El lector de En busca del tiempo perdido puede tener deseos de comer magdalenas después de leer el famoso texto en el que el narrador, al mojar una magdalena en el té, se ve llevado a recordar las magdalenas que le ofrecía su tía, los domingos en su infancia. El espectador de televisión puede tener ganas de consumir los productos que se muestran en el programa de cocina o directamente en la publicidad. Muchas veces los sujetos reproducen formas de expresión que difunden los medios o se descubren tarareando una cortina musical. En este orden, también podemos considerar los programas de “TV basura”, donde figuras del espectáculo desarrollan peleas, ataques diversos y acusaciones múltiples; podemos asociar esto con las formas de acción de púberes y adolescentes en las redes sociales, a través de Internet, practicando un bullying virtual disruptivo y patologizante.
Es frecuente que la pantalla televisiva difunda una cultura frívola, banal, carente de escrúpulos, a destinatarios que viven en condiciones de vida muy distantes de ese mundo que se muestra y que deben afrontar situaciones y exigencias de vida que poco tienen que ver con lo exhibido por esa farándula. Pero la vertiente más importante que deberíamos considerar es la de la instalación de “lo posible”. Jean Piaget sostuvo en sus últimos trabajos que, para que exista una acción, primero fue necesario considerarla posible; lo real es una actualización de los múltiples posibles preexistentes; para que una acción pueda efectivamente desplegarse, primero hubo de ser concebida como posible. Esta “apertura de posibles” está en la base de la constitución de nuevas realidades. Fue necesario concebir que era posible volar para llegar a lograrlo, y ninguna de las nuevas tecnologías existiría si antes no se hubieran considerado posibles, algo que fue habilitado primero a través de significantes y que luego fue transformando la realidad en diferentes momentos históricos.
El interjuego entre las comunicaciones por Internet y las acciones en espacios públicos como escuelas o plazas no sólo ha sido noticia en nuestro país, a raíz de convocatorias a “chupinas” o “rateadas” colectivas, sino que ha cumplido funciones políticas importantes en la Primavera Arabe y en los encuentros de los diversos grupos de “indignados” en numerosos países, inaugurando formas de accionar político impensadas antes de la existencia y empleo masivo de Internet. Formas de acción que se hicieron reales después de estimarse posibles.
No hay que dejar de considerar estas circulaciones de significantes en la trama cultural-epocal que hoy interviene en la socialización de niños, adolescentes, jóvenes y adultos.
En nuestro país, el estallido de la crisis del 19 y 20 de diciembre del 2001, del que están por cumplirse diez años, produjo un efecto de anomia que aún hoy sigue manifestando consecuencias. Hay transformaciones sociales que dejan huellas irreversibles en las socializaciones y subjetivaciones de muchos sujetos. Algunas consecuencias se visibilizan en acciones en conflicto con la ley, otras en patologías de diversa naturaleza, pero hay otras, de orden simbólico-cultural, que afectan a una mayor proporción de la sociedad. Respecto de este tercer grupo, cabe pensar en cómo, hoy, tensiones y conflictos se modulan y expresan de maneras diferentes de las anteriores al estallido social.
Efectivamente, hay circunstancias y situaciones conflictivas que hoy alcanzan una visibilidad que no habrían logrado antes. Las formas implícitas, los supuestos comunes del “así se hacen las cosas”, variaron notablemente en cuanto a la difusión de hechos vinculados con espacios de poder económico, político, social o mediático-comunicacional. Cierta opacidad, vivida durante décadas como natural, hoy se ha transformado: se hacen visibles conflictos y situaciones que antes no trascendían a la opinión pública y se mantenían en espacios acotados, reservados a la toma de decisiones políticas. A ello han contribuido también las nuevas tecnologías, con su velocidad de transmisión y con su menor posibilidad de control, como lo ha demostrado el caso de Wikileaks.
