Cuando se daba por terminada la Cumbre de la Unasur, con el traspaso de la presidencia pro témpore de la chilena Michelle Bachelet al ecuatoriano Rafael Correa, y sin que apareciera en agenda la cuestión de las bases militares estadounidenses en Colombia –debido a la falta de acuerdo en la discusión entre cancilleres de la noche anterior–, apareció fuera de programa lo más fuerte del encuentro. Tratando de disimular la incomodidad de los asientos del siglo XVII de la histórica e imponente sala capitular del Convento de San Agustín, el venezolano Hugo Chávez pidió la palabra para referirse al tema con duras críticas a Estados Unidos y un temerario “vientos de guerra comienzan a soplar”. Esto obligó a Correa a sumar su voz y alertar sobre la gravedad de la situación que se plantea en Colombia. Le siguió el brasileño Lula da Silva instando a no transformar a la Unasur “en un club de amigos rodeado de enemigos” e invitó al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para hablar “profundamente” sobre la relación de su país y América del Sur. Finalmente, Cristina Kirchner propuso un encuentro de presidentes para tratar sólo ese tema. Correa le pidió si podía ser en Buenos Aires. “Encantada”, contestó. Después la Presidenta propuso que fuera en Bariloche, y así la cumbre quedó establecida para el 27 o 28 de agosto.
Un diálogo de este tipo entre los presidentes, con la franqueza facilitada por la improvisación, es inusual delante del periodismo, pero Chávez rompió el molde y obligó a los otros a no quedarse callados. Como si lo hubiera empujado el Bicentenario de la Revolución de Quito (equivalente a nuestro 25 de Mayo) y especialmente ese escenario, donde renunció el 10 de agosto de 1809 el presidente de la Real Audiencia dejando el gobierno en manos patriotas y donde en 1822 los realistas firmaron la capitulación luego de la batalla de Pichincha, Chávez dijo que si Venezuela era atacado por Colombia “la respuesta será militar”. Eran palabras muy espesas.
“El gobierno de Colombia hoy defiende la tesis del ataque preventivo, está a la orden de las provocaciones. Venezuela está en la lista. El anuncio de instalación de bases en territorio colombiano puede convertirse en una tragedia. Cumplo con mi obligación de alertar: vientos de guerra comienzan a soplar”, dijo Chávez.
Al pedir la palabra (“cinco minutos nada más”), Chávez le aclaró a Correa: “No quiero sabotear tu acto”. Y después expuso que “Venezuela se siente amenazada, no sé si Ecuador, pero este país fue bombardeado hace poco”. Sentado a tres metros de Correa, se le ocurrió este ejemplo para reafirmar su posición: “Venezuela no permitirá que le hagan lo que a Ecuador”, lo que sonó como una frase desafiante para Correa. Se refería al bombardeo de Colombia en territorio ecuatoriano contra un campamento de las FARC en marzo de 2008.
Correa tomó el guante, y luego de explicar que el tema no había sido tratado porque había sido delegado en un encuentro de ministros de Defensa y cancilleres el 24 de agosto, se alineó con la parte del discurso de Chávez que enfatizaba sobre el peligro que era para la estabilidad de la región que se instalara una base estadounidense. También desestimó las posturas de los países que sostienen que es una cuestión soberana de Colombia. “Cuando alguien desarrolla energía nuclear es un peligro para todos, pero cuando los amenazados somos nosotros es una cuestión de soberanía de cada país”, lanzó Correa. “Si yo permitiera bases en Ecuador pasaría a ser un demócrata e insigne presidente”, ironizó.
Correa negó una vez más las acusaciones que le hace el gobierno colombiano de tener vínculos con las FARC y descargó críticas sobre la postura de Uribe, haciendo un equilibrio entre la defensa de los intereses de su país y el terreno más complicado al que lo convocaba Chávez.
Paños fríos
Luego pidió la palabra Lula, que indirectamente le respondió a Chávez al decir que “no podemos hacer de Unasur un club de amigos rodeados de enemigos” y propuso que los presidentes del organismo regional “hablemos entre nosotros con más sinceridad”. También sugirió que fuera invitado Obama para poder tener “una discusión profunda sobre su relación con Sudamérica”.
