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En la conciencia del hombre-bomba. “el paraiso ahora”, polemica realizacion del palestino hany abu-assad




Lo más prejuicioso que puede afirmarse de Paradise Now es que glorifica el terrorismo palestino. Cuando en verdad la intención es examinar la crisis de conciencia, los replanteos éticos y políticos que la inminente colocación de un explosivo despierta en un par de hombres-bomba y en quienes los rodean. Esa clase de afirmaciones acompañaron a la película del palestino Hany Abu-Assad desde que debutó internacionalmente, en la edición 2005 del Festival de Berlín, donde se llevó el premio de Amnesty International. Presentada el año pasado en el Bafici porteño, el clímax de la disputa se alcanzó a comienzos de este año, cuando una asociación civil israelí intentó impugnar su candidatura a Mejor Film en Idioma Extranjero, alegando apología de la violencia. La iniciativa no prosperó, la película de Abu-Assad no ganó el Oscar y ahora se estrena en la Argentina, con el título El Paraíso ahora, echando seguramente más combustible al fuego de la polémica. Que es, sin duda, uno de los efectos más positivos que la película puede generar.


Dos muchachos como cualesquiera, Said y Khaled, viven con sus familias y trabajan en Nablus, ciudad regida por la Autoridad Palestina. En su primera parte, El Paraíso ahora parecería ser una mera crónica de insatisfacción juvenil, que podría tener lugar en cualquier parte del mundo y casi cualquier época. Esto, hasta el momento en que un hombre de barba se acerca a uno de los protagonistas y le pide que sean voluntarios de un atentado suicida, que deberá cometerse al día siguiente en Tel Aviv. Parecería descolgado el ofrecimiento, si no fuera porque el interlocutor lo acepta sin chistar. De allí en más y hasta el final, en el segundo anterior a la explosión, la película dirigida y coescrita por Abu-Assad (de quien se había conocido, en la edición 2003 del Bafici, la anterior El casamiento de Rana) se convierte en la crónica, tensa, volátil y contra reloj, de las últimas horas en la vida de dos mujahids.


 


Qué es lo que pasa por la cabeza de un hombre-bomba. Qué lo lleva a aceptar su misión, cómo vive sus últimas horas. Qué distancia existe entre la convicción política y el límite ético y cómo se resuelve esa distancia. Esta es la clase de cuestiones a las que Abu-Assad decidió enfrentarse y es también el paquete que, como un explosivo filosófico, político y moral, arroja sobre el espectador. Sin arruinar el suspenso que El Paraíso ahora convierte en estrategia narrativa, puede anticiparse que las últimas horas de Said y Khaled están hechas de dudas, certezas, pasos atrás, arrepentimiento. Y una decisión final que, de acuerdo con la realidad de Medio Oriente, renovará el ciclo de la violencia.


 


En términos de punto de vista, Abu-Assad practica un doble movimiento. Por un lado, se pone en la cabeza de los protagonistas. Por otro los observa desde una distancia, mostrándolos como parte de la intemperancia cotidiana. En la primera escena, una situación de lo más banal con un cliente en el taller termina en pelea salvaje, mientras en primer plano el contenido de una cafetera hierve y se desborda. Aquí y allá, Abu-Assad recurre a comentarios visuales y toques de humor casi tan desconcertantes como los de Intervención divina, recordado film del mismo origen. Uno de los protagonistas se despide para siempre, fusil en mano, pero una distracción del camarógrafo obligará a repetir la toma. “Salen más las condenas a muerte de informantes que las despedidas de mujahids”, dice un vendedor de videos, como si hablara de películas de entretenimiento.


 


Hijo de un padre ejecutado por colaborar con los israelíes, la condición de Said no sólo es paradójica, sino que podría ayudar a explicar su decisión. Y funciona como espejo inverso de Suha, recién regresada de Francia, hija de un mártir de la causa palestina y sin embargo –o por eso mismo– pacifista (Lubna Azabal, protagonista de Exilios). El personaje de Suha cumple una función dramática y política esencial. Por un lado sirve como catalizador de la misoginia ambiente, expresada en ese taxista que se le tira un lance, oportuno comentario de Abu-Assad sobre deudas árabes en materia de política sexual. Por otro, al oponerse a la violencia, Suha representa una segunda posición dentro de la interna palestina, haciendo dudar a Said de su misión.


 


Algunos pusieron el grito en el cielo porque los miembros de la Jihad no están presentados como demonios. Tampoco ángeles; más bien, hombres políticos. Si sus métodos se ponen en cuestión es de modo indirecto, a través de aquellas discusiones entre Said y Suha. No se crea por esto que El Paraíso ahora se parece a un debate de televisión. Filmada en formato scope, narrada contra reloj y con la muerte como inminente espada de Damocles, la reflexión sobre uno de los conflictos más irresolubles del globo se parece aquí a ese mecanismo que los protagonistas llevan fatalmente amarrado al cuerpo. Y que, se sabe, no puede terminar en otra cosa que la muerte. La propia y la ajena.


8-EL PARAISO AHORA
Paradise Now. Francia/Alemania/Holanda/Israel, 2005.
Dirección: Hany Abu-Assad.
Guión: H. Abu-Assad y Bero Beyer.
Fotografía: Antoine Heberlé.
Intérpretes: Kais Nashef, Ali Suliman, Lubna Azabal, Amer Hlehel, Hiam Abbass y Ashraf Barhoum.

 



Por Horacio Bernades


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