Va a ser difícil olvidar la imagen que cerró el encuentro. Fidel, con un kimono por encima de la chaqueta deportiva y de pie, muy serio, rodeado por diez hibakushas, como llaman en Japón a los sobrevivientes de las bombas atómicas que lanzó Estados Unidos contra Hiroshima y Nagasaki. Cada uno lo saludó con una reverencia de cortesía y una de las dos mujeres, Ritsoku Ishikawa, no solo se inclinó, sino que besó el dorso de la mano del Comandante.
Aunque difícilmente el Palacio de las Convenciones recuerde otro encuentro en el que haya habido más cámaras fotográficas por metro cuadrado, ni los flashes se sintieron en ese instante. Fue la emoción la que congeló la imagen para el pequeño grupo de cubanos y los 770 japoneses que llegaron en la mañana del jueves al puerto de La Habana a bordo del Crucero por la Paz, el barco que recorre el mundo cada año con activistas contra las amenazas nucleares y medioambientales.
Por segundo año consecutivo se reúnen en este edificio con el líder histórico de la Revolución cubana, y por segunda vez, no pudo ser más estremecedor escuchar testimonios del dolor que padecen millones de personas víctimas de los efectos de la radiación nuclear. Pero no fue este un encuentro de cortesía, sino la sesión principal del “Foro global por un mundo libre de armas nucleares”, evento que había sido uno de los acuerdos del encuentro anterior en La Habana y cuyos organizadores decidieron celebrarlo aquí.
Las intervenciones de los participantes fueron de lujo e incluyeron la de un sobreviviente del bombazo de Hiroshima, un profesor de la Universidad de Fukushima -donde el terremoto y el tsunami que devastó Japón provocó el accidente de una electronuclear-, el presidente de la Asociación de Víctimas Nucleares “Morurua e Tatou”, de Tahití, y un médico cubano que narró la experiencia de la Isla en el tratamiento de niños afectados por el accidente en la planta de Chernobil, Ucrania. “Las descripciones que ustedes hacen le rompen el alma a cualquiera”, había reaccionado Fidel, notablemente conmovido ante lo que allí se dijo.
Tres días en el infierno
Sobrecoge el auditorio. No solo porque son más de 700 personas, no solo porque se trata de pacifistas, enemigos declarados de todas las armas. Es que sufrieron en carne propia o en la de sus antepasados, el infierno de un bombardeo nuclear. Hibakushas llaman a los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki. En el Peace Boat o Crucero por la Paz, viajan algunos que tenían un año, cuatro, 13 ó 16, cuando se produjo el criminal ataque a las ciudades japonesas donde ellos vivían. Hoy cuentan entre 67 y 83 y como una distinción se les sienta en la primera fila. De conocerse más y mejor sus historias, quizás el mundo no fuera el lugar de miedo en que lo han convertido las armas.
Hiroshi Nakamura tiene ahora 80 años y una figura menuda y respetable como la serena naturaleza de su tierra. Pero su testimonio es tan estremecedor como un terremoto o un tsunami, aunque la comparación no vale porque su sufrimiento no es la consecuencia de un fenómeno natural sino de un deliberado acto de barbarie.
Él vivía a 8 kilómetros del epicentro de una de las dos tragedias provocadas por la prepotencia norteamericana aquel agosto de 1945. “Sentí un ruido ensordecedor y vi un gran rayo de luz que me deslumbró y ya no supe qué hacer…”, cuenta y su testimonio parece el relato de una película de ficción cuando todo arde alrededor del niño de 13 años que, huyendo del fuego, solo se cruzaba con espectros de seres humanos sin cabellos, con el rostro ennegrecido y las ropas desechas. “Algunos iban desnudos completamente, con los brazos cruzados como tratando de cubrirse el pecho y uno no podía saber si eran hombres o mujeres de tan deformados que estaban…”
Tres días estuvo Nakamura ayudando a mover cadáveres. A él le tocaba tomarlos por los tobillos y al principio no lograba alzarlos porque se le corrían o se desgarraban las carnes. Alguien le gritó que metiera los dedos hasta el hueso. “Pero yo solo era un niño de 13 años y mi cuerpo estaba paralizado ¿No eres un hombre japonés? me gritaron. Entonces me resigné e introduje mis dedos en las carnes descompuestas y apreté fuerte…Cargué alrededor de 30 cuerpos para los camiones y los llevamos hasta una gran fosa en las afueras de la ciudad y allí los dejamos… Fueron tres días en el infierno.”
Para más horror, la tragedia de Nakamura, que es la de miles de ciudadanos de Hiroshima y Nagasaki, no terminó con el fin de la II Guerra Mundial. A lo largo de su vida, el infierno se ha sostenido en constantes enfermedades que comenzaron por la caída total del cabello a los pocos días del ataque, encías sangrantes, adelgazamiento abrupto, anomalías hormonales, cinco cirugías por cáncer… “Los daños que me provocaron las radiaciones me han hecho sufrir toda la vida…” Hoy mismo, mientras llegaba a La Habana, en Japón moría una hermana, otra hibakusha, sobreviviente de Hiroshima.
