Una coalición partidaria difiere, y mucho, de un pacto social, como el
que llevó a cabo Felipe González en la España posfranquista. En Brasil
es inviable un pacto, dada la abismal diferencia de clases. No se puede
esperar que las ollas de hierro y de barro convivan en armonía, dice la
Biblia. Al menor conflicto ya se sabe cuál de ellas se quebrará.
Pero hace falta que los actores de la coalición revelen sobre qué bases
está firmada la misma. ¿Hay un proyecto de nación? ¿Un ‘otro Brasil
posible’? ¿O se trata de un mero arreglo, no de gobernabilidad, sino
para darles empleo a los correligionarios de los partidos firmantes? El
pueblo brasileño tiene derecho a conocer qué llevó a partidos como el
Partido Democrático Laborista (PDT, por sus siglas en portugués) y
Partido Verde (PV), hasta ahora adversos al Partido de los Trabajadores
(PT), a bajar la guardia y, seducidos por el canto de sirena, dejarse
arrastrar a los brazos de Orfeo, entregados a los encantos de ese
movimiento transmigratorio.
No se puede excluir de la coalición el otro pivote de la gobernabilidad
petista: los movimientos populares. En diciembre fueron llamados a
dialogar con el presidente y con el ministro Dulci. Lula se comprometió
a mantener un diálogo permanente con ellos. Es oportuno recordar que
Lula y su gestión son resultado de la lucha de los movimientos sociales
que, tras derribar a la dictadura, promovieron la movilización que
acabó
en una Asamblea Nacional Constituyente y en la Constitución de 1988.
En esa audiencia de diciembre el presidente recibió de los movimientos
sociales un conjunto de documentos y reivindicaciones: cambios en la
política económica, realizar las reformas laboral y aseguradora,
promover el desarrollo con distribución de la riqueza y respeto al
medio
ambiente, democratizar los medios de comunicación, hacer efectiva la
reforma agraria, pleno respeto a los pueblos indígenas, a los
afrodescendientes y a los ambientalistas que defienden el desarrollo
sustentable, reglamentar la liberalización de los transgénicos con
medidas de precaución y respeto a los derechos del consumidor.
Lula afirmó que el crecimiento del país es su prioridad, observadas
tres
exigencias: control de la inflación, distribución de la riqueza,
mejoramiento de la infraestructura. Señaló que las reformas
prioritarias
son la tributaria y la política. La de la Seguridad Social será
debatida
en un foro amplio con participación de la sociedad civil.
Presionado por el paradigma neoliberal, el gobierno está obcecado con
los índices de crecimiento del PIB. ¿Es ése el criterio de desarrollo?
Bajo la dictadura el PIB brasileño creció a niveles astronómicos, pero
no por ello salió beneficiada la nación, hasta el punto de que el
general Médici admitió que “la economía va bien, pero el pueblo va
mal”.
Lo más preocupante es que, según la idea de crecimiento de los ricos,
lo
importante es que siga estable el dólar, que se incrementen las
exportaciones y se mantenga un rígido control fiscal, reduciendo la
capacidad de inversión del Estado, entendida como gasto. En resumen,
para los vencedores las papas, para la turba las cenizas del brasero.
Lula fue elegido, en los dos mandatos, porque se comprometió a promover
el desarrollo sustentable. El Brasil no tendrá un futuro mejor si
continúa como rehén de los paradigmas neoliberales, que consideran más
relevante ahorrar US$ 80 mil millones que invertir el 6 % del PIB en
educación y otro tanto en salud. Y además el futuro no será sustentable
sin preservar el medio ambiente, sin legalizar las tierras de los
campesinos, sin demarcar las reservas indígenas y sin respetar la
autonomía del Ministerio Público, que es quien vela por el cumplimiento
de las leyes.
Temo que, sin la participación de los movimientos sociales, la
coalición
termine en el neopopulismo –la línea directa entre el presidente y el
gran gestor de su reelección, los más pobres, separados de las
instituciones que los representan. Si así fuera, el PT habrá cambiado
su
propósito original de “organizar a la clase trabajadora” por un
clientelismo asistencialista que, sin duda, obtiene votos pero no
cambia
las estructuras arcaicas que impiden que el Brasil sea un país justo y
una nación humanamente desarrollada.
Frei Betto es escritor, autor de “Trece cuentos diabólicos y uno
angelical”, entre otros libros.
Traducción de J.L.Burguet
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