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Balance de la situación económica salvadoreña en 2006

Las explicaciones gubernamentales a este pésimo desempeño de la
economía salvadoreña durante la última década, y en particular el último
sexenio, obvian los determinantes estructurales y sistémicos que están a la base

del fenómeno. En ningún momento se reconoce públicamente la situación
de recesión en que se encuentra la economía salvadoreña, mucho menos que
esta etapa sea producto del mismo agotamiento del modelo neoliberal.
Los discursos oficiales y empresariales, a lo sumo reconocen una situación
de “desaceleración” en el ritmo de la actividad económica, según ellos
generada por factores exógenos, que están al margen de su control.

Las argumentaciones oficiales explican la tendencia de la economía
salvadoreña en eventos fortuitos como las pérdidas ocasionadas por los
desastres naturales –como el huracán Mitch y los terremotos de 2001–;

la afectación de las exportaciones por la caída en los precios
internacionales del café; el incremento en el precio del petróleo y sus

derivados; además de las tardías aprobaciones del Presupuesto General
de la Nación que afectan los proyectos de inversión pública; y la
“inseguridad” generada en los inversionistas privados por la
posibilidad del triunfo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
(FMLN) en las pasadas elecciones presidenciales de 2004.

En la misma línea argumentativa, parecería ser que de no haber
acontecido estos eventos, la economía salvadoreña experimentaría altos
niveles de crecimiento, tendríamos un escenario expansivo totalmente
opuesto a la tendencia recesiva que se observa. Vale preguntarse
entonces si son estos “elementos casuales” los que explican la actual
situación del sector real de la economía, o más bien la problemática
económica nacional está determinada por elementos históricos de
carácter estructural, que se han agudizado con las mismas políticas económicas
implementadas.

Es evidente que a la base del proceso recesivo de la economía
salvadoreña se encuentran un conjunto de políticas públicas
implementadas sistemática y progresivamente por los sucesivos gobiernos

de ARENA, inspiradas en un patrón “neoliberal”, que lejos de resolver
los históricos problemas estructurales que abaten la economía y
sociedad salvadoreña, buscan la consolidación de un nuevo patrón de acumulación
del capital, coherente con la dinámica y naturaleza misma del sistema
capitalista.

Las reformas “neoliberales”, implementadas a través de los Programas de
 Ajuste Estructural (PAE) y los Programas de Estabilización Económica
(PEE), transformaron radicalmente la economía salvadoreña en poco más
de tres lustros. La puesta en práctica de políticas fiscales regresivas,
el fomento a las exportaciones, el mantenimiento de un tipo de cambio
fijo, y posterior dolarización de la economía, y la política financiera,
privilegiaron los productos no tradicionales de exportación, incluyendo
 maquila, en detrimento de la producción agropecuaria.

Así, se configuró una economía de “terciarizada” cuya principal fuente
de divisas no descansa en sus exportaciones, sino en el flujo de
remesas familiares. Las actividades agropecuarias e industriales han cedido su
importancia a los servicios, principalmente el comercio.

El actual patrón de acumulación de la economía salvadoreña se
fundamenta en dos pivotes: por un lado en la producción primaria exportadora y la
industria manufacturera de bajo nivel de valor agregado (maquila textil


y de confección); y por el otro, en la atracción de inversión
extranjera directa (principalmente maquila y corporaciones transnacionales que se
han beneficiado de la privatización de las empresas públicas).


¿Fin de la recesión o declaración propagandística del Gobierno?


En contraposición a la tendencia recesiva registrada por la economía
salvadoreña, el 14 de diciembre de 2006 el Gabinete de Gobierno anunció
 en conferencia de prensa que la economía salvadoreña habría crecido en
este año un 4.2%, cifra que contrasta con las mismas expectativas
oficiales que establecían un crecimiento del 3.4%, en coincidencia con
las proyecciones estimadas por la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEPAL).

A partir del seguimiento del PIB trimestral y el desempeño de sectores
claves de la economía salvadoreña, el crecimiento del 4.2% en 2006
resulta ser una cifra irreal e inadmisible. Durante el primer semestre
la industria manufacturera mantuvo un ritmo de crecimiento en su
actividad económica (1.0%) tan bajo que habría tenido que crecer 5.4%
en el último semestre como para compensar las bajas tasas iniciales y
justificar el crecimiento anunciado por el Gobierno.

