“El impeachment de la presidenta Dilma Rousseff es impensable y generaría una crisis institucional. No tiene ninguna base política ni jurídica”.
La frase fue proferida hace menos de un año por un hombre denunciado como integrante de un esquema ilegal de compra de etanol, acusado de controlar la corrupción en el puerto marítimo de la ciudad de Santos y condenado por irregularidad en gastos en campañas electorales.
Ese hombre se llama Michel Temer. A partir de la tarde de hoy asume la presidencia del quinto país más poblado del mundo. Ocupará interinamente el puesto que pertenece a Dilma Rousseff hasta que termine en el Senado el juicio determinado ayer.
No tiene ninguna duda de que la presidenta no volverá, y que él gobernará el país hasta el 31 de diciembre de 2018. Por eso pasó las últimas semanas trazando lo que será su gobierno, atento también a lograr una base de apoyo en el Congreso, especialmente en la muy enredada Cámara de Diputados.
Hace días sufrió un duro golpe con la suspensión de su principal aliado, Eduardo Cunha, quien entre un juicio y otro, entre una acusación y otra, presidía la Cámara de Diputados.
Cunha, uno de los símbolos máximos de corrupción, sabría conseguir –a cambio, claro, de asegurar puestos y presupuestos en el nuevo gobierno– el respaldo necesario para posibilitar la implantación de una durísima política neoliberal que será el contrapunto a las políticas sociales llevadas a cabo por el PT de Luiz Inacio Lula da Silva y Dilma Rousseff en los últimos 13 años.
De la mano del nuevo mandatario llegan al gobierno los que fueron sucesivamente derrotados en las últimas cuatro elecciones presidenciales: los del PSDB, del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, que se esmeró al máximo para que el golpe institucional fuera exitoso. Además, llegan políticos de la derecha más dura: el DEM (Partido Demócrata).
Temer pasó el fin de semana armando su gobierno. Los que dieron el respaldo necesario para que el golpe triunfara –los barones tradicionales del Congreso, los medios hegemónicos de comunicación, el empresariado, los que controlan el agronegocio, y el sacrosanto mercado financiero– tuvieron un papel fundamental en la elección de los nombres, aprobaron a unos y rechazaron a otros.
Serán 22 ministerios frente a los 32 actuales. El puesto clave: el Ministerio de Hacienda, el más poderoso, será entregado a Henrique Meirelles, el polémico presidente del Banco Central en los gobiernos de Lula da Silva. En ese periodo tuvo las políticas sociales del gobierno como límite a sus ímpetus de neoliberal radical Ahora, con Temer, tendrá manos libres.
No será, como se pretendió anunciar, un gobierno de notables. Primero, porque los mejores en cada especialidad difícilmente participarían en un gobierno ilegítimo. Y segundo, porque Temer sabe que carece de apoyo popular y de poder de decisión: está en manos de sus aliados.
En sus intentos por armar el gabinete cometió deslices espantosos, como intentar tener a uno de esos autonombrados pastores electrónicos evangélicos, ardiente defensor del creacionismo y negador furioso de Charles Darwin, como ministro nada menos que de Ciencia y Tecnología. Luego quiso destinar el Ministerio de Defensa a un joven diputado de 36 años, hijo de uno de los símbolos de la corrupción en Brasil. Los jefes de las tres armas hicieron llegar a Temer un mensaje corto y seco: jamás aceptarían ser comandados por semejante figura.
Al menos cinco políticos que integraron los gobiernos de Lula y Rousseff volverán al gobierno nacido de un golpe. Tendrán a su lado nombres de políticos conocidos no precisamente por la ética y la decencia.
Gobernará a la sombra del senador Aécio Neves, que en 2014, cuatro días después de su derrota, requirió a los tribunales la impugnación de la victoria de Rousseff. Ahora, Neves lo logró, pero en el Congreso.
Gobernará enfrentando al PT y otros partidos de izquierda, y algo aún más grave: las investigaciones que corren en el Supremo Tribunal Federal contra algunos de sus actos y muchos de sus aliados.
En la noche de ayer, mientras en el Senado se consumaba el golpe institucional, miles de personas se juntaban en ciudades brasileñas para protestar contra el golpe. También había, pero en número francamente inferior, los que aplaudían la irremediable defenestración de la presidenta. En Brasilia, la policía reprimió brutalmente una marcha de mujeres que se manifestaban en favor de la primera mujer que llegó a la presidencia de Brasil. Hubo quien preguntó si la brutalidad de la policía sería una muestra de lo que vendrá con Temer.
En los últimos días Dilma Rousseff sacó del palacio presidencial sus objetos y documentos personales. Ayer fue el día de sacar sus últimos libros y las fotos de su hija y dos nietos que estaban en su despacho personal.
Este jueves volverá al Palacio do Planalto para una conferencia de prensa. Será su último acto como la presidenta que recibió 54 millones 500 mil votos y cuyo mandato fue suspendido por los senadores.
A partir de ahora se defenderá en un juicio político que transformó el Congreso en un tribunal espurio, un tribunal de excepción.
Leave a Reply