Cristina, que antes de la cumbre había comentado a sus colaboradores que si el tema Colombia surgía seguramente lo plantearían “los presidentes de los tres países limítrofes con Colombia” (Venezuela, Ecuador y Brasil), sólo habló luego de que eso efectivamente hubiera ocurrido, aunque el comienzo la tomó por sorpresa. Cuando la locutora oficial dio por finalizada la cumbre, la Presidenta fue la primera en salir al patio del convento para la toma de la foto oficial con todos los presidentes, quizá por el síndrome de las llegadas tarde a esa ceremonia en otras cumbres. Pero volvió presurosa cuando escuchó que Chávez estaba hablando en el recinto.
La Presidenta tomó para sí las palabras de Lula –a Argentina le preocupa el tema Colombia, pero no quiere plantear una posición antiestadounidense– y se desmarcó con sutileza de Chávez. Pidió una pronta cumbre de presidentes para tratar el tema de las bases, pero incluyendo una gestión para convencer de que participe al presidente de Colombia, Alvaro Uribe. Ayer fue uno de los tres ausentes junto al uruguayo Tabaré Vázquez y el peruano Alan García, quien sólo asistió al acto de asunción del segundo mandato de Correa, pero además llegó tarde porque su avión tuvo un aterrizaje de emergencia.
“Se está creando un estado de beligerancia inédito e inaceptable”, comenzó diciendo la Presidenta. “Creo que, sin impugnar la reunión de los ministros de Defensa, se torna imprescindible convocar a una reunión de presidentes”, completó. Fue allí que Correa le preguntó si esa cumbre se podía hacer en Buenos Aires. “Yo encantada”, le contestó Cristina. Más tarde se pautó para Bariloche.
Después, en lo que pareció una referencia a izquierdas y derechas del bloque regional, la Presidenta expresó: “No debemos dejarnos confundir ni por discursos bondadosos ni exaltados: el resultado es que se está creando un clima beligerancia en la región que puede generar situaciones que nadie quiere”. Cuando remarcó la necesidad de que Uribe esté en esa cumbre, señaló que “en definitiva Colombia también debe estar interesada en resolver este problema”.
El cierre
También pidieron hablar el boliviano Evo Morales y el paraguayo Fernando Lugo. Morales denunció que militares estadounidenses tuvieron algún tipo de participación en el golpe contra Manuel Zelaya en Honduras y dijo que Unasur debía “salvar al pueblo colombiano de los militares norteamericanos”. Lugo se limitó a apoyar la necesidad de una cumbre presidencial y pidió, en alusión a Uribe, que “no se siente a ningún gobernante en el banquillo de los acusados”.
Cuando ya ningún presidente parecía dispuesto a hablar, la vicecanciller colombiana, Clemencia Forero, que representó a su país en la cumbre, leyó un documento en el que señaló que “no ha habido ni habrá bases militares extranjeras en Colombia, ni las hemos pedido ni los Estados Unidos piensan instalarlas. Las bases siguen siendo colombianas, enteramente bajo jurisdicción y soberanía colombiana”. Y aseguró que la operación de militares estadounidenses en Colombia sería de “un acceso limitado para realizar acciones coordinadas contra el narcotráfico y el terrorismo”.
Después salieron todos a sacarse la foto en el patio del convento, lleno de flores, sombreado por palmeras y con galerías del Barroco español, adornado con murales del siglo XVII. Antes de la foto, se vio a la Presidenta y a Chávez hablando con gestos muy enfáticos. Hoy tendrán oportunidad de conversar con más tiempo en Caracas.
Por Daniel Miguez
Desde Quito
A buscar nieve para apagar tanto fuego
Por Mario Wainfeld
Rafael Correa ansiaba un día de doble festejo, por su segunda asunción (esta vez con toneladas de votos a favor) y la evocación de un fasto patrio. Pero la realidad metió la cola y la reunión de Unasur hizo saltar chispas. Michelle Bachelet y el anfitrión cumplieron con el protocolo y el tono calmo en las primeras intervenciones, de traspaso de la presidencia pro tempore. Pero Hugo Chávez cambió el clima, con su invectiva contra el presidente de Colombia, Alvaro Uribe. El líder bolivariano es un orador encendido, dotado de enormes recursos retóricos y mediáticos. Llevó la temperatura muy arriba, Correa lo acompañó aunque con menos estridencia. Les cupo a los presidentes de Brasil y de Argentina buscar la vuelta para atemperar.
