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El FMLN: de la Insurreccion a la Institucion

Breve reseña histórica

El dictador Hernández Martínez, quien dirigiera la matanza, fue derrocado mediante una huelga general de brazos caídos y cuya chispa encendieran los estudiantes de secundaria y universitarios en mayo de 1944; sin embargo esa heroica gesta popular terminó siendo capitalizada por los mismos sectores oligárquicos bloqueando las demandas democráticas que la inspiraron, manteniendo su alianza con el ejército el cual permaneció al frente del gobierno.

En los años 50 dio inicio el período histórico de la bonanza internacional de los precios del café; se aprueba una nueva constitución política, crece el número de trabajadores; aumentando naturalmente el número de los explotados, al mismo ritmo en que la riqueza se concentraba en menos manos. Pero también crece la organización sindical, la formación política y la resistencia. La construcción de las represas hidroeléctricas produjo un brutal proceso de descampesinización, que a su vez daba continuidad a las reformas agrarias oligárquicas practicadas a finales del siglo XIX, cuando se destruyeron los ejidos y las propiedades comunales y se establece el registro de la propiedad raíz; así como al éxodo campesino generado con la matanza de 1932 y al surgido con la implantación del cultivo del algodón en las zonas costeras del país; ambos episodios produjeron oleajes de migración campesina hacia las ciudades mas importantes del país y a Honduras.

La construcción de una nueva represa, la del “Cerrón Grande” a comienzos de los años 70 rompió la vida de miles y miles de familias campesinas que frente a la alternativa ominosa de dejar de ser campesinos optaron por organizarse y resistirse, uniendo sus luchas a los de los sectores urbanos, maestros, estudiantes, pobladores de tugurios y clase obrera industrial, fundamentalmente.

Es en estos años cuando el Papa Juan XXIII promueve una revolución en el seno de la Iglesia Católica con las Cartas de Medellín y de Puebla mientras, la teología de la liberación, desarrollada en nuestra América y que tuvo gran influencia en la organización popular, enseñaba que Dios es amor y que está en el ser humano y en el ser humano más pobre y desvalido y que cuando este ser humano es perseguido, hambreado o torturado se está maltratando a Dios.

En este ámbito de encuentros y desencuentros de los movimientos populares con la justicia, la vieja dictadura se encontró sin respuestas adecuadas y sin posibilidades de entender los nuevos brotes de resistencia popular que estaban ocurriendo en todo el país, la cual habían sometido con mano dura y sangrienta desde hacía casi 40 años; aferrados a la defensa del orden oligárquico recurrieron reiteradamente a los fraudes electorales, clausurando esta vía como opción de los cambios reclamados por las clases y sectores subalternos, afilaron los cuchillos, crearon sus bandas asesinas y a la lucha por la vida respondieron con la muerte.

La lucha de clases alcanzó un auge inusitado, involucrando a la sociedad entera; las organizaciones populares crecieron y se desarrollaron mucho más rápido que en tiempos “normales”, derrotando a costa de altísimas cuotas de sangre, las prácticas represivas de la dictadura oligárquica- militar.

El FMLN, Guerra Revolucionaria y Acuerdos de Paz

Todo estaba listo para que en ese gran desencuentro de la sociedad se produjera el encuentro de sus destacamentos revolucionarios más importantes, construidos en el seno del pueblo en la tenaz y frontal lucha en contra de la dictadura. La creación del FMLN, integrado por cinco organizaciones: Resistencia Nacional (RN), Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC), Fuerzas Populares de Liberación (FPL), Partido Comunista de El Salvador ( PCS) y Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), constituyó la experiencia unitaria, la mayor sabiduría política y el acontecimiento popular de mayor envergadura en la historia política del país. Nadie puede pensar nuestro país ni reflexionar su lucha ignorando al FMLN.

Ahora bien, luego de 12 años de guerra, de la que ha sido la mayor confrontación de clases de nuestra historia, de mucho heroísmo y sabiduría política, en los cuales el FMLN logro construir un poderoso ejército, que poseyó eficaces armas incluyendo misiles tierra- aire al final de la guerra, que aniquiló unidades completas del ejército gubernamental equipado, entrenado y dirigido en lo estratégico por jefes gringos; y que puso en varios momentos al borde del colapso al régimen; en un marco internacional adverso para las luchas populares (derrota de la revolución sandinista, desintegración de la Unión soviética y desaparición del llamado “campo socialista”) y sobre una realidad militar de virtual equilibrio de fuerzas, se firman los Acuerdos de Paz entre el gobierno salvadoreño y la insurgencia, el 31 de diciembre de 1991, abriéndose un nuevo momento para los y las salvadoreñas y para el mismo FMLN.

