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La elección venezolana, entre la flexibilidad decembrina y el fantasma del abstencionismo

La elección venezolana, entre la flexibilidad decembrina y el fantasma del abstencionismo

Caracas. Diez elecciones atrás, un político venezolano dijo una gran verdad: “No ganamos nosotros, perdió Chávez”.

El político era Felipe Mújica, del Movimiento al Socialismo, y se refería a una de las dos únicas batallas que el imbatible Hugo Chávez perdió en las urnas: el referéndum de 2007, cuando sus asesores lo convencieron de una reforma constitucional que el pueblo chavista no entendió –o que entendió como una peligrosa concentración de poder.

Chávez intentó esa reforma en su plenitud. Un año antes se había reelecto con cierta comodidad, pero en el referéndum tres millones de chavistas decidieron quedarse en sus casas.

Chavistas, escuálidos o decepcionados de todo (una categoría que crece en Venezuela), los caraqueños no se quedaron este sábado en sus casas. La estrategia del gobierno contra el coronavirus ha consistido, entre otras cosas, en una semana de confinamiento estricto por una de “flexibilidad”.

Pero se atravesaron elecciones y el gobierno de Nicolás Maduro decidió que todo el mes de diciembre va a ser de “flexibilización”.

Los primeros días de tal relajamiento coinciden con el tradicional relajo decembrino, pletórico de aguinaldos, hallacas y güisquis. Así que muchos caraqueños se echan a la calle a comprar ropa y regalos.

Las filas son enormes. El proceso se complica por las modalidades de pago y las cifras enormes que trajeron el bloqueo y la hiperinflación.

En La Hoyada, una suerte de mini Tepito en el centro de la ciudad, los autobuses desembuchan gente uno tras otro. Un par de jóvenes madres miran juguetes de plástico, se acercan a los precios en dólares y prosiguen su camino.

En una tienda se piden, por ejemplo, dos baratijas: un encendedor y un rastrillo.

—¿Cuánto es?

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—830 mil.

—¿Y en divisa?

—Menos de un dólar.

Se paga con un billete de un dólar. El cambio, en bolívares, tres billetes que suman 110 mil.

Los taxis aceptan tres formas de pago: tarjeta de débito, transferencia o divisa, y en varios negocios hay letreros que anuncian el tipo de cambio del día: 1 dólar por un millón cien mil bolívares.

La gestión económica del gobierno de Maduro no ha sido, por supuesto, ejemplar. Pero esto que se ve se explica en buena medida por el bloqueo económico estadunidense y el robo en despoblado que Donald Trump practicó al quedarse con Citgo, la filial de Petróleos de Venezuela que funcionaba en Estados Unidos. O el robo de los británicos, que se quedaron con millones en oro, propiedad de la nación venezolana, con el argumento de que no sabían si el presidente era Maduro o Juan Guaidó, el joven derechista que suplicó todas las opciones contra su propio país (incluyendo la intervención militar extranjera), que se autoproclamó presidente y cuyo funeral político se celebra este domingo.

Sobre despojos imperiales y episodios electorales hablo con William Castillo, quien ocupa una posición de reciente creación en el gabinete de Maduro: es viceministro de Políticas Antibloqueo.

El cargo no tiene nada de extraño en un país donde hay tres órganos legislativos que difícilmente legislan: uno que preside un opositor desconocido por otros opositores; la Asamblea constituyente creada por el madurismo como contrapeso tras su aplastante derrota en 2015; y el congreso de Guaidó, que sesiona en la sede del diario El Nacional.

La elección de este día (6D, le llaman aquí) es justo para renovar el órgano legislativo unicameral, la Asamblea Legislativa, que Guaidó presidía cuando —con el decidido apoyo de una parte de la oposición de derecha y de EU— dijo al mundo que en adelante él sería el presidente de Venezuela.

Tras unos nueve meses de arrastre popular, comenzó la deriva que tendrá su punto culminante con estos comicios, aunque es probable que la figura política del autoproclamado tarde en consumirse unos cuantos meses más.

Es sabido que las intermedias no despiertan el entusiasmo que suele gestar una elección presidencial. Si a ese hecho se suman años de polarización, el llamado de la oposición más fuerte a no participar y la pandemia, el resultado puede ser uno que teme sobre todo el gobierno de Maduro: el triunfo del abstencionismo.