La Asociación Salvadoreña de Industriales (ASI) discrepa con las cifras
 de crecimiento económico publicadas por el Gobierno. El presidente de
la ASI sostiene que “ellos manejan cifras distintas a las reveladas por la
 presidenta del Banco Central de Reserva”; además, plantean que “el bajo
 crecimiento del sector industrial se debe a los altos costos de la
energía eléctrica, al contrabando y la piratería, y a la competencia
china a la industria de maquila textil, factores que se suman a los
gastos en seguridad y a los elevados precios del petróleo”.

Es evidente que para romper con la tendencia recesiva de la economía se
 requiere de medidas deliberadas de políticas públicas, proyectadas para
 el mediano y largo plazo en coherencia con objetivos del desarrollo.
Esta situación dista mucho de la actuación del Gobierno, dado que sus
políticas económicas y sociales lejos de replantear el esquema de
acumulación vigente en que se larva la fase recesiva, lo reproduce y lo
 profundiza.

En todo caso, un crecimiento del 4.2% resulta ser insuficiente y
estéril para un país que requiere de fuertes niveles de inversión económica y
social, con el agravante que los beneficios del crecimiento están
concentrados en reducidos sectores empresariales, cuya actividad
económica se ubica en los servicios: el comercio y la actividad
financiera, principalmente.


Contrastes en el “país de las maravillas”




A juzgar por las cifras oficiales y los discursos gubernamentales, en
El Salvador existiría un panorama macroecómico de estabilidad y
crecimiento; que contrasta con la precaria situación económica de miles
 de pequeñas, medianas y microempresas; pero especialmente la realidad
de la mayoría de los hogares salvadoreños, que durante 2006 han visto
deteriorarse aceleradamente sus condiciones de vida.

La precarización de las condiciones laborales, la incapacidad de la
economía salvadoreña de generar empleos dignos y bien remunerados, la
profundización de la desigualdad y la exclusión, así como la creciente
dependencia de las remesas familiares, son solo algunos elementos de la
 cotidianeidad que se contraponen al panorama que pintan los discursos
oficiales.

Dichas políticas deberían estimular las ramas estratégicas de la
economía, las actividades de Investigación y Desarrollo (I+D), la
generación de condiciones factoriales que estimulen la competitividad
nacional, el impulso de una profunda reforma fiscal de carácter
progresiva, en función de la cual sea posible elevar considerablemente
la inversión pública en áreas que estimulen la competitividad nacional
y reduzca las enormes brechas de desigualdad social.

La obtención de altas tasas de crecimiento económico requiere de la
voluntad política del Gobierno a efecto que asuma acciones y medidas
encaminadas para ese propósito, lo cual supone transformar el actual
patrón de asignación de los ingresos, en el cual casi el 70% del PIB se

destina hacia consumo público y privado, aunque éste se reparte muy
asimétricamente entre las hogares salvadoreños; mientras que sólo el
19% de la producción se exporta, y lo más restrictivo para el crecimiento,
es el hecho que sólo el 11.6% se destina a la inversión.

Tres lustros de reformas económicas neoliberales han mutilado el
sistema económico salvadoreño y lo transmutaron en una economía que no depende
del propio excedente económico que genera, sino principalmente de una
fuente exógena: las transferencias unilaterales privadas, que en forma
de remesas familiares envía la población emigrante expulsada por el
mismo sistema económico.

La reducción de los niveles de pobreza registrados en las estadísticas
oficiales durante los últimos años observan un comportamiento simétrico
 a la tendencia de las remesas familiares. El porcentaje de hogares en
situación de pobreza sería mucho mayor de no existir ese importante
influjo de ingresos que perciben más de la quinta parte de los hogares
salvadoreños, y que les permite calificar por encima de las líneas de
pobreza extrema y relativa, base utilizada para la medición de este
fenómeno.

* La versión completa de este artículo, incluidas las referencias, se
encuentra en: http://alainet.org/active/18540

– Raúl Moreno: El Observatorio de las Políticas Públicas y los DESC,
FELPAD http://www.fespad.org.sv

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