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Hipócrita disculpa a Hiroshima

Al fin nos disculpamos por Hiroshima… más o menos. Reconocimos el sufrimiento que causaron nuestras bombas… o algo parecido. Obama lució sus credenciales antinucleares en las tierras que fueron el matadero de Hiroshima, pero eso no debe confundirse con pedir perdón.

La presencia de John Roos, embajador estadunidense en Japón, y del representante adjunto británico, David Fitton, fue una extraña aparición en el sitio del primer ataque atómico de la historia.

Contemplamos la ceremonia de los sobrevivientes y reconocimos su sufrimiento, muy al estilo de Tony Blair, y las palabras de nuestra embajada fueron tan falsas como las que pronunciaba el ex primer ministro. Se trata del gesto adecuado en el momento preciso, quisimos decir. ¿El gesto de qué? Después de todo, en realidad no nos disculpamos por los 220 mil muertos de Hiroshima y Nagasaki. Diablos, ¿acaso no ganamos la Segunda Guerra Mundial?

El asunto es éste: si uno va a disculparse por asesinar a civiles, o en el último de los casos, por causar sus muertes, lo debe hacer con rapidez y por razones humanitarias. Esperar demasiado y hacerlo por motivos políticos arruina el efecto. Alemania se apresuró a admitir su responsabilidad por el Holocausto judío y ahora se proclama el mejor amigo de Israel en Europa. Turquía nunca se ha disculpado por el Holocausto armenio de 1915, pero si alguna vez lo hace, ¿le importará a alguien, además de los armenios?

A simple vista es muy sencillo. La mayoría de nosotros, al parecer, piensa que bombardear Hiroshima y Nagasaki fue un crimen de guerra. Yo estoy convencido. Los japoneses ya estaban por rendirse. El césar de los historiadores británicos, AJP Taylor, cita a un alto mando estadunidense: La bomba simplemente tenía que usarse, ya se había gastado demasiado dinero en ella. De no haber sido así, ¿cómo justificar ese gasto enorme? Imagínense las protestas… El alivio que todos los implicados sintieron cuando la bomba acabó de construirse y se lanzó fue inmenso.

Atacar Hiroshima y Nagasaki evitó que los aliados ejecutaran una muy sangrienta invasión terrestre contra Japón, según una tesis que hoy suena a mentira. El almirante inglés Louis Mountbatten aseveró: si la bomba mata japoneses y ahorra muertos en nuestras filas, desde luego estoy a favor de no matar innecesariamente a nuestros hombres. Soy responsable de tratar de matar a cuantos japoneses pueda. La guerra es una locura, pero lo sería aún más si sacrificáramos a nuestro bando por salvar japoneses.

Esta declaración evita cuidadosamente mencionar el hecho de que los soldados japoneses –si bien eran sádicos y brutales– mataban soldados, mientras los hombres de Mountbatten asesinaban a civiles japoneses. ¿Y cuándo va a disculparse Japón por Pearl Harbor?

Hay un asunto mucho más grave, dado que la mayoría de las víctimas eran civiles y fue un crimen de guerra casi de las dimensiones del Holocausto, al grado de que un historiador especialista se suicidó cuando cayó en la cuenta de ello: ¿por qué Japón no se ha disculpado por el asesinato y violación de tal vez un millón de pobladores de China en el ataque de Nanking, la capital de la China nacionalista antes de que nuestra Segunda Guerra Mundial estallara? En vista de esto y de Pearl Harbor, ¿por qué tenemos que ser los primeros en disculparnos y no los japoneses?

Cuando visité el santuario sintoísta para criminales de guerra, en Tokio, noté que entre peores eran los crímenes de los que ahí eran honrados, menos explicaciones en inglés había bajo sus retratos. Allí se resguarda una locomotora restaurada, la que tiró del primer ferrocarril que usó la vía férrea de Birmania (hoy Myanmar), llevando las cenizas de soldados japoneses muertos en batalla. Pero entre los constructores de esa vía estuvo el comandante de la marina real Jim Feather, que fue rescatado del buque Repulse, hundido por aviones japoneses en 1941, pero más tarde tomado prisionero, cuando cayó Singapur. Pese a estar herido y enfermo, se le obligó a trabajar en la construcción. Medía un metro 80 centímetros, pero en sus últimos días sus compañeros podían llevarlo en hombros como a un niño. Murió en algún momento de 1942. Jim era el hijo de Freda, la hermana de mi papá. ¿No merece la familia Fisk también una disculpa?

¿De qué serviría? En 1997, Tony Blair reconoció el sufrimiento de las víctimas irlandesas de la hambruna, y pudo haber dicho que que el gobierno británico no cuidó entonces de sus propios ciudadanos irlandeses. Nótese que no hubo disculpa, aunque la hambruna ocurrió casi 150 años antes.

