Puede que el nuevo START el tratado de desarme nuclear firmado en abril entre Washington y Moscú tenga una transcendencia mundial que afecte al bienestar de todo el planeta pero, para los republicanos de Estados Unidos, se ha convertido en un arma contra el presidente Barack Obama: un simple asunto de política interna que, por encima de la seguridad nacional o internacional, les servirá para medir las fuerzas que le quedan al presidente en los próximos dos años de mandato.
“Sin la ratificación del nuevo START por el Senado no tenemos un mecanismo de verificación para asegurarnos que sabemos lo que están haciendo los rusos”, dijo el miércoles Obama, en un acto en el que apareció junto a Colin Po-well, secretario de Estado bajo la Administración Bush.
Con esa declaración, Obama dejó claro lo que está en juego: renovar un tratado que expiró en diciembre del año pasado dejando en suspenso, entre otros aspectos, las visitas de sus inspectores nucleares a Rusia. Es decir, Washington desconoce la situación de los arsenales rusos o si Moscú construye nuevas bombas nucleares.
Para evitar tal incertidumbre, Obama quiere que el Senado ratifique este año el nuevo START por el que ambos países se comprometen a reducir a 1.550 sus cabezas nucleares y a abrir las puertas de sus instalaciones a los observadores de la otra nación.
Pero los republicanos se oponen. El motivo más claro lo ha dado uno de sus líderes, el senador Mitch McConnell: “La prioridad del partido, en los próximos dos años, es impedir a Obama un segundo mandato.”
A esa opinión se ha unido la musa de los ultraconservadores del Tea Party, Sarah Palin, la misma que en 2008 estaba dispuesta ir a una guerra con Rusia si invadía Georgia y la misma que ha pedido a sus correligionarios “no escuchar argumentos políticos sobre la necesidad de una rápida consideración” del tratado.
El motivo es que en enero empezará a funcionar el Senado surgido de las elecciones de noviembre, en el que los demócratas, aunque conservarán la mayoría, sufrieron una fuerte derrota en esa cámara.
Como los tratados internacionales requieren una mayoría de dos tercios, si la votación se produce antes de fin de año, Obama necesitará sólo el voto de nueve republicanos para ratificar el tratado, mientras que, tras renovarse la cámara, necesitará los de 14.
Más gasto en defensa
Más sutil que Palin y McConnell es el senador conservador Jon Kyl quien ha vinculado la ratificación a la aprobación de una partida presupuestaria que va por los 84.000 millones de dólares para modernizar las instalaciones nucleares estadounidenses. La petición va contra el mantra republicano de reducir el déficit presupuestario y aumentaría aún más el gasto en defensa, que se come entre el 30 y el 40% de los presupuestos del país.
Para la prensa local, la ratificación se ha convertido en un pulso que permitirá saber si Obama puede mantener su política exterior, ya que no ratificar el acuerdo supondría torpedear las nuevas buenas relaciones entre Washington y Moscú. Unas relaciones que, según la diplomacia norteamericana, están dando buenos resultados en escenarios clave como Irán y Afganistán.
En su estrategia, los republicanos han hallado un buen aliado en sus más acérrimos enemigos, los comunistas rusos, quienes votarán en la Duma contra la ratificación. Aunque su voto no es esencial, su posición ha tenido eco en el presidente ruso Dmitry Medvédev, quien explicó que no llevará el tratado a votación hasta que lo haga Washington. Medvédev parece harto de que el Senado de EEUU haga siempre la misma jugada desde tiempos de la Unión Soviética, cuando sólo Moscú ratificaba los acuerdos firmados por sus presidentes.
ANTONIO LAFUENTE
Leave a Reply