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La crisis jaquea a Sarkozy

La crisis jaquea a Sarkozy
El antisarkozismo es un negocio fructífero y un movimiento de oposición aún desorganizado que va ganando espacios a medida que crecen los descontentos. Entre huelgas, bloqueos sectoriales, alejamiento de la base electoral que lo votó, protestas por las reformas que lleva a cabo y rechazo virulento a lo que él representa, se va formando poco a poco un sólido eje de oposición. Los estantes de las librerías rebasan de libros –ahora críticos– sobre el presidente francés y algunos de sus emblemáticos ministros. Los medios de prensa de alcance nacional no reflejan aún con pertinencia esa realidad, pero lo cierto es que el presidente Nicolas Sarkozy paga en los sondeos de opinión y en muchos núcleos de adversarios el tributo de lo que, antaño, construyó su propio éxito. Sarkozy paga también de forma indirecta el precio del escandaloso chupamedismo verticalista que impera en casi todos los medios de comunicación, radio, prensa escrita y televisión. Hay una generación de periodistas hechos a la medida del presidente, cuya actitud agranda la impresión de que Sarkozy no sólo ocupa todos los espacios públicos sino que, además, les impone su ley. Una idea exagerada pero que se ha impuesto con fuerza.
 
Los pro Sarkozy y los anti Sarkozy se disputan a menudo el premio de la virulencia. Entre ambos no cabe la más estrecha conciliación. El publicista Jacques Séguéla fue durante muchos años un hombre de izquierda a quien se le atribuye el mérito de haber contribuido a la victoria del difunto presidente socialista François Mitterrand. Ahora, como otros líderes socialistas de gran notoriedad, Jacques Séguéla es un sarkozista. Hace poco, en medio de un debate televisado sobre el pronunciado gusto que tiene el presidente francés por algunos objetos de lujo como los relojes Rolex, Séguéla dijo “vamos, un hombre que a los 50 años no tiene un Rolex es un fracasado en la vida”. Frente a un argumento tan brutal e insultante para el común de los mortales, el otro campo organiza su respuesta. Hace unos días, a un joven informático se le ocurrió idear un plugin para el navegador Firefox que hace desaparecer las imágenes y las referencias sobre Nicolas Sarkozy en Internet. El geek francés desarrolló un programa libre que convierte a Sarkozy en un hombre invisible. Ocurre que la obsesión del presiente por la acción y, por consiguiente, por estar siempre presente, suscitó una vocación contraria: la obsesión de no verlo más. El creador del programa, que se hace llamar Tifrice, explica así su gesto: “A todos aquellos a quienes la hipermediatización y la hiperpersonalización de la presidencia francesa indigestan por una razón o por otra –angustia, náuseas, úlcera, insomnio, pesadillas, etc.– propongo que se declare invisible a Nicolas Sarkozy. Pero no soñemos tanto, sólo en Internet”. En lo concreto, una vez que el plugin se integra a Firefox basta con hacerlo funcionar y poner una cruz donde dice “limpiar las páginas” y así desaparecerán de la navegación todas las fotos y las frases donde figura el nombre deSarkozy y su esposa, Carla Bruni.
 
Al final, los desaciertos de su gestión, la omnipresencia de su persona en cuanta ventana pública aparece por ahí, las promesas electorales incumplidas, las protestas sectoriales que acarrean sus reformas, los evidentes privilegios fiscales que otorgó a los poderosos antes de la crisis mundial, los efectos de la crisis y el desencanto han terminado por conformar una auténtica oposición ciudadana.
 
No hay hoy un partido político para organizarla. Entre los socialistas que se pasaron al campo de Sarkozy, los pocos que se salvaron de las luchas internas, los que carecen de ideas y los que siguen enfrascados en peleas fratricidas, no parece haber espacio para darle voz y sentido a esa oposición. Nicolas Sarkozy gobierna sin que nadie sea capaz de oponerse a él. Los únicos que sacan provecho de la situación son los miembros de la extrema izquierda, los antiguos trotskistas que disolvieron la Liga Comunista Revolucionaria para fundar el NPA, el Nuevo Partido Anti Capitalista. La oposición a Nicolas Sarkozy tiene un perfil muy peculiar, ya que es una ola en constante movimiento compuesta por una multitud de aportes: los médicos de urgencia, los universitarios, los anti OGM, los magistrados, los investigadores, los que se oponen a la existencia de ficheros policiales, los que están contra su intervención directa en la administración de los medios de comunicación, los psicoanalistas y los que, de manera global, están en contra de su política. Todos estos anti se fueron aunando al “llamado de los llamados”, un llamado de protesta que se fomentó a principios de año en los medios del psicoanálisis y que luego sumó muchas otras voces. El llamado dice así: “Nosotros, profesionales de la salud, del trabajo social, de la educación, de la justicia, de la información y de la cultura, llamamos la atención de los poderes públicos y de la opinión pública sobre las desastrosas consecuencias sociales de las reformas aplicadas de forma apurada en los últimos tiempos. En la universidad, en la escuela, en los servicios de salud y de trabajo social, en los medios de la justicia, de la información y la cultura, el sufrimiento social no cesa de acrecentarse”. El psicoanalista Roland Gori, uno de los iniciadores de esta llamado, explica hoy que “ha llegado la hora de coordinar esos movimientos diferentes y extraer todo el sentido político”.
 
Los observadores políticas destacan que esos movimientos, aunque atomizados, compiten con el movimiento eterno de Nicolas Sarkozy. Citado por el vespertino Le Monde, Vincent Tiberj, investigador en el Instituto de Estudios políticos de París, explica que “la lógica del movimiento eterno querida por Nicolas Sarkozy llegó a su agotamiento porque el movimiento social logró establecer el lazo entre movilizaciones tan diferentes como la de los profesores-investigadores y la que estaba contra los despidos en el sector automotriz y en los hospitales”. Un péndulo frente a otro. La lógica de los movimientos perpetuos ha cambiado porque a las preferencias políticas de unos y otros se les ha impuesto otra, que es la lógica del antisarkozismo capaz de federar opiniones y sectores muy dispares.

Por Eduardo Febbro
Desde París

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