Monseñor Keith O’Brien, cardenal arzobispo de las diócesis escocesas de Saint Andrews y Edimburgo, es el primer jerarca de la Iglesia que tiene que renunciar a participar en la elección del nuevo Obispo de Roma, tras la dimisión de Benedicto XVI, a causa del escándalo de abusos sexuales y pederastia que sacude los cimientos de la Santa Sede. Pero el Vati-sex sísmico que ha estallado en la antesala del histórico Cónclave después de décadas de maniobras para ocultar esos delitos y encubrir a sus autores amenaza a otros muchos obispos y prelados, como el cardenal de Los Ángeles, Roger Mahony, cuyos feligreses de Catholics United se oponen a que participe en la designación del próximo Papa.
O’Brien se ha visto obligado a “dimitir” de su cargo tras haber sido acusado de un “comportamiento inapropiado” (abusos sexuales, para ser exactos) con seminaristas y sacerdotes en la década de los 80. La noticia fue adelantada por la BBC, pero el Vaticano se apresuró a comunicar pocos minutos después que el papa Benedicto XVI había aceptado la renuncia “por motivos de edad”. A sus 74 años, era el más veterano jerarca de la Iglesia Católica en Reino Unido y pone punto final a su carrera eclesiástica después de que cuatro curas católicos (uno de ellos ya secularizado) se quejaran muy recientemente al Papa por lo que en el Vaticano denominan “conducta indebida” o “inapropiada”, que durante años ha llevado a cabo el cardenal británico y que parecen remontarse a la década de los 80
Precisamente O’Brian -el más alto cargo de la Iglesia católica en Escocia y líder de su Conferencia Episcopal- ha sido hasta ahora una de las figuras más destacadas en la jerarquía católica de Reino Unido en promulgar un rotundo rechazo a la propuesta de aceptar el matrimonio homosexual, (que calificó como “nocivo para el bienestar físico, mental y espiritual”, considerando a los gays “personas inmorales”), el aborto, la eutanasia, la desaparición del celibato de los curas…
Lo que el Vaticano llama “conductas inapropiadas o indebidas”, refiriéndose al cardenal O’Brian, son, en román paladino, abusos deshonestos de niños, jóvenes y también sacerdotes primerizos, por parte de sus superiores, sus obispos o sus jerarcas. Todavía existen miles de víctimas que esperan, entre ellas muchos ex Legionarios de Cristo y centenares de adultos violados cuando niños, que el Papa les reciba para poderles pedir personalmente perdón en nombre de la Iglesia.
Benedicto XVI no gana para sustos, aunque durante los 25 años que trabajó junto al papa Juan Pablo II, como Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe y la Moral, conoció cientos de denuncias que entonces jamás pudo tomar en consideración, a juicio de muchos, porque se lo prohibió Karol Wojtyla. Especialmente las referidas a Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, y de vida sexual y económica muy desacorde con las normas católicas; hasta que, una vez elegido papa, decidió “retirar” de la vida pública al poderoso clérigo mexicano. Pero Ratzinger sabía muy bien que ni era el único ni con Maciel se iban a cerrar las denuncias por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, obispos e incluso cardenales de la Iglesia.
Los Legionarios de Cristo de Marcial Maciel
Uno de los analistas españoles que mejor conocen las interioridades de la Iglesia, Pepe Rodríguez, publicó hace ya 10 años un trabajo espléndido acerca de los delitos sexuales del clero contra menores: “Pederastia en la Iglesia Católica” (Ediciones B, Barcelona 2002), que él mismo señala como “un drama silenciado y encubierto por los obispos”. El resultado es sobrecogedor. En él se recogen centenares de casos de sacerdotes que llegaron a ser condenados judicialmente por cometer delitos sexuales contra menores, y de buen número de obispos relevados de sus cargos al hacerse públicas sus conductas pederastas.
Pero estas condenas o destituciones han sucedido en la última década, cuando, según las noticias que van apareciendo y estremeciendo a la comunidad católica, un día sí y otro también, era algo que venía sucediendo, “que se sepa”, desde los años 40 del siglo pasado: lo de Marcial Maciel, desde 1950, cuando ya el propio papa Pío XII le suspendió a divinis por un año, cosa que ni Benedicto XVI se atrevió puntual y tajantemente a hacer.
