Carta urgente desde Argentina a Colombia en tiempos de pandemia

Desolación se respira en las calles de Buenos Aires, algo apenas verosímil para quienes habitamos esta dinámica ciudad que junto a su enorme área metropolitana, constituye una de las aglomeraciones urbanas de mayor envergadura en América Latina. Al perfilarse la primera semana desde que el pasado viernes 20 de marzo, a las cero horas, entró en vigencia el Decreto 297/2020 de “Aislamiento social preventivo y obligatorio” promulgado por el presidente Alberto Fernández, los pocos rostros visibles en las calles y los muchos que se ven en los balcones, expresan incertidumbre y preocupación. En la ciudad porteña regresaron los pájaros y las cigarras volvieron a cantar mientras la humanidad transita desde el canyengue de la vida a la milonga del desconcierto. Las mismas tempestades se ciernen sobre Colombia, país que puede aprender de la experiencia Argentina.

En estado de sitio las relaciones sociales

Algo empezó a transmitirse y a matar en China, luego en España y pasó a Italia, después como una potente tormenta se expandió por todo el mundo. De repente aquel mal distante e inalcanzable, vino con sus nubes negras desde el horizonte para anegar la cotidianidad del vivir. Hoy se hace poco más que chapotear frente a un contagio en expansión y la obligación de cumplir “a rajatabla” los mandatos de autoridades políticas, médicas y científicas, ahora mariscales de campo que en esta nueva “guerra” tratan de movilizar a las masas cual tropas armadas del conocimiento técnico/científico/profiláctico dispensado a través de los medios, hacia una promisoria victoria. No solo obediencia, también reclaman fe.

Lo primero que hicieron fue captar progresivamente la atención. In crescendo permanente estaba su nombre, sus síntomas, su enorme capacidad de contaminar, los peligros que significaban para una quinta parte de quien fuera tocado con sus virulentos tentáculos. Luego trajeron pancartas que enseñaron una nueva forma de toser y estornudar, a no tocarse los rostros, la reiterativa desinfección de las manos y todas las superficies que ellas tocaran, el distanciamiento físico entre ciudadanos. Pero no fue suficiente.

Entonces proscribieron los besos, suprimieron los abrazos, prohibieron las reuniones entre personas, cerraron los lugares públicos y colectivos, mandaron a la Nación entera a su casa hasta el 31 de marzo diciendo que el período de encierro colectivo podía incrementarse a discreción de la autoridad pública. La Argentina aceptó y fueron pocas las voces que sonaron disonantes, todas ellas estigmatizadas y maltratadas en público. El resto acató sin rechistar cerrando sus puertas tras de sí, atomizándose mansamente, cediendo su libertad cagados de pánico ante esta desgracia, avalando la unívoca e incuestionable estrategia de combate impuesta.

Hoy una Nación entera, al igual que en decenas de países, pretende hacer historia anhelando caminar por las calles que mira desde ventanas y balcones, millones apertrechados ante la adversidad con la dignidad otorgada por un nuevo heroísmo que consiste en no hacer nada más que quedarse sintonizando la televisión o navegando en Internet en cada casa (heroísmo post-millenial?). La idea de “un estado de sitio” ha sido aceptada con docilidad, como también las frecuentes amenazas de coerción, cualquier restricción adicional que venga, los pagos de impuestos que no serán suprimidos, los elevados sueldos de políticos y jueces que seguirán llegando, la pérdida del sustento de muchos, así como la encubierta asimetría ante el infortunio que existirá entre las familias de los humanos que encarnan los poderes económicos, políticos, policivos y mediáticos del país, respecto al resto de los humanos que viendo Netflix, están esperando que vengan en su rescate.

El humano, el peor enemigo del humano

Y no solo fue el tango el que dejo de interpretarse en sociedad, están en extinción los asados, los mates dejaron de fluir de mano en mano, dejó de existir el fútbol, se vaciaron los teatros, quedaron desiertas las librerías, los besos en la mejilla ahora son asunto del pasado. Un vendaval de miedo arrasó con la actividad cultural y el dinamismo refulgente de los barrios, barrió con las sonrisas de las calles. El entretejido de acciones y relaciones sociales ahora apenas reducido a humanos que aguardan temerosos en la seguridad virtual que les proporcionan sus moradas.

