Tres prestigiosos analistas norteamericanos coinciden en que buena parte del establishment de Estados Unidos, los llamados neoconservadores, optaron por la guerra como forma de sostener la supremacía de la superpotencia. La novedad es que piensan que la opción nuclear es una de las posibilidades en juego, y que se sienten más cercanos a la demócrata Hillary Clinton que al republicano Donald Trump.
Una guerra contra Moscú o Pekín sería “extremadamente letal y rápida”, y por lo tanto muy distinta a las guerras del último cuarto de siglo, afirmó el teniente general Joseph Anderson, jefe de Operaciones, Planes y Entrenamiento del Ejército de Estados Unidos. Según el alto mando militar, su país enfrenta amenazas de “Estados-nación modernos que actúan agresivamente en la competencia militar” (Sputnik, jueves 6). De acuerdo a la publicación Defense One, China y Rusia se estarían rearmando a tal punto que pondrían en apuros a la mayor potencia militar de la historia.
Más allá de lo acertado o no del artículo, lo que refleja es un clima que parece estar ganando las mentes y los corazones del pequeño círculo que mueve la política exterior de Washington: la convicción de que el país marcha hacia una guerra con sus principales adversarios estratégicos y que esa guerra puede ser nuclear. Lejos de retroceder, los neocons parecen entusiasmados y hasta felices por la perspectiva.
En las últimas semanas tres analistas independientes coinciden en esa apreciación. Robert Parry es uno de los más célebres periodistas de investigación estadounidense, premiado por haber echado luz sobre el escándalo Irán-Contras en la revista Newsweek. Desde 1995 es editor de la página Consortiumnews, donde se desgranan algunos de los más sólidos análisis sobre la política exterior de Estados Unidos. El año pasado recibió el galardón a la independencia periodística otorgado por la Universidad de Harvard.
Paul Craig Roberts es economista y fue secretario adjunto del Tesoro en 1981 durante el gobierno de Ronald Reagan. Defensor del libre mercado y adversario de la intervención del Estado en la economía, fue premiado por sus aportes a la teoría económica. El Club de Prensa de México le concedió en 2015 un premio por la calidad de sus opiniones, que develan el funcionamiento de la estructura del poder económico mundial. Tiene su propia página web y sus entrevistas aparecen en varios medios.
El tercero es el canadiense Michel Chossudovsky, economista y presidente de Global Research, un centro de investigación sobre la globalización con base en Montreal. Fue consultor de Naciones Unidas y de la Cepal, y asesoró a varios países en vías de desarrollo en el terreno económico.
Los tres desconfían de los grandes medios. Parry acaba de publicar un trabajo en el que afirma que el otrora prestigioso The New York Times ha devenido, en la actual campaña electoral estadounidense y en relación con el conflicto en Siria, “una hoja de propaganda neoconservadora” que la emprende contra los que considera enemigos de la nación, se trate de Donald Trump o del presidente ruso Vladimir Putin, difundiendo historias de dudosa veracidad.
UN MOMENTO PELIGROSO.
“¿Real¬mente queremos una guerra nuclear con Rusia?”, se pregunta Parry
(consortiumnews.com, lunes 3). Sostiene que el establishment de Washington quiere seguir dominando el mundo y que no está dispuesto a aceptar que otras naciones defiendan sus intereses nacionales, ni siquiera en sus propias vecindades. Este aserto podría incluir la insistencia de Washington en no aceptar el papel de China en el Mar del Sur, que los chinos están dispuestos a defender sin concesiones. La insistencia estadounidense en influir en esa remota región no tiene ninguna relación con su seguridad como nación, sino más bien con su deseo de acotar el espacio de la potencia destinada a relevarla.
“En lugar de adaptarse a un nuevo mundo multipolar, los poderes fácticos en Washington han desplegado una guerra de información tan agresiva que Rusia está interpretando esta avalancha de insultos como la preparación de Occidente para una guerra mundial”, escribe Parry. Está en marcha una “poderosa maquinaria burocrática” que funciona a partir de “un piloto automático fuera de control” o enloquecido y que parece imposible de frenar. En ese piloto fungen centros de pensamiento como la National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia), la Agencia para el Desarrollo Internacional, entre otras, y organismos de “derechos humanos” financiados por el mega especulador George Soros y los ideólogos neoconservadores que controlan The Washington Post y The New York Times, sostiene.
