”No es un film sobre Berlusconi, es un film sobre Italia”, repite una y otra vez Nanni More-tti desde el año pasado, cuando dio a conocer Il caimano, su primer largometraje desde que ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes por La habitación del hijo (2001). En El caimán –cuyo estreno porteño está previsto para el próximo jueves, lamentablemente sólo en copias en DVD–, Moretti vuelve al espíritu satírico y libre de Caro diario y Aprile. Pero a diferencia de aquellos films –que lo tenían por protagonista absoluto, narrador y comentador de la realidad que lo rodeaba–, aquí resigna la primera persona del singular para contar la historia de un productor de cine (Silvio Orlando, un actor recurrente en su filmografía) enfrentado casi sin quererlo a un proyecto impensable en la Italia de hoy: hacer un film sobre Berlusconi.
“Ustedes me preguntan si algo ha cambiado para el film desde el triunfo en marzo de Romano Prodi y yo les digo que no, que mientras ustedes acá ven cuatro películas por día, allá en Italia nada cambió”, decía Moretti en un encuentro con la prensa que tuvo lugar en el Festival de Cannes del año pasado y del que participó Página/12. “Y nada ha cambiado porque el triunfo de Prodi fue por pocos votos, lo que significa que Italia no ha cambiado. Y si hablamos de Berlusconi, el personaje tampoco ha cambiado ni está dispuesto a hacerlo.” Para Moretti, el problema sigue siendo el mismo que denuncia sin rodeos en su película: “La competencia por la Palma de Oro es equitativa, pareja para todos, pero la competencia electoral en Italia no: Berlusconi, les recuerdo, sigue siendo dueño de tres redes de TV, diarios, revistas… tiene intereses económicos en casi todos los campos. Es un monopolio que él ha legalizado y está decidido a perpetuar”.
Y aclara Moretti: “No creo ser un cineasta símbolo de la izquierda. Pienso en todo caso que hago películas que otros no hacen, que me ayudan a entender mejor las cosas y a confrontarme a mí mismo. Como el protagonista de mi película, yo tampoco creo que el llamado cine político, que le propone al público tomar conciencia, sea interesante. En todo caso, ése es un camino demasiado estrecho. Para eso, prefiero hacer política, como lo estuve haciendo estos últimos años, después de que me paralizó un poco la Palma por La habitación del hijo”.
–¿Y cuál es la relación entre el Moretti político y el Moretti director de cine?
–Ninguna. Cuando en un momento de mi vida, cuatro años atrás, tomé la decisión de hacer política, de manera voluntaria, por un deseo muy fuerte, dejé de hacer cine, porque para mí se trata de cosas muy distintas, que no conviene mezclar. Realmente no tienen nada que ver.
–Usted participó muy activamente del movimiento llamado Girotondi, que se levantó contra Berlusconi, pero que también supo cuestionar la dirigencia del Olivo. ¿Cuáles considera que fueron los mejores momentos de su experiencia política?
–El hecho de sentirme en sintonía con tantas personas, tener la confianza de la gente para poder representarla en la expresión de sus ideas, que mi voz pudiera ser también la de muchos otros. En las últimas elecciones –de las cuales yo no participé como candidato sino como simple ciudadano, le aclaro– la participación de la gente fue altísima, porque se produjo un fenómeno muy particular: una mitad de Italia estaba “encantada” literalmente con Berlusconi, mientras que la otra mitad sentía un rechazo muy profundo. Y este enfrentamiento de tipo casi futbolístico llevó a votar a mucha gente que habitualmente ya no lo hace.
–¿Por qué eligió hacer una ficción y no un documental sobre Berlusconi?
–Porque no lograba encontrar el tono justo para un documental. Y también –y le estoy hablando de algo que se remonta a cuatro años atrás– un proyecto de esa naturaleza chocaba con mi fuerte compromiso político de ese momento, en primera persona. Insisto: una cosa es el cine y otra la política. Y cuando volví a hacer cine sabía que tenía que contar una historia política, pero no solamente política.
–El hecho de que Berlusconi confunda constantemente la cosa pública con la vida privada y lo privado con lo público, ¿fue determinante a la hora de concebir El caimán?
–No, porque en el centro de mi película hay dos personajes que no son Berlusconi y por quienes siento mucho afecto: el productor veterano y la directora joven. Quería en todo caso que el film tuviera diversos ángulos: una historia de amor, un homenaje al cine y un cuestionamiento político, pero todo junto, alimentándose mutuamente. Por otra parte, es verdad que lo privado y lo público se confunden permanentemente en Berlusconi y eso lo hace un personaje muy complejo, tan complejo como la Italia misma. La izquierda institucional, por ejemplo, encuentra banal recordar que Berlusconi participa de la competencia política, de la competencia electoral con una enorme ventaja: tres redes de televisión sobre un total de seis, periódicos, radios, todo un gigantesco imperio financiero… Y lo que no entiende esta izquierda es que no es banal recordar esto, lo que es banal es la realidad italiana. Quizás el modo de hacer política de Berlusconi se pueda encontrar también en otros países. Pero no creo que en otros países sea posible lo que hace Berlusconi en Italia, la impunidad con la que se maneja sin que haya ninguna ley antitrust que le ponga algún límite. Es la cuarta vez que tenemos elecciones bajo estas circunstancias, con un candidato que tiene todas las ventajas. Y esto es inaceptable en democracia. Y no puede volver a suceder.
–En su nueva película es una mujer, la directora, quien tiene mayor conciencia política: es ella quien quiere hacer una película contra Il Caimano. ¿Por qué?
