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Lecciones de la reciente crisis bursátil

La gravísima crisis financiera de 1997 sacudió a los países asiáticos que hasta ese momento se mostraban reacios a cooperar en materia financiera. Pero en plena crisis, en septiembre de 1997, nada menos que Japón –fuerte aliado de Estados Unidos- propuso la creación de un Fondo
 
Monetario Asiático. La propuesta fue una reacción de los países afectados por la crisis al manejo realizado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los Estados Unidos, similar al que llevó a la bancarrota argentina en 2001.


En ese momento la iniciativa fue abortada ante la fuerte resistencia de Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y el propio FMI. Pero la idea fue retomada de forma más discreta en 2000 por los diez países que integran la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) más China, Japón y Corea del Norte, conocida como ASEAN+3, al crear la Iniciativa de Chiang Mai que comenzó con una serie de acuerdos bilaterales para financiar las balanzas de pagos de sus miembros en situaciones de emergencia, y defenderse así de nuevos ataques especulativos.


 


Reformar el sistema financiero


 


Existe acuerdo en que la actual arquitectura del sistema financiero internacional debe ser revisada ya que tiene problemas estructurales –como la volatilidad de los movimientos de capital y las grandes fluctuaciones de los tipos de cambio del dólar estadounidense, el euro y el yen- que están lejos de ser resueltos. Un buen ejemplo es lo sucedido con la reciente crisis financiera cuyo epicentro estuvo en Estados Unidos. La Morgan Stanley Capital International divulgó el 28 de agosto en Río de Janeiro (Brasil), un estudio en el que asegura que los países más afectados fueron, en contra de lo que podía suponerse, los emergentes Turquía y Brasil. Los activos del primero perdieron un 20,3 por ciento y los del segundo un 17,6, en tanto los de Estados Unidos sólo cayeron un 5,1 por ciento.


 


Según William Eid, del Centro de Estudios en Finanzas de la Fundación Getulio Vargas, esto se debe a que los inversionistas extranjeros “normalmente amplifican las oscilaciones ocurridas en sus mercados de  origen, haciendo que las alzas y bajas sean siempre mayores en Brasil, y como representan más de un tercio del mercado definen las tendencias globales”. En buen romance, la especulación financiera afecta siempre más a los países periféricos que a los del centro, donde se repliegan los capitales luego de multiplicarse depredando las economías de la periferia.


 


De ahí la importancia de que los países que se ven perjudicados por la anacrónica estructura financiera busquen formas de cooperación para atajar los daños. Después del fracaso de la propuesta de crear un fondo monetario asiático, la ASEAN invitó a China, Japón y Corea del Sur a crear mecanismos regionales de cooperación económica. La ciudad turística de Chiang Mai, al norte de Tailandia, fue el escenario en el que los ministros de finanzas de los trece países asiáticos acordaron en mayo de 2000 reforzar los marcos de cooperación.


 


Yung Chul Park, profesor del Departamento de Economía de la Universidad Nacional de Seúl, escribió en un reciente estudio que la cooperación financiera y monetaria de Asia oriental se basa en tres pilares esenciales: “Asistencia de liquidez, seguimiento y vigilancia, y coordinación cambiaria”(1). Los dos primeros vienen siendo implementados en las sucesivas reuniones de ministros de la Iniciativa de Chiang Mai que además ha creado un mercado de bonos asiáticos. Sin embargo, hasta este año aún no han dado el paso sin retorno de crear una moneda regional.


 


Pero en la tercera Conferencia de Cooperación Financiera de ASEAN+3, realizada en abril en Shanghai (China), se avanzó hacia la creación de “un sistema monetario compartido”, o sea una moneda regional. En la ocasión, Wu Jianmin, coordinador de la Red de Think Tank del Este de Asia (NEAT por sus siglas en inglés), sostuvo que existe una demanda de los países de la región para “establecer una divisa unificada, similar al euro”. Recordó que un 20 por ciento de los costes del comercio internacional se deben al cambio de divisas y que la creación de una moneda regional daría un fuerte impulso al comercio intraregional.