“Esta puede ser la última vez que cuente mis experiencias”, afirma el hombre que, a pesar de los sufrimientos, considera un honor haber vivido tantos años para contarle al mundo el profundo daño físico y psíquico que provoca el contacto humano con la energía nuclear. Y cita a una persona allegada, cuyo pensamiento comparte: “La energía nuclear y la Humanidad no deben convivir…” Entonces, en nombre de los hibakushas le pide a Fidel que encabece un movimiento para promover las zonas desnuclearizadas en todo el planeta y que convoque a los alcaldes del mundo por la paz, promoviendo la eliminación de todas las armas nucleares.
“El desastre que nos robó la naturaleza”
Fuminori Tamba, profesor de la Universidad de Fukushima expone datos que, según afirma, escamotearon las autoridades japonesas sobre la tragedia en la planta nuclear de su ciudad tras el terremoto y el tsunami del pasado año.
“Ese desastre nos robó la bella naturaleza de la región y obligó a decenas de miles a abandonar sus hogares.
El experto califica la tragedia como un escape grande de radiación que ha contaminado la tierra y las aguas, dañando todos la agricultura y la pesca. “El problema más grande es que el gobierno no informó a tiempo y muchas personas estuvieron expuestas a “una radiación inútil”. Se le pasó información inmediata al ejército norteamericano que no se les brindó a las personas expuestas. El gobierno solo lo admitió la fusión de los reactores dos meses después del accidente.
Los datos abruman. Más de 60 mil personas se han ido de la prefectura y aun más de 100 mil niños permanecen en refugios temporales. Los que no han sido evacuados viven en áreas contaminadas sin poder salir de aulas cerradas bajo fuerte calor en condiciones alarmantes para su crecimiento y salud.
De acuerdo con una encuesta de la Universidad, realizada en un universo de 30 mil personas, hay familias que han cambiado hasta 10 veces de hogar en unos meses, hogares divididos en instalaciones provisionales. El desempleo y el subempleo sobrepasa el 50 por ciento de la población laboralmente activa. Cerca de la mitad de los menores de 35 años evacuados no tienen interés en regresar a su lugar de origen.
El abuelo de Tamba es sobreviviente de Hiroshima. “Hace poco alguien me preguntó en la calle si era japonés, cuando le dije que sí me dijo: Fukushima”, comentó conmovido con la solidaridad de los cubanos y a ellos pidió que los acompañen en la lucha por la atención a los sobrevivientes y por un mundo desnuclearizado.
Al terminar su exposición entregó a Fidel un sello donde manos de niños sostienen una paloma.
También expuso sus experiencias el doctor Julio Medina, quien dirige el programa de atención a los niños víctimas de la tragedia de Chernobil, que en Cuba ha atendido a más de 26 mil personas en 21 años.
Nuestro deber es divulgar estos testimonios
Los hermanos japoneses -comenzó diciendo Fidel tras escuchar a los participantes en el Foro- han añadido un problema nuevo, que tiene que ver no solo con el uso de la bomba atómica o con el accidente de Chernobil, sino con accidentes naturales o no que desaten el uso no controlado de la energía nuclear.
“Es muy valioso valorar lo que ocurrió en 1945 y lo que sobrevino después con el uso de esa energía en aquella planta sin mucha seguridad, Chernobil, originando un grave accidente… Si seguimos hurgando, podríamos conocer con más detalles las consecuencias de aquellas pruebas que se hicieron en el Pacífico Sur, entre ellas lo que provocaron las lluvias radiactivas. Ahora tenemos nuevas noticias, tras el accidente en Fukushima. Por ejemplo, que Alemania haya anunciado que cerrará todas las plantas nucleares”, enumeró.
Casi nadie ha meditado mucho sobre el hecho de que hoy la energía nuclear está menos protegida que nunca. “Un avión pequeño puede provocar una catástrofe mucho mayor que la de Chernobil. ¿Y cuál podría causar un loco? ¿O un suicida? ¿Y acaso no los hay? Puede crear una peor todavía un hombre con un botón nuclear. En la época de Hiroshima y Nagasaki nadie disponía de tal botón. Eran solo dos bombas las que se habían producido, y fueron lanzadas deliberadamente… Nadie tenía entonces un botón nuclear, ni hacía falta”, añadió Fidel.
Hoy ha cambiado dramáticamente la situación y la humanidad es mil veces más vulnerable. Fidel explicó: “Son 25 000 armas nucleares las que tiene el mundo y cada vez son más automáticas las respuestas posibles, porque no disponen de tiempo los hombres para tomar las decisiones.”
