Así como existen capitalismos gratos, los hay también ingratos. Éstos no sólo no se dan las condiciones para satisfacer las necesidades elementales de gran parte de su población, sino que, al no hacerlo, deforman también los deseos de la gente y las pulsiones instintivas y emocionales que los constituyen. Vistos así, estos capitalismos son ingratos y perversos. Las formaciones sociales que suelen designarse bajo el nombre ‘América Latina’ son expresión, también diversificada, de este capitalismo ingrato. Históricamente estos agrupamientos no han querido, o sabido, producir su integración nacional en el marco de una acumulación mundial que los especializó bajo las formas de la industrialización inducida e imitativa, la explotación y expulsión de fuerza de trabajo barata, la exportación de commodities, la transferencia de capitales y la devastación de sus recursos naturales. El resultado es que la pobreza y miseria históricas se ubican entre el 40 y 50 por ciento de la población, el ritmo económico depende de la inversión directa extranjera y el endeudamiento, las poblaciones se desagregan y desplazan interna e internacionalmente para sobrevivir, las tendencias a la anomia tienen raíces en todos los sectores de la población (pobres y miserables urbanos alimentan una delincuencialidad creciente, opulentos y sectores medios no quieren pagar impuestos y, hoy, amenazan con escindirse) y la crueldad, hipocresía y fatuidad constituyen valores socioculturales. Capitalismo de la periferia administrado por oligarquías y neoligarquías codiciosas y temerosas, voraces y mendigas, soberbias y estúpidas. Capitalismo de endeudamiento y de irritaciones generalizadas. De legítimos estallidos sociales aplastados con crueldad como si fuesen herejías. Capitalismo racista, maloliente, exasperado y triste. Inevitablemente, asimismo, capitalismo de fiesta, la fingida de los sectores pudientes, la efectiva de quienes malmueren y se consuelan con las pocas (pero básicas) emociones a las que no se ha puesto precio (o lo tienen alcanzable). Visto desde fuera, capitalismo idiota y suicida. Degradado. Visto por nosotros, el que podemos tener porque es el que se nos permite.
‘No querer’ y ‘no saber’ construir (articular) nación y economía no pueden ser predicados de todos los sectores de estos pueblos. La responsabilidad recae sobre las minorías que históricamente han administrado simulacros de Estado de derecho que funcionan como aparatos privados de enriquecimiento, manipulación social y represión. Ser ciudadano en América Latina no es un valor cultural para ningún sector de la población, en especial para quienes se benefician con su residencia en estos lugares. La expresión ‘clase política’ designa en América Latina un conglomerado de estridentes codicias conflictivas. La nueva fase de expansión del mercado mundial acentúa estas desgracias y convoca otras.
Si en estas sociedades ingratas la expresión ‘clase política’ suena dolorosamente risible, la ausencia de ciudadanía quita sentido a los espacios colectivos. En Costa Rica, adultos y jóvenes de todas las extracciones destruyen señales del tránsito, juegan a pulverizar teléfonos públicos, polucionan los parques y matan a sus animales. De alguna manera muchos se sienten orgullosos de su basura y la exhiben. Las ‘autoridades’ ignoran el desmoronamiento físico de las instituciones sociales, carreteras y puertos, por ejemplo, mientras pactan ‘buenos negocios’ particulares con transnacionales y empresas locales. Por supuesto, estos comportamientos no constituyen excepción en el subcontinente.
Si alguna gente, combinando caracteres antropológicos con memorias sociales, resiste y protesta, los voceros de este capitalismo ingrato recuerdan pomposamente la legitimidad (a veces electoral) del sistema y el hecho de que se vive en una sociedad de derecho. Si la gente acentúa su protesta (como en Costa Rica, 1948, Chile, 1970, o Nicaragua, 1978-79), entonces se la persigue, castiga, reprime, se avanza, con saña y usualmente con cobardía, hacia la guerra civil o el golpe de Estado. Esta situación vuelve a patentizarse hoy en Bolivia como resultado de la voluntad de opulentos y capas medias de no compartir riqueza ni posibilidades y por el desprecio con que se mira que aymaras y quechuas sean constitucionalmente reconocidos como seres humanos.
El dominio oligárquico y neoligárquico de este ingrato capitalismo aposentado en América Latina potencia la diversificada vulnerabilidad de sus poblaciones y también el descaro y crueldad de las instituciones y personeros que administran públicamente su violencia. Cinismo, crueldad, agua bendita y medallitas provistas en abundancia por sus iglesias. El capitalismo ingrato de estas tierras recomienda espiritualmente acogerse a las oraciones que María dispone en cada milagrosa aparición para aliviar los males de este mundo. Para el sistema llorar con fe mariana es más propio que empeñarse en producir la justicia que debería traer paz para todos.
Por curioso que parezca, en este mundo feroz y triste, desgarrado, sucio, el discurso oficial dice celebrar la navidad de Jesús de Nazaret, el niño humilde que anunció la universalidad de la experiencia humana y, con ella, mostró el camino para construir la paz mediante la justicia que debe existir entre hermanos.
Helio Gallardo
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