Los Acuerdos de Paz generaron reacciones diversas en los distintos sectores de la sociedad; en el pueblo pobre hubo entusiasmo y esperanzas de que la caída de la dictadura significara el logro de mejores condiciones de vida; en la oligarquía y su ejército, se percibía una combinación de desengaño, frustración e incertidumbre pues las soluciones negociadas no eran nunca antes la forma de gobernar de los dueños del estado salvadoreño; la negociación que puso fin a la guerra constituyó una importante perturbación del omnímodo estilo de garantizar el control del Estado. Por su parte en el FMLN, se observaba optimismo, pero a la vez desconfianza, especialmente en los ex combatientes, pues se abría una nueva etapa, tiempos diferentes y con distintos contenidos.

Así, todos los sujetos confluyeron en la postguerra; pero la oligarquía acude empeñada en ganar, en esta nueva etapa de la historia del país, la guerra que no había ganado en el campo de batalla, y de nuevo, todo estaba listo y a punto para un nuevo escenario de confrontación, de lucha de clases, con el mismo drama y los mismos sujetos. En este ambiente la fuerza insurgente, se hace partido político, es decir, institución pública y se instala cómodamente, en los mullidos asientos, en los jugosos salarios y en las elocuentes presentaciones del mundo palaciego del poder estatal.

El FMLN inicia aceleradamente el viaje desde la sociedad hasta el sistema político, saliendo de la sociedad y entrando al sistema; los intereses y expectativas que en las nuevas condiciones brotaron en muchos de sus dirigentes, bloquearon la posibilidad de reflexionar a profundidad acerca del significado de la nueva instalación, conscientemente se renuncio a pensar políticamente y es que, en el fondo, también se hizo otro viaje, pasando de la actividad poderosa de hacer política a la actividad clientelista de participar en política; este segundo viaje promovió un tercer viaje, porque una vez adentro del sistema político decidieron ser parte de él, leales e instrumentos de ese sistema y aquí, inicia un cuarto viaje que consistió en adoptar sin adaptar el recurso del voto como el único y decisivo en la lucha del poder. Con estos cuatro pasos, las derechas del país ya no tendrían nada que pedirle a este partido, convertido en la más completa, acabada e inimaginable máquina institucional.

Pero aun faltaban pasos al interior para completar la mimetización sistémica; estos no fueron demandados por las derechas porque lo fundamental ya estaba consumado, más bien eran gestiones elegantes de un invitado recién llegado a la distribución y administración del botín del Estado. Este es un punto medular del drama porque los aparatos de gobierno, como parte de los aparatos ideológicos del Estado transformaron y mimetizaron a los antiguos guerrilleros en funcionarios públicos; en los cuatro viajes anteriores la insurgencia quedó reducida a una tenue polvareda del camino; pero con la funcionarización, fue el insurgente el que quedo reducido a una leve sombra de lo que alguna vez fue una sombra fuerte.

El paso de la montaña al Parlamento y a los gobiernos locales (alcaldías) culminó el proceso de rompimiento con la sociedad; hay que decir que se trata de un proceso inevitable e ineludible siempre que se trate de una institución partidaria tal como ocurre con el Partido FMLN; no se trata de las personas, o programas sino de una lógica esencial del sistema político, porque el Estado se sitúa siempre encima de la sociedad y aunque nace de ella necesita dominarla. Estos nuevos funcionarios mostraron, desde un principio, en su mayoría, una extraordinaria vocación sistémica, los altos salarios, los privilegios inherentes y la impunidad asegurada culminaron rápidamente la labor de transformación de lo que fuera un heroico frente revolucionario en un aparato partidario electoral y su distanciamiento insalvable con la sociedad.

Cabe señalar que toda esta trasformación no se dio exenta de contradicciones y resistencias desde algunos sectores del interior de Frente, que cuestionaron la asimilación de las viejas prácticas clientelistas electorales de los partidos de las derechas, el oportunismo, arribismo y la ambición por los cargos públicos que crecieron a toda prisa, derribando como piezas de dominó, los valores de solidaridad, desapego a los bienes materiales, el sacrificio y entrega revolucionarios, cultivados durante mucho tiempo y particularmente durante los doce años de guerra. Sin embargo el aparato partidario supo aplastar con todo tipo de artimañas y medidas orgánicas la protesta interna, reduciéndola a la marginalidad.