Y son estos mismos humanos a quienes el miedo, toneladas de información, los discursos oficiales, el aislamiento, pueden estar llevando a considerar como su peor enemigo no tanto al mal en cuestión, como al propio humano. El tejido social comienza a agrietarse en Buenos Aires mientras la humanidad aprende a mirarse entre sí con desconfianza, a hablar poco, a mantener la distancia, a funcionar como esbirros de la autoridad cuando se necesita condenar, estigmatizar y agredir a todo aquel que ose desafiar anomicamente, cualquiera de los axiomas profilácticos impuestos. ¿Cómo podría revertirse un daño semejante?

Entonces ahora el riesgo no solo viene en formato de zapato, manzana, superficie helada de metal, billete, etc., sino se transmutó, adquirió materialidad en los cuerpos humanos, susceptibles de ser legalmente medidos, clasificados, confinados, recluidos, apresados, tratados y sanados . Y la sospecha que funciona como el “Fernet con Coca” en esta milonga de la adversidad, ahora se cierne sobre las corporeidades otras: las pieles más oscuras o claras de lo habitual, los acentos y lenguas diferenciales, el vestido, los modos, la apariencia, lo “saludable” que puede parecer cada quien. La alteridad humana transmutándose en riesgo de contaminación: ¿Algo nuevo o la reaparición de un virus civilizatorio ancestral?

Convirtiendo humanos en culpables

Grandes irresponsables exhibidos en los medios de comunicación escritos y audiovisuales: pocos que volvieron de Europa y no se aislaron adecuadamente favoreciendo la transmisión, autos que intentaron escapar junto a sus dueños a la Costa Atlántica Argentina, otros que caminaron o condujeron más de lo permitido en la ciudad, otros que siguen demorando mucho tiempo paseando al perro, aquellos que tocan demás sus rostros, no lavan bien sus manos, osan celebran una reunión, etc. Pero al igual que en varios países la reflexión oficial elude la misma pregunta: ¿Por qué los sistemas sanitarios nacionales no estaban preparados para un evento de esta naturaleza? ¿Por qué incluso la Argentina donde la salud pública aún no ha sido del todo desmantelada apenas existen 4,5 camas hospitalarias de internación por cada 1.000 habitantes? ¿Por qué pasa esto cuando durante extensos periodos han regentado el poder gobiernos que han reivindicado su carácter nacional y popular?

La causalidad discursiva del problema acá también ignora las deficiencias en la gestión social de los recursos, de la inversión y administración en los servicios públicos de salud, para enfocarse (y satisfacerse) con el comportamiento de un pequeño ser cuyo performance biológico, aunado a los hábitos incorrectos y la indisciplina de la población, son los responsables de la catástrofe. La voz oficial poco habla de la ausencia de camas, equipos, la poca disponibilidad de personal médico, las deficiencias en infraestructura, así como tampoco el manejo del sistema de salud pública que antecedió al fenómeno global que hoy tiene lugar; la discusión pública parece al menos, sostenerse del salvavidas que le confiere esta hipótesis ignorando también la pregunta sobre cuán necesario y eficiente significa seguir cediendo cándidamente parte de la salud de los que habitamos este suelo Argentino a la voracidad sindical que mediante una constelación de Obras Sociales, negocian, tranzan, mercadean, con la salud de este pueblo. Nadie fue culpable de sembrar vulnerabilidades y cosechar catástrofes.

Un majestuoso espectáculo del poder

En medio de la tormenta, se está aplicando una estrategia de contención “glocal” para enfrentar la catástrofe: tiene lugar otro episodio del ejercicio del poder y dominación sin par en la historia de la humanidad. En tierras de Gardel, Sábato, Borges, Piazzolla y Quinquela, como en tantos escenarios en el resto del mundo, nunca el entretejido del poder logró sincronizar tan armónicamente a millones de humanos en torno a sus acciones, omisiones, voluntades y pensamientos.

Es la humanidad la que por una suerte de instinto, de ímpetu primitivo frente al miedo y la incertidumbre, se está arrodillando ante el autoritarismo y lo está aceptando como salvador, aunque sea la antítesis de los sacrosantos valores occidentales de democracia y libertad. Entonces es el tiempo del ejercicio del ilimitado poder de algunos pocos, en quienes hay que tener fe, confianza que allende sus intereses de clase, cumplirán con el Contrato Social pactado que entre muchas clausulas debe contener alguna que indique que deben protegerse la vida y el destino de La Nación. Las organizaciones civiles, ¿Siguen existiendo aún?