“Este aparato de propaganda tiene características de tanta especialización que cuenta con organizaciones progresistas y pacifistas promoviendo la invasión de Siria bajo políticas que suenan dulces, como ‘zonas de exclusión aérea’ y ‘zonas seguras’, los mismos eufemismos que se utilizaron para los cambios de régimen en Irak y Libia”, denuncia el periodista.
En algunos medios y entre diversos analistas y comentaristas se habla desde tiempo atrás de promover un “cambio de régimen” en Rusia, olvidando las diferencias entre un país que cuenta con una fuerza nuclear similar a la estadounidense y otros muy débiles donde tales cambios surtieron el efecto deseado. De hecho, el presidente Barack Obama ha sido acusado de “debilidad” por los neoconservadores por buscar una salida negociada con Rusia al conflicto sirio. Y según Parry celebraron el golpe contra el gobierno de Ucrania en 2014 como una “victoria de la democracia”, simplemente porque creían que con ello podían cercar y aislar a Moscú y, si todo marchaba bien, acelerar la caída de Putin.
En su extenso informe, Parry atiende otras cuestiones no menores, como el rechazo de los medios estadounidenses a reconocer que la lucha callejera en Kiev fue protagonizada por bandas neonazis apoyadas por agencias de su país; y el controvertido informe sobre el derribo del avión MH-17, por el cual Occidente acusó a Rusia cuando todo apunta a que fue el gobierno golpista de Ucrania, utilizando sus baterías Buk de fabricación rusa, quien realizó la operación. Su informe se apoya en datos de la inteligencia de Holanda (país miembro de la Otan), de acuerdo a la cual el derribo del avión fue obra del gobierno ucraniano, con evidente colaboración occidental.
Parry hace dos consideraciones importantes. La primera consiste en asegurar que si los neoconservadores logran la caída del presidente ruso, puede hacerse del poder en Moscú “una línea dura mucho más nacionalista que la de Putin”, ante lo que sería visualizado como una burda injerencia occidental en el país.
La segunda es una advertencia en el sentido de que la política destinada a derribar presidentes no alineados con Washington “es un juego peligroso que podría terminar rápidamente la vida en el planeta tal como la conocemos”.
UNA CAMPAÑA ABSURDA.
“¿Qué estará pensando el mundo al observar la campaña presidencial de Estados Unidos?”, se pregunta Paul Craig Roberts (paulcraigroberts.org, miércoles 5). Ninguno de los temas importantes que afectan al país está en la agenda de debates, dice, a pesar de que “los riesgos de una guerra nuclear son hoy más altos que en cualquier otro momento de la historia”.
Entre los problemas que se deberían debatir, el economista cita “el fracaso económico” de la superpotencia, motivado por la deslocalización de empleos fuera del país promovida por las grandes multinacionales para ahorrar en salarios y por la desregulación del sistema financiero. “La ideología neoconservadora de la hegemonía mundial de Estados Unidos está impulsando al país y a sus vasallos a conflictos con Rusia y China”, y de eso no se habla claramente, opina quien fuera integrante del gobierno de Ronald Reagan. Trump es atacado por no mantener una actitud hostil hacia Putin, pero nada se dice acerca de que la postulante demócrata recibe fuertes sumas de Wall Street, de los grandes bancos y del complejo militar-industrial. Goldman Sachs le pagó 675 mil dólares por tres discursos de 20 minutos (más de diez mil dólares por minuto), recordó Roberts, para quien Hillary Clinton es “la candidata del uno por ciento”.
Chossudovsky, el único no estadounidense de los tres analistas, sostiene que hay una carrera armamentista no oficial entre Rusia y Estados Unidos que involucra de lleno a sus armas nucleares. Por el lado del Pentágono, se trata de lo que el secretario de Defensa Ashton Carter mencionó como “la necesidad de modernizar las tres patas de la tríada nuclear”, o sea misiles basados en tierra, a bordo de bombarderos y en submarinos atómicos (global research.ca, 27-IX-16).
Según el Pentágono, la modernización del complejo nuclear requerirá entre 350.000 y 450.000 millones de dólares en los próximos diez años, lo que va a engrosar los presupuestos de empresas como Boeing, Lockheed Martin y Northrop, firmes aliadas de Hillary y partidarias de “un ataque nuclear preventivo contra Rusia, China, Irán y Corea del Norte”, según escribe Chossudovsky. El programa nuclear es parte de las divisiones existentes en Washington, ya que se escuchan voces que estiman que invertir en armas nucleares equivale a aumentar el riesgo de una catástrofe atómica, posición en la que milita el ex secretario de Defensa William Perry.
