar un mundial de fútbol.
Estos animales peculiares llevan siglo y medio tratando de averiguar cómo fue posible aquella revolución. Ahora, una nueva mensajera del pasado en forma de esqueleto fósil de 4,4 millones de años puede proporcionar alguna respuesta. Se llama Ardipithecus ramidus, Ardi para los amigos, y esta semana Science publica 11 artículos que describen con detalle su anatomía, su ecosistema e incluso su posible organización social.
Ardi es, por el momento, el individuo más cercano a la bifurcación que nos separó de la rama de los chimpancés -antes fue Lucy con 3,2 millones de años-. Y no tiene el aspecto que los científicos esperaban. “Se pensaba que el antepasado común entre chimpancés y humanos era muy chimpancé. La idea es que a partir de ese momento nosotros cambiamos mucho y ellos se quedaban prácticamente como estaban”, explica el investigador del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES). Pero no es así.
Ardi tenía un tamaño similar al de un chimpancé y una capacidad craneal parecida, pero algunos de sus rasgos son muy “modernos”. No caminaba apoyándose en los nudillos o se trasladaba entre árboles descolgándose de las ramas como los simios actuales. Andaba erguida por el suelo -uno de los rasgos que define a la familia humana-, pero también trepaban a los árboles y se movían por ellos a cuatro patas ayudados por un pulgar en el pie con el que se agarraban a los troncos.
Junto al bipedismo, otra de las características propias de los homininos es el pequeño tamaño de los caninos. En los simios actuales, estos dientes, de gran tamaño y continuamente afilados, son un arma decisiva para dirimir conflictos sociales. En uno de los artículos publicados en Science, C. Owen Lovejoy, de la Universidad del Universidad Estatal de Kent (EEUU), propone una hipótesis para explicar por qué nuestros ancestros renunciaron a ese arma. Pese a que la inclinación por un macho dominante es una estrategia obvia para una hembra, pueden darse circunstancias en las que haya valores menos evidentes que cobren importancia.
Cuando las crías tardan más tiempo en ser independientes, las hembras pueden buscar machos que les ayuden con la crianza y no se desentiendan como suelen hacer los primates. Un hominino con caninos pequeños verá bien la posibilidad de asociarse a una hembra de forma exclusiva. Él proporcionaría comida a cambio de sexo y la hembra se vería expuesta a menos riesgos y podría cuidar mejor de la hembra. De ese modo, ambos tienen más posibilidades de que sus crías salgan adelante. Por su parte, los individuos con caninos mayores optarían por la estrategia agresiva que, a la larga, proporcionaría menores beneficios.
Los primeros restos de Ardi se comenzaron a descubrir hace 15 años. Desde entonces, los científicos han debido emplear mucho tiempo y esfuerzo para reconstruir un esqueleto que se encontraba en muy malas condiciones. Ha merecido la pena. Después de Lucy, el ejemplar de Australopithecus Afarensis que nos enseñó que los humanos comenzaron a moverse sobre dos piernas antes de desarrollar su gran cerebro, este es el fósil más importante en décadas. Un paso más cerca del antepasado común entre humanos y chimpancés.
DANIEL MEDIAVILLA – Madrid – 01/10/2009 17:29
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