–Porque a diferencia del estereotipo, que dice que en Italia somos los hombres quienes nos dedicamos a la política, la realidad muestra algo bien distinto. En el movimiento espontáneo, autónomo del que formé parte en los años 2002 y 2003, con muchas movilizaciones en las principales plazas del país, la mayoría de los participantes eran mujeres. Quizás allí nació el personaje de Teresa.
–Si se encontrara en un set con Teresa, ¿qué consejo le daría?
–Lo que yo le diría a un joven director que empieza ahora a hacer cine es que no pierda tiempo quejándose y que trate siempre de hacer cosas. Porque lamentarse, dar lástima, hacerse las víctimas, lamentablemente es algo ya muy extendido en Italia en el campo del fútbol profesional y no vale la pena que también forme parte del folklore del cine.
–¿Encuentra cierto paralelismo entre Palombella rosa y El caimán? En aquella película cuestionaba fuertemente a la izquierda italiana y aquí a la derecha…
–Sí, en mis primeras películas lo que hice fue interrogar, cuestionar a la izquierda y ahora con El caimán le doy un descanso. Palombella rosa era una película sobre la crisis de la izquierda italiana y, de hecho, se estrenó dos meses antes de la caída del Muro de Berlín y del comienzo del fin del Partido Comunista Italiano, del proceso de transformación que luego incluso derivaría en su cambio de nombre. Pero el estilo de aquel film era muy distinto al de El caimán: era un film que no podía ser realista, porque trataba sobre la confusión de la izquierda italiana, y por lo tanto era una metáfora, ambientada en una piscina, un micromundo donde se reflejaban las contradicciones de aquella época.
–Pero acá en El caimán también hay una piscina… Es una escena corta pero donde hay una caracterización muy fuerte de lo que es Italia.
–¡Hay dos escenas en una piscina! Una es en los viejos estudios donde el productor piensa rodar la película. Sobre esto le quiero contar una cosa: ese decorado es real, es una escuela de cine para adolescentes, chicos de 16 o 17 años, pero la piscina la mandamos a construir nosotros especialmente. Y no bien terminó el rodaje y nos fuimos, ¿sabe qué hicieron las autoridades? La destruyeron inmediatamente, la taparon con tierra. Así están las cosas en Italia… En cuanto a la otra escena en una piscina, que es a la que usted se refiere: quería allí un personaje extranjero, porque pienso que los extranjeros pueden ver con mayor lucidez a Italia. Las cosas que le dice este extranjero a Bruno, el productor, son muy duras. Y al ciudadano italiano que es Bruno le cuesta mucho asimilarlas.
–¿Le parece que su película pudo haber marcado la diferencia que determinó el triunfo de Romano Prodi en las últimas elecciones?
–No estaba en mis intenciones. En primer lugar, lo que yo quería era hacer una buena película, punto. Si además de hacer una buena película hice también una película que tuvo además esta función, mejor. Me pone muy feliz. Finalmente, uno también hace cine para imaginar una realidad distinta a la que encuentra todos los días. Por ejemplo, el chico que aparece en El caimán ve por televisión una película de Hayao Miyazaki, el gran animador japonés, y no creo que eso sea algo común en los chicos italianos que prenden la TV a la noche. Lo que me interesaba, en todo caso, era mostrar que los únicos en Italia capaces de hacer una película sobre Berlusconi son un productor de clase “B” y una joven sin experiencia ni poder alguno. En relación con los jóvenes italianos, los verdaderos, no los que salen en mi película, debo decir que su descreimiento de la política es una consecuencia natural del orden de las cosas en Italia: crecieron en la era Berlusconi, es todo lo que conocen y entonces consideran normal que un hombre que es dueño de medio país sea también el jefe de gobierno.
–Entre La habitación del hijo y ahora El caimán pasaron más de cuatro años. ¿En este lapso hizo cine publicitario?
–No, no hago publicidad porque el dinero que hago con mis películas me basta. Aunque si usted habla con un director que hace publicidad nunca le va a admitir que lo hace por dinero. Le dice que… “es interesante la forma narrativa, el desafío de contar una historia en 30 segundos, la posibilidad de experimentar…” Todas mentiras. Si le interesa, le puedo decir que en estos cuatro años me dediqué a la política, de forma voluntaria, sin cobrar un centavo; también fui productor de un largometraje de ficción y de once documentales; y continué mi actividad como propietario y programador de un cine de Roma (el Nuovo Sacher, en el Trastevere, ndr), en el que me doy el gusto de exhibir el cine que a mí me gusta. Jugué menos tenis del que solía jugar antes, cuando era más joven, y lamentablemente no jugué ni un partido de fútbol. Antes de filmar La habitación del hijo participaba de un equipo de fútbol, pero ya no.
–¿Directores contra críticos?
–No… yo debo ser uno de los pocos directores italianos que nunca se han quejado ni pública ni privadamente de una crítica negativa. Jamás levanté el teléfono para llamar a un crítico. Dicho esto, ya que estamos, quiero mencionar una cosa: los franceses no rompen las bolas con la Palma de Oro para una película francesa en el Festival de Cannes. ¿No llega la Palma para Francia? Bueno, paciencia. En cambio, los periodistas italianos rompen una y otra vez con el León de Oro para una película italiana en Venecia. ¿Por qué? Hay algo que funciona mal en la cabeza de esta gente, de los periodistas italianos. Les ha sucedido algo terminal, definitivo: no es un problema histórico, no es un problema cultural, es un problema biológico, está en el ADN. Pero volviendo al equipo de fútbol… Dos de mis mejores amigos jugaban también en este equipo, que se disolvió cuando empecé a filmar La habitación del hijo. Nos reencontramos en el estreno, vieron la película y me dijeron: “La película está bien, pero no tanto como para que nos hayamos quedado sin equipo”.
Por: Por Luciano Monteagudo
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