Varios factores favorecieron este fenómeno: las organizaciones que conformaron el FMLN en 1980 eran diferentes política e ideológicamente y la magia de la guerra popular consistió, en salvaguardar la diversidad que fundamentó el esfuerzo guerrillero. Una vez terminada la guerra, acompañada con el derrumbe de la Unión Soviética y por el advenimiento de un planeta unipolar, se plantea a estas cinco organizaciones el examen individual del nuevo mundo en el que vivíamos a partir de la compleja realidad en que pensábamos. Se trataba de un problema de identidad con un doble encuentro porque cada organización debía encontrarse de nuevo con sigo misma para reencontrarse con una realidad movediza que cruzaba todo el planeta; semejante ejercicio suponía ni más ni menos, redefinir al FMLN.

Durante toda su vida el FMLN fue un Frente, nunca fue un partido y con el mayor de los rigores, fue un acuerdo político entre cinco organizaciones sin corporeidad diferente o más allá de las de sus componentes; por eso mismo, los miembros del FMLN lo eran solamente en tanto miembros de cada una de sus organizaciones y nadie podía ser miembro de este Frente, sin pasar por sus organizaciones; pero además nadie iba más allá de ser de la RN, FPL, PCS, etc. Y solamente así se era del Frente. Afuera del cuerpo real de cada organización no hubo nada real y los entes políticos funcionantes (instancias de dirección político militares) siempre eran expresiones derivadas del acuerdo político fundante.

Terminada la guerra se planteó con premura el problema de la naturaleza del FMLN en el nuevo momento de postguerra, esta ingente necesidad exigía definirlo como unidad o como alianza y tamaña decisión requería, a su vez, poner en su sitio de nuevo a esos invitados permanentes en toda lucha de clases: a lo ideológico y a lo político. Este aspecto que podría parecer sencillo y sin importancia, tuvo una trascendencia medular; lo cierto es que tal y como se demostró palmariamente y a la brevedad, pretender antojadizamente hacer de lo que siempre fue un frente, un partido político revolucionario con el argumento de la necesaria institucionalización que la entrada al escenario electoral demandaba, pero además que tal paso constituía un avance en el proceso de unidad de parte de las cinco organizaciones, cada una de las cuales se autoproclamaba revolucionaria, significó el principio del fin del Frente como sujeto de transformación de la sociedad salvadoreña.

Así las cosas, el ya partido FMLN se declara en paz con una realidad que solo conoce de conflictos, opresiones y presiones; decide disolver a cada una de las organizaciones integrantes y aunque este es un proceso que en determinados casos ya caminaba con cierta autonomía, la disolución cercenó toda posibilidad de afrontar racionalmente el fondo político de la relación entre la realidad real y el FMLN irreal; por el contrario, se trataba de establecer un nuevo acuerdo político que conservara la naturaleza política frentista e ideológicamente diversa de la alianza, en correspondencia con la nueva realidad.

En el momento en que tomó la decisión de disolver a las organizaciones que lo integraban, el FMLN renunció al debate interno, pues éste siempre se dio al interior de cada una de ellas, encendido o tibio, permanente o temporal pero se examinaba y se discutía la realidad; cuando desaparece el frente y nace el partido FMLN y se disuelven los ámbitos de discusión, se extingue la posibilidad de la lucha interna iniciándose un proceso de ahogamiento del pensar y de senectud de elaboración de pensamiento; se aniquila el debate y termina toda posibilidad de lucha interna saludable y constructora.

Todo queda dispuesto para una danza fina escrita, orquestada y ambientada de acuerdo a las conveniencias de las viejas y las remozadas derechas del país, ya se ha entregado la cabeza, el ánimo, la memoria, la identidad, se ha renunciado al encantamiento que alimenta toda mística, ha cesado, desaparece toda formación política de militantes revolucionarios transformada en preparación de activistas electorales; ha terminado la diferencia entre Gobierno y Estado, ya no se mira la distancia entre el poder y la administración y todo esto configura una renuncia resignada a la continuidad de un proceso político que reclama nueva energía y nuevo ánimo.

La nueva criatura sin acuerdos es capaz de ganar fuerza electoral al mismo tiempo que pierde fuerza política y los cargos públicos obtenidos y a obtener, se convierten en el antídoto más eficiente para impedir todo acuerdo. Estamos ya en la historia interminable de sucesivas expulsiones y sanciones, de infinitos rompimientos; pero de estimulantes puestos de administración pública. Para todo militante y dirigente de este Partido no resulta fácil distinguir entre la derrota o la victoria porque al encontrarse con decenas de diputados y gran cantidad de alcaldías ganadas electoralmente es muy fácil sentirse victorioso; pero al mismo tiempo ni los diputados ni los alcaldes llegan, juntos o separados, a hacer o a pensar algo diferente de las derechas.

