Los más recientes reportes anuales y estudios técnicos del Banco Interamericano de Desarrollo defienden un determinismo geográfico del desarrollo: los países más ricos en recursos naturales y mas cercanos al Ecuador están condenados a ser más atrasados y pobres. Los problemas actuales no se deben a las reformas estructurales o a las acciones de los gobiernos, sino a las condiciones ambientales. Para remontar todo esto el mejor remedio es el mercado y acentuar todavía más las reformas.

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha analizado este problema y mantiene activas estrategias con el supuesto objetivo resolverlo. El objetivo de este artículo es precisamente dar a conocer las recientes ideas del BID sobre las limitaciones al desarrollo en América Latina, especialmente a partir de sus reportes anuales para 1997 y 1998-99.
Sorpresivamente, el BID defiende o un determinismo geográfico y ecológico, donde la inequidad se correspondería con la latitud y bajo una mayor riqueza ecológica, más se deterioran las opciones de desarrollo. Se asoma un fatalismo tropical, donde las naciones ecuatoriales parecen destinadas a la pobreza. Estas ideas han pasado casi desapercibidas, aunque merecerían detallados estudios, en especial por sus implicaciones sobre las políticas del banco, así como sus repercusiones en los gobiernos de la región.
La desigualdad geográfica
El BID en su reporte de 1998-99 afirma que la dotación de recursos naturales, especialmente los minerales y la disponibilidad de tierra para cultivos y ganados, está fuertemente asociada con la inequidad. La relación que defiende indica que a medida que aumenta la disponibilidad de esos recursos naturales, aumenta la desigualdad y la pobreza. La contracara de esta vinculación, y que el banco ejemplifica varias veces, se observa en países templados y fríos que poseen dotaciones reducidas en recursos, pero que han ganado en riqueza y equidad. A juicio del BID, cuanto más rico sea un país en recursos naturales, más lento será su desarrollo, y mayores sus desigualdades internas.
La explotación de los recursos naturales, sigue explicando el BID, genera una renta que va a unas pocas personas, se desenvuelve por prácticas que requieren empleo reducido y una mínima educación, lo que junto con el concurso de otros factores termina desencadenando la situación de pobreza y desigualdad actual. El banco defiende un determinismo geográfico, donde los países tropicales, más cercanos a la línea del Ecuador, al poseer comparativamente mayores dotaciones de recursos naturales, terminan degenerando hacia condiciones de pobreza.
La forma en que se distribuye la propiedad de los bienes productivos es tan importante para la distribución del ingreso como lo son los volúmenes de esos recursos. En este terreno, según el BID, América Latina está en desventaja ya que la propiedad sobre los recursos naturales y las oportunidades para la educación están muy concentradas. Entonces el crecimiento económico y las nuevas oportunidades económicas que se brindan no están equitativamente disponibles para todos los grupos de población.
Muchos coincidirían con esa afirmación, y de hecho eso es parte del problema. Pero el razonamiento del BID da pasos en otro sentido.

Una vez establecido el marco general de las ideas del banco, pueden comenzarse a analizar los conceptos que lo fundamenta. Estas posiciones se presentan en los reportes anuales de 1997 y 1998-1999, los que a su vez reproducen secciones de un artículo de Michael Gavin, investigador del banco, y Ricardo Hausman, economista jefe del BID y una de sus jerarcas más influyentes. También debe destacarse otro estudio, por Juan Londonio y Miguel Szekely, integrantes de la Oficina del Economista Jefe. Estos análisis a su vez deben mucho a Jeffrey Sachs y sus colaboradores del Harvard Institute for International Development.
La difícil vida en el trópico
Una de las principales causas de las condicionantes negativas de los trópicos sobre la igualdad y el desarrollo se debería, a juicio del BID a que la vida en esas áreas es complicada por las enfermedades, las pestes, los problemas con el clima y la calidad del agua. Estos factores han limitado la productividad del trabajo y en especial minan la eficiencia productiva de la agropecuaria (Bid, 1998). El banco afirma que “el esfuerzo físico que un individuo puede hacer cuando está a merced de los trópicos es substancialmente menos que en un país con estaciones moderadas”.
