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Autocrítica de Cuba. REFLEXIONES DEL PRESIDENTE FIDEL CASTRO

“Tal decisión fue discutida el propio día con el Estado Mayor Nacional de las BET, conformado por las organizaciones estudiantiles y los organismos de la Administración Central del Estado, y también con las direcciones de la Juventud Comunista en todas las provincias.


“Se hizo énfasis en la idea de un uso más racional de la fuerza a movilizar, el ahorro de recursos materiales, fundamentalmente combustible, y el propósito de que los estudiantes utilicen el tiempo en afianzar conocimientos, incorporar hábitos de lectura y debatir sobre temas de suma importancia.


“Como resultado de las decisiones adoptadas, se moverán solo 200 000 estudiantes en julio y agosto, de los 600 000 planificados inicialmente. No se efectuarán movilizaciones hacia campamentos agrícolas o escuelas en el campo cuya ubicación implica el uso de transporte y otros aseguramientos logísticos.


“La convocatoria se hará este año por solo 7 días en labores relacionadas con tareas de la Revolución Energética, junto a los trabajadores sociales, tales como capacitación de la comunidad para una mejor cultura del ahorro, entrega de equipos electrodomésticos pendientes de distribuir y visitas a un número de núcleos familiares que, habiéndolos recibido y asumido las obligaciones pertinentes, no han cumplimentado el pago.


“También estarán presentes en la lucha antivectorial, a fin de que no se introduzca de nuevo el dengue, y en la atención primaria y secundaria de salud, apoyando a policlínicos y hospitales.


“La promoción de actividades culturales, recreativas y deportivas en las comunidades será otra de las tareas que acometerán los participantes en las Brigadas Estudiantiles de Trabajo.


“La UJC promoverá entre los movilizados y el resto de los jóvenes el estudio y el debate.”


No puedo menos que felicitar a la Dirección Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas, y también a los responsables de los departamentos de Organización e Ideológico del Partido que fueron consultados por la misma y apoyaron sin vacilar esta medida.


El trabajo físico no genera por sí mismo una conciencia. Cada trabajador es diferente. Su temperamento, su organismo, sus nervios, el tipo de trabajo que realiza, el rigor de este, las condiciones en que invierte su fuerza —bajo el sol ardiente o en área climatizada—, si es a destajo o remunerado por un sueldo, si tiene hábitos de disciplina o no, si dispone de todas sus facultades mentales o padece de alguna discapacidad, escuelas en que estudió, maestros que tuvo, si es profesional o no la actividad a realizar, si el trabajador es de origen campesino o urbano. Algo muy importante: si maneja o distribuye bienes o servicios de cualquier tipo, quiénes son sus jefes, qué imagen proyectan, cómo hablan, cómo miran. Podría llenar páginas hablando de las diferencias individuales de cada trabajador. Por ello, lo que más requiere el ciudadano de nuestro país son los conocimientos, si se desea crear una conciencia.


El precepto martiano sobre la importancia de vincular el estudio y el trabajo en la formación del hombre, nos llevó en el pasado a promover la participación de los estudiantes universitarios e incluso alumnos de nivel medio superior en el trabajo físico. Ello fue, en primer lugar, una necesidad insoslayable. Había que sustituir el vacío que dejaban entonces los que masivamente abandonaban el campo de caña tan pronto aparecían otras oportunidades de empleo. El nivel promedio de conocimientos era muy bajo, aun después de la alfabetización, del auge masivo de la enseñanza primaria y más tarde de la secundaria básica. Nuestros jóvenes lo comprendieron y aportaron su esfuerzo con disciplina y entusiasmo.


Hoy se ha masificado la educación superior, que comenzó con los médicos y educadores, continuó con los trabajadores sociales, los de las ciencias informáticas, los instructores de arte, la universalización de los estudios universitarios para gran número de carreras. Hay que hacer trabajar las células del cerebro si se desea formar conciencia, tan necesaria en la complejidad del mundo actual.


El propósito de estudiar una o dos semanas, que este año será solo 7 días, con materiales adecuados que se les suministren, generará la satisfacción del tiempo bien empleado y la conciencia que con urgencia necesita nuestra sociedad.


Durante todo el año debemos mantenernos informados sobre las cuestiones esenciales y los detalles de lo que ocurre en Cuba y en el mundo.


En materia económica concreta, pienso que en cada país casi todos los ciudadanos ignoramos todo. Es ineludible conocer por qué sube el precio del petróleo, que el pasado lunes alcanzó cotizaciones de 77 dólares por barril; por qué suben los precios de los alimentos, como el trigo y otros, que por cuestiones de clima deben ser importados; si la causa de su elevación es permanente o coyuntural.


No todos los trabajadores tienen estímulos en pesos convertibles, una práctica que se generalizó en gran número de empresas durante el periodo especial, sin cumplir en no pocas ocasiones los requisitos mínimos comprometidos. No todos los ciudadanos reciben del exterior divisas convertibles, algo que no es ilegal, pero que a veces crea desigualdades y privilegios irritantes en un país que se esmera por los servicios vitales y gratuitos que ofrece a toda su población. No menciono las jugosas ganancias que hacían los que las transportaban clandestinamente, ni la forma en que nos tomaban el pelo transfiriendo los billetes norteamericanos a otras monedas para evitar las medidas de respuesta contra el dólar.


