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Enojados del mundo, uníos

Enojados del mundo, uníos

El atractivo de la extrema derecha de cara a las elecciones legislativas en Estados Unidos.

 La porción de votantes en Estados Unidos que, a pesar de escándalos y desatinos, sigue apoyando a Donald Trump y desconcierta a sus adversarios muestra que ninguno de los dos partidos políticos tradicionales ofrece respuestas atractivas.

El martes, en Virginia, Paul Manafort, el ex jefe de la campaña electoral del ahora presidente Donald Trump, fue condenado por ocho delitos que incluyen fraude bancario, y tiene por delante otro juicio por cargos similares. Casi a la misma hora, en Nueva York, Michael Cohen, el ex abogado personal y arreglaentuertos de Trump, se declaró culpable de ocho delitos, incluido el pago –a pedido de Trump– de sobornos a dos mujeres que dicen haber tenido encuentros muy cercanos e íntimos con el ahora presidente, entre ellas la actriz porno Stormy Daniels.

Este último detalle, según expertos legales, tiene implicaciones graves para Trump: los sobornos para impedir que salieran a luz los adulterios poco antes de la elección, en noviembre de 2016, pueden considerarse como contribuciones ilegales a la campaña, ya que tuvieron la intención de influir en el resultado de los comicios.

Impertérrito, esa misma noche en Charleston, West Virginia, Trump enfebreció a cientos de simpatizantes durante 75 minutos con un discurso divagante repleto de sus ya habituales insultos a la prensa, a otros políticos, y una vez más a los jugadores de fútbol americano que protestan contra la discriminación racial.

GUIÑOS A LA CLASE OBRERA.

Y, con la astucia de quien ha hecho carrera en reality shows y tiene buen olfato para el rating, cuando faltan 76 días para las elecciones legislativas, Trump se reunió el miércoles con los presidentes de sindicatos poderosos en las industrias tradicionales para hablar sobre la negociación con México y Canadá de un nuevo tratado de libre comercio de América del Norte.

Entre los invitados a la Casa Blanca estaban el presidente de la central sindical Afl-Cio, Richard Trumka; el presidente de los Teamsters, James Hoffa; el presidente de los Trabajadores de la Industria Automotriz, Gary Jones; el presidente de la Asociación Internacional de Maquinistas, Robert Martínez, y el presidente de los Metalúrgicos Unidos, Leo Gerard.

Trumka y otros dirigentes sindicales han elogiado los aranceles impuestos por Trump a las importaciones. Según Trumka, la reunión sirvió para “reafirmar qué es lo que realmente necesitan los trabajadores”.

Entre esas necesidades se cuentan “el fortalecimiento de los derechos de los trabajadores respaldándolos con la aplicación efectiva de las leyes, a diferencia de lo que ha ocurrido en el pasado y que ha llevado al incesante traslado de empleos a México…, y nuevas normas de origen que sean justas para los trabajadores en Estados Unidos”.

Aunque el gobierno de Trump ha acentuado las medidas antisindicales, el proteccionismo y el nacionalismo oportunista del presidente siguen nutriendo el respaldo de sus votantes.

De acuerdo con el promedio de encuestas de RealClearPolitics.com, 19 meses después de haberse mudado a la Casa Blanca, Trump cuenta con la aprobación del 43,4 por ciento de los encuestados, mientras 51,9 por ciento reprueba su desempeño. La encuesta de Gallup le da 42 por ciento de apoyo y 52 por ciento de repudio. Casi las mismas cifras que en enero de 2017.

Otra encuesta pertinente es la del Monmouth University Polling Institute, según la cual ahora el 35 por ciento de los estadounidenses cree que el país está “bien encaminado” y el 57 por ciento opina que va por “mal camino”. No luce como muy positivo el balance, pero en agosto de 2015, cuando el país llevaba seis años de recuperación lenta pero sostenida tras la última gran recesión, sólo el 28 por ciento de los encuestados creía que la nación iba “bien encaminada”, mientras que el 68 por ciento pensaba lo contrario.