El Comandante en Jefe recordó que Cuba sabe muy bien lo que es una crisis nuclear. “Nos tocó vivir la de Octubre de 1962, y sabemos lo cerca que estuvo el mundo de la catástrofe. Ahora será peor: hay bombas de varios megatones y mucho más precisas. Se han hecho pruebas con bombas que alcanzan decenas de veces la potencia de las que fueron lanzadas en Hiroshima y Nagasaki, que apenas rebasaban algunas decenas de kilotones. Nadie sabe qué efectos causaron las lluvias ácidas tras esas pruebas”.
Por eso, dijo Fidel, “nuestro deber -y es la mejor forma de apoyar el esfuerzo de las víctimas de aquel bárbaro y brutal ataque contra Hiroshima y Nagasaki- es divulgar todo esto”. Por ello exhortó a los organizadores del Foro a que escribieran un libro que narrara las historias e incluyera los análisis que allí se habían compartido. Que se editara “con un lenguaje claro, en favor de la paz, de la eliminación de estas armas, persuadiendo al mundo. El reto no es que esto lo conozca un millón, sino millones. Es una gran batalla de ideas y la conciencia es fundamental”.
Y concluyó: “El mundo tiene que defender la causa más importante de todas: la supervivencia de la especie.”
Un acto de racismo nuclear
En esos términos se expresó Roland Olham, Presidente de la Asociación de Víctimas de las armas nucleares, de Tahití, quien luego de expresar un profundo reconocimiento a Fidel por su liderazgo y al pueblo cubano por haber resistido al bloqueo norteamericano por más de cinco décadas, realizó una potente denuncia contra Francia, por sus ensayos nucleares primero en Argelia y, tras la independencia de ese país, en la llamada Polinesia francesa.
Por más de 30 años, entre 1960 y 1996, explotaron en ese pequeño territorio del Pacífico 133 bombas, la mayor concentración de ensayos nucleares en un solo lugar del planeta.
Los norteamericanos, los ingleses y los franceses han utilizado el Pacífico para sus ensayos nucleares. Algunas islas del Pacífico como el Atolón de Muroroa se siguen usando como almacenes de desechos nucleares. Allí se han hecho más de cien ensayos subterráneos y el atolón está a punto de fragmentarse y pulverizarse. Si se desmorona, podría provocar un tsunami que causaría una gran catástrofe no solo para el Pacífico sino para el mundo por la gran cantidad de material radiactivo, químico, que contaminaría la vida marina.
“Lo que han hecho los franceses en mi país es un acto de agresión contra la minoría que somos. Es un acto de racismo que yo denomino “racismo nuclear”.
Oldham fue especialmente agudo en el análisis de la hipócrita política occidental que mientras habla de la paz, comete uno tras otros los más grandes crímenes. “Tienen sangre en las manos”, denunció y aseveró: “No se puede obtener la paz a través de las armas nucleares. No se puede cuando un país trata de agredir y dominar a otros…”
Un mundo con armas nucleares no puede existir
Tras escuchar la intervención del tahitiano Roland Oldham, Fidel siguió el hilo de la narración que había esbozado antes: ¿Qué hacer? ¿Cómo ayudar en este gravísimo problema que la humanidad tiene ante sí? El asunto primordial para el Comandante en Jefe es reconocer que “un mundo con armas nucleares no puede existir. No es compatible la paz con las armas nucleares, un hecho que cualquiera puede comprobar”.
La gran paradoja que se vive hoy es que el ser humano está más amenazado que nunca, y a su vez, es un hecho real que nunca la ciencia ha avanzado “a un ritmo tan fabuloso”, acotó el Comandante. Cuba es un ejemplo de cuánto nos hemos beneficiado de ella, particularmente de la ciencia médica, algo que ha compartido con decenas de países sin hacer la más mínima publicidad, y desde los primeros años de la Revolución, cuando un equipo médico de la Isla asistió a los argelinos víctimas de la guerra contra la invasión francesa. “Hay hechos que demuestran las posibilidades reales de nuestros países, aunque no seamos ricos”, y más adelante añadió una certeza: “Lidiando con estos problemas, la ciencia es capaz de salvar muchas vidas.”
Pero la primera y gran preocupación de Fidel -tema al que volvió mas de una vez en su intervención en el Foro- es “qué hacer por la supervivencia de la humanidad”. Hubo en torno a esta idea reflexiones memorables. Citamos una, que quizás explica por qué los diez hibakushas rindieron aquel emocionado homenaje a Fidel: “Nadie nos puede arrebatar la libertad para influir en los demás, dando a conocer la verdad que es la única forma de cambiar los acontecimientos… Se trata de una batalla que estamos obligados a ganar, y habrá que hacer todo lo posible para ganarnos el derecho a seguir existiendo.”
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