Para un tercio de los estadounidenses, en los próximos cinco años podría desatarse una guerra civil en los Estados Unidos, según una encuesta efectuada en junio por Newsweek. Por su parte, Keith Mines, del Departamento de Estado le otorgaba 60 por ciento de chance a que lo hiciera en los próximos 5 o 10 años porque el momento era como 1859: “todos están enojados por algo y todos tienen un arma”, según lo publicado en Foreign Policy, en marzo último. Los profesores de Stanford, Victor Davis Hanson – en National Review – y Niall Ferguson – en The Sunday Times – se manifestaron en la misma línea. Su colega Ian Morris, en cambio, afirma que “ciertamente hay algunas similitudes sorprendentes entre la escena política estadounidense a fines de la década de 2010 y la de finales de la década de 1850”, pero que no se puede llegar a la conclusión de que en esta oportunidad el desenlace sería el mismo. Pero califica esta división interna actual como ‘muy alarmante’.
La historia de Estados Unidos y la lucha por su independencia, más allá de la indispensable ayuda francesa y, en menor medida, española, reflejan la fuerza de sociedades con objetivos con los que se identifica. Esto que tras la Revolución Francesa comenzaría a denominarse “Guerra Total” sería profundamente plasmado por el mariscal prusiano Clausewitz en su clásica obra “Sobre la guerra”, impactado al enfrentar la fuerza de los soldados napoleónicos que se identificaban con la razón por la que batallaban. En cualquier forma de guerra moderna, como quedó demostrado con la desintegración de la Unión Soviética, este hecho es fundamental. Por eso, una sociedad viviendo una grieta se encuentra debilitada en un enfrentamiento con otra.
La grieta en Estados Unidos está haciendo que muchos internamente duden de los beneficios que les pueden traer sus instituciones, como la democracia y el libre-mercado, que les rendía unidad. Mientras Donald Trump tiene la estrategia de superar esta grieta por medio de su política externa, convive con el riesgo de que ella sea un factor esencial en ser doblegado por China en la Guerra comercial que seguirá vigente, más allá de la pequeña tregua firmada en el G-20.
El resultado de las recientes elecciones parlamentarias estadounidenses se tomó como una confirmación de la fuerte grieta en la sociedad: “Divididos estamos”, exclamó Time. Para Jonathan Taplin, en Harper’s, la división se debe a que Trump ha destruido el antiguo régimen conservador ascendente que surgió con Ronald Reagan, y cita que el conocido columnista conservador Charles J. Sykes afirma que “el conservadurismo estadounidense ha entrado en una etapa pseudo-orwelliana donde la debilidad es la fuerza” y “las mentiras son la verdad”. Así, Taplin concluye que “el gobierno de Trump es un culto nepotista y corrupto de la personalidad autoritaria” y que “la presidencia de Trump puede representar la consolidación del control de las minorías por un Senado dominado por los republicanos”.
Es que, como explica Katrina Van den Heuvel en The Nation, los senadores republicanos vienen excluyendo a la mayor parte de los estadounidenses de cualquier mínimo bienestar. Así, votaron un recorte fiscal de un billón de dólares que beneficia a los más ricos, y ahora pretenden recortes que impactan sobre el resto de la sociedad. A pesar de que los tres estadounidenses más ricos tienen tanta riqueza como el 50 por ciento de la población (160 millones de personas), denuncia que éstos senadores siguen avanzando en la estrategia republicana de “aprobar recortes impositivos para los ricos y las corporaciones, y luego utilizar los crecientes déficits presupuestarios para justificar la reducción de los programas básicos de seguridad social en los que la mayoría de los estadounidenses dependen”.
La grieta interna más el desinterés de los republicanos por el bienestar de la mayoría de sus propios ciudadanos se traduce en una política externa por parte de Estados Unidos en manos de Trump que le puede hacer perder capacidad de liderazgo internacional. En la ideología nacional, los estadounidenses se entendían como “nación indispensable” porque extendían “el bien” por el mundo, como afirmara Hillary Clinton. Pero si internamente EEUU deja de ser visto así, más difícil será que otros países lo hagan.
En The New Republic, Jeet Heer se pregunta si la presidencia de Trump no estaría llevando a su fin la indispensabilidad de Estados Unidos porque “ha dado paso a una nueva era de la hegemonía estadounidense, una en la que el hegemon está a la deriva, volátil y absolutamente irresponsable”. Frente a la visión que sostiene que Estados Unidos es la nación indispensable porque caso contrario el orden internacional liberal se derrumbará y el mundo caerá en un conflicto, Heer se pregunta: “¿y si una América disminuida fuera un desarrollo positivo para el mundo?” El G-20 porteño no ha dado ninguna respuesta a estas preguntas, pero tampoco las ha vuelto irrelevantes…
Andrés Ferrari Haines es profesor de la UFRGS (Brasil)
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