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CUBA: ENTRE LA LUZ Y LA SOMBRA. 50 años del Granma

La primera vez que Sartre, el filósofo viajero, visitó a Cuba fue en el año de 1949. Once años después (1960), en los albores de la revolución, regresa a la isla, en compañía de Simone de Beauvoir. Más que una visita o un simple viaje, el suyo es untrabajo de campo, algo así como una exploración, un laboratorio filosófico; su lúcida mirada nos entrega una fresca y asombrosa radiografía del régimen, de sus protagonistas y, en general, del pueblo cubano, en especial de sus campesinos, personalidades singulares, nos dice el filósofo existencialista.


 


Un testimonio de dicha estancia en la isla, es el libro Sartre visita a Cuba (1). A diferencia de los extensos y rígidos escritos de Sartre, este ensayo constituye toda una escritura fragmentaria, ligera y amena. A través de pequeños cuadros y escenas, Sartre pinta todo el paisaje de la revolución cubana. En un estilo anecdótico, analiza cada detalle, todo acontecimiento; juzga, infiere, elabora conclusiones. Este intelectual en La Habana, este extranjero a Cuba, nos habla de la isla con la propiedad de un cubano versado sobre su patria. Sartre no improvisa. Se ha documentado. Se halla bien informado sobre el tema. Conoce con rigor y al detalle aspectos fundamentales en la historia de esta nación. En sus sencillas y claras palabras – cortesía de filósofo – nos habla de la Cuba de Batista y esa Cuba revolucionaria, que para la época, empieza su obra. Lo más aleccionador y relevante, sin duda, es la lectura política, tan seria y crítica, que aporta Sartre a la situación cubana.


 


El libro de Sartre inicia con una reflexión sobre “ideología y revolución”, pasando luego a “una entrevista con los escritores cubanos”, entre los que se encuentran Nicolás Gullén, Lisandro Otero, Humberto Arenal, Guillermo Cabrera Infante, Pablo Armando Fernández, Mirtha Aguirre y Virgilio Piñera, entre otros. Se finaliza con “huracán sobre el azucar”, un diagnóstico y una reflexión sobre la revolución cubana.


 


El dialogo con los escritores cubanos versa sobre temas como:  la literatura hispanoamericana, filosofía (en especial el pensamiento sartriano), literatura y compromiso, literatura y realismo, etcétera.


 


Ante la cuestión:  “¿Se puede hacer una revolución sin ideología?”, Sartre desarrolla una lúcida argumentación, de la cual se puede inferir que detrás de toda revolución hay una ideología. ¿Cuál es el concepto sartriano de ideología?. “La ideología – dice Sartre en su reflexión – comporta una visión práctica de las circunstancias.” Se trata de unos “pensamientos prácticos”, que traen aparejado un programa, bien sea para mantener o para cambiar las estructuras sociales. Toda ideología está condicionada por descubrimientos prácticos. Las prácticas sociales son generadas de ideología.. Cuando la dictadura de Batista, puntualiza Sartre, campea una ideología salvaje:  “Sin azucar no hay país”. Según esta “fórmula reaccionaria”, Cuba tenía un destino, estaba condenada a la dependencia en la que la sumía el monocultivo. Castro o la fuerza del pensamiento, revela Sartre, muestra, a través de todo un descubrimiento práctico, el camino contrario – y el proceso revolucionario materializa esta idea que surge de la práctica – :  Cuba puede y debe acceder al policultivo (sembrar arroz, tomate, etcétera). Con ello se genera independencia. Surge así una nueva ideología. Sartre insiste, a lo largo de su escrito, en esta idea nuclear:  la diversificación de los cultivos es una de las claves de la revolución; la isla ya no dependería de los cultivos extranjeros, produciría ella misma su subsistencia. El preámbulo de la Reforma agraria, como señaló Sartre en su hora, es firme al respecto.


 


Sartre descubre, pues, una estrecha relación entre el pensamiento y la práctica. La revolución no fue una aventura. Fue una tarea seria y rigurosa que se movía entre dos orillas:  la práctica y la teoría. Los rebeldes eran hombres que hacían comprendiendo y comprendían haciendo. “No hay que confundir la revolución, que corre riesgos calculados y funda sus invenciones en la experiencia, con la aventura, que es el más divertido de los juegos de azar (…) Desde el comienzo, el hombre orquesta sabía que no sabía nada; que debía aprenderlo todo y por consiguiente aprender todo el tiempo; pero que tenía que hacerlo todo y en consecuencia actuar también todo el tiempo.”