Les expropian las palabras y les subyugan el ánimo e irremediablemente se obnubilan las conciencias. En medio de esta hojarasca cesa toda posibilidad de realizar una lucha interna y la institución partidaria pasa a ser teatro de la más encendida y sanguinolenta lucha intestina. Toda la coreografía es llamada Democracia Interna y en el drama, abundan los puñales y los asaltantes, el ataque artero, público o privado y el viejo estilo de los partidos tradicionales de ganar posiciones con el clientelismo electoral.

La lucha interna, es decir el conflicto, es siempre un factor permanente de la convivencia; pero esta forma intestina deja de realizarse en función del conjunto porque este ya no existe, no se ejecuta al servicio de una línea política única porque esta ha desaparecido; no se da para fortalecer una organización porque esta no aparece y, finalmente, deja de tener fundamento político porque ya no se trata de hacer política sino de perseguir objetivos y propósitos de otra naturaleza.

En la actualidad, es difícil diferenciar a un grupo partidario de otro en el partido FMLN; identificar que es lo que los hace diferentes es casi imposible, mas bien y aunque parezca contradictorio, lo que los diferencia es lo mismo que los une; no se trata de cemento ideológico, ni siquiera político, pues no existe ningún acuerdo: es la búsqueda de posiciones y posesiones en la jerarquía de la institución partidaria para posesionarse de ubicaciones en la jerarquía del sistema político. Se trata de una pelea por cargos públicos en donde la carta de presentación es la calidad de funcionarios de los participantes; aquí tenemos una conducta plenamente consecuente porque se trata de un conflicto de funcionarios entre funcionarios y hacia una función pública; semejante conflicto no requiere producción de ideas políticas pero si exige apartar al contrincante y no porque piense de manera diferente sino porque está en el camino y debe hacerse a un lado, el ejercicio de la fuerza deja de ser política o ideológica y se convierte en fuerza institucional.

Aquí entran en guerra la fuerza institucional de un partido y la fuerza institucional del aparato del Estado, en el primero opera el dirigente que también suele ser funcionario y en el segundo funciona el funcionario que necesita controlar la institución partidaria; esta lucha intestina no necesita debate porque seria como sal en una herida, más bien se basa en una correlación de fuerzas construida con recursos internos institucionales y con recursos externos sociales y públicos. El partido FMLN es ahora, una institución mucho más que una organización, se trata de una institución partidaria de naturaleza pública, financiada por el Estado y con funciones establecidas en la ley.

Las elecciones presidenciales llevadas a cabo en marzo pasado, se han convertido en un acelerador de la confrontación política interna. Uno de los dos agrupamientos enfrentados responsabiliza del resultado electoral, a quienes en la actualidad controlan el aparato partidario; En realidad, en un evento como ese, es mucho lo que se gana y lo que se pierde pero las pérdidas mayores del FMLN no tienen que ver con su última derrota electoral; esta fue una sorprendente victoria política e ideológica que puso en evidencia la aguda polarización social existente en el país, como resultado de la aplicación de las políticas neoliberales durante quince años; sin embargo al no ser electoral es calificada simplemente como derrota por el Partido FMLN, que ha perdido toda capacidad de medir los procesos que se desarrollan en la dinámica de la sociedad con otro parámetro que no sea la cantidad de votos, o el numero de plazas ganadas en los organismos del estado.

De la Vieja Izquierda a la Nueva Izquierda

Afortunadamente, la vida política de la sociedad persiste en caminar por sus propios senderos y la escuela de este Partido necesita por eso ser pensada y elaborada suficientemente de modo que sus lecciones aleccionen todo lo que se mueve irremisiblemente hacia adelante. Lo nuevo que nace en esta turbulencia no puede ignorar lo ya ocurrido; pero las izquierdas son capaces de acumular la experiencia, de pensarla para construir una izquierda nueva la que deberá ser, desde un principio una nueva izquierda. Y esta nueva izquierda comienza a aparecer en las resistencias que se construyen desde lo mas profundo de la sociedad y que cada vez son mas visibles en la cotidianidad; nuevos actores están activándose entre los que destacan los estudiantes de secundaria y universitarios quienes han realizado innumerables manifestaciones y tranques (cierres) de calles en la capital y otros puntos del país demandando la reducción de las tarifas del transporte público y la abolición de las cuotas escolares en los institutos nacionales, lo cual los ha convertido en víctimas de la represión policial. Destacan también, los llamados comerciantes informales que son básicamente, miles de vendedores y vendedoras, lanzados a las calles de la capital y otros centros urbanos importantes por el prodigioso libre mercado, que defienden el derecho a no morir de hambre, a fuerza de enfrentamientos de piedras contra balas y gases, con la Policía Nacional Civil y con los cuerpos de agentes municipales de alcaldías gobernadas por el partido FMLN; así como las comunidades urbanas y semi urbanas que reclaman el derecho a recibir el servicio de agua potable cuyas facturas o cobros, a diferencia del servicio, llegan a los hogares con puntualidad; y las comunidades eclesiales de base cuya reactivación es inobjetable inspiradas en el ejemplo y memoria de Monseñor Romero.

