Marcos Ana y Fidel Castro, sus huellas son poesía y acción.
Sus muertes me enfrentaban a la página en blanco sin saber qué escribir, sin saber cómo empezar a rellenar una pantalla en blanco. Finalmente creo que lo mejor es hacderlo resaltando algunas de las ideas que han dejado.
Dos grandes revolucionarios, comunistas, idealistas, luchadores por la libertad, se han ido a continuar la pelea desde la memoria de quienes seguirán compartiendo sus pensamientos. Marcos Ana (1920- 2016) y Fidel Castro (1926-2016), son ejemplos de poesía y acción.
Los dos han llenado y movido una parte de mí y mis pensamientos, me unen a lo que soy y he hecho. Uno, a la Cuba revolucionaria que nos ha guiado en la utopía y la lucha internacional. El otro, a un ideal político y sindical en la lucha interna.
Ambos libres en sus encierros, Fidel en una isla bloqueada y Marcos en una celda aislada. Lucha de trincheras y poesía de trincheras. Sus vidas se cruzaron sin querer cuando al inicio de los 60 del pasado siglo el Partido Comunista de España solicitó la mediación de Fidel para que el dictador español liberara a cuatro presos políticos, entre ellos Marcos Ana, a cambio de que Cuba dejará libres a cuatro curas españoles. La muerte, sin queriendo, les ha vuelto a cruzar al fallecer casi al tiempo.
A Marcos Ana, encerrado durante casi veintitrés años en cárceles franquistas y liberado en 1961, le veía en el auditorio Marcelino Camacho de CCOO. No se perdía los eventos que convocaba el sindicato o cualquier otro acto social reivindicativo. Se solía sentar en primera fila y recibir el saludo y el cariño de quienes acudían allá. Un poeta y un luchador de principio a fin.
Marcos Ana escribía: “Mi pecado es terrible, quise llenar de estrellas el corazón del hombre…” El poeta comunista aprendió encarcelado “la carpintería del poema” y afirmaba “Mi vida os la puedo contar en dos palabras: Un patio. Y un trocito de cielo por donde a veces pasan una nube perdida y algún pájaro huyendo de sus alas.”
Para Ana “La única venganza a la que yo aspiro es a ver triunfantes los nobles ideales de libertad y justicia social, por los que hemos luchado y por los que millares de demócratas españoles perdieron la libertad o su vida.”
A Fidel le escuché durante más de seis horas en el discurso con el que clausuraba el Congreso Cultura y Desarrollo en La Habana en 1999. En la mesa situada en el escenario le acompañaban, entre otros, Alicia Alonso, Eduardo Galeano o Abel Prieto. Si el entonces ministro de Cultura no le hubiera llamado la atención sobre la hora, el comandante habría seguido otras tantas con su charla crítica, argumentada y reflexiva. Un estadista como pocos.
Fidel Castro le decía a Ramonet en esa biografía a dos voces: “Se ha levantado una nueva generación de rebeldes, muchos de ellos norteamericanos. Que utilizan formas nuevas, método distintos de protestar. Y que están haciendo temblara los amos del mundo. Las ideas son más importantes que las armas. Menos la violencia, todos los argumentos deben emplearse para enfrentar la globalización.”
El político cubano expresaba “El que necesita las armas es el imperialismo, porque está huérfano de ideas (…) las ideas no necesitan ni de las armas” (discurso de clausura del Encuentro sobre la Deuda Externa de América Latina y el Caribe, en La Habana, el 3 de agosto de 1985).
Para Castro “El derecho de los campesinos a la tierra; el derecho del obrero al fruto de su trabajo; el derecho de los niños a la educación; el derecho de los enfermos a la asistencia médica y hospitalaria; el derecho de los jóvenes al trabajo; el derecho de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica; el derecho de los negros y los indios a la ‘dignidad plena del hombre’; el derecho de la mujer a la igualdad civil, social y política; el derecho del anciano a una vejez segura; el derecho de los intelectuales, artistas y científicos a luchar, con sus obras, por un mundo mejor; el derecho de los Estados a la nacionalización de los monopolios imperialistas, rescatando así las riquezas y recursos nacionales; el derecho de los países al comercio libre con todos los pueblos del mundo; el derecho de las naciones a su plena soberanía, el derecho de los pueblos a convertir sus fortalezas militares en escuelas.” (Del discurso pronunciado en la sede de Naciones Unidas en Nueva York, el 26 de septiembre de 1960).
En sus memorias, el luchador español, recogía este poema:
Decidme como es un árbol, contadme el canto de un río cuando se cubre de pájaros, habladme del mar, habladme del olor ancho del campo de las estrellas, del aire.
Frente a la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 12 de octubre de 1979, siendo presidente del Movimiento de Países No Alineados, el abogado cubano declaraba:
“Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se puedan resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia.”
En una entrevista que le hice en 2006 a Héctor Gallo, mi abuelo cubano, le pregunté:
¿A dónde va Cuba? Cuba va hacia el futuro, pero navega en un mar embravecido. Lo primero es salvar el barco y después conformar la tripulación. Va hacia un futuro de esperanzas, sueños, ilusiones, realidades.
¿Y Fidel? Hay que conocer bien la historia para entender lo que significa. Fidel es, políticamente, un fuera de serie, un genio. Lo demuestra no sólo con el tiempo que lleva ahí, sino con el lugar que ocupa en el corazón del pueblo cubano. Criticado sí pero, sobre todo, admirado. Cuba va, con Fidel y después.
En “Una pequeña carta al mundo”, Marcos Ana adelantaba sus deseos:
Si llegáis ya tarde un día
y encontráis frío mi cuerpo
buscad en las soledades
del muro mi testamento:
al mundo le dejo todo,
lo que tengo y lo que siento,
lo que he sido entre los míos,
lo que soy, lo que sostengo:
una bandera sin llanto,
un amor, algunos versos…
y en las piedras lacerantes
de este patio gris, desierto,
mi grito, como una estatua
terrible y roja, en el centro.
Creo que necesitamos demandar de las personas la memoria necesaria para guardar tanta poesía y tanta acción para la resistencia. Nos ayudarán a combatir, con la palabra, tantos embates y tantos peligros que pretenden hacer naufragar las naves de la solidaridad, del respeto, de la dignidad, del reconocimiento de las diferencias, en suma… de la ética.
Estos dos protagonistas del siglo XX y lo que llevamos del XXI estarán en las hemerotecas y en las memorias populares de las luchas sociales. La historia, la que se escribe desde abajo, los ha absuelto; el futuro que está por escribirse les reconocerá su valor humano y su papel en la defensa de la humanidad.
Ambos nos enseñaron, como reza uno de los libros de Marcos Ana, que vale la pena luchar. Sus vidas se han apagado y con ellas dos grandes trozos de nuestra historia. Pero sus luchas se mantendrán vivas en la historia y en las memorias, porque mantener viva la memoria es, como afirmaba Benjamin, sinónimo de justicia.
Hasta siempre, camaradas
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