Y nuevamente, por supuesto, serán los esbirros uniformados del Estado, la totalidad las fuerzas en armas de La Nación argentina, las que deben ser garantes de que impere el orden salvaguardado por un nuevo dignatario del Estado, el nuevo regente de un sistema que desde décadas ha funcionado construyendo una vasta estructura de poder clientelar mediante la que se gobierna, la misma que puede seguir sosteniéndose gracias a una enorme red que compila los votos y los cuerpos marchantes de millones de los más necesitados, junto al poder omnipotente de sindicalistas vitalicios que vuelan en Jet privado, más la bipolar/pseudo-izquierdista/socialista/social demócrata Clase Media aspiracional que vacaciona en Punta del Este, Europa o USA y habla en “zurdo”, amalgamando un estilo criollo de vivir la vida y hacer la política “Inspired By Peron”.

Más allá de Macri y de su intentona neoliberal, las camas y los respiradores, así como el personal médico necesario, el empleo formal, los alimentos, una vida digna para millones, una estrategia de abordaje de la pobreza en su compleja multidimensionalidad (más allá del clásico asistencialismo), no empezaron a escasear desde hace cuatro años. Todos factores de susceptibles de disgregarse en mil vulnerabilidades que junto al inminente riesgo de contagio, hacen que se tornen un poco más oscuras la nubes negras se aprecian en el cielo albiceleste de este bello país del sur.

El nerviosismo sobre Colombia

Ahora con mucha preocupación observan el país quienes no residen en él. Desde la distancia se percibe un panorama poco alentador por múltiples factores que son más agudos, profundos y devastadores en la realidad inmediata que palpamos. Hace poco más de un año Colombia votó para ser gobernada “a través de” un joven candidato presidencial que en representación de los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad, sigue respondiendo a la necesidad histórica de una clase por monopolizar la violencia, los recursos y la dominación que se ejerce desde el Estado en Colombia.

Discurren tiempos en los que se agudiza aún más una política neoliberal de privatización de lo público que mediante el hampa, la violencia a la población civil, la estigmatización, la proscripción y la muerte de las voces disidentes, pretende apuntalarse hegemónicamente durante muchas más décadas en el país. La situación puede palparse a leguas de distancia: Colombia sigue siendo uno de los países más desiguales del planeta, ostenta cifras elevadas de miseria, proliferan las muertes de activistas sociales, cunde el desempleo y la informalidad laboral, tiene un sistema de salud pública inoperante, al tiempo que el Estado ha sido cooptado por criminales que en ejercicio de sus facultades y de su poder de mantener el orden, siguen disparando contra La Nación.

Y en medio de todo este zafarrancho, se ven llegar las nubes de la tormenta.

Entonces habrá que reclamar al destino que vulnerabilidades similares a las de otros países donde habitan los colombianos, amplificadas en su suelo patrio, no se tornen contra la sobrevivencia de cientos de miles en el país. Que las ausencias de hospitales, medicamentos, médicos, alimentos, casas, empleo, futuro, voz, agua, tranquilidad, paz, entre tantas más producidas por el hampa estatal, no pretendan ser “corregidas” a balazos por las Fuerzas Armadas de Colombia, bastante acostumbradas a disparar contra la población en situaciones de tensión social y protesta.

Habrá que pedirle a la vida que el Estado rescate a la sociedad y no a los bancos, empresarios y terratenientes, que el uso de sus poderes plenipotenciarios para administrar recursos adicionales en tiempos de crisis no conlleve a que sean saqueados, tendremos que confiar a la Virgen del Carmen, al Sagrado Corazón de Jesús, El Divino Niño, la Virgen de Chiquinquirá (entre otras deidades), que las desigualdades sociales en tiempos de conmoción social y crisis, en el transcurso de la implementación de la misma estrategia de lucha “irreductible” e “irrefutable” que hoy tiene lugar en Argentina, no se traduzcan en posibilidad acceso inequitativo a una máquina para poder seguir respirando.

Habrá que hacer todo esto si acaso el miedo también se apodera del alma de los colombianos, aceptan la atomización, osan considerarse como enemigos unos de los otros, deciden apenas observar la vida en la crisis desde su parcela de comodidades, aceptan irrefutablemente las disposiciones del gobierno que eligieron mal y esperan pasivamente a que el glorioso Ejército Nacional, con sus batallones de médicos inexistente, vengan a rescatarlos de esta hecatombe. Por fortuna, todas cosas a las que jamás han supeditado su destino.

Información adicional

Autor/a: Allan E. Bolivar Lobato
País: Argentina
Región: Suramérica
Fuente:

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