Otro sector que ha impulsado continuas protestas es el de los llamados “taxistas piratas” que se han estado movilizando también por el derecho a que se les legalice su forma de trabajo o sea, que se les permita llevar la comida diaria a sus familias, en un país cuyos niveles de desempleo crecen a diario, obligando a miles de salvadoreños a buscar su sobrevivencia en el extranjero (según estimaciones oficiales mas de cien mil personas salen anualmente hacia el exterior en busca de empleo y mejores condiciones de vida). En fin, sectores pobres de trabajadores y trabajadoras que desde sus espacios sociales se oponen al sistema de muerte impuesto por los grupos de poder y principalmente por la elite financiera y el capital transnacional.

En El Salvador asistimos a un nuevo momento de repunte, de auge, de la lucha popular, que se inicia a partir de las huelgas de médicos y trabajadores administrativos del Instituto Salvadoreño del Seguro Social motivadas por el intento del gobierno de privatizar esa institución. Las protestas y movilizaciones generadas en rechazo a esa pretensión gubernamental constituyen las mas importantes acaecidas en toda la post guerra, no solo por los miles y miles de personas movilizadas, sino también por el profundo desgaste que ocasionaron al gobierno de turno y a las políticas neoliberales.

Varios factores se encuentran a la base del nuevo despegue, aún incipiente del movimiento popular: el desgaste de los gobiernos neoliberales y de sus políticas luego de quince años de aplicación de medidas antipopulares; el descrédito de las instituciones del estado por su incapacidad de resolver las demandas de la población, los constantes escándalos de corrupción de parte de funcionarios del gobierno y empresarios privados; la pérdida de credibilidad de los partidos políticos, cuyos dirigentes parecen mas interesados en repartirse el pastel de los cargos en el gobierno, traducido en jugosos salarios, que en impulsar verdaderos programas que enfrenten las problemáticas planteadas; el empeoramiento de las condiciones de vida, de trabajo, salud, educación y otros, en amplios segmentos de la población, particularmente de las capas medias y sectores profesionales afectados por el desempleo, la inestabilidad laboral, y la caída de los salarios.

Una rasgo importante que se observa en los nuevos actores sociales que se van construyendo, es su decisión a tomar distancia, o sea defender su autonomía, de los partidos políticos electorales así como a las ONGS, la cual fue expresada y apoyada ampliamente en el V Foro Mesoamericano celebrado el pasado mes de Julio en este país. Si se toma en cuenta, que los movimientos sociales de izquierda tuvieron en el pasado reciente como referente al partido FMLN, esta posición refleja su pérdida de credibilidad pero además la búsqueda de nuevos caminos de hacer valer sus demandas y aspiraciones, más allá del espacio electoral.

Del creciente malestar social están plenamente concientes el gobierno y los grupos de poder; prueba de ello son las formas populistas que el nuevo Presidente de la república a adoptado en su gestión gubernamental, apoyado en una masiva utilización de los principales medios de comunicación, en una aparente política concertadora hacia los partidos políticos, todo esto acompañado de constantes reformas a las leyes que se han venido ejecutando, con el pretexto del combate a la delincuencia y al terrorismo con las cuales se pretende desalentar y reprimir, en el momento que consideren necesario, la organización popular.

Pero más allá de las pretensiones de las derechas y su gobierno la historia salvadoreña es reiterativa en demostrar que cuando este pueblo acomete la aventura de enfrentar a los que históricamente lo han sojuzgado, explotado y oprimido, en esa decisión no existen límites posibles, ni en tiempo ni en formas de lucha; la voluntad de alcanzar la mas encumbradas cimas de la lucha de clases está presente siempre, así fue en el alzamiento de 1932, en la huelga general de 1944 y en los doce años de guerra popular revolucionaria. Si en el pasado hubo que crear al ahora partido FMLN, el nuevo momento requiere de una nueva izquierda, la cual como siempre ha de suceder en la lucha social, está naciendo de la vieja izquierda recuperando de ella todo lo que pueda ser valioso y necesario, descartando lo inservible, pero además, renovando los compromisos y los sueños, reafirmando la militancia y el ánimo de descubrir, hacer en la marcha misma, nuevos caminos.

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