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El ambivalente tablero andino

Aludimos, en primer término, a los comicios cumplidos en las
naciones vecinas del Ecuador y en los cuales –conforme era
previsible- la confrontación entre el fundamentalismo liberal
condensado en el Consenso de Washington y las posiciones
impugnadoras del mismo devinieron la línea divisoria entre
los votantes.


Colombia: triunfo de la narcodemocracia




La reelección de Álvaro Uribe, el pasado 28 de mayo,
representa la confirmación del poder de la derecha
oligárquico-financiera proimperialista, la Gran Prensa y el
paramilitarismo que controla actualmente al menos la tercera
parte de las bancas parlamentarias, así como la continuidad
de las políticas promovidas por el referido Consenso que
tendrían su consagración irreversible con la ratificación por
parte del Legislativo del Tratado de Libre Comercio (TLC) con
Estados Unidos, ya cerrado “en su fase técnica” por el equipo
uribista.

Significaría la prosecución de la farisaica campaña contra el
narcotráfico bajo los membretes de la “seguridad democrática”
y el Plan Patriota, la conspiración abierta contra la
Revolución Bolivariana venezolana, la defensa de la CAN
neoliberal, la intensificada presión sobre el Ecuador para su
involucramiento directo en la guerra civil norteña, el
impulso a una reforma agraria “al revés” ventajosa para
terratenientes de horca y cuchillo, la consiguiente
profundización de la tragedia humanitaria de más de tres
millones de desplazados internos, la persecución y el
asesinato de opositores, el aumento de la pobreza y miseria
de la mayoría de la población…  En fin, todo aquello que ha
supuesto para nuestras naciones el vigente esquema de
dominación fundado en las truculentas premisas del “libre”
mercado y la democracia formal.

Empero, el triunfo del ex colaborador de Pablo Escobar tiene
también otra cara.  Se alude a que, gracias a los más de dos
millones y medio de votos obtenidos por el carismático Carlos
Gaviria, el izquierdista Polo Democrático Alternativo (PDA)
se ha convertido en la segunda fuerza política de Colombia y
en una opción de poder para el 2010, en un proceso que ha
hecho recordar el surgimiento del liberalismo revolucionario
acaudillado por Jorge Eliécer Gaitán.

El PDA encarna los anhelos de patria soberana, respeto a los
derechos civiles, transformación democrática de la
socioeconomía, sobrevivencia digna de los pueblos
originarios, renacimiento del latinoamericanismo de raíz
bolivariana.  Para la baza electoral última, el novísimo
“Partido de la Esperanza” se comprometió, en caso de ganar
las elecciones, a someter a referendo el TLC con la potencia
y a buscar un entendimiento con las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) para lograr una salida
política al flagelo de la guerra civil.

A la luz de este orden de propuestas, la honrosa derrota de
Gaviria supone que el horizonte de soberanía, dignidad y
democracia profunda sigue vigente para los coterráneos de
Antonio Galán y Camilo Torres.  Tanto más que el régimen de
Uribe está condenado a un acelerado desgaste por su segura
insistencia en un agotado discurso y en sus prácticas
autoritarias condenadas incluso en el propio Congreso
norteamericano.


Perú: victoria pírrica del establecimiento



El panorama político del Perú después del ballotage del 4 de
junio que se selló con la apretada victoria de Alan García
sobre el nacionalista Ollanta Humala, luce aún más
contradictorio e inestable que el colombiano.  ¿A qué se hace
referencia?

Esencialmente a que García Pérez accederá a su segundo
mandato como rehén de la más rancia oligarquía criolla, tanto
porque fundó su éxito electoral en la “votación prestada” por
la ultraderechista Lourdes Flores, postulante eliminada
después de la primera ronda, como porque sus habilidades con
las palabras y en el baile del reaggaeton de poco le servirán
a la hora de las decisiones cruciales que deberá tomar.

El nuevo mandato del líder del centro-“izquierdista” APRA va
a significar la reedición de las performances cumplidas por
sus predecesores Fujimori y Toledo; es decir, una mezcla de
neoliberalismo con clientelismo; la obsecuencia al diktat de
los organismos multilaterales con su saga de ajustes
recesivos, privatizaciones, servicio de una impagable deuda
externa-interna, ruina de la agricultura tradicional,
desempleo, represión, migraciones…  Y por cierto, oposición
a cualquier iniciativa de integración de corte no-mercantil.
Ya en la reciente campaña, García arremetió visceralmente,
orquestado virtualmente por todos los medios, contra el
“imperialismo venezolano”, en alusión a la Alternativa
Bolivariana para la Américas (ALBA).

En circunstancias en que la teología del mercado ha perdido
su encanto entre el “pobretariado” –especialmente del
altiplano y la Amazonía-, la administración del candidato de
Vladimiro Montesinos y Mario Vargas Llosa (quien habría
recomendado votar por el aprista “tapándose la nariz”), puede
resultar cualquier cosa, menos un tiempo apacible para la
hermana república.  Para comenzar, la confirmación del TLC
con Washington por parte del Congreso, con que Toledo y la
derecha coaligada buscan “premiar” al converso García, se
está presentando como un camino erizado de obstáculos.