En otras palabras, después de un año y medio de Trump y su show, hay más gente que cree que el país, especialmente en lo que concierne a la economía, está mejor que en el crepúsculo de la presidencia de Barack Obama.

REACCIONARIOS.

Quienes creen que el país está bien encaminado y quienes opinan que va por el trillo equivocado tienen algo en común: la decepción hacia la política tradicional y la tentación de seguir a un caudillo que, con todas sus verrugas, ofrece algo diferente.

Es una reacción a cambios fundamentales en las relaciones económicas, la composición demográfica y la destrucción de millones de empleos que por más de un siglo y medio sustentaron determinadas estructuras familiares, programas de educación y negocios.

Es cierto, por ejemplo, que la tasa de desempleo, que alcanzó el 10 por ciento en octubre de 2009, ha bajado al 3,9 por ciento. Pero el empleo que abunda está mal pagado, es incierto, y carece de beneficios como vacaciones pagas, compensación por horas extra, licencia por enfermedad y seguro médico. La brecha en los ingresos sigue ensanchándose desde hace ya cinco décadas.

Robert Wuthnow, un sociólogo de la Universidad de Princeton, pasó ocho años entrevistando personas en ciudades pequeñas y áreas rurales de todo el país con el propósito de entender por qué tanta gente está furiosa con el gobierno: el gobierno federal, los gobiernos de los estados, las municipalidades. Es un enojo existencial.

Wuthnow concluyó que a esos millones de estadounidenses les preocupa menos la economía que lo que perciben como amenazas a la sociedad y la “decadencia moral” del país.

“Casi el 90 por ciento de la población rural es blanca. Aunque la demografía está cambiando rápidamente y los hispanos y otros inmigrantes se asientan en zonas rurales del país”, señaló Wuthnow en una entrevista con Vox. “Y por eso es que uno ve más xenofobia y racismo en esas comunidades. Hay una sensación de que las cosas van mal, y el impulso es culpar a los ‘otros’.”

“SUEÑO AMERICANO” ROTO.

Pero el malestar no se limita a los blancos, a los trabajadores industriales, a la gente de pueblo chico. Millones de jóvenes, egresados de las universidades con grandes deudas, encuentran más changas que empleos y descubren que para conseguir un trabajo en la profesión que aprendieron se les exige ahora un diploma adicional –una maestría, un doctorado– que no pueden pagar.

Los mitos centrales de cada sociedad persisten más que las realidades, y la idea de que Estados Unidos es “la tierra de las oportunidades”, el país donde prospera quien trabaja duro y demuestra espíritu empresarial, ha perdurado más que la realidad. Desde 1967 el ingreso promedio de los hogares, ajustado por inflación, se ha estancado para el 60 por ciento de la población, al tiempo que la riqueza y los ingresos de los más acaudalados han aumentado sustancialmente. Las ganancias de las corporaciones están en sus niveles más altos desde la década de 1960, y aun así prefieren acumular los beneficios en lugar de reinvertir, dañando todavía más la productividad y los salarios.

“En años recientes, a estos cambios se les ha sumado un vaciamiento de la democracia y su remplazo por el gobierno tecnocrático de elites globalizadas”, escribió Robin Varghese, economista principal de la Open Society Foundation.

Tal como la globalización ha tenido un impacto corrosivo en sociedades más conservadoras y tradicionalistas, la sociedad estadounidense ha sido desfigurada por la globalización. Cuando “Estados Unidos era grande” –una idealización que Trump ha prometido restaurar–, la clase media era mayoritaria y cualquier familia podía sustentarse con un sueldo, pagando vivienda, automóviles, cuidados médicos y la educación de los hijos para un futuro que siempre sería mejor.

En 1965, el 53 por ciento de los hogares se sustentaba con el ingreso de una persona. Ahora el 66 por ciento de los hogares se mantiene gracias al laburo de ambos cónyuges. Al mismo tiempo, cuando los dos trabajan, aumentan los costos de cuidado de los hijos, de los alimentos, del transporte (por la necesidad de tener dos automóviles) y del cuidado de familiares adultos mayores.