 


Sartre destaca, con mucho énfasis, el empeño, la laboriosidad puesta en la revolución. Los rebeldes, con Fidel a la cabeza, son mártires de la revolución; son los pastores, los guardianes de la revolución. Hay en ellos una pasión de velar que no da tregua. Tal vez sea esta una de las claves de la duración de este fenómeno tan particular en el mundo. Sartre descubre en estos hombres, de quienes habla con mucho respeto, una segunda naturaleza:  la energía. “Aquellos jóvenes rinden a la energía, tan amada de Stendhal, un culto discreto. Pero no se crea que hablan de ella, que la convierten en una teoría. Viven la energía , la practican, quizá la inventan :  se comprueba en sus efectos, pero no dicen una palabra de ello. Su energía se manifiesta (…) Para mantener día y noche la alegría limpia y la claridad de la mañana en su despacho y en su rostro, Guevara necesita energía.” ¡ Qué verdaderas noches las que viven! Son, al decir del filósofo, noches blancas, auténticas noches, que sólo por cortesía al visitante extranjero se distinguen de los días. Sartre concluye a este respecto:  “Pero ellos van mucho más lejos aún:  casi llegan a repetir la frase de Pascal:  ‘Es preciso no dormir’. Se diría que el sueño los ha abandonado, que también ha emigrado a Miami. Yo sólo les conozco la necesidad de velar.”


 


Son, entonces, vidas agitadas; en palabras de Sartre, se trata de una vida “dura, llena y sin tregua.” Esto lo ilustra con el relato de las tareas de Carlos Franqui el director de Revolución. Todos ellos trabajan hasta altas horas de la noche; se olvidan de sus estómagos. La revolución es toda una pasión, como ya se señaló; en ella invierten sus energías. “De todos esos noctámbulos – dice Sartre – , Castro es el más despierto, de todos esos ayunadores, es Castro el que puede comer más y ayunar más tiempo.” Y nos dice además, que son vencedores de la imposibilidad, que triunfan sobre ella. “Hablaré de su locura:  la suerte de Cuba. Pero, de todas maneras, los rebeldes son unánimes en eso:  no pueden pedir esfuerzos al pueblo si no son capaces de ejercer sobre sus propias necesidades una verdadera dictadura. Trabajando veinticuatro horas seguidas y más; acumulando las noches en vela, mostrándose capaces de olvidar el hambre, hacen retroceder para los jefes los límites de lo posible. Semejante triunfo provisional; esa imagen, presente en todas partes, de la revolución actuando siempre, alienta a los trabajadores de la isla a liquidar definitivamente el fatalismo y a conquistar todos los días, sobre el viejo infierno irrisorio de la imposibilidad”. Sartre advierte que, como en efecto ha sucedido, esta obre será duradera. Esto dice:  “El frenesí en el trabajo es el desgaste:  su vida arde y se consumirá rápidamente por una obra que durará mucho tiempo.”


 


Cuba, infiere uno del libro de Sartre, ha profundizado, día a día, a través de sus actos y de su trabajo comunitario, la “conciencia revolucionaria”. La revolución es el catalizador de la reflexión. Cada cual crea, organiza, racionaliza, dirige. Se piensa y se actúa sin detenerse. Allí, en la isla, se vive en una tensión constante. La revolución es una obra, una construcción permanente, de cada minuto, de cada hora, de cada día. Sartre confiesa esto. Su testimonio es alegre, maravillado ante esta pasión, ante esta entrega y este desprendimiento total. Fidel es un espíritu lúcido y apasionado. “La pasión que le he visto en todos los casos”, dice Sartre refiriéndose a este grande de la Historia. Y agrega:  Castro “se da enteramente en sus actos revolucionarios, al servicio de la nación” ¡ Como no tener fe en este testimonio! El libro de Sartre es no sólo interesante sino creíble, porque el estuvo allí, en el terreno de los acontecimientos; Sartre pasó días y noches al lado de los rebeldes, dialogó con ellos, conoció de primera mano sus actos y esfuerzos; visitó con Fidel muchos lugares de la isla, conoció a los campesinos, respiró, en fin, toda la atmósfera de la revolución en sus inicios.


 


Sartre, filósofo que le pide prestada al etnógrafo su máscara, reflexiona, camino de Varadero, sobre la singular personalidad de los campesinos cubanos. Lee en la presencia de esos hombres que salen al encuentro de Fidel, para hacerle sus peticiones y expresarle sus necesidades, una fuerte personalidad y un marcado individualismo. En lo del individualismo está de acuerdo con Castro. Estos hombres iletrados semejan ser cultos, expresa el filósofo. Castro dice a Sartre que es porque reflexionan:  no paran de pensar, la revolución ha encendido en ellos la chispa. Y en estos diálogos entre el intelectual y el hombre de acción surge algo muy revelador:  la revolución es un humanismo, y lo es porque se funda en la necesidad que es el derecho fundamental. Ante esos campesinos que salen a su encuentro, Fidel tiene una convicción:  tienen necesidades, y por eso son hombres; y son esos hombres concretos, de carne y hueso, aquí y ahora – diríamos – los que cuentan. Por eso dice Fidel, dirigiéndose a Simone de Beauvoir:  “Es necesario que exijamos de cada uno todo lo posible, pero yo jamás sacrificaré esta generación a las siguientes. Sería algo abstracto.”