 


Fue más lejos. Señaló que mientras los otros bloques importantes del mundo, el NAFTA y la UE, comercian en sus propias monedas (dólar y euro), los asiáticos tienen una cooperación financiera “comparativamente subdesarrollada”. Se trata, en suma, de avanzar desde la defensa de las economías regionales ante ataques especulativos hacia la creación de instituciones económicas regionales que coloquen a Asia oriental en el lugar que ha ganado en el mundo.“En Asia –señala Chul Park- el regionalismo está adoptando dos modalidades: acuerdos de libre comercio y acuerdos financieros”. Añade que “alguna forma de integración monetaria es una condición importante para que pueda haber integración comercial”, y sostiene que la unión monetaria debe ser el primer paso ya que aceleraría la integración financiera que no podría lograrse de otra manera.


 



Las dificultades sudamericanas


La creación de una moneda única asiática sería un paso decisivo que aceleraría la decadencia del dólar como moneda hegemónica. Pocos dudan que ese momento llegará en los próximos años. La única duda es si se registrará una transición ordenada o caótica. Hasta ahora, “la Iniciativa de Chiang Mai es semejante a los acuerdos de apoyo de  liquidez que habían respaldado al Sistema Monetario Europeo antes de  crearse la unión monetaria en 1999”, dice el economista coreano. Ello  induce a pensar que la moneda asiática es sólo cuestión de tiempo y de  oportunidad. ¿Por qué una región que concentra la mayor parte de las  reservas mundiales habría de seguir financiando a un gobierno  deficitario como el estadounidense?


 


Los pasos que están dando los países asiáticos, con parsimonia y cautela, haciendo gala de una sabiduría milenaria, tienen especial interés en Sudamérica, una región que busca caminos de integración y de superación de la dependencia. El economista peruano Oscar Ugarteche, en un artículo titulado “Brasil vs. Banco del Sur”, señala que el debate que atraviesa la región debe decidir si “América del Sur se va a integrar dentro de un esquema financiero autónomo del dólar  estadounidense ahora que dicha moneda ha perdido entre el 25 y el 30 por ciento de su valor paritario con el grueso de las monedas sudamericanas y que América del Sur tiene tantas reservas internacionales como la zona euro”.


 


Según Ugarteche, avanzar en una integración autónoma supone trabajar en la creación de un fondo de desarrollo, como hizo Europa y se dispone a hacer Asia oriental, para reducir las asimetrías: “Su preocupación, como la europea hace años, es cómo nivelar a las zonas que tienen mayor atraso para que sea una región relativamente homogénea”. Para ello la Iniciativa de Chiang Mai encargó a centros de investigación regional estudios específicos sobre este proceso.


 


En Sudamérica no está sucediendo lo mismo. Como han denunciado la pasada semana tanto Ugarteche como Eric Toussaint, presidente del Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo, Brasil está frenando el lanzamiento del Banco del Sur. “Brasil no está en la iniciativa del  Banco del Sur porque no lo necesita para sus proyectos de potencia económica”, señala Toussaint. Por su parte, Ugarteche le recuerda al  gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva que “oponerse a la arquitectura financiera sudamericana es hacerle un servicio al status quo, al Tesoro estadounidense y a las instituciones financieras de Washington,  debilitadas y desprestigiadas”.


 


Dejar pasar esta coyuntura de extrema debilidad del gobierno de los Estados Unidos, puede contribuir a reforzar la hegemonía del imperio. Sería una terrible ironía de la historia que eso suceda gracias a la  contribución, activa o pasiva, de gobiernos que se dicen de izquierda.


 


Nota


(1) Yang Chul Park “Integración financiera en Asia oriental: desafíos y perspectivas”, en José Antonio Ocampo (comp), Cooperación financiera regional, CEPAL, 2006.


Por Raúl Zibechi. Miembro del Consejo de Redacción del semanario Brecha de Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en la  Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios grupos sociales.


 

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