La falta real y visible de igualdad y la carencia de información pertinente da lugar a opiniones críticas, sobre todo en los sectores más necesitados.


Es indudable que en Cuba, los que de una u otra forma reciben pesos convertibles —aunque en estos casos son limitadas las sumas— o los ciudadanos que reciben divisas del exterior, adquieren a la vez servicios sociales esenciales gratuitos, alimentos, medicinas y otros bienes a precios ínfimos y subsidiados. Estamos sin embargo cumpliendo estrictamente nuestras obligaciones financieras precisamente porque no somos una sociedad de consumo. Se necesitan administradores serios, valientes y conscientes.


Los que gastan gasolina a diestra y siniestra con nuestro actual parque de vehículos de todo tipo; los que olvidan que los precios de los alimentos suben sostenidamente y que las materias primas para la agricultura y la industria, muchas de cuyas producciones se distribuyen a todos con precios subsidiados, deben adquirirse a precios de mercado; los que olvidan que el país tiene el deber sagrado de luchar hasta la última gota de sangre y debe gastar en materias primas y medios defensivos frente a un enemigo que monta guardia permanente, pueden comprometer la independencia y la vida de Cuba. ¡Con eso no se juega!


Los pelos se me pusieron de punta cuando hace pocos días un distinguido burócrata exclamó por televisión que ahora que el periodo especial se acabó enviaremos cada año más y más delegaciones para tal y más cual actividad.


¿De dónde habrá salido ese bárbaro?, me dije. Tal vez sea una donación que nos envía Sancho Panza desde su ínsula de Barataria.


En Cuba se alivió el periodo especial; pero el mundo ha caído en periodo muy especial, que está por ver cómo sale de él. Despilfarramos miles de millones de dólares en combustible. No solo como gastadores de oficio, que es una tendencia natural, sino también por la necesidad de cambiar decenas de miles de antiguos motores soviéticos, de una época en que les sobraba la gasolina, por motores chinos muy ahorrativos con razonables facilidades de pago. Este programa se ha retrasado.


En la economía mundial los metales, igual que el petróleo, suben por encima de sus parámetros históricos, pero tienen caídas bruscas.


Nada puede sin embargo remediar en breve tiempo la necesidad de combustible para el transporte personal y público y los equipos agrícolas o de construcción. Todo está mecanizado en los países desarrollados. Cuentan los viajeros que ven levantarse una tras otra edificaciones de todo tipo, que no se detienen de día o de noche. Las ciudades se agigantan. Cada vez son más los millones de personas que necesitan agua potable, vegetales, frutas y alimentos proteicos, que otros deben producir y suministrar después de recorrer a veces grandes distancias. Necesitan además carreteras de tres o cuatro vías en cada dirección, puentes, obras ingenieras costosas. El menor incidente, el simple contacto lateral entre dos vehículos, lo paraliza todo. Cada día es mayor el gasto público y menor la ayuda al desarrollo.


Lo peor es que por cada mil personas hay más de 500 automóviles individuales. En Estados Unidos casi mil. Viven o trabajan en lugares distantes. Cada uno con su garaje. Cada centro de trabajo con su parqueo. No alcanzan las refinerías. Muchas necesitan ampliarse y además deben construirse nuevas plantas. La materia prima de la refinería es el petróleo; mientras más pesado más se requiere y hace rato no aparecen grandes yacimientos del ligero. Una huelga en Nigeria, la guerra de Iraq, las amenazas a Irán, los viejos conflictos políticos en Europa, un maremoto, un ciclón, disparan los precios. Los viejos y nuevos grandes consumidores demandan cada vez más millones de barriles diarios. Crecen por supuesto simultáneamente los planes de construir nuevas plantas nucleares. No discuto ahora los efectos o peligros ambientales o climáticos, sino las incertidumbres que desatan en la economía real.


Después de gastar una montaña de oro destruyendo a Vietnam, Nixon sustituyó el oro por billetes de papel, sin que apenas alguien se percatara de las consecuencias. Era tal el desarrollo tecnológico de Estados Unidos, su capacidad de producir mercancías industriales y agrícolas, y en especial su enorme poderío militar, que la sustitución del oro por billetes de papel no constituyó una tragedia. Se produjo una inflación de más del 10 por ciento, que fue controlada. Vino después el rearme de Estados Unidos sufragado con papeles, al final de la guerra fría, y la victoria de la sociedad consumista, que deslumbraba a las naciones con su orgía de bienestar aparente. Con papeles el imperio adquirió gran parte de las riquezas del mundo, donde impone sus leyes, menospreciando la soberanía de las naciones.


El dólar fue perdiendo progresivamente su valor hasta llegar a menos del 6 por ciento en la década del 70. Los expertos están desconcertados respecto a los fenómenos nuevos. Ninguno está seguro de lo que va a ocurrir.


¿Existen o no razones para profundizar en estos temas?


Fidel Castro Ruz


10 de julio del 2007

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