Por lo demás, los síntomas de las convulsiones sociales
futuras ya están presentes, no solo porque el liderazgo de
Humala ha catapultado a Unión por el Perú (UPP) al rol de
principal bloque parlamentario, sino porque, para muchos, el
país del Rímac contará a partir del próximo julio con dos
mandatarios: Alan para el “Perú limeño” y el ex militar
Ollanta para los millones de náufragos de la religión del
Progreso y el Crecimiento.

Según analistas sureños, este escenario de poder dual
únicamente podrá estabilizarse a través de una “pueblada” de
fermentos nacionalistas y populares, donde acciones como la
recuperación de los recursos hidrocarburíferos y la reforma
agraria bolivianas tendrán una inevitable influencia
económica y político-cultural.


Ecuador: nacionalismo esquizofrénico




Cuando Alfredo Palacio accedió a Carondelet a horcajadas del
“Abril Forajido” (2005) que depuso al cipayo Lucio Gutiérrez,
un reconfortante viento nacionalista sopló en estas
latitudes, materializándose en algunas reivindicaciones de
soberanía política y económica.

Luego de ese efímero primer momento, el clasemediero Palacio,
al parecer presionado por sus impresentables asesores,
decidirá apostar su estabilidad a compromisos con las fuerzas
externas y domésticas del establecimiento.  Tanto fue el
cántaro al agua en esa dirección que el malestar social
creció verticalmente, al punto que, en noviembre, vastas
movilizaciones indígenas-populares convocadas por la
Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador
(CONAIE) paralizaron el país con un amplio memorial de
agravios y demandas, particularmente la denuncia del TLC que
Carondelet venía “negociando” con la Casa Blanca y el pedido
de caducidad del contrato firmado con la Occidental Petroleum
Corporation (OXY), en razón de sus múltiples tropelías
legales y morales.

Las masas rebeldes impugnaron, además, la permanencia de
efectivos estadounidenses en la Base de Manta, el Plan
Colombia, el recetario del FMI-Banco Mundial, el intocado
poder de la oligarquía y la bancocracia, la dolarización, la
democracia “nostra” hegemonizada en el Congreso por el
febresborjismo… Igualmente requirieron la convocatoria a una
Asamblea Constituyente genuinamente popular, la
nacionalización de los recursos naturales y energéticos, la
reforma agraria, la reactivación productiva, el retorno a la
soberanía monetaria, la seguridad pública, la atención a las
necesidades básicas del pueblo…

Es decir, similar plataforma de denuncias y propuestas a la
que sustenta los actuales procesos venezolano y boliviano,
tanto en la perspectiva de sustituir el “capitalismo salvaje”
por patrones productivos y distributivos autógenos, como para
el lanzamiento de desalienadas fórmulas de unidad de nuestras
naciones.

Enfrentado a la iracunda insurgencia, Palacio sorprendió a
tirios y troyanos al retomar la línea nacionalista de sus
primeros meses, particularmente en la geopolíticamente
sensible política energética.

Específicamente, el galeno-presidente cursó en el Parlamento
un proyecto de reformas a la Ley de Hidrocarburos para fijar
un reparto paritario –fifty-fifty- de los gigantes beneficios
de las petroleras extranjeras; y, poco después, declaró la
caducidad del contrato con la OXY.  Estas medidas, en la
práctica, resultaron en un bloqueo al TLC, acción que –
conforme era previsible- provocó la respuesta de George W.
Bush, consistente en la suspensión de la ronda final del
colonialista tratado en ciernes.  Esta decisión de la Casa
Blanca tuvo el efecto de generar visiones apocalípticas y
angustias inconsolables entre nuestros ecuagringos (los
“vendepatrias”, según el franco argot popular”)… y
curiosamente también del propio gobernante criollo!

Poco después, el inquilino de Carondelet cumplió como
anfitrión de Hugo Chávez, con quien suscribió acuerdos para
impulsar la cooperación energética ecuatoriano-venezolana y
anticipó la reafiliación a la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP).

De modo simultáneo, y en flagrante contradicción con el
redivivo nacionalismo, el régimen ha persistido en
desprestigiar y asfixiar financieramente a PETROECUADOR,
ofertó los campos petroleros operados por la expulsada OXY a
gobiernos poco afectos al eje bolivariano Caracas-La Habana-
La Paz, tomó partido por la CAN neoliberal y, en fin,
continúa con sus autos de fe en relación a la cruzada de
Washington y Wall Street contra el “narcoterrorismo”.


– Por: René Báez, economista ecuatoriano, es catedrático
universitario, Premio Nacional de Economía y miembro de la
International Writers Association


 



 

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