Retorcidos, vestidos con trapos sucios o apilados, los muertos están tirados por las calles de la arruinada capital de Haití. Algunos no tienen nada que los cubra, están dejados a que se pudran al sol. Los trabajadores de la ciudad comenzaron ayer la truculenta tarea de levantarlos, usando los camiones de basura. La gente compara a Puerto Príncipe con una escena de Armageddon, pero en realidad eso no le hace justicia a la escala de horror de sus calles. Cuando uno finalmente se acostumbra al olor a carne podrida y aguas servidas, o a las multitudes cubiertas de polvo que deambulan por los pavimentos en busca de agua o comida, otra terrible visión surgirá de los escombros.
El número de muertos del mayor terremoto que asoló la región en 200 años ya es de 40.000 pero, según el gobierno, son al menos 100.000 los desaparecidos, por lo que la cifra de víctimas podría superar las 140.000 personas. Una metrópolis de dos millones de personas se deshizo en pedazos. No funcionan la electricidad ni el agua ni las cloacas y la infraestructura está colapsada.
Frenéticos por conseguir ayuda, los sobrevivientes apilaban los cadáveres para crear vallas en los caminos, esperando shockear al mundo para que apure la reacción. El temor ahora es que la gente se enerve y se llegue a una crisis en la ley y el orden. “La situación en la ciudad es muy difícil y tensa”, dijo Salavat Mingliyev, jefe del equipo de búsqueda y rescate ruso.
Afuera del ahora arruinado palacio presidencial, en el centro de la ciudad, una multitud tensa de unas mil personas estaba reunida. Estaban parados detrás de un cordón de seguridad que los mantenía alejados de los camiones de la Cruz Roja, con los trabajadores con miedo de distribuir los suministros por temor a que se desatara un pandemónium. “Estoy furioso. Hemos estado aquí durante cuatro días y no hemos visto nada: ni comida ni agua ni carpas”, dijo Jean-Claude Hillaire. “Tengo tanta hambre. Y quiero saber por qué esta gente no recibe ayuda. ¿Por qué nada llega? No hemos recibido nada de Estados Unidos, nada de la comunidad internacional. Nos sentimos enojados y abandonados.”
“Veinte mil personas están durmiendo en esta plaza y nadie nos está ayudando. Estamos aullando por ayuda. Lo puedo llevar por este camino, durante el próximo kilómetro y medio al puerto, hay cientos de cuerpos tirados en la calle. El mundo necesita ver este sufrimiento, y ver esta muerte y decirles a sus líderes que algo debe hacerse para ayudar, ya.”
Con un gesto hacia la historia de Haití, como la primera nación esclava que logró la independencia, añadió: “Estoy especialmente enojado con Barack Obama. La gente de este país, Haití, fueron los primeros negros que se liberaron. Ahora necesitamos ayuda del primer presidente negro. No la necesitamos en cuatro, cinco o 20 días. La necesitamos hoy, ahora”.
El puerto de la ciudad, a un kilómetro y medio de distancia, está vacío de los barcos de asistencia prometidos por los líderes del mundo. Los caminos están atascados y en algunos lugares, intransitables. Los suministros de comida y agua están varados en el disfuncional aeropuerto en las afueras de la ciudad. “El aeropuerto es un caos”, dijo Mark Pearson, de la empresa de caridad británica Shelterbox, que ayer estaba esperando que aterrizaran los suministros. “En este momento la prioridad es todavía buscar y rescatar y luego la ayuda, de manera que obviamente hay frustración. La gente anda en busca de agua. Esa es la gran necesidad.”
Cada pedazo de parque, plaza o terreno en la ciudad está lleno de carpas precarias, a veces hechas de bolsas plásticas, donde esperan los sin hogar, con sus muertos y sus heridos, que llegue la ayuda. A pocos metros de ahí está el Champs de Mars. Ahí me encontré con Marie Cayo, una niña de tres años con una venda alrededor de su cabeza, y cuya madre, Souvenir, murió en el terremoto del martes. “Marie tuvo suerte”, dijo su primo Nicolas, quien es uno de los 20 parientes de Marie que duermen debajo de una pequeña lona. “Souvenir murió cuando la casa se desplomó sobre ellos. Porque Marie es pequeña, la gente la pudo sacar de entre los escombros. Llevamos el cuerpo de Souvenir al cementerio y la enterramos nosotros mismos en un cajón. Fue lo mejor que pudimos hacer.”
“Los cuerpos que no son reclamados son dejados en las esquinas o puestos en fila en los costados de las calles. En un callejón que va al centro de la ciudad conté 30 cadáveres en fila cubiertos con tela, pero más cerca del puerto, los muertos simplemente están apilados, montones de ellos. Las moscas les están comenzando a prestar atención, junto con los perros abandonados.”
“Hemos estado durmiendo en una plaza desde el martes”, dice Joseph Marc Antoine, con quien hablé en las calles que rodean el palacio. “No tenemos nada. Todavía puedo oír a la gente gritar en medio de los escombros, pero no podemos hacer nada. El olor a la gente muerta mezclada con la basura está en todos lados. Y no es bueno.”
Además, hay una creciente amenaza de enfermedades infecciosas como tifoidea o disentería. Mucha gente están usando pañuelos alrededor de sus rostros, y hay una creciente sensación de inseguridad. La mayor parte de Puerto Príncipe es un área de peligro después que oscurece, y hay rumores de que bandas armadas establecen bloqueos de calles para exigir dinero y suministros esenciales a cualquiera que intente pasar. El delito y el saqueo son algo común, en parte porque la cárcel de la ciudad colapsó, liberando a varios miles de internos, incluyendo a muchos miembros de bandas, pero también porque muchos sobrevivientes están desesperados por obtener comida o agua. Pequeñas bandas de jóvenes portando machetes fueron vistas en algunas áreas de la ciudad, presumiblemente en búsqueda de comida.
Unos 5000 efectivos estadounidenses llegaron ayer para distribuir ayuda y para evitar una explosión de disturbios entre los sobrevivientes desesperados. Robert Gates, el secretario de Defensa de Estados Unidos, dijo que su primera tarea será distribuir la ayuda tan pronto como sea posible “para que la gente, en su desesperación, no se vuelva violenta”. En medio de los temores por que se desaten disturbios, Barack Obama habló con el presidente haitiano, René Preval, durante 30 minutos ayer. Pero la crisis que confrontan ambos líderes ahora probablemente sea un tema: la pobreza. La secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, llegará hoy al país, y mañana lo hará el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon.
Los suministros de los aviones están atascados en el aeropuerto de Haití. La pista de aterrizaje no tiene luces, de manera que sólo está abierta durante el día, y ahora está tan congestionada que montones de vuelos que llegan no pueden aterrizar.
En los próximos días, una crisis de refugiados puede afligir a Haití. Cuando uno se acerca a la capital por el camino desde la vecina República Dominicana, una gran nube de polvo se hace visible. Pronto resulta claro que proviene de los vehículos atestados, pegados unos a otros, obedeciendo el consejo del gobierno de dirigirse al campo.
Muchos está tratando de llegar al campo, que no fue tocado por el desastre. Muchos más se dirigen a la frontera con la República Dominicana, donde esperan llegar a hospitales que funcionen. Nadie sabe qué sucederá cuando lleguen ahí. O si alguna vez volverán.
Por Guy Adams *
Desde Puerto Príncipe
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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