A principios de noviembre, Datanálisis, una casa encuestadora que generalmente se acerca a los resultados reales, anticipó que la participación rondará 30 por ciento. Un ex funcionario chavista asegura que los cálculos del partido en el gobierno (PSUV) van de 50 a 80 por ciento de abstención.

El viceministro Castillo reconoce que una de las preocupaciones del gobierno de Maduro es el peso de la abstención. Entre los factores, menciona la pandemia, los problemas “de distribución de combustibles por el bloqueo” (el desabasto de gasolina, pues) y “que la gente ha sido golpeada por la situación económica y eso la puede alejar de las urnas”.

El salario que hoy reciben los trabajadores, admite el viceministro, “es ínfimo”, porque “nos han arrebatado las empresas petroleras, los buques están parados y no nos permiten vender petróleo”.

—¿Las enormes filas del sábado se repetirán el domingo frente a las urnas?

—Toda esta afectación a la economía tendrá mañana una expresión política, vamos a ver cuál es”, admite el viceministro.

“El madurismo tiene un voto duro, que puede movilizar, de entre 15 y 20 por ciento. Con eso le alcanza para lograr la mayoría en la Asamblea”, me dice el ex funcionario chavista.

Por supuesto, el Partido Socialista Unificado de Venezuela y sus aliados no se han cruzado de brazos a la espera de lo que ocurra.

El gobierno alimentó la legendaria costumbre venezolana de crear partidos como se crean clubes de niños exploradores, de modo que en estos comicios concurren 107 fuerzas políticas, muchas de ellas bajo el paraguas de la organización más grande.

Pero esa peculiaridad no es la que marca el 6D.

Primera, que los partidos opositores más importantes decidieron no participar. El bloque conocido como G4, de los partidos de derecha, decidió no participar, amarrado a una lógica diseñada en Washington. Guardando distancias, en México sería como ir a una elección sin el PAN.

Segunda, entre las fuerzas que decidieron participar se cuentan un partido evangélico que ha obtenido votaciones nada despreciables y disidencias de partidos tradicionales, como una escisión de Acción Democrática (el PRI venezolano, para decirlo rápido), dirigida por el sindicalista Claudio Fermín,

Pero quizá la novedad mayor sea que, por vez primera, hay una opción todavía minoritaria pero que se reclama heredera del chavismo. “Va a haber una opción más de izquierda, y eso es sano para el país”, dice William Castillo.

Hugo Chávez intentó crear un partido único y al final desistió por resistencias como la del Partido Comunista, una fuerza ortodoxa, olorosa a naftalina, pero que ahora ha logrado reunir a grupos sociales y políticos que ya no se ven representados en el gobierno de Maduro.

Por lo demás, y para hacer contrapeso a la elección, Guaidó y los suyos han llamado a una consulta popular la semana próxima, pero aún entre sus bases, cada vez más menguadas, hay dudas sobre participar en un ejercicio que no tendría ninguna consecuencia práctica.

Ya sin quien le escriba los tuits, Juan Guaidó publica unas horas antes de unas elecciones equivalentes a las que ganó hace un lustro: “El fraude del 6D está derrotado diplomáticamente e internacionalmente”.


En las elecciones legislativas del domingo se ponen en juego las 277 bancas de la Asamblea

Elecciones en Venezuela: escenario de calma política

En esta elección estará en juego más que el poder legislativo, sino la posibilidad de asentar la reconfiguración del tablero nacional, con sus consecuencias internacionales y económicas.

Por Marco Teruggi

Página12

 

Desde Caracas.Todo está en su lugar para una elección legislativa determinante en Venezuela. El Consejo Nacional Electoral (CNE) realizó las auditorías de las nuevas máquinas de votación, la instalación de las mesas electorales, ya se encuentran los veedores electorales internacionales, invitados especiales, como Evo Morales y Rafael Correa. En total son 277 diputados y diputadas a ser electos, ampliando los 167 actuales, para lo cual participan 107 partidos.

El país llega a la jornada electoral en un escenario de calma política en superficie. Era un objetivo difícil de lograr, en un año marcado por la pandemia, una cuarentena en una economía en recesión y bajo bloqueo, el intento de un desembarco en mayo de mercenarios en la denominada Operación Gedeón, y elecciones en Estados Unidos, con la necesidad de Donald Trump de consolidar el voto en Florida, lo que significaba un aumento de presión sobre Venezuela.

