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El fin del fenómeno Obama

El fin del fenómeno Obama

Desde Toledo a Pittsburgh hay 400 kilómetros de carretera en los que esta semana se han expuesto algunos argumentos de la campaña electoral de Estados Unidos, se han reflejado algunas de las incertidumbres sobre su resultado y, por encima de todo, se ha certificado una realidad: el fenómeno Obama, esa gigantesca ola de afecto popular que sorprendió al mundo hace cuatro años, está moribundo, si es que no definitivamente enterrado ya. Por primera vez desde que llegó a la Casa Blanca, el presidente se echó a la carretera el jueves y viernes en los Estados de Ohio y Pensilvania, ambos de enorme peso en las urnas, dispuesto a rememorar sus mejores momentos como apóstol de la esperanza, pero al final todo quedó reducido a un ejercicio rutinario de petición de voto.

Eso no es, necesariamente, un pronóstico electoral. Barack Obama tiene todavía combustible (y razones) suficientes para ser reelegido. Las encuestas aún le favorecen y la aritmética electoral sigue apostando a que obtendrá la victoria en noviembre. Pero, de hacerlo, lo conseguirá con armas muy distintas a las que utilizó en 2008. La mística, la ilusión, la euforia, la fe, todas aquellas cualidades extrapolíticas que encumbraron a Obama en su día, se han esfumado. Hoy el presidente norteamericano es un político convencional, mejor o peor que su contrincante –eso, el tiempo y los electores lo decidirán- pero tan mortal como él.

 
Después de tres años y medio de una presidencia irregular, con grandes éxitos, como la reforma sanitaria o la muerte de Osama bin Laden, y varias lagunas, especialmente el hecho de que el plan de estímulo económico de 2009 no obtuviera los resultados previstos, el desgaste de Obama se aprecia no sólo en las canas. Su oratoria se ha hecho monótona y poco convincente; su dialéctica –esencialmente, paremos a la derecha- resulta bastante rudimentaria. Y su mayor problema es que ese agotamiento se aprecia también entre sus seguidores, envueltos en un halo de melancolía por lo que pudo ser y no fue.

Desde que comencé a seguir a Obama, a mediados de 2007, nunca lo encontré entre una audiencia inferior a los varios miles, en bastantes ocasiones decenas de miles. En cuatro de los cinco mítines en los que participó durante la gira de esta semana, el público reunido apenas llegó a unos pocos centenares. Sólo en Pittsburgh, favorecido por el escenario juvenil de la universidad Carnegie Mellon, llegó a los 5.000, según las cifras oficiales distribuidas por su propia campaña.

 
Fue en ese último acto en el que pronunció la frase que define el actual momento de EE UU: “Si siguen confiando en mí como yo confío en ustedes y me apoyan en 2012, juntos sacaremos esta economía adelante”. Si siguen confiando en mí… ¿Se puede seguir confiando en él? ¿Pueden los trabajadores seguir confiando en Obama pese a que el desempleo se mantenga en el 8,2%? ¿Pueden los hispanos seguir confiando en Obama pese a que haya incumplido la promesa de hacer una ley de inmigración? ¿Puede la izquierda seguir confiando en Obama después de que ha mantenido abierto Guantánamo y ha multiplicado los mortíferos ataques indiscriminados con aviones sin tripulación? ¿Pueden los centristas independientes seguir confiando en Obama cuando se ha triplicado el déficit público? ¿Pueden seguir confiando en Obama los jóvenes, agobiados por sus deudas de estudios y frustrados por la falta de progresos en el desarrollo de energías limpias? ¿Pueden todos los que aspiran al sueño americano confiar en Obama con un futuro tan incierto en una economía que apenas crece al ritmo del 2%?

 
Obviamente, aquellos cuya respuesta a esas preguntas sea negativa tendrán que considerar también la alternativa que tienen en sus manos. Mitt Romney presenta sus propias y serias limitaciones, empezando por su propia indefinición. David Axelrod, el director de la campaña de Obama, ha dicho que el candidato republicano es “el personaje más secreto desde Richard Nixon”. Y no le falta razón. En relación con casi cualquier gran asunto de preocupación nacional, Romney no ha expresado hasta ahora más que vacilaciones o flagrantes contradicciones.

Pero esta gira era para definir al candidato Obama, no a Romney, y eso es lo que el presidente Obama ha tratado de hacer. Uno de sus razonamientos es el de “aunque queda mucho por hacer, estamos en el camino correcto”. Efectivamente, aunque jamás ha sido elegido un presidente con un índice de paro similar al actual, EE UU lleva 28 meses consecutivos después de que Obama heredase la peor crisis económica que se recuerda en ochenta años. Cómo él mismo se ha encargado de recordar insistentemente en Ohio, cuyo progreso está estrechamente ligado a la industria automovilística, su decisión de rescatar a las tres grandes compañías de coches basadas en Detroit ha permitido que éstas vuelvan hoy a obtener beneficios y a crear, aunque tímidamente, empleo. Mientras Obama daba ese paso, Romney publicaba en 2009 en The New York Times un artículo de título suficientemente explícito: “Dejemos caer a Detroit”.
 