Este sorprendente análisis de las condiciones ambientales parecería indicar que los técnicos del BID creen que en las regiones templadas no existen también condiciones adversas, como el frío, las nevadas o una caída en la disponibilidad de recursos durante el invierno, por lo que podría cultivarse la tierra o criar ganado sin mayores problemas; de la misma manera, tampoco existirían importantes enfermedades o “pestes” en esos países (por ejemplo, las recurrentes epidemias de influenza que azotaban los países boreales no existen en el modelo del banco). Finalmente, cuando el banco sostiene que una persona en los trópicos hace esfuerzos físicos menores, si bien no lo dice, parecería aludir a que allí se trabaja menos.
El modelo del BID indica que el proceso de industrialización de América Latina fue defectuoso, contrastándolo con la exitosa marcha de los EE. UU. La diferencia sería, según el banco, que los trabajadores rurales estadounidenses recibían sueldos que permitían una buena vida en el campo, de donde era necesario elevar a ese nivel los salarios industriales urbanos para atraer mano de obra. Bajo esas condiciones la industrialización tiene lugar con salarios altos, y supuestamente eso fue lo que ocurrió en los EE. UU. En cambio eso no sucedería en América Latina, ya que en el trópico los trabajadores rurales reciben bajos salarios, de donde la industrialización tiene lugar en una oferta de salarios bajos. Esas fuentes de trabajo no son atractivas y los potenciales obreros deciden por quedarse en el campo.
Nuevamente este modelo lleva a la sorpresa, y parece olvidar los bajos niveles de vida de la población rural en EE. UU. y Europa continental durante buena parte del siglo XIX e inicios del XX, la expulsión masiva de inmigrantes desde Europa hacia América, así como las migraciones internas hacia las ciudades. Asimismo, en el caso Latinoamericano tampoco da cuenta de la expulsión rural por falta de trabajo, que nutrió los cinturones de pobreza de las urbes, donde esos recién llegados tampoco encuentran empleo. Esas personas no condicionan el ingreso a un empleo por el nivel salarial, tal como indica el banco, sino que están a la busca de cualquier trabajo.
El BID también considera que otras limitaciones se deben a los caracteres de los cultivos tropicales, como el algodón, azúcar y tabaco, los que se producen con eficiencia en plantaciones de gran escala, y que ello es menos verdad en cultivos templados como trigo o maíz. Por lo tanto esos cultivos refuerzan la concentración, mientras los cultivos templados la revertirían. Este tipo de afirmaciones igualmente parecen olvidar que no existe una condición agronómica o ecológica que obligue al maíz a ser cultivado por pequeños o grandes propietarios. De la misma manera, las condiciones ambientales no imponente contextos económicos, y son estos los que determinan cuáles son las superficies más ventajosas para un propietario. La aproximación del BID insiste en que la concentración de la tierra tiene una condicionante ambiental, donde únicamente se pueden cultivar especies que solo pueden ser manejadas bajo grandes propiedades, se “facilita una extrema concentración de la propiedad de la tierra”. Es un fatalismo ambiental que hecha por tierra los determinantes históricos en campos económicos y políticos que determinaron ese patrón de propiedad.
Sumideros y volatilidad
En una línea argumental paralela, el banco retoma las propuestas de algunos investigadores que postulan que algunas explotaciones minerales o agropecuarias requieren mucho capital físico pero poca mano de obra. En países con disponibilidad de capital reducida, el derivarlo a esos sectores reduce su disponibilidad para utilizarlo en otros rubros. Por lo tanto se utilizaría el capital en actividades esencialmente ligadas a los recursos naturales, y no en industrias manufactureras, aunque estas últimas lograrían promover con más efectividad el crecimiento económico. Por lo tanto, los sectores primarios de las economías se convierten en “sumideros” de capital, que terminan succionándolo, pero arrojando beneficios comparativamente menores a los que podrían lograr otros sectores, como los manufactureros.