“Nunca vista”
El marco de estabilidad o desorden del mundo en el que se constituyen los niños es definido por sus adultos cercanos. Son los adultos responsables de las criaturas quienes establecen esa realidad en la que se constituyen. Los adultos les dan seguridad o incertidumbre, mantienen encuadres claros que aportan confianza o sólo inseguridad y sufrimiento. Cuando alguno de los progenitores desaparece, particularmente si es la madre, se generan inseguridades y son otros adultos de la familia quienes deben dar contención, organizar y asegurar la estabilidad del mundo de la vida de los niños. Cuando no hay familiares que se hagan cargo de las criaturas y éstas son institucionalizadas, se configuran riesgos significativos para la salud mental de esos niños.
En una sociedad, quienes la conducen son los que brindan ese marco organizativo y de estructuración del mundo en donde se sitúa la mayoría de los ciudadanos que la integran. Pero también son los medios masivos de comunicación los que instalan formas de acción, difunden modas o inducen a cierto tipo de consumos. Muchos sujetos asimilaron formas de expresión y de acción social transmitidas por conductores de televisión, desde que este medio audiovisual se instaló en la mayoría de los espacios domésticos.
Por otra parte, cabe pensar en lo que sucede cuando un sujeto, individualmente, se desequilibra por situaciones que lo afectan personalmente más que a otros. El aislamiento impulsado por la antigua psiquiatría alienista, con bases positivistas, es negativo, no sólo porque no contribuye al restablecimiento sino porque agrava la perturbación que ese sujeto vive. Por el contrario, el conjunto que rodee al individuo es el que puede reorientarlo en sus apreciaciones, percepciones y acciones; así sucede en los numerosos grupos de “anónimos” en los tratamientos de adicciones diversas. En los años recientes, el énfasis excluyente en el soporte orgánico, desde el predominio de un recuperado enfoque positivista, aumentó la separación individualizada de los sujetos que sufren alguna perturbación, lo cual contribuyó en muchos casos a agravarla.
Si el conjunto que rodea y contiene al sujeto soporta y puede llegar a neutralizar, con el acompañamiento colectivo, el malestar individual, éste se diluye y alivia: se trata, salvando las distancias, de una descarga semejante a la que ocurría cuando el bebé era protegido y confortado por el grupo de pertenencia, dado que los recursos con los que contaba no eran suficientes para resolver la situación que lo aquejaba. Podríamos preguntarnos qué podría ocurrir en el mundo si se generalizara el desconcierto y no hubiera ya conductores que orientaran, ni conjuntos que pudieran absorber las tensiones; qué sucederá si siguen multiplicándose los indignados, si aumenta la desconfianza y se generaliza la crisis desplegada en muchos escenarios del norte de Occidente: se produciría esa anomia de la que habló Durkheim, pero en una escala nunca vista.
Por ello, también, aparece como un logro significativo el reconocimiento de una identidad regional en América latina. Los entendimientos entre presidentes latinoamericanos son algo nunca visto en las décadas anteriores; se trata de una marca epocal en nuestro subcontinente, que incidirá en los procesos de socialización de sus habitantes y en la constitución de sus subjetividades, en la medida en que los símbolos y signos que circulen así lo posibiliten, con una participación relevante de los medios de comunicación –multiplicados en la Argentina gracias a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual–.
En esto convendría considerar el papel que cumplen los mensajes, permanentemente emitidos, en la salud mental y en la habilitación de acciones, por la instalación de nuevos “posibles”, en la subjetividad de sus receptores. Considerar hasta dónde la reiteración de hechos violentos o aberrantes no los aumenta, por naturalizarlos ante la recepción cotidiana, en el contexto doméstico, de millones de receptores que no en todos los casos están estructuralmente constituidos en sus posibilidades de discernimiento y diferenciación entre lo que forma parte de lo habitual y aquello que es de una excepcionalidad patológica.
Por Por Dora Laino, profesora titular de Teorías Psicológicas del Sujeto y de Psicopedagogía en la Universidad Nacional de Córdoba. Texto extractado del trabajo “Sobre los medios y la constitución de subjetividades”.
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