Desde sus primeros días en el palacio Quemado, Evo Morales se dedicó con perseverancia a una tarea que para muchos –obnubilados por su discurso indigenista– pasó desapercibida: tejer una alianza militar-campesina como base de apoyo a su gobierno, pensado a sí mismo con una “revolución democrática y cultural”.
La revisión de sus últimos discursos deja en evidencia esta huella. “Todos juntos, los movimientos sociales y las Fuerzas Armadas, debemos asumir la nueva tarea de dignificar Bolivia, de defender a la patria, porque no habría razón de ser de una nación si no tenemos Fuerzas Armadas, que son el alma para defender la unidad, la integridad, la soberanía de nuestra patria”, dijo el 7 de agosto, día de las Fuerzas Armadas en Sucre. “Quiero decirles al Alto Mando Militar y a las Fuerzas Armadas que tengo mucha confianza en ustedes para garantizar este cambio en democracia. En los pasados años se ha visto una enorme confrontación y siento que se ha terminado para siempre”, sostuvo nuevamente una semana después, cuando 25 jóvenes indígenas y afrobolivianos –20 varones y 5 mujeres– fueron beneficiados con el programa “Igualdad de oportunidades con enfoque de género” para ingresar al Colegio Militar de Ejército Gualberto Villarroel, cosa que hasta ahora les era impedido de facto. “Siento que en nuestro gobierno hemos empezado a dignificar a las Fuerzas Armadas. Esos tiempos de las dictaduras ha terminado, esos tiempos de confrontación de las Fuerzas Armadas con el pueblo han terminado. Eran otros tiempos, en los que seguramente algunos gobiernos usaron muy mal a las Fuerzas Armadas, quiero decirles a los oficiales de las tres fuerzas que ustedes nunca han sido responsables de una confrontación interna sino intereses externos, intereses ajenos, impuestos desde arriba, importados desde afuera”, había apuntado Morales el 7 de agosto.
No es difícil percibir en esta reiterativa invitación a los militares la voluntad del gobierno del MAS de actualizar, en las condiciones del presente, la vieja alianza popular-militar que constituyó la base social de todos los regímenes nacionalistas en América latina. Y Bolivia no fue una excepción: la historia comienza con el “socialismo militar” de la generación de la Guerra del Chaco (1932-1935) –representado por David Toro y Germán Bush–, sigue con el nacionalismo militar de Gualberto Villarroel –colgado de un farol de la plaza Murillo por una suerte de Unión Democrática a la boliviana– y tiene un fugaz coletazo a principios de los ’70 con la alianza obrero-militar de Juan José Torres, que se expresó en la Asamblea Popular truncada tempranamente por el golpe de estado fascistoide de Hugo Banzer Suárez.
En el caso de Evo Morales, fue con la nacionalización de los hidrocarburos que su romance con los militares pasó al acto. En la vicepresidencia, un comando militar trabajó herméticamente durante varios días, con mapas y computadoras, ajustando los detalles del ingreso a los campos petroleros. Y el decreto del 1º de mayo y la escenificación de la medida siguió la matriz de anteriores nacionalizaciones: ocupación militar de las instalaciones petroleras. Este hecho marcó un acercamiento institucional y personal entre el nuevo presidente y las Fuerzas Armadas. Allí apareció en escena el grupo de elite F-10 –antes controlado por Estados Unidos y hoy claramente del lado del nuevo gobierno nacionalista–, que luego custodiarían a Evo Morales, Hugo Chávez y Carlos Lage durante su visita al Chapare. Y los beneficios de este acercamiento son mutuos: al gobierno le permitió dar un golpe de fuerza ante la comunidad nacional e internacional; y a los militares, limpiar su imagen de represores del pueblo boliviano luego de las masacres de los últimos años, especialmente la de octubre del 2003, con un saldo de más de 60 muertos.
El segundo momento en esta incipiente relación fue el vibrante desfile indígena-militar del 6 de agosto, para inaugurar la Asamblea Constituyente. El alto mando puso en marcha su maquinaria para cooperar con el traslado de los campesinos desde las regiones más remotas del país, además de un rápido curso de “paso de ganso” para estar acorde con el evento histórico.
“Estamos frente a la versión actualizada, rebosada, de escenas repetidas hasta el cansancio durante el gobierno del general Barrientos (1964-1969) y en los sucesivos regímenes militares hasta finales de los ’70”, dice el analista Iván Arias.
“No es comparable. Mientras el viejo pacto militar-campesino era liderado por militares populistas, la actual alianza popular-militar parece su cara inversa: son los indígenas quienes la hegemonizan; por otro lado, el famoso pacto militar-campesino del general René Barrientos en 1964 fue en un momento de reflujo de la revolución nacional del ‘52 y puso a los campesinos contra los sindicatos mineros. Hoy estamos en un contexto muy diferente, de emergencia indígena y popular, autónoma en torno de un nuevo proyecto de nación”, opina, a su turno, el periodista Walter Chávez.
Sin embargo, subsisten varias dudas e interrogantes. ¿Se está consolidando efectivamente una corriente nacionalista al interior de las FF.AA.? ¿Se impondrá esta corriente a las tradicionales tendencias conservadoras y proestadounidenses? ¿Qué harán los militares cruceños ante un posible agravamiento de la crisis con Santa Cruz? Hasta ahora, las respuestas son pura especulación. Mientras tanto, en medio de la pelea cada vez más dura en la Asamblea Constituyente, el país asiste a lo que puede terminar en una polarización a la venezolana.
Por Pablo Stefanoni
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