Muchas de las personas que estaban en Maumee, en Sandusky o en Parma escuchando a Obama confesaron que votarían por el presidente como agradecimiento por haber salvado a la industria que les dio trabajo a sus padres, a ellos mismos y que confían que pueda dar trabajo también a sus hijos. Aunque otros factores influyen, por supuesto, en la votación, Romney se ha puesto muy cuesta arriba su triunfo en Ohio, donde ahora está por detrás de Obama por nueve puntos, según la encuesta más reciente. Y si no consigue ganar en Ohio, es difícil imaginar cómo puede conseguir la presidencia. Hay que recordar que las elecciones de EE UU no son elecciones nacionales; son 50 elecciones en otros tantos Estados, de los cuales 40 están ya prácticamente decididos a favor de uno o de otro candidato. Todo se juega en el terreno reducido de una decena de Estados, entre los que Obama tiene actualmente ventaja en ocho.

En todos los casos se trata de ventajas escasas que cuatro meses de campaña pueden aún hacer cambiar, pero para ello sería necesario que el rechazo al presidente fuese mayoritario y categórico, o bien que su rival consiguiese generar una fuerte corriente de ilusión. Ninguna de las dos cosas se dan en estos momentos.
 

Está generalmente establecido que las elecciones no las ganan los aspirantes sino que las pierden los gobernantes. Por si acaso, Obama se han encargado también en este recorrido por carretera de descubrir las presuntas intenciones de su rival: “Romney pretende bajar aún más los impuestos de los ricos a costa de recortar los presupuestos de educación y de retirar el apoyo a la investigación y la ciencia”. El presidente ha caricaturizado al candidato republicano como un millonario –“yo creo que él sí se podría permitir pagar más impuestos, ¿verdad?”- insensible a las dificultades de los trabajadores y heredero de la misma política económica que creó el desastre de 2008. “Romney es el regreso a un pasado que ya conocemos y que sabemos que fracasó”.

 
En contraste, Obama se presenta como el defensor de la clase media. “Creo en todas las fibras de mi ser que una economía fuerte no viene de arriba hacia abajo sino de la fortaleza de la clase media.

Cada día me despertaré pensando en ustedes y luchando para que cada uno de ustedes tenga las mismas oportunidades y en las mismas condiciones”. El presidente dice representar plenamente los auténticos valores americanos, no los de hacerse rico a toda costa, que son los que han predominado en los últimos años, sino los de “una sociedad que se preocupa por su vecino y en la que se ayudan los unos a los otros para progresar unidos”. “Fue así, unidos, como construimos la presa Hoover o el puente de San Francisco, fue así como llegamos a la Luna”.

 
Obama admite que no se ha conseguido todo lo prometido. “Es cierto que no hemos llegado a donde queríamos y que aún queda mucho por hacer”. Pero considera que buena parte de la responsabilidad de ello le corresponde a los propios republicanos. “No hemos encontrado mucha ayuda en Washington”, dice. El ejemplo más rotundo es el de la reforma sanitaria, usada por la oposición como el ejemplo más claro del supuesto proyecto socialista de Obama. El presidente llevaba algún tiempo sin hablar de ese asunto, que se había detectado impopular entre una mayoría de la población. Sin embargo, el Tribunal Supremo refrendó la semana pasada esa ley, las encuestas han empezado a girar marcadamente a favor de la iniciativa, y Obama manifiesta ahora su “orgullo” por haberla firmado.

La necesidad de un nuevo modelo de salud es clamorosa en EE UU. En Sandusky, Obama conversó con una mujer que, con lágrimas en los ojos, le contó que su hermana había muerto de cáncer hacía seis meses porque el seguro se había negado a cubrirle el costoso tratamiento de esa enfermedad. El presidente tiene motivos para presumir de ese éxito. Pero si apenas lo ha hecho hasta ahora es porque los encuestadores así se lo recomendaban.

 
También en eso Obama se ha convertido en un político común. La eficacia manda sobre la ideas, las prioridades electorales van por delante de todo lo demás. Entre los instrumentos útiles para la victoria que Obama tiene en sus manos está el de su propia posición. El autobús que trasladó a Obama por las carreteras de Ohio y Pensilvania llevaba grabado al frente y a los costados el sello presidencial, un emblema que todavía significa algo entre los norteamericanos. De color negro y aparatoso blindaje, ese autobús era en sí mismo un símbolo del poder de esta nación. Obama ha manejado ese poder atinadamente con una política exterior en la que se han combinado la fuerza y la paciencia, para que el país recuperara el prestigio perdido en la presidencia anterior. Sus compatriotas respaldan esa política, y esta es otra baza para el candidato demócrata. Pero queda mucha campaña por delante. Muchas cosas pueden ocurrir aún, y Obama ya no tiene la misma magia para sortear obstáculos. En 2008, John McCain tuvo que pelear contra un duende. Esta vez es una pelea de hombre contra hombre.

Por Antonio Caño Pittsburgh (Pensilvania – Estados Unidos) 7 JUL 2012 – 23:03 CET

Información adicional

Autor/a: Antonio Caño
País: Estados Unidos
Región: Norte América
Fuente: El País

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