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“Ay, qué vivos son los ejecutivos”

Por una vez, hagamos leña del árbol caído. Al fin y al cabo, es el baobab más grande del bosque, el que proyectaba su sombra a todo el mundo y se chupaba toda la luz y el agua. ¡Y qué ruido que está haciendo al caer! Si todos lo escuchamos, debe ser que se cae nomás.

Hablamos del fin del neoliberalismo, esa doctrina económica que hizo del mundo un lugar cada vez más injusto, y por lo tanto más inseguro y violento. En América latina, la región más desigual del planeta, sabemos bien de qué se trata la cuestión. En realidad, acá lo sabemos hace rato, porque los que se llaman a sí mismos liberales siempre fueron conservadores. Parece que ahora se están enterando en el resto del planeta. Y si no, repasemos algunas declaraciones emitidas desde el corazón del imperio esta última semana:

“La crisis de Wall Street es al fundamentalismo de mercado lo que la caída del Muro de Berlín fue para el comunismo.” No lo dijo Hugo Chávez, lo dijo Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía y ex economista en jefe del Banco Mundial. “Nos hemos convertido en una república bananera pero con armas atómicas. Estamos gobernados por un conjunto de inoperantes y chiflados”. No lo dijo el presidente de Ucrania, lo dijo el economista estadounidense Paul Krugman, columnista estrella del New York Times y flamante Nobel de economía. Otra declaración que no se oye todos los días: “El problema es que no tenemos confianza en las instituciones”. No lo dijo Fernando de la Rúa, lo dijo John McCain, candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos.

Por estas comarcas, a algunos parece molestarles que notemos que el rey no sólo está desnudo sino que además está chapoteando en el barro. No toleran que la Presidenta lo ponga en blanco sobre negro y lo diga con todas las letras en la ONU, en la Casa Rosada y en sus actos en el conurbano bonaerense. No importa que sea el mismo discurso que encabeza el ranking mundial de declaraciones, y que sean las mismas palabras que usó en su visita de la última semana la presidenta de (el desigual pero por ellos siempre admirado) Chile. No, siguen con su ceguera mental a todo lo que contenga atisbos de pensamiento nacional y regional, emancipatorio y soberano. Como cuando se quejan por la tasa de ingreso que vamos a cobrarle, estableciendo de una buena vez la reciprocidad en las relaciones internacionales, a los turistas extranjeros de países que nos cobran a nosotros, argentinos y argentinas, cuando los visitamos a ellos.

El regocijo por la caída del modelo parece estarnos vedado. No es que ignoremos que vamos a tener que atender algunos de los efectos de la crisis, como la posible reducción de la demanda de alimentos de China o India o el ajuste cambiario con Brasil, pero las cuentas nacionales y regionales están firmes y asentadas en la producción real, y eso nos da una oportunidad maravillosa para seguir avanzando en la senda del desarrollo autónomo. Para entender, más allá del terror mediático del “se cae todo”, siempre es bueno conservar la memoria y aplicar el olfato político. Algunas preguntas son muy útiles: ¿quién es el que habla/escribe, qué vino diciendo últimamente, qué decía en los ’90, en el 2001?

¿O acaso nos tiene que doler que las propiedades en Miami se deprecien de un millón de dólares a “sólo” quinientos mil de los verdes? No nos jodan: como dijo Jauretche, pareciera que tuviéramos que estar siempre tristes. Y nada de recordar las humillaciones que encima nos dispensaron cuando estábamos en la mala por seguir sus recetas a ciegas. Nada de rencores por la prepotencia del TINA (There Is No Alternative) thatcheriano, que no fue un huracán caribeño pero que a lo largo de dos décadas tuvo, a través del Consenso de Washington, su mismo efecto destructor en la economía mundial. Nada de denunciar el verso de la mano invisible del mercado, que se parece mucho a la de los pungas que te chorean en el bondi sin que te des cuenta ni puedas hacer nada al respecto hasta que es tarde. Nada de relativizar o complejizar la teoría liberal de la elección racional, esa que hace del hombre un autómata libre de pasiones y que definió que el único objetivo de la política era la pura acumulación de poder, omitiendo que el poder es “poder hacer”, que el poder político es una herramienta para transformar la realidad. Nada de recordar que la explosión social de diciembre de 2001 en Argentina, que había sido el alumno modelo del FMI durante toda la década del noventa, fue un hito clave que anticipó la inviabilidad de las políticas neoliberales. Lo había denunciado magistralmente Rodolfo Walsh en su carta abierta a un año de implementadas las políticas neoliberales de Martínez de Hoz.
El rescate financiero del gobierno de los Estados Unidos contraría años de perorata en contra de la intervención estatal en la economía. Para colmo, mientras el dinero de los contribuyentes se destina a salvar bancos, los ejecutivos de las empresas en bancarrota se llevan botines millonarios o se van de joda a hoteles de lujo. A desestresarse, claro. Otra Walsh, María Elena, ya lo había dicho hace tiempo: “¡Qué vivos son los ejecutivos!”. Así que basta de corrernos con el hombre de la bolsa en los noticieros. La Bolsa de Valores de Buenos Aires no tiene una vinculación estrecha con el conjunto del mundo de la producción, con la economía real, como sí la tiene en Estados Unidos. Para tener una idea, la Bolsa local mueve por día menos plata de lo que cuesta el pase del Kun Agüero. Es una ruleta sofisticada, una timba para los que tienen guita y ganas de ganar guita sin ponerla a producir.

En homenaje a Nicolás Casullo, demos la batalla cultural jugando en el bosque sin baobab ni lobo. Bailemos esta crisis sin culpas, atentos a la letra filosa y al repique alegre de una murga rioplatense que, seguro, ya está siendo escrita.

Por Santiago Diehl
* Psicólogo. Master en Política y Comunicación.

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