SER ALGUIEN EN UNA SOCIEDAD POSINDUSTRIAL.

El fenómeno del relativo éxito de Trump –a pesar de todos los escándalos en los que está envuelto– se explica, en parte, por la promesa que hizo de que volverían a Estados Unidos los empleos que migraron a tierras con mano de obra más barata, aunque la automatización y la tecnología hayan destruido más empleos que las relocalizaciones, dejando detrás de sí un tendal de movimientos populistas aquí y en otras partes del mundo.

Un estudio de la Universidad de Oxford encontró que todos los países desarrollados experimentarán en los próximos 25 años pérdidas de hasta el 47 por ciento de sus empleos. Y el semanario The Economist señaló que “ningún gobierno está preparado para esto”.

Art Bilger, miembro de la junta directriz de la Escuela Wharton de Administración de Empresas, de la Universidad de Pennsylvania, se preguntó: “¿Qué será de nuestra sociedad con un desempleo del 25 por ciento, el 30 por ciento, el 35 por ciento. No sé cómo podremos manejarlo, pero aun si pudiésemos, queda la cuestión de qué hará la gente. Tener un propósito en la vida es un componente importante para la estabilidad de una sociedad”.

En cada país la desestabilización se expresa de forma particular. En Estados Unidos ha aumentado la visibilidad de grupos de “supremacía blanca”, un atrincheramiento de los cristianos más conservadores, una nostalgia de la que fuera clase obrera y hoy es clase en vías de empobrecimiento, y, entre la gente más joven, una alienación respecto del sistema político.

¿QUIÉN LE TEME A TRUMP?

El cimbronazo, en esta ocasión, es más duro para el Partido Republicano: los políticos profesionales no se animan a enfrentar los disparates de Trump por miedo a que los votantes más militantes los echen del Congreso y las legislaturas estatales en las elecciones legislativas de noviembre próximo. De hecho, en varios estados los candidatos republicanos más populares son ultraderechistas; entre ellos se encuentran nazis declarados, defensores del supremacismo blanco y antisemitas. Las viarazas de política interna e internacional de Trump en muchos casos contravienen todo lo que el Partido Republicano ha representado durante medio siglo, y este último emergerá de este período como el partido de Trump.

Por su parte, el Partido Demócrata, ensimismado en un relevo generacional, ofrece poquísimas respuestas que entusiasmen, o que siquiera atraigan, a los votantes.

En el reality show que es la presidencia de Trump nadie sabe si el presidente sobrevivirá políticamente a todas sus mentiras y los varios escándalos que lo rodean, pero el desencanto y enojo social sobre el cual cabalga no menguará pase lo que pase con él.

La gente que lo votó cree en soluciones de brocha gorda, simples y claras. Si los inmigrantes “roban empleos”, la respuesta es una gran muralla en la frontera con México.

El propio Trump puede llegar a ser sobrepasado por la furia que agita. En una entrevista con el diario The Washington Examiner, la comentarista conservadora Ann Coulter ya expresó su disgusto por la falta de acción en la construcción de la “gran muralla” prometida.

“Ayer lo vi (a Trump) hablando en una ceremonia de la Agencia de Inmigración y Aduanas. Ustedes saben, yo lo quiero mucho”, aseguró. Pero, dijo, “debería limitarse a ser nuestro portavoz. Debería ser para siempre el portavoz republicano. Pero otra persona debería ser quien asegure que en la práctica se concreten las cosas”. Porque, como remarcó Coulter con un vulgar juego de palabras, el presidente ha traicionado las promesas a sus votantes reiteradas veces: la actriz porno Stormy Daniels “dice que ella y Trump tuvieron sexo una sola vez”, comentó Coulter, “supongo que si quieres que el tipo (Trump) te la dé (screw) repetidamente, tienes que ser votante suyo”, ironizó.

Los reaccionarios pueden ser impacientes, también.

Jorge A. Bañales
24 agosto, 2018

Información adicional

Autor/a: Jorge A. Bañales
País: Estados Unidos
Región: Norteamérica
Fuente: Breha

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