Durante muchísimos de estos años, en no pocos seminarios y parroquias, en no pocos pueblos de España, se han producido numerosos casos de violación y abusos sexuales de niños y adolescentes, y también cientos de embarazos de mujeres por parte de sacerdotes, párrocos y educadores religiosos. El castigo que los obispos imponían a muchos de aquellos clérigos era… cambiarles de lugar o destinarles a alguna misión de África o América Latina. El que se imponía a muchos obispos o cardenales de todo el mundo, de los que ya hoy día empiezan a conocerse sus nombres, era cambiarles de diócesis y en algunos casos ascenderles de categoría.
Lo que quiere decir, sencillamente, que en el Vaticano los delitos sexuales del clero nunca se han tomado en consideración; es más, se han encubierto y en ocasiones hasta se han premiado con un ascenso. En cualquier caso, siempre se han silenciado. En realidad, y ya desde los tiempos de Juan XXIII, la cúpula eclesial ha mantenido una legislación canónica que obligaba a encubrir y perdonar al clero en este y en otros delitos. Más aún: a prohibir expresamente difundirlos o denunciarlos. Según Pepe Rodríguez, tal encubrimiento sigue siendo práctica cotidiana en las diócesis católicas.
Desde hace al menos 10 años, en algunas diócesis de España, Francia, Italia, Polonia, Gran Bretaña, Alemania, Austria, Bélgica y muy sonadamente Irlanda o Estados Unidos, y en no pocas de México, Costa Rica, Colombia, Puerto Rico, Argentina o Chile, y en la lejana Australia, han venido apareciendo gran número de casos con nombres y apellidos de sacerdotes, obispos y cardenales acusados por sus víctimas de abusos sexuales, pero condenadas estas últimas a sufrir las consecuencias de un decálogo episcopal para los encubrimientos y de las vergonzosas maniobras de los obispos y del Vaticano para ocultar esos delitos y proteger al clero pederasta, asombrosamente numeroso. Los chantajes para conseguirlo han sido, durante todos estos últimos años, de auténtico espanto. Algunas de las víctimas, ya adultas, al no poder soportar el trauma que les dejó el abuso sexual de niños, han acabado suicidándose. O en un psiquiátrico.
Pero Benedicto XVI, que conocía estas tragedias desde sus años de Gran Inquisidor, jamás hizo o pudo hacer algo por ellos. Recientemente, el papa Ratzinger ha modificado el Código de Derecho Canónico a este respecto… pero es ya demasiado tarde. Más aún: una declaración pontificia de hace poco más de un año trataba de “justificar” los abusos y violaciones de niños y jóvenes por parte del clero “por la liberación sexual de los años 60”, como si la culpa de estos delitos la tuvieran el mundo en general y los hippies del eslogan “paz y amor”, en particular, o “la revolución del 68”, como llegó a afirmar algún preboste de la Iglesia. ¡Menos mal que no han echado la culpa de todo a Simone de Beauvoir, la mujer de Jean Paul Sartre, autora de El segundo sexo!
Ya en 2002, cuando un cardenal norteamericano miembro de la Curia Vaticana -monseñor James Stafford- debatía en Roma -en presencia del papa Juan Pablo II y el resto de los cardenales de su país- el escándalo de la pedofilia en los Estados Unidos, afirmó por primera vez abiertamente: “La Iglesia pagará muy caros estos errores… Ha sido una tragedia, pero tenemos la obligación de reaccionar y de ayudar por todos los medios a las víctimas”… Y no se las ayuda tapando esos crímenes ni echando la culpa a la “liberación sexual del siglo XX”. Ni a la prensa, como acaban de hacer los portavoces vaticanos.
Las miles de demandas en Estados Unidos y en otros muchos países (incluidos Bélgica, España e Irlanda), los millones de dólares que están pagando en indemnizaciones a las víctimas de los abusos sexuales del clero varias diócesis estadounidenses (algunas han entrado en quiebra a causa de ello), y en los últimos años el creciente e imparable descubrimiento de que los autores de tales abusos no son sólo curas de a pie sino también obispos y cardenales de la Iglesia de Roma, parece haber resultado ser, entre otras causas, el detonante final de la estampida a que ha llegado, tras más de 500 años sin dimisiones de pontífices, Benedicto XVI, para dejarle a otro la solución del problema.
Un problema que, junto a la corrupción en la Banca de Dios, puede acabar de una vez por todas con 2000 años de poder de la Iglesia Católica.
Por RAFAEL PLAZA VEIGA Madrid25/02/2013 18:53 Actualizado: 25/02/2013 20:51
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