Asimismo, los británicos esperaron casi 30 años para decir que lamentaban la matanza de 14 irlandeses desarmados a manos de paracaidistas ingleses durante el Domingo Sangriento. De haber dicho la verdad entonces –y admitir que habían disparado contra civiles inocentes– la guerra civil en Irlanda del Norte habría sido menos sangrienta y estarían vivos hombres, mujeres y niños que llevan largo tiempo muertos. Pero no: tuvimos que mentir y así ayudar al sargento de reclutamiento del Ejército Republicano Irlandés.

En cuanto a Hiroshima y Nagasaki, existe otro argumento bastante hipócrita. Nuestros enemigos del Eje habían bombardeado Pearl Harbor, Coventry y Belgrado, matado a judíos en Europa y a prisioneros de guerra en Asia: si alemanes y japoneses hubiesen tenido la bomba atómica ¿habrían vacilado en usarla contra nosotros? Además, ¿no es cierto que matamos a más alemanes al incendiar Colonia que en Hiroshima, con la bomba atómica? ¿Nos vamos a disculpar con los coloneses por eso?¿Que hay de la carnicería masiva cometida por la Real Fuerza Aérea en Hamburgo y Dresde?

Bueno, en cierta forma nos disculpamos por destruir la ciudad medieval en febrero de 1945, pues la cruz que corona la catedral restaurada fue hecha por el hijo de uno de los pilotos de Lancaster que bombardearon Dresde. Pero eso ocurrió tanto tiempo después del hecho que cuando la cruz fue colocada miles de neonazis modernos protestaron en torno de fosas comunes y afirmaban que el ejército de Gran Bretaña era el verdadero criminal de guerra.

Aún ahora, no tenemos la menor intención de disculparnos con los iraquíes por nuestra invasión ilegal en 2003. Hace unos días, el ministro laborista de las sombras, Ed Miliband, anunció, en lo que interpreté como una trampa antropológica, que es tiempo de dejar eso atrás y avanzar, y más vale que no mencionemos el arrogante pronunciamiento de Blair ante la investigación de Chilcot.

Con todo, es fascinante recordar lo que en su momento se dijo de Hiroshima pues hoy podríamos decir las mismas palabras. Esta absoluta violencia contra la humanidad no es guerra, ni siquiera es asesinato. Se trata de nihilismo puro. Podemos incluso quedar estupefactos ante un periódico que opinó que era posible legitimar el uso de la bomba atómica porque era imposible juzgar la moralidad del bombardeo a partir del tamaño que tenía la bomba que se usó. Por lo tanto, para dicho diario, la matanza fue enteramente legítima.

La primera cita proviene de una estación de radio del imperio japonés en el Singapur ocupado. La segunda fue un argumento publicado en una edición de 1945 de un periódico que entonces se llamaba Manchester Guardian. Vale recordar la forma en que la poeta Vita Sackville-West reaccionó a Hiroshima. Su esposo, Harold Nicholson escribió en su diario que Vita está encantada con la bomba atómica. Ella piensa que significa el principio de una nueva era…

Bueno, de hecho lo fue, supongo. El periodista estadunidense John Hersey reveló el terrible sufrimiento de la gente de Hiroshima. A diferencia de Wikileaks, no intervinieron computadoras para obtener información, sino que fue a la ciudad para descubrir la verdad, y desde entonces el nombre de la localidad es un símbolo de culpa para la humanidad y con justa razón.

Esto obliga a preguntar si nuestros crímenes contra la humanidad prescriben o tienen fecha de caducidad. Blair ofreció su mediocre disculpa a los irlandeses siglo y medio después de que los británicos exportaron todos los alimentos de Irlanda en vez de alimentar a la población, lo que causó que hombres y mujeres fallecieran en las zanjas por tratar de alimentarse con hortigas espinosas.

Estadunidenses y australianos han ofrecido disculpas a sus pueblos originarios. ¿Pero qué hay de Cromwell (Inglaterra) y Drogheda (Irlanda)? ¿O la Guerra de los Treinta Años o la Guerra de Cien Años? ¿O el saqueo de Roma, el crimen de guerra de los godos (¡Pobre Angela Merkel!)? ¿O la destrucción de Cártago a manos de los romanos? ¿O la muerte de Jesús?

Supongo que la historia del imperio romano implica que Berlusconi tiene que disculparse, no obstante, muchísimos católicos pasaron siglos viviendo en su mundo antisemita y culpando de todo a los judíos. ¡Pobre Benjamin Netanyahu!

En general, este asunto de las disculpas es bastante tramposo. El teatro en Hirsoshima tuvo el objeto de enaltecer la imagen de un presidente cada vez más pagado de sí mismo, no porque exista verdadera preocupación por el sufrimiento, ni por el daño físico ni por el dolor humanitario. Puede decirse que fue un paso en la dirección correcta. Pero aún así fuera, llegó demasiado tarde.

Por Robert Fisk
The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

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