La política monetaria, en épocas en que el desarrollo y no la estabilidad era el objetivo central de las políticas económicas, servía como palanca estratégica para la expansión económica, definiendo los diferentes tipos cambios para la importación, fomentando algunas y protegiendo otras. Una reforma fundamental, tal vez la de mayores consecuencias del gobierno de Fernando Henrique Cardoso, fue la de renunciar a ese papel de la política monetaria, desvinculándola del desarrollo y elevándola a objetivo mayor de gobierno: la estabilidad monetaria. Fue a partir de ahí que el Banco Central pasó a tener una función estratégica, subordinando las otras instancias del gobierno a variables definidas por él, de manera cada vez más autónoma, comenzando por la tasa de interés.
La tasa de interés es la remuneración del capital financiero, así como la ganancia es para el capital industrial, comercial o agrícola, y los salarios remuneran el trabajo.
Autonomizar el Banco Central y la política monetaria es la expresión institucional y política de la hegemonía que el capital financiero asume en el neoliberalismo. El capital financiero bajo su forma especulativa, esto es, no como financiador del desenvolvimiento económico, del consumo y de la investigación, sino esencialmente de la compra de papeles de la deuda pública y de la compra y venta de títulos en la bolsa de valores. Un capital parasitario, que no crea bienes, ni empleos, apenas transfiere capital, acentuando su concentración.
De allí la importancia del tema de la independencia, de la autonomía del banco Central. Independencia, como se sabe, del gobierno y de sus prioridades, definidas políticamente por el pueblo a través del voto, para que el Banco Central quede libre para subordinarse a los intereses del capital financiero. No sería necesaria la denuncia de Carta Capital (www.cartacapital.com.br) sobre las reuniones sistemáticas que los dirigentes del Banco Central tienen con los representantes del sistema financiero, aunque su existencia es una prueba de la promiscuidad y de la subordinación orgánica y política del Banco Central a los intereses de los grupos especulativos.
Luchar por un banco Central subordinado a la prioridad social, para lo que fue electo el gobierno de Lula, que fue explícita en la su reelección por el voto popular, reitera la necesidad de la prioridad de las políticas sociales y no de las políticas del Banco Central, porque fueron aquellas y no éstas las que reeligieron a Lula.
No obstante, cuatro años y medio después de la asunción de Lula, la tasa de interés nominal disminuyó apenas a la mitad de la que era en aquel momento, en que recibía la economía debilitada por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso. La tasa de interés real en Brasil continúa siendo la más alta del mundo, atrayendo a los capitales especulativos, que fortalecen artificialmente el real, disminuyendo todavía más la competitividad de las exportaciones, afectando el nivel de desarrollo y la creación de empleos en el país, como uno de sus perversos efectos colaterales.
La lucha por la democratización del Consejo Monetario Nacional corresponde igualmente para hacer de la política monetaria un tema político – de relaciones de poder – y social – a quién beneficia y a quién perjudica la política económica – y no simplemente económico-financiero, como si se tratase de una cuestión técnica. ¿Por qué el Banco Central se reúne con los banqueros y no con los sindicalistas, con los movimientos sociales, con los otros empresarios, grandes, medianos y pequeños?
Porque su independencia del gobierno le deja las manos libres para subordinarse al capital financiero.
No existe una ciencia monetaria, que defina el nivel óptimo de las tasas de interés. Toda definición representa decisiones sobre política económica, con consecuencias sociales y políticas directas. O la política monetaria y del Banco Central se subordinan a los intereses generales del pueblo brasileño, que votó por más política social – voto interpretado por Lula en el discurso de la victoria, al afirmar que gobernaría para los pobres, pero reconociendo, paradójicamente, que los ricos nunca ganaron tanto – y no por más especulación financiera o será el instrumento para que estos ganen cada vez más, a costa de la producción, del desarrollo, de la distribución de la renta y de las políticas sociales.
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