Finalmente, el banco también relaciona las dotaciones de recursos naturales con la volatilidad macroeconómica. Los choques externos a los que ha estado expuesta América Latina tienen mucho que ver con la dependencia sobre “exportaciones de productos primarios volátiles”. Bajo este argumento, las economías dependerían mucho de un puñado de recursos muy abundantes, cuyo precio se mueve al vaivén de los mercados internacionales. En aquellas circunstancias en que esos precios caen, habrán consecuencias proporcionalmente mayores en los países tropicales, manteniendo o agravando sus condiciones de inequidad.
Bajo esta hipótesis parecería defenderse la sorprendente idea que en la crisis mexicana del tequila o del real brasileño no actuaron otro tipo de factores, como la acción de especuladores, los malos términos de intercambio de los recursos naturales que se exportan, o la gestión de los gobiernos: el factor determinante es el trópico.
Frías cooperaciones versus cálida esclavitud
El análisis del banco da otros pasos extendiendo la determinación geográfica para explicar también relaciones sociales y condiciones políticas. Por ejemplo, afirma que “mientras que las tierras templadas históricamente han promovido establecimientos familiares e instituciones que buscan promover la cooperación, las grandes economías de escala y severas condiciones de trabajo típicas de las tierras tropicales han generado una agricultura de plantaciones y promovido la esclavitud”. En el reporte del banco de 1998 incluso se insiste que esas “condiciones tropicales” promovieron “relaciones verticales, jerarquías y divisiones de clases antes que los vínculos horizontales que construyen el capital social y contribuyen al desarrollo y la equidad”.
El documento reconoce que si bien parte de la inequidad en el continente pudo haber sido heredada de su pasado colonial, ese pasado en sí mismo “pudo haber sido determinado por su geografía y sus acervos de recursos”. El banco considera que la esclavitud es la manifestación extrema de un mercado con baja competencia entre empleadores y gran poder sobre los empleados. A juicio de este análisis, la esclavitud fue “un fenómeno que se desarrolló exclusivamente en los climas tropicales y subtropicales, esta siendo parte del Nuevo Mundo donde la tecnología agrícola presumiblemente la hacía más provechosa” (Bid, 1998).
Estas afirmaciones del BID no solo son sorprendentes sino que parecen olvidar la evidencia histórica. Tanto las “plantaciones”, como la esclavitud que brindaba la mano de obra que les permitía funcionar, no surgieron de las tierras tropicales de América Latina. Fueron impuestas en la colonización europea, y en especial por la promoción británica e ibérica de ese tipo de explotación. Es obvio que esos colonizadores no provenían de países tropicales, y muy por el contrario su cultura se desarrolló bajo fríos inviernos septentrionales. También se olvida la larga historia de la esclavitud, comenzando en Oriente Medio, y siguiendo por Grecia y Roma. Contrariando el modelo simplista del BID, en la colonización Latinoamericana los traficantes ingleses tuvieron papeles destacados en el tráfico esclavista, así como sus imitadores portugueses, franceses y españoles, quienes no nacieron en países tropicales pero promovieron y defendieron la esclavitud y el sistema de grandes propiedades.
El análisis del BID no rechaza los factores históricos, pero se pregunta si esas políticas fueron accidentes de la historia o ellas en sí mismas resultan determinadas por las dotaciones de recursos naturales. Todavía más: esas políticas así como los aspectos institucionales que han sido indicados como causas de la mala distribución, tendrían sus raíces en las dotaciones de factores que encontraron los españoles y los portugueses, y no en lo que hicieron los colonizadores (primero) y los criollos imitadores de la intelectualidad europea (después).