No fue una novedad. Lula da Silva y los dos Kirchner vienen siendo desde hace años garantes activos de la paz y la estabilidad política en América del Sur. La relativa ausencia de conflictos bélicos internacionales y el sostenimiento de regímenes democráticos progresistas o de izquierda son un acervo regional, digno de preservación. La coyuntura amenaza esos baluartes: el golpe de Estado en Honduras (cuya prolongación favorece al usurpador Roberto Micheletti) y la instalación de bases norteamericanas en territorio colombiano son luces de alarma.
La postura de Cristina Fernández de Kirchner en Quito sobre el temible desembarco norteamericano en Colombia fue congruente con lo que le había expresado a Uribe en Buenos Aires. Al unísono, fue firme en cuestionar la verba beligerante del presidente venezolano y se cargó la mochila de convocar a una reunión presidencial futura en Argentina.
Según portavoces de la Cancillería y de la Casa Rosada, con quienes dialogó informalmente ayer este cronista, es razonable la preocupación de los mandatarios de Ecuador y Venezuela. Las bases estadounidenses incordian a terceros países sudamericanos pero nunca tanto como a quienes gobiernan países que limitan con Colombia y han padecido patoteadas de su presidente. “Uribe se ufana de haber derrotado a la FARC hace años pero a la vez se arma hasta los dientes. No es creíble cuando pone cara de angelito diciendo que las bases son para combatir la guerrilla y el narcotráfico”, describe un funcionario argentino, dándole la derecha a Chávez y Correa. Luego redondea y “centrea” su concepto: “Tienen derecho a enojarse. Pero se enojan ‘a lo Alba’, con una oratoria que agrega leña al fuego”.
La invitación a un encuentro presidencial en Bariloche va en línea con varias acciones previas. La reservada misión argentino-brasileña que garantizó las elecciones que llevaron a Evo Morales a la presidencia. La reunión del Grupo Río en Santo Domingo aplacando las ínfulas invasoras de Colombia en territorio ecuatoriano. El debut de la Unasur en Chile poniéndole coto a la violencia secesionista otra vez en Bolivia. La convocatoria a Buenos Aires busca reprisar esos escenarios.
El objetivo es tan sensato como noble, la implementación peliaguda. La reunión tiene un talón de Aquiles: no tendrá sentido si Uribe rehúsa participar. Sería inadecuado y hasta contraproducente, asumen desde el Palacio San Martín, repetir la puesta en escena de ayer en Quito: un coro de críticas a Colombia, sin réplicas ni perspectiva de negociación. Uribe, obviamente, no era de la partida, lo representaba su vicecanciller, que recibió todos los guayabazos. Para colmo de soledades, ni siquiera estaba el peruano Alan García, el otro presidente de derecha pre-Obama de este Sur, su natural aliado.
Chávez es un vecino complicado, porque tiene juego propio (no siempre sistémico), se manda solo y apuesta fuerte. La lógica de Brasil y Argentina (sumarlo, contenerlo, encauzarlo, evitar su aislamiento y limar su radicalización) es impecable pero dura de concretar. La Presidenta ayer le marcó límites, cuestionó su parla “flamígera”. Hoy participará en Caracas de la firma de relevantes acuerdos comerciales. Son dos caras de una misma moneda que se revalúa o devalúa a cada rato. La cotización podrá variar o tremolar en proporción directa a la merma en el precio del petróleo y las dificultades de la economía y la política domésticas venezolanas.
La diplomacia regional y los propios presidentes tendrán que sudar la gota gorda para lograr que se concrete el convite, con Colombia presente. Las cuitas argentinas serán dobles, por haberse hecho pie de la convocatoria, a instancias de Correa. La “diplomacia presidencial” es así: vibrante, minga de formalismo hueco, llena de riesgos. Los protagonistas principales se implican, maximizando las chances de lograr resultados resonantes o de pagar costos mayores si hay fracasos o tropiezos. En la noche de ayer, cuando se mantenía la excitación ulterior a esos cónclaves, funcionarios avezados de Argentina y de terceros países compartían el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad.
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