En esta cínica historia de espías y espiados, de avivados y mandingas, de aliados con antenas como cuernos, la agenda más actual funciona como un acto final de striptease planetario: el mismo día en que el espía, Estados Unidos, se hacía descubrir, la víctima, Francia, el espiado, terminaba de adoptar una de las leyes más permisivas y abusivas sobre el espionaje indiscriminado de ciudadanos, turistas, empresarios, en suma, gente común. En busca de terroristas potenciales, todo el mundo tendrá una antena como aureola de culpable. Ello no quita la estruendosa hazaña que acaba de protagonizar el gran imperio, revelada por Wikileaks y publicada por el diario Libération y el portal de información Mediapart. Estados Unidos espió la más estricta intimidad telefónica de tres presidentes franceses: Jacques Chirac (1995-2007), Nicolas Sarkozy (2007-2012) y el actual, François Hollande. El actor de esta nueva demostración de lealtad y confianza infinitas no es otro que la NSA, la Agencia Nacional de Seguridad norteamericana, la misma que, mediante el programa Prism revelado por Edward Snowden, tenía bajo vigilancia a todo el globo de residentes humanos. El mandatario francés llamó por teléfono a Barack Obama para presentar una protesta formal al tiempo que el canciller, Laurent Fabius, convocó a la embajadora de Estados Unidos en Francia, Jane D. Hartley, a quien le pidió explicaciones. En un comunicado emitido por el fundador de Wikileaks, Julian Assange, afirma: “El pueblo francés tiene derecho a saber que su gobierno es objeto de una vigilancia hostil por parte de un supuesto aliado”.
El primer ministro francés, Manuel Valls, habló en tono enérgico durante una intervención en la Asamblea Nacional. Valls dijo que el espionaje norteamericano provocó “emoción y rabia” en el país, autocalificó a Francia como un “aliado leal” que no incurre en esas prácticas y defendió la idea de una suerte de “código de buena conducta” entre las potencias aliadas. Todo el mundo se pregunta cómo Estados Unidos pudo acceder a semejante información. Para empezar, hay que señalar que la ubicación de la embajada norteamericana en París le confiere una suerte de torre de control ideal: está ubicada en la Plaza de la Concorde, a 100 metros del Palacio presidencial del Elíseo, a 200 metros del Ministerio de Interior, a 200 metros de la Asamblea Nacional, a igual distancia del Ministerio de Relaciones Exteriores, a 600 metros del Ministerio francés de Defensa y al lado del hotel Crillon (hoy en refacción) donde se hospeda la mayoría de jefes de Estado y de gobierno que visitan Francia.
Además, en el techo de la embajada hay un falso edificio, una suerte de prolongación nada natural que es, en realidad, una gran antena. A primera vista puede confundir, pero observando con atención es perfectamente visible aunque estén disimuladas con una pintura de falsas ventanas que deja pasar las señales electromagnéticas. La antena está explotada conjuntamente por la CIA y la NSA y pertenece al Special Collection Service (SCS). Según Der Spiegel, Estados Unidos cuenta con una 80 antenas de este tipo a través del mundo, de las cuales 19 están en Europa. El portal francés Zone d’Interet cuenta con un amplio “folleto” sobre este dispositivo (http://zone- dinteret.blogspot.fr/2013/12/les- grandes-oreilles-americaines-paris.html). A su vez, el portal Duncan Campbell posee una colección de fotos de esta antena en distintas embajadas del mundo.
Los documentos revelados ahora por Wikileaks tienen un carácter muy distinto al de los publicados en 2013 por el periodista Glenn Greenwald en el diario The Guardian. Esos contenidos facilitados por Edward Snowden eran en realidad una suerte de catálogo técnico sobre el modo operativo de la NSA y sus infinitas capacidades de espionaje. Ahora se trata de otra cosa: son resúmenes de conversaciones tomadas directamente de las líneas telefónicas de los tres presidentes franceses y de sus colaboradores. Esos resúmenes están contenidos en cinco informes de la NSA calificados como “top secret” y puestos bajo el estatuto Global Sigint Highlights. Lo que sobresale es que la síntesis es el resultado de dos operaciones: primero el espionaje, luego el análisis del contenido. Al lado de la lista hecha pública por Wikileaks aparece una serie de cifras y de letras, por ejemplo S2C32. Ese código se refiere al servicio que tiene a su cargo la vigilancia de los países europeos, tal como ocurrió con el espionaje del teléfono de Angela Merkel. Los interrogantes son sin embargo numerosos. El ex presidente conservador Nicolas Sarkozy había intentado durante su presidencia llegar a un acuerdo de cooperación con Estados Unidos en torno al espionaje, pero Washington no quiso. El embajador de Francia en Estados Unidos, Pierre Vimont, y un consejero diplomático, David Levitté, dijeron a Sarkozy que Washington se negaba porque quería “seguir espiando a Francia”. Consciente de la vigilancia, Sarkozy cambió en 2010 el teléfono y empezó a utilizar el modelo Teorem fabricado por la multinacional Thales. Se distribuyeron 14.000 ejemplares de este teléfono ultrasofisticado y encriptado, pero, al parecer, no resistió a la poderosa ingeniería norteamericana. En cuanto a François Hollande, el presidente sigue usando su teléfono personal aunque, según asegura el palacio presidencial, nunca para hablar sobre temas ligados a los intereses del Estado. Lo que se divulgó hasta el momento no es estremecedoramente comprometedor. Los informes le atribuyen a Sarkozy un súper ego porque se consideraba el único dirigente del mundo capaz de resolver la crisis financiera de 2008, sobre Chirac cuentan sus intentos por promover a un aliado en la ONU y, acerca de François Hollande, lo más destacado que salió hasta el momento es una serie de reuniones organizadas con la oposición socialdemócrata alemana para evocar la posible salida de Grecia de la Zona Euro. Con todo, el alcance de las ondas norteamericanas es temible. En los documentos filtrados por Wikileaks figuran datos preocupantes: los celulares del presidente, de sus consejeros, del secretario general de la Presidencia, celulares de ministros e, incluso, el número de teléfono de un organismo dependiente de la Secretaría de Defensa y Seguridad cuya misión consiste en garantizar la protección de las comunicaciones del gobierno y del mismísimo teléfono rojo (Centro de Transmisiones del Gobierno).
París decidió despachar a Washington a Didier Le Bret, el coordinador de los servicios secretos. Las explicaciones bilaterales van a ser tanto más extensas cuanto que Julian Assange prometió anoche que “las revelaciones van a continuar y, desde el punto de vista político, van a ser mucho más importantes”. En una entrevista difundida por el canal TFI, Assange señaló: “No importa quién espía a quién. El fondo del problema radica en que las autoridades norteamericanas gastan más del 60 por ciento del presupuesto mundial de espionaje. Es una amenaza para la soberanía de Europa y de Francia”. Assange se quedó corto. Si Washington puede meter sus oídos en el mismísimo corazón de presidentes o responsables políticos de países como Alemania o Francia, no cuesta mucho imaginar hasta dónde llegan sus antenas en países menos desarrollados tecnológicamente. Y cuando los aliados occidentales pacten un acuerdo global de no agresión, terminarán aliándose entre sí para someter al planeta a una supervisión maniática y violadora de todos los acuerdos internacionales. El mismo Occidente tecnológico es una amenaza para la seguridad mundial de todos. El espía con impermeable ya empieza a ser una figura paterna y entrañable.
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