En favor y en contra, la consulta popular para reformar el Estado por vía de una Asamblea Constituyente arrojó 81 y 13 por ciento de los votos, respectivamente. Algunas corrientes de derecha votaron por el “sí”, en tanto por el “no” se pronunciaron poderosos sectores del entreguismo y la globalización excluyente.
La dicotomía de los ecuatorianos se presenta de un modo que, en líneas generales, resume la opción de nuestros pueblos: patria sí, colonia no. Patria de pueblos confederados del Bravo a la Patagonia, o geografía de recursos naturales y bodegas de mercancías administradas por gerentitos de “excelencia académica” y políticos mercenarios del capitalismo mundial.
En una investigación, el economista cuencano Diego Delgada Jara (ex diputado del Partido Socialista que salvó milagrosamente su vida de un atentado ordenado por el ex presidente socialcristiano León Febres Cordero, 1984-88) documenta que los planes para fracturar el país andino son impulsados por el Banco Mundial (BM) desde 1992.
La propuesta del BM fue acogida por el presidente conservador Sixto Durán Ballén (1992-96) y contemplaba dividir el Ecuador en siete autonomías regionales que, a los efectos de paliar el impacto político, la propia institución sugería que al inicio se hable de “administración” y no de “autonomía”.
En cada una de las “autonomías” o regiones sugeridas existe petróleo, reservas mineras y recursos forestales o hídricos. El pretexto esgrimido responde a conocidos clichés ideológicos del neoliberalismo: “necesidad de superar el atraso administrativo”, “modernización”, “inserción en el mundo global”, “pesadez burocrática”, etcétera.
El propósito de manejar los recursos naturales de cada jurisdicción quedó plasmado en el Proyecto de Ley Orgánica del Sistema Autonómico, presentado en 2005 al presidente Alfredo Palacio por los alcaldes de Quito (Partido Izquierda Democrática), Guayaquil (Social-Cristiano), Cotacachi (Pachacutik) y los prefectos de las provincias de Imbabura (Social-Cristiano) y El Oro (Roldosita).
En el artículo 12 del proyecto de ley, relativo a los Recursos del Estado Central, se decía: “Una vez transferidas las competencias, el Estado Central quedará liberado de su responsabilidad respecto a ellas, la cual corresponderá al Gobierno Autónomo…”, etcétera.
O sea que, como bien dice Delgado Jara, así podían “liberar” al Estado del manejo del petróleo, el gas o minas, de los recursos hídricos, forestales y otros. Regulaciones que en el fondo fueron hechas “a la medida” del petróleo y el gas de la península de Santa Elena y el golfo de Guayaquil, así como de las reservas gasíferas de la Provincia de Los Ríos, quedando en manos del Partido Social- Cristiano y su caudillo Jaime Nebot Saadi.
Hasta la elección del presidente Rafael Correa, el país del mariscal Sucre y Manuelita Sáenz venía oyendo el discurso nacionalicida del poder económico de Guayaquil. A mediados de marzo, rodeado de guardaespaldas, el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, ensayó un burdo y exacerbado sentimiento regionalista.
El caudillo de la plutocracia costeña se refirió al “derecho de Guayas a la libertad” y ante la multitud, en franca alusión a las alianzas estratégicas de Correa, señaló las coordenadas: “¿Ustedes conocen de un pobre que se haya ahogado para ir a Cuba, Nicaragua o Bolivia, aunque se arriesga menos porque no tiene mar?” (El Comercio, Quito, 16/3/07).
No obstante, los nacionalicidas del Ecuador no están solos. Cuentan con el apoyo financiero de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo y sus propuestas de cofinanciar el “… fortalecimiento democrático del Ecuador” (sic), de la Sociedad Alemana de Cooperación Técnica y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), institución cooptada por la hiperconservadora Fundación Konrad Adenauer (demócrata cristiana).
En enero pasado, FLACSO Ecuador invitó a un notabilísimo representante del rastracuerismo político continental: Jorge Castañeda, ex canciller del presidente Vicente Fox. Frente a un arco ideológico de políticos venidos a menos, el hijo de uno de los más grandes secretarios de relaciones exteriores de México, dijo para vergüenza de los mexicanos:
“Hoy es imposible en el mundo vender una forma de organización social distinta de la vigente… hay una izquierda ‘buena’ y una izquierda ‘mala’…”, etcétera. Vacunados contra la piratería intelectual, los pueblos del Ecuador concurrieron a las urnas. Y Dios los comprendió, ayudándoles a votar por la izquierda “mala”.
De la firmeza política que asuma la Asamblea Constituyente en ciernes dependerán dos cosas: que Ecuador continúe sujeto al vaivén de los nacionalicidas, o que decida incorporarse a los países que defienden su soberanía nacional aplicando la reciprocidad, la fraternidad y la dignidad que caracteriza a los pueblos y naciones civilizadas.
José Steinsleger
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