La excepción a la regla
Si existiera una regla determinista donde la geografía tropical condicionara las posibilidades de desarrollo, este mismo proceso se debería repetir en las regiones tropicales en los demás continentes. Asimismo, todos los países ubicados en las zonas templadas y frías, serían más desarrollados e igualitarios.
El BID ha realizado esas contrapruebas y concluye que existen “importantes excepciones”. Una de las excepciones se observa en los países del Sudeste de Asia, donde a pesar que se ubican sobre el Ecuador poseen bajos niveles de concentración en la propiedad de la tierra, pero según el banco ello no basta para poner en duda el modelo, y sería “una de esas raras excepciones que en realidad prueban la regla” (Bid, 1998). O sea que el modelo tropical del BID sería válido, a pesar de que la situación en todo un continente demuestra lo contrario.
Otra evidencia en contrario son los países templados que cuentan con una alta dotación de recursos naturales, los usan intensivamente y no han degenerado hacia la desigualdad, como Australia o Nueva Zelandia. Finalmente, la situación de empobrecimiento y desigualdad en países templados a fríos (el estancamiento en Uruguay, y el agravamiento en Argentina y Chile), también contradicen el modelo. Ninguno de los dos casos es analizado adecuadamente en los estudios del BID.
Naturaleza abundante y personas perezosas
En el pasado, la alta dotación de recursos naturales y la pobreza latinoamericana se explicaban por un determinismo que era a la vez geográfico y social. Su dimensión social se basaba en considerar a los latinoamericanos como holgazanes y perezosos. La idea es que la alta disponibilidad de recursos en el trópico lleva a la pereza, ya que los alimentos eran fáciles de encontrar y no existían necesidades fuertes para viviendas o vestimentas elaboradas. Por el contrario, en las latitudes extremas, la rigurosidad climática y la escasez continuada o estacional de recursos obligaba a desarrollar el ingenio y la predisposición al trabajo. Los informes del BID no presentan explícitamente esta idea pero ella se insinúa en todo momento. Además, los estudios de J. Sachs, reiteradamente citados por el banco, enfocan ese punto recordando las tempranas expresiones de esas ideas en el siglo XVI; citan por ejemplo al francés Jean Bodin (1576) quien sostenía que “los hombres de los suelos gordos y fértiles, son comúnmente afeminados y cobardes” mientras que los sitios áridos hacen a los hombres “por necesidad y por consecuencia, cuidadosos, vigilantes e industriosos”.
Esas ideas también eran frecuentes en América Latina entre los siglos XVI a XIX, tanto entre visitantes e inmigrantes europeos, así como entre muchos intelectuales criollos, quienes insistían en el desapego por el trabajo de los latinoamericanos, su falta de disciplina, y su tendencia a dejarse llevar por interminables fiestas. La implantación de los modelos de desarrollo europeo se asociaban por igual a modificaciones tecnológicas y productivas, como a transformar ese carácter, lo que se llamaba “civilizar” la cultura bárbara. Los diarios de viaje de Félix de Azara, Alcides d’Orbigny o Charles Darwin tienen múltiples pasajes sobre la supuesta pereza local. Existen abundantes ejemplos en el siglo XVIII y XIX, de intelectuales y políticos que lamentaban la distancia que existía entre la enorme disponibilidad de recursos (tierras fértiles, agua) y el atraso del desarrollo de las nuevas naciones, responsabilizando a una supuesta cultura perezosa, propia de indios y criollos. La abundancia sería la causa de la haraganería. Por esa razón en distintos países se buscó la “civilización” del indio, y el reemplazo del criollo haragán por el inmigrante trabajador.
