En las últimas semanas hubo algunas buenas noticias que indicaban un repunte de los mercados bursátiles, pero la cruda realidad es que en varios países la “economía real” está en serios problemas.
“La economía mundial cae en picada”, anunciaba el 21 de mayo en portada el Wall Street Journal a raíz de las fuertes caídas sufridas por las economías de México (21,5 por ciento), Japón (15,2 por ciento), Alemania (14,4 por ciento) e incluso Estados Unidos (6,3 por ciento). Estas cifras impactantes se calcularon comparando el producto interno bruto (PIB) de esos países del primer trimestre de este año con el trimestre anterior y anualizando (es decir, expresando en términos de doce meses) el índice de variación.
El mismo día se produjo otro hecho negativo. La empresa de calificación financiera Standard & Poor rebajó de “estable” a “negativa” la perspectiva del crédito a largo y corto plazo de Gran Bretaña, amenazando su calificación AAA, la más alta asignada por esa firma calificadora. Es la primera vez que le ocurre esto a Gran Bretaña, uno de los dos principales centros financieros del mundo.
Esto provocó la caída de los mercados no sólo en Europa sino también en Estados Unidos, en este último caso por el temor de que sea el próximo país que vea rebajada su calificación del crédito.
Aun en el caso de que lo peor de la recesión ya haya pasado, en términos de la fuerte declinación económica la recuperación probablemente llevará algún tiempo.
La semana pasada en Nueva York, un embajador se refería a una opinión que cobra fuerza actualmente en círculos diplomáticos: la recesión no adoptará tanto el formato V o U (una brusca caída seguida de un rebote pronunciado) sino más bien la forma de una larga bañera. En otras palabras, la declinación será seguida de un largo periodo de desempeño económico “chato” o de estancamiento, antes de que el crecimiento vuelva a repuntar. La pregunta es: ¿Qué tan larga resultará la bañera?
En la Organización de las Naciones Unidas (ONU), los diplomáticos comenzaron a trabajar en una declaración preliminar que sería adoptada en una conferencia de alto nivel sobre la crisis financiera y económica mundial y su impacto en el desarrollo. El documento, dado a conocer por el presidente de la Asamblea General, Miguel d’Escoto, reemplazó una versión anterior que se consideró demasiado larga y farragosa.
La nueva redacción es breve en la parte referida a las causas e impactos de la crisis, pero rica en propuestas para una “acción pronta y decisiva” en cuatro ámbitos: hacer que el estímulo funcione para todos; contener los efectos de la crisis y mejorar la resiliencia en el futuro; mejorar la regulación y la supervisión; y reformar la forma de la gestión financiera y económica internacional.
Para poner en práctica las medidas propuestas, el documento tiene una sección final -“El camino por delante”- donde tal vez se vuelquen las ideas más interesantes.
La propuesta tal vez más importante y polémica es la creación de un nuevo Consejo Económico Mundial en el marco de la ONU, que podría coordinar y supervisar las respuestas destinadas a hacer frente a los desafíos mundiales. Esta idea, que de alguna manera fortalece el papel de la ONU, no es del agrado de los países más poderosos.
Otra idea es establecer un Grupo de Expertos -provenientes de la academia, los movimientos sociales y el sector privado- para asesorar a la Asamblea General de la ONU sobre cuestiones y medidas económicas, financieras, comerciales y regulatorias.
El documento también reclama estudiar cómo podría fortalecerse el Consejo Económico y Social (Ecosoc) de la ONU y revisar el acuerdo entre la ONU y el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El documento pretende que la conferencia permanezca “abierta”.
Para hacer un seguimiento de la misma se crearían siete grupos de trabajo: sobre el estímulo mundial; los fondos para reestructuración y supervivencia; el comercio y el alivio de la deuda; los sistemas de reserva mundiales y regionales; la regulación y coordinación de la economía mundial; la reestructura de las instituciones internacionales; y la función de la ONU.
Los países en desarrollo están afines, según diplomáticos, a que la conferencia adopte decisiones audaces en cuanto a la ayuda que recibirían para hacer frente a la crisis, la reforma del sistema financiero internacional y el establecimiento de nuevos mecanismos para coordinar las políticas mundiales.
No consideran que las instituciones actuales -como el FMI y el Grupo de los 20- puedan cumplir este papel ya que están controladas por los países desarrollados. La ONU, que tiene una membresía universal, es la más idónea para coordinar políticas mundiales de acuerdo con los intereses de los países en desarrollo.
No obstante, muchos de los países desarrollados son reticentes a que la ONU desempeñe un papel más fuerte ya que se sienten cómodos con el status quo en el cual controlan el escenario las instituciones que dominan: Grupo de los 7, Grupo de los 20, FMI, etc.
El problema, por supuesto, es que los países desarrollados y las instituciones dominantes hicieron muy mal su trabajo, ya que promovieron las políticas financieras laxas que llevaron a esta crisis extrema. Por lo tanto, los países en desarrollo, que son las víctimas de una crisis que no provocaron, están abocados a la creación de nuevas instituciones representativas en las cuales puedan tener voz y voto.
Por Martin Khor, fundador de Third World Network (TWN), es director ejecutivo de South Centre, una organización de países en desarrollo con sede en Ginebra.
Traducción: Raquel Núñez Mutter.
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