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Falsas independencias

Falsas independencias

La Casa Blanca, viernes 4 de septiembre de 2020. La escena dura menos de un minuto (1). La preside Donald Trump, detrás de un enorme escritorio cargado de doraduras y teléfonos, junto a dos pequeñas mesas desnudas que dan la impresión de ser pupitres de escuela. Detrás de uno de ellos, el presidente serbio Aleksandar Vučić; detrás del otro, el primer ministro kosovar, Avdullah Hoti. Trump juega sin sutilezas el papel del pacificador. Está evidentemente encantado de haber forzado a dos rivales que se hicieron la guerra a alcanzar un acuerdo, en una región donde, hasta ahora, gravitaba la Unión Europea (UE). El deleite que su jugada le produce es aun mayor –al punto de considerarse merecedor del Premio Nobel de la Paz–, porque fue un gobierno demócrata, el de William (“Bill”) Clinton, el que hace poco más de veinte años bombardeó a la ex Yugoslavia.

Entonces, súbitamente, Trump declara: “Serbia se compromete a abrir una oficina comercial en Jerusalén y a trasladar allí su embajada en julio próximo”. Detrás de su mesita, el presidente Vučić parece sorprendido por un anuncio que no tiene relación alguna con el motivo de la ceremonia (un simple acuerdo económico entre Belgrado y Pristina). Echa una ojeada al documento que está por firmar y a continuación, se vuelve hacia sus asesores, con inquietud. Ya es demasiado tarde: Benjamin Netanyahu, aparentemente bien informado, acaba de felicitarlo…

Vasallos

Por ese gesto de anuencia hacia Trump y su electorado evangélico, abocado a la colonización de Palestina, Vučić cosecha enseguida las reprimendas de la UE, ya que Belgrado contradice su política oficial en Medio Oriente precisamente cuando Serbia mendiga hace años su adhesión a la Unión. Un oficial europeo, Carl Bildt, se burlará incluso públicamente de la perplejidad del presidente serbio en el momento del anuncio “israelí” de Trump. El embajador de Palestina en Belgrado comparte su indignación; el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores ruso divulga otra foto de la reunión en Washington, sin piedad para Vučić: sentado en esta ocasión frente a su imperial par estadounidense, el presidente serbio parece un mal alumno convocado por el director del colegio. Tres días después, debe “aclarar” su posición sobre Medio Oriente: “Hacemos nuestro mejor esfuerzo por ajustarnos a las declaraciones de la UE. Dicho esto, privilegiamos nuestros intereses”.
Es más fácil decir que hacer. Vučić, nacionalista serbio proveniente de la extrema derecha, no siente ninguna nostalgia por Yugoslavia (2). Sin embargo, en esa época, Josip Broz, llamado Tito, tenía un lugar destacado en la escena internacional. Por su parte, Kosovo, si bien es cierto que rompió sus lazos de subordinación con Serbia, lo hizo para convertirse en una colonia de Estados Unidos. En el fondo, es el dilema habitual de los nacionalistas: cuando rompen con pueblos geográfica y culturalmente cercanos, conquistan una “independencia” cuyo precio suele ser la subordinación a poderes lejanos y despectivos. Deben halagar primero a uno, luego al otro. Autócratas dentro de su pequeño Estado, vasallos apenas salen de él.

1. https://www.youtube.com/watch?v=SLFmzL_4ZGE
2. Véase Jean-Arnault Derens y Laurent Geslin, “El inamovible poder de Aleksandar Vučić”, Le Monde diplomatique, marzo de 2020.

*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Patricia Minarrieta

 

 

 

Le Monde diplomatique, edición Chile, octubre 2020

 

 

 

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Información adicional

Autor/a: Serge Halimi
País: Francia
Región: Europa
Fuente: Periódico Le Monde diplomatique, edición Colombia Nº204, octubre 2020

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