Durante el año tuvo lugar el avance de la reconfiguración del tablero político, con el incremento de una oposición heterogénea dispuesta a participar electoralmente, consolidando un bloque de partidos que se formó en cuatro tiempos, alejándose de la estrategia golpista: primero fueron quienes participaron en las presidenciales del 2018, luego aquellos que formaron la Mesa Nacional de Diálogo en septiembre del 2019, en tercer lugar, quienes protagonizaron la disputa en la Asamblea Nacional en enero del 2020, y, finalmente, las diferentes rupturas que se sucedieron en estos últimos meses.

Así tomó forma lo que pasó a denominarse la oposición democrática, o, la oposición colaboracionista, visto desde lado de quienes sostienen la estrategia golpista del gobierno paralelo. Este sector, por su parte, encabezado formalmente por Juan Guaidó, quedó desplazado del centro político nacional, sin capacidad de reconstrucción de expectativa, con una reducción marcada de su base social. Su última carta, para este año, y tal vez en perspectiva, es la denominada “consulta popular” que será realizada, según los anuncios, de manera virtual del 7 al 12 de diciembre y, ese día, también será presencial.

La “consulta” será un mecanismo para buscar refrendar la “presidencia interina” en manos de Juan Guaidó o de algún posible recambio en su lugar. Si bien dentro del país el llamado no parece haber tenido eco, tiene el respaldo público del gobierno estadounidense que, en días recientes, ha vuelto a condenar la elección legislativa y ratificar su respaldo a Guaidó.

Pero, se sabe, se trata de los últimos meses de la administración de Trump, quien condujo una estrategia contra el gobierno de Maduro a través de una combinación de bloqueo económico, cerco diplomático, intentos de acciones de fuerza, puesta de precio a la cabeza de la dirección del chavismo, y un constante error de cálculo sobre la correlación de fuerzas interno, cuyo mayor exponente fue Guaidó.

La fallida estrategia de Trump ha dado como resultado una serie de cuestionamientos en Estados Unidos, que podría llevar a la administración de Joe Biden a cambiar de forma de abordaje, siempre con el mismo objetivo: un cambio de gobierno. Es entonces probable que, aunque exista un sostenimiento de la figura del “gobierno interino”, haya una modificación que permita un diálogo al cual no solamente está dispuesto el chavismo, sino también la oposición política y empresarial, que condena el bloqueo.

Por el momento el foco central está puesto en la contienda del 6. Maduro repitió en tres oportunidades que, en caso de perder, dejaría la presidencia. Su anuncio puede ser interpretado como un llamado al voto, tanto para la oposición como para el chavismo, en un contexto donde uno de los debates centrales es cuál será la tasa de participación. En la elección presidencial de mayo del 2018 la tasa fue de 46,1 por ciento, con 6.245.862 votos para el chavismo, en un escenario marcado por el llamado a no participar por parte de una oposición mayoritaria.

Las elecciones legislativas en Venezuela tienen, por lo general, una tasa de participación más baja que las presidenciales. La última contienda, del 2015, ganada por la oposición, había sido atípica, con 73,1por ciento de participación. La derecha estaba entonces unificada en la Mesa de la Unidad Democrática, la situación económica marcada por el desabastecimiento de productos de primera necesidad, el salario para diciembre de ese año era alrededor de 18 dólares, y se trataba, en general, de una sociedad mayormente movilizada.

Los cinco años transcurridos desde entonces fueron profundamente complejos, con la acusación de “abandono de cargo” hecha a Maduro desde la Asamblea Nacional desde el 2016, el intento de asalto al poder en el 2017, la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, operaciones armadas, un bloqueo en escalada sobre áreas estratégicas de la economía, inflación seguida de hiperinflación e inflación alta, creación de una ficción de gobierno paralelo, dolarización de facto de amplios sectores de la economía, migración masiva con las consecuentes remesas, descenso del salario a dos dólares, hasta llegar a este diciembre, con esos cinco años marcados sobre el cuerpo social.

Pero también en esos años el chavismo realizó un proceso de consolidación de lo que se conoce como maquinaria del Partido Socialista Unido de Venezuela, que, articulada a los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, así como un conjunto de políticas sociales, afianzó su presencia en los territorios del país, en particular en zonas populares donde la oposición no suele tener presencia.

Esa maquinaria será clave durante estas elecciones del domingo donde estará en juego más que el poder legislativo, sino la posibilidad de asentar la reconfiguración del tablero nacional, con sus consecuencias internacionales y económicas.

Información adicional

Autor/a: Arturo Cano, enviado .
País: Venezuela
Región: Suramérica
Fuente: La Jornada

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