 


Con esa forma de pensar, Castro se gana la confianza, el respeto y la amistad de Sartre; pero hay algo más. Esa fe, esa confianza en Fidel Castro se acentúa cuando Sartre visita, en su compañía, el “dominio familiar” de los Castro, dominio “que, en realidad, es y seguirá siendo propiedad nacional”. No olvidemos que a la hora de la expropiación, esta comienza con las propiedades de la familia. Sartre admira la modestia de estos dominios, la austeridad del dormitorio, allá, e la Ciénaga de Zapata, todo un desierto pantanoso. Como ya se dijo:  esto reafirma la confianza del ilustre visitante en Fidel. Leamos su comentario:  “Entré:  se trataba de un simple dormitorio. A uno y otro lado de un pasillo central había yacinas o literas de dos pisos provistas de colchones y una sábana. De momento, lo confieso, no comprendí cómo el jefe de gobierno, su hermano [Raúl], la familia de éste y sus huéspedes, podían pasar la noche en aquel dormitorio; pero en cuanto tuve la certeza de ello, experimenté el mayor de los placeres que se pueda conocer por poco que se deteste deliberadamente a los hombres:  la víspera, al final de un día tumultuoso, yo había confiado en Fidel, y ahora me bastaba ver su palacio para confirmar mi confianza.” Y es que, como enfatiza Sartre, cuando se trata de su nación Castro es interesado, pero tratándose de sí mismo muestra un interés rayano en la indigencia.


 


Como fenómeno histórico, la revolución cubana es compleja, como compleja es la personalidad de su máximo protagonista:  Fidel Castro. La reflexión sartriana da cuenta de estas complejidades. De Castro nos dice que es una conciencia totalizadora (que no totalitaria como deliberadamente se cree); siempre está pensando cada detalle en la perspectiva del conjunto que es la nación cubana. Sus visiones, dice Sartre, son de conjunto, y eso se deja traslucir desde la Reforma agraria (texto tan admirado por Sartre, dado su sentido persuasivo, quien sugiere la traducción a todas las lenguas.) En cuanto a la revolución misma y al pueblo cubano, hay que afirmar que su lucha es difícil y compleja. Lo ha sido siempre. Han tenido que construir su obra en una tensión constante. La revolución cubana ha sido una acción dramática. Y esto desde sus inicios, como lo expresa Sartre en su reflexión. Cuba ha vivido, con dignidad, entre la luz y la sombra. Desencantados de un parlamentarismo y una democracia burguesa, que sólo generaba impotencia, corrupción y sometimiento; decididos a borrar todo vestigio de dominación yanqui en la que nada le pertenecía a los cubanos (ni la electricidad, ni el azúcar, ni las playas), salvo la miseria y el subdesarrollo; listos para luchar contra sesenta años de retraso, consecuencia del colonialismo, los cubanos (con los rebeldes al frente, organizando, actuando, dirigiendo) asumen con alegría y vitalidad el compromiso, la responsabilidad de su obra, pero siempre ante ese lado oscuro que es el de la amenaza constante (traducida o expresada en los sabotajes como el de “La Coubre”, advertencias e intentos de invasión, todo orquestado desde Miami, o esa que Castro llama “arma innoble”, mezquina, que es el bloqueo económico por parte de Estados Unidos.)


 


El libro de Sartre, concluye, podríamos decir, con esta paradoja:  Cuba es un país de luces y sombras. Se trabaja con esa fe, con esa vitalidad, con esa alegría, pero se siente desconfianza, y eso produce indignación, frente a la amenaza constante. El estallido de “La Coubre”, que dejó 200 muertos y que Castro, en su monumental discurso ante los cubanos, tan bellamente descrito y comentado por nuestro filósofo, le atribuye, en lo que hoy podríamos calificar como un acto terrorista, a los yanquis, el estallido de ese barco le revela a Sartre el rostro oculto de toda la revolución:  la sombra. Sartre descubre, comprende y siente, de una manera compartida, esa angustia cubana. Las revoluciones se mueven en esa dialéctica de la luz y la sombra; esa tensión entre la alegría de la construcción y la angustia frente a la amenaza, que puede tirar por tierra todo el proyecto, toda la laboriosidad revolucionaria. Sartre testimonia :  “Hay que haber visto la alegría siempre despierta de construir y la angustia, el temor permanente de que una violencia estúpida lo aplaste todo; hay que haber vivido en la isla y haberla amado, para comprender que cada cubano siente a cada minuto las dos pasiones juntas y que en él una se exalta por la otra.”


