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El triunfo del miedo

El triunfo del miedo

El referéndum británico tiene una enorme cantidad de lecturas posibles. El riesgo –más que en otras circunstancias– es que cada uno elija la o las interpretaciones que corresponden a su visión del mundo, a sus categorías epistemológicas, subvalorando las demás con respecto a uno de los procesos, el de la integración europea, más complejos de la época contemporánea.

En primer lugar: salir de la Unión Europea, ¿qué quiere decir? La pregunta no carece de sentido, ya que en las horas siguientes al referéndum, literalmente millones de ciudadanos británicos “googlearon” con esa inquietud. Después de haber votado, no antes. Salir de la Unión Europea, para Gran Bretaña quiere decir romper con la mayor área de libre comercio del mundo, que se empezó a gestar en la posguerra en torno a Alemania, Francia e Italia, se completó en 1992 y abarca hoy día a 28 países, incluidos varios del antiguo bloque soviético. Salir de la Unión Europea quiere también decir quedar fuera de un parlamento común y de una gigantesca trama de normas pensadas para armonizar las políticas de los distintos países en un sinfín de materias, desde la política agrícola hasta la investigación científica, y de un sistema de fondos de cohesión económica que en los años ochenta, por ejemplo, le permitió a España colmar los retrasos causados por los 39 años de franquismo.

Antes de explorar las distintas interpretaciones es necesario echar una mirada a los resultados globales de esta votación. Se expresaron en favor de la salida (Leave) 17,4 millones de personas, el 52 por ciento de los votantes, mientras el 48 por ciento (16,1 millones) lo hizo por la permanencia, es decir por el Remain. Es un resultado que perfila a un país dividido en dos partes similares y muy diferenciadas. En dos regiones, sin embargo, el Remain ganó por mucha diferencia: Escocia, donde apenas el 38 por ciento de los 2,6 millones de electores optó por romper, e Irlanda del Norte. Sucedió algo similar en varias de las principales ciudades británicas, empezando por Londres. En cambio, el Leave prevaleció en lo que en Uruguay llamaríamos “el Interior”.

Por otro lado, la opción de salir de la UE prevaleció con claridad entre los más veteranos (60 por ciento de los mayores de 65 votó por el Leave) y perdió rotundamente entre los jóvenes (73 por ciento de los menores de 24 lo hicieron por el Remain), pero la participación de estos últimos en el referéndum fue mucho más baja, abriendo un debate sin solución: ¿los abuelos impusieron el Leave a sus nietos, o estos últimos se desinteresaron de su propio futuro? La sistemática baja de la participación electoral es uno de los rasgos más conflictivos en Europa en este inicio de siglo.

Entre los principales partidos, los parafascistas y racistas del Partido por la Independencia del Reino Unido (Ukip) fueron los abanderados del Leave, mientras los nacional-progresistas escoceses lo fueron del Remain. Los dos partidos tradicionales –Conservador y Laborista– permanecieron en el medio.

Un sector del laborismo, afín al líder del partido Jeremy Corbyn, se inclinó por el Remain pero tras sopesar mucho su voto y no sin antes destacar lo negativas que han sido las instituciones de la UE, por ejemplo para imponer políticas de austeridad incluso a países que las rechazan, como Grecia;1 entre los conservadores hizo lo mismo el ex intendente de Londres Boris Johnson, un demagogo que en su escalada al poder se subió claramente al carro del Leave. El último dato numérico que no se puede pasar por alto es que el voto favorable a permanecer en la UE aumenta a medida que lo hace el nivel de estudios y la situación económica de los sufragantes.

¿Afuera por qué?

El “interior”, que masivamente optó por salir de la Unión Europea, no es un interior rural: es un interior desindustrializado desde la época de la revolución neoliberal de Margaret Thatcher, mantenida casi sin cambios por el laborista Tony Blair. En el lapso de una generación, a medida que el sector financiero avanzó sobre la economía británica, una minoría se enriqueció como nunca, quebrando la columna de una clase obrera otrora fuerte y beneficiaria de un Estado de bienestar modélico que resultó casi completamente desmantelado. Es un interior antaño dominado por las fábricas textiles estudiadas por Carlos Marx, por las minas de carbón de las novelas de Joseph Cronin y los astilleros navales que crearon las flotas que permitieron a esta isla dominar el mundo durante siglos. Es una tierra desolada, como diría T S Eliot, donde “el futuro ya pasó”, poblada por ancianos a los cuales Thatcher les vendió gato por liebre cuando comenzó a arrasar con toda una serie de conquistas sociales. También estos ancianos de hoy, que en su momento votaron por el Partido Laborista y se sintieron traicionados por el blairismo, compraron el mensaje violento y racista del Ukip de Nigel Farage, un fenómeno que tiene muchos puntos de contacto con lo que sucede en la Francia de Marine Le Pen o la Hungría de Víctor Orban. Los partidarios del Remain fueron incapaces de trasmitir y explicar cosas fundamentales, como los 70 años de paz que este continente vivió por primera vez en la historia bajo un proceso de integración.

La ultraderecha británica logró marcar su agenda en este debate entre Leave y Remain. El primer motivo del voto Leave es la creencia de que permanecer en Europa otorga a los inmigrantes derechos que los locales no tienen. Así, votar “contra Europa” para muchos fue una manera de expresar su rechazo a la inmigración. Como lo muestra el asesinato de la diputada laborista Jo Cox, cometido por un terrorista neonazi y supremacista blanco, y los incalculables episodios de xenofobia de los últimos días, muchos ingleses votaron Leave para echar a los pakistaníes y otras comunidades, incluyendo a los plomeros polacos y los licenciados españoles o italianos que, al amparo de la Unión, tienen derecho a establecerse y trabajar legalmente en el país. El segundo “argumento” utilizado por los partidarios del Leave, que coincide con la propaganda de la extrema derecha, es la presunción –totalmente infundada– de que Gran Bretaña gasta en Europa más de lo que recibe. Desde los tiempos de Thatcher y su “give our money back”, este país obtuvo una balanza de pagos a su favor, especialmente en materia agrícola. Muchas veces Neil Farage tuvo que corregirse públicamente por haber difundido cifras completamente inventadas. Por supuesto, sus “correcciones” pasaron desapercibidas y millones de electores permanecieron convencidos de que votando contra la UE estaban por fin recuperando lo que les habían quitado “esos vagos del sur”.

Nunca a lo largo de su historia Gran Bretaña renunció a su autonomía o a su moneda, y fue desde sus costas que el neoliberalismo comenzó a extenderse hacia el resto de Europa y a conquistar sus instituciones.

Ahora nadie sabe qué hacer. Preocupante en serio es la perspectiva de un alejamiento de Irlanda del Norte respecto de Reino Unido. Significaría poner en riesgo los acuerdos que terminaron con casi un siglo de guerra. El Remain prevaleció netamente en los condados católicos irlandeses y el Leave en los protestantes, y nadie quiere imaginarse que la perspectiva de un enfrentamiento armado resurja entre esas comunidades.

1. La “debilidad” de Corbyn en la defensa del Remain fue aprovechada por los parlamentarios laboristas, que siempre resistieron su ascenso al considerarlo “demasiado rojo”, para reclamar su renuncia. La bancada laborista votó el martes una moción de censura no vinculante en su contra por una fuerte mayoría (172 a 40), pero Corbyn, representante del ala más a la izquierda del partido, dijo que sólo los militantes, en un congreso, pueden echarlo.

Información adicional

Autor/a: GENNARO CAROTENUTO
País: Internacional
Región: Internacional
Fuente: Brecha

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