El fin de la historia
El determinismo geográfico negativo del BID anula, o reduce a su mínima expresión, los componentes sociales, políticos y culturales. Aparece como una superación de las posturas de la Teoría de la Dependencia, y ni siquiera se entretiene en rebatir ideas como las determinantes externas al desarrollo, los términos de intercambio desventajosos, el control extranjero del capital y los medios de producción o las intervenciones militares o políticas. En ese sentido la historia se desvanece, los hechos que sucedieron en el pasado pierden su significancia y deja de ser relevante para explicar las situaciones actuales.
Pobreza y reformas
Esta perspectiva de un determinismo geográfico tiene consecuencias perversas tanto en el análisis como el diseño de estrategias de acción. Ello se debe a que ese determinismo desemboca en un mecanicismo fatal que impide cualquier análisis crítico de las reformas económicas y políticas de los últimos años: América Latina sería pobre y desigual por sus condiciones ambientales, y no por los programas de reformas, o por las malas prácticas de personas o instituciones. Todos los aspectos negativos se deben a la geografía y no a esas reformas encaminadas por los gobiernos, y animadas por los bancos multilaterales o el FMI. Pero sorpresivamente allí donde pueden observarse mejoras, o al menos enlentencimientos en el deterioro, se deberían según el banco a esas reformas, y no a la geografía.

Las implicaciones políticas defendidas por Gavin y Hausmann, y en esencia seguidas por el banco, son heterogéneas. Mientras insisten en continuar la liberalización del comercio, reconocen que ello se puede asociar con un aumento de los sectores primarios basados en recursos naturales, lo que los llevaría a una contradicción, ya que bajo su modelo de desarrollo esa estrategia incrementaría o mantendría la inequidad. Pero los analistas de BID consideran que medidas proteccionistas tendrían como saldo neto efectos negativos, indicando que los emprendimientos basados en recursos naturales no deberían recibir tratamientos tributarios beneficiosos, incentivos o subsidios (aunque es dudoso que el banco esté cumpliendo esta recomendación). Paralelamente se buscan acciones focalizadas y compensatorias de los problemas desencadenados por las reformas.
Reformas económicas y reformas culturales
Pero estas políticas están condicionadas a no interferir con los mercados, de hecho son subsidiarias y secundarias a ellas, y deben ser focalizadas. Su propósito es volcar a las personas al mercado, el que las obligaría a trabajar y las recompensará según sus capacidades. Nuevamente asoma la sombra del estigma del haraganismo tropical, de donde el mercado sería el acicate que obligaría a trabajar. En este caso las reformas del banco, en línea con otras corrientes de pensamiento, no son únicamente económicas, sino que deben atacar la esencia cultural latinoamericana.
La reformas, tanto las de primera y segunda generación, a juicio del BID no pueden restringirse al campo económico, y por ello avanzan en el terreno cultural. Las actuales líneas de acción del banco promueven la desregulación de varios sectores económicos, la privatización de servicios públicos, y nuevos vínculos con el mercado en los más diversos sectores (desde el manejo de recursos hídricos a centros de promoción de la sociedad civil, desde las asociaciones de consumidores a las estrategias en ciencia y tecnología) y por lo tanto son consistentes con este modelo. Pero el determinismo geográfico también lleva a un fatalismo, ya que no se pueden modificar las latitudes donde se encuentran nuestros países.
En esa contradicción se encuentran las mejores posibilidades para remontar este tipo de determinismo, ya que tanto en los trópicos como en las regiones templadas de América Latina todavía hay mucha gente que labra sus destinos, e imagina nuevos destinos, sin sentirse amenazada por la latitud en la que vive.
Por, Eduardo Gudynas
BID, Oficina Economista Jefe, Documento Trabajo 378.
Londonio, J.L. y M. Szekely. 1997. Distributional surprises after a decade of reform: Latin America in the ninities. BID, Oficina Economista Jefe, Documento Trabajo 352. Reproducido en Pensamiento Iberoamericano, “América Latina después de las reformas”, volumen extraordinario, 1998, pp 195-242. * E. Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (Montevideo); [email protected]; www.ambinetal.net/claes.
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