 


Detrás de esta lucha tensa, detrás de esta dramática obra que es la revolución cubana, Sartre descubre una virtud y un propósito fundamental:  la unidad nacional. Fidel Castro es la encarnación de este objetivo. Lo ha sido desde los tiempos de Sierra Maestra. Sartre ha leído bien el asunto. Para  esa época, hablamos de 1957,Castro, ese “arquero lejano”, así lo llama el ilustre visitante, “que disparaba sus flechas desde la montaña” era, como sigue siendo hoy, cincuenta años después, un mito. Fidel Castro, desde esos tiempos, hasta el presente, encarna la unidad y la fuerza de voluntad del pueblo cubano. Cuba ha sido y es, pese a los renegados, una sola. Se podrá hablar hoy de los disidentes, de los idos a Miami, quienes “no cuentan para la historia de Cuba”, pero los que se han quedado allí, a su voluntad, están unidos por esa creencia, esa fe y esa energía puestas al servicio de todo el proceso revolucionario. Y Castro es, como bien subraya Sartre, el símbolo, icono de todo esto. Es sumamente bello y contundente, lo que dice Sartre en esta lúcida y sincera radiografía de Fidel Castro:  “Tal es su situación y tal su carácter:  lo es todo a la vez, la isla, los hombres, el ganado, las plantas y la tierra. En él, las situaciones nacionales siempre serán vividas apasionadamente, con rabia o con placer; pero hay que comprenderlo:  no es que él posea a Cuba, como los grandes hacendados o Batista, no, sino que él es la isla entera porque no se digna tomarla ni reservarse una parcela.”


 


Después de leer y releer el libro de Sartre (quien, como lo confesara en el diálogo con los escritores cubanos, no cambiaría su condición de intelectual por la del hombre de acción), texto que finaliza con esa bella radiografía de un Fidel Castro, indignado y sombrío, en su discurso al pueblo cubano cuando el estallido del barco “La Coubre”, después de leer esas bellas páginas uno se inquieta por el porvenir de Cuba. En efecto, en este pasaje, Sartre muestra cómo ante este sabotaje el pueblo se moviliza de inmediato; habla de la acción temeraria de Fidel Castro, y muestra cómo le habla al pueblo, responsabilizando a los yanquis; analiza la situación, les explica. Las gentes escuchan, aplicados en comprender. Sartre entiende aquí por qué los cubanos gustan tanto de los discursos largos, por qué incluso los exigen. Todos los discursos de Castro, nos dice Sartre, son eso:  una explicación. Fidel Castro piensa, reflexiona hablando; es algo así como un Sócrates contemporáneo que habla mientras se aplica en escuchar una voz interior que lo va orientando en su discurso. Sartre lo asemeja a Charles Peguy. “Fidel piensa hablando – nos dice -, o más bien vuelve a pensar todo lo que va a decir:  lo sabe y sin embargo, lo improvisa. Para tener tiempo de ver claramente la relación de las ideas, repite lentamente las palabras, dándole a cada frase – el tiempo de un desarrollo particular – el mismo comienzo.”


 


Ciertamente:  después de leer tan bellas páginas uno se pregunta:  ¿Vale la pena retroceder, después de tanto esfuerzo, de tanta lucha? ¿Se tendrá que dar marcha atrás? La situación cubana es compleja y polémica. Habría que preguntarse si objetivos como la diversificación de los cultivos o la industrialización del país se lograron. Pero independientemente de ello, Cuba es un ejemplo de tenacidad, pero ante todo de libertad y dignidad. Como país son independientes; no están sometidos a ninguna potencia extranjera. Quienes ahora hablan de transición, de una vuelta a la democracia (habría incluso que preguntarse de qué democracia se trata), ignoran asuntos relevantes que hablan de grandes conquistas que dignifican la existencia en Cuba. Un joven cubano dice a Sartre unas palabras que, considero, tienen plena vigencia:  “La revolución es irreversible:  ¿puede creerse que el pueblo daría sus votos a quien le propusiere volver atrás en la reforma agraria, regresar a cero?” Pienso que Cuba debe continuar, afianzar su obra. Heteme aquí parafraseando a Sartre: los cubanos deben continuar, o todo se perderá, hasta la esperanza.


 


 


 


 


(1) SARTRE, Jean – Paul. Sartre Visita a Cuba. Ed. 2ª. La Habana:  Lunes de     


    Revolución. 1961. p. 244.


 


 POR:  Álvaro Restrepo Betancur


 


* Profesor de Filosofía de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad


   Autónoma Latinoamericana. Medellín.

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