Rusia, por su parte, anunció a fines de setiembre la redistribución y reestructuración de su sistema de misiles balísticos intercontinentales en la frontera occidental. El 20 de setiembre la agencia Tass anunció la creación de nuevas divisiones de misiles estratégicos, su reubicación y reestructuración, lo que comprende la sustitución de los viejos sistemas Topol por el moderno Yars, según la comandancia de la Fuerza Estratégica de Misiles. El sistema Yars fue desarrollado en 2007 en respuesta al escudo antimisiles de Estados Unidos, recuerda el economista canadiense en su artículo “¿Se preparan Rusia y Estados Unidos para la guerra nuclear?”.
Cabe preguntarse por las razones que llevan a varios analistas de diferentes orientaciones a mostrar su preocupación por la llegada de un escenario de guerra nuclear. Los tres mencionados son apenas una mínima parte de quienes creen que vamos en esa dirección. La respuesta es doble: por un lado, el agravamiento de las tensiones en algunos puntos álgidos, como Siria, la frontera occidental de Rusia y el Mar del Sur de China. Por otro, la campaña electoral estadounidense.
En el segundo debate entre Trump y Clinton, el domingo 9, la candidata demócrata mostró lo que se puede esperar de su gobierno en política exterior y, muy en particular, su odio visceral a Rusia desde que intervino en Siria a pedido del presidente Bashar al Asad. “Rusia no ha prestado atención al Estado Islámico”, dijo la demócrata, pasando por alto que si alguien ha combatido a los yihadistas en Siria es precisamente Rusia, aunque se puedan discrepar sobre sus modos y motivaciones. “Pero quiero hacer hincapié en que lo que está en juego aquí es la ambición y la agresividad de Rusia. Rusia ha decidido poner todo en Siria, y también ha decidido a quién quieren ver convertido en presidente de los Estados Unidos, y no soy yo. Me levanté ante Rusia, ante Putin y otros, y es lo que haría como presidente”, agregó Clinton.
CLINTON, LA NEOCON.
La candidata demócrata fue retratada como neoconservadora al comienzo de la campaña por Robert Parry (consortiumnews.com, 16-IV-16). En su opinión, la candidata muestra un estilo idéntico a la corriente que nació en el Partido Republicano en la década de 1970, que tuvo entre sus figuras más destacadas a Paul Wolfowitz, Dick Cheney y Donald Rumsfeld, en cargos relevantes durante el gobierno de George W Bush. Pero ahora esa corriente apoya a la demócrata.
El estilo neocon de Clinton fue muy evidente durante la intervención militar contra Muamar Gadafi en Libia, cuando fungía como secretaria de Estado. Parry recuerda que en la defensa de su papel en Libia para el “cambio de régimen”, Clinton acusó a Gadafi de “genocida”, a sabiendas de que era una exageración de su represión contra los militantes islámicos. “Su enfoque encaja con lo que hacen los neoconservadores. Casi nadie se atreve a desafiar tal caracterización, porque hacerlo te expone a acusaciones de ser un ‘apologista de Gadafi’”, escribe Parry al cuestionar el oportunismo y el doble rasero neocon ahora adoptado por Clinton.
Meses atrás, mientras Obama aceptaba que la intervención en Libia fue un fracaso (inocultable cuando el país africano está destruido, en guerra y el Estado Islámico controla amplias regiones de su territorio), Clinton mentía: “Creo que hemos hecho mucho para ayudar a los ciudadanos de Libia después de la muerte de Gadafi. Los ayudamos a tener dos elecciones exitosas, algo que no es fácil, y lo hicieron muy bien porque tenían un deseo reprimido de trazar su propio futuro después de 42 años de dictadura. Me sentí muy orgullosa de ello”.
Trump es machista, homófobo, xenófobo, reaccionario y charlatán, el típico millonario prepotente. Pero esa realidad no puede oscurecer que la candidata del sistema –quien se presenta como aliada de los pobres, los negros, la diversidad sexual y los inmigrantes– es nada menos que la “dama de la guerra”. Probablemente nuclear.
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