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Manifestaciones y efectos del terrorismo de estado

Damasco. 7 de agosto de 2006


 


Nada nuevo bajo el sol en una tendencia que Israel acentúa desde su misma creación como estado en 1948 y que agita peligrosamente la explosiva coctelera en la que Oriente Medio se encuentra atrapado. No se trata sólo de que todos sepamos ya que nadie puede pararles en su continua y agresiva huida hacia la radicalización de los conflictos que mantiene abiertos sino que lamentablemente estamos siendo testigos de cómo el militarismo que su comportamiento transmite alimenta ideas peregrinas y peligrosas sobre la viabilidad de Israel como Estado en la región -defendidas hasta hace poco tan sólo por el Presidente iraní- y que son compartidas por sectores cada vez más amplios de la población de los países árabes bajo la lógica del “enemigo de mi enemigo es mi amigo”. El comportamiento del Estado hebreo, desde Palestina hasta el Líbano proyecta con una intensidad cada vez mayor, ciertas visiones de destrucción hacia el lugar común, agresivo y tendente al enfrentamiento armado, que alimenta un imaginario colectivo con argumentos cada vez más consistentes contra Israel, los Estados Unidos, la Unión Europea y los regímenes dictatoriales árabe-musulmanes que abiertamente les apoyan o cuando menos callan ante sus desmanes como Egipto, Arabia Saudí o Jordania.

Desde los primeros días de la guerra no declarada del ejército israelí contra el Líbano, justificada según el gobierno de Ehud Olmert por el ataque que la milicia chiíta de Hezbollah realizó el 12 de julio contra un puesto militar israelí en el que fallecieron 8 militares y fueron capturados otros dos, hemos observado impotentes como dicho país ha sido reducido a escombros y se le ha obligado a retroceder varias décadas en su triste historia. Mediada la guerra y en el lapso de unos pocos días, Israel ha buscado con su comportamiento que las iniciativas para conseguir un alto el fuego que emergían de la comunidad internacional y de las propias fuerzas políticas libanesas fuesen respondidas con nuevas ofensivas de Hezbollah, que no ha parecido dispuesto a tirar la toalla ni a dejarse derrotar militarmente a menos que se debatiese y negociase sobre las causas reales del conflicto, que no pasan por el secuestro de dos soldados de los que ya nadie se acuerda.



Por poner un par de ejemplos, el día 29 de julio el gobierno libanés y Hezbollah habían alcanzado, tras 18 días de agresión israelí, un acuerdo para el alto fuego al que Israel respondió con la masacre, posteriormente lamentada con gran y falsa afectación por gran parte de la comunidad internacional y reunión del Consejo de Seguridad de UN de por medio, de más de 60 civiles en la localidad de Qana. Hizbollah se comprometía en dicho acuerdo -nunca plasmado- a respetar un alto el fuego, devolver a los dos soldados judíos capturados y permitir el despliegue del ejército libanés en el sur del país a cambio de la liberación de los prisioneros libaneses en manos de Israel -el más veterano detenido desde hace 36 años- una negociación sobre la retirada de las fuerzas de ocupación israelíes de las granjas de Shabaa, el retorno seguro de los civiles desplazados a sus localidades de origen y la entrega de los mapas de localización de los miles de minas antipersonales con las que Israel ha sembrado el sur de Líbano.

La contundente reacción del pueblo libanés contra la masacre, expresada a través del asalto a la sede de Naciones Unidas en Beirut y la negativa del Primer Ministro Sinoura a recibir a la Secretaria de Estado Norteamericana mientras ésta no trajese un alto fuego en su cartera, explicitó que la idea de la rendición ante Israel no pertenece al imaginario del país del Cedro y que el apoyo a la resistencia de Hezbollah aumenta a medida que el conflicto se prolonga. Las últimas encuestas realizadas por el diario libanés Daily Star recogían un nivel de apoyo que se acercaba al 85% pese a que desde el exterior algunos pretendan sembrar la semilla de la discordia entre los libaneses culpando a Hezbollah de la agresión israelí. Los libaneses, curtidos bajo una ocupación israelí de su país que se prolongó durante 18 años reconocen y respetan la labor política, social y militar de Hezbollah y difícilmente se revolverán contra el “Partido de Dios” que ha demostrado la coherencia de su comportamiento a lo largo de los últimos años.



Tan solo unos días antes, el día 25 de julio, mientras comenzaba a extenderse la idea de que un alto el fuego podría alcanzarse a través del despliegue de una fuerza multinacional a lo largo de la frontera entre los dos países, Israel asesinaba a cuatro observadores internacionales después de que el Tsahal fuese advertido en más de diez ocasiones de que estaba bombardeando una posición de observación de las Naciones Unidas. Paralelamente Ehud Olmert le pedía a Koffi Annan que la organización de la que es Secretario General, procediese a la evacuación de civiles de todos aquellos pueblos que consideraba bases de actuación de la milicia de Hezbollah. Naciones Unidas, que no es capaz de convencer a Israel para que permita la existencia de corredores humanitarios o garantías de protección de los civiles, decidió no asumir tal misión ante el riesgo que corre, a medida que pasa el tiempo, de ser señalada como involuntario brazo ejecutor de la política israelí.



Israel ha asesinado a más de un millar de civiles libaneses, ha utilizado bombas de fragmentación y de fósforo blanco, ilegales según todas las convenciones internacionales, ha destruido casi en su totalidad las infraestructuras del país (aeropuerto, puertos, carreteras, puentes, centrales eléctricas, potabilizadoras de agua) ha provocado uno de los mayores éxodos de refugiados de los últimos años, con el 25% de la población libanesa desplazada de sus hogares, ha asesinado a casi 200 civiles en la Franja de Gaza tan sólo durante el mes de julio y ha dejado claro, por si a alguien le quedaban dudas, que la más mínima reacción palestina o libanesa contra la ocupación de territorios o la detención de miles de prisioneros árabes en la cárceles israelíes, sería respondida con toda la fuerza militar que Israel puede utilizar y sin el ejercicio de la más mínima contención humanitaria, siempre con el apoyo incondicional de los Estados Unidos y la silenciosa connivencia de la Unión Europea.



Los titulares de la prensa de ayer y hoy, 6 y 7 de julio, recogen, en este contexto, lo que en castellano se denomina “hacer el papelón”; la patética impostura de las potencias implicadas, principalmente Estados Unidos y Francia. Pretenden convencernos de que se ha abierto la ventana de la paz y la oportunidad para lo que ellos llaman el “cese de hostilidades” nueva denominación en la neolingua orwelliana de lo políticamente correcto utilizada para igualar a los contendientes de una salvaje guerra de agresión decidida unilateralmente por Israel. Creen que el hecho de que dos países con intereses en la región, Estados Unidos y Francia, se hayan puesto de acuerdo entre ellos sobre una fórmula para el alto el fuego que no tiene el apoyo ni de Hezbollah ni del gobierno libanés significa algo diferente a la culminación de la complicidad vergonzante de la comunidad internacional con Israel. Pretenden imponerle al Líbano, desde las Naciones Unidas, una solución que legitima la ocupación israelí del sur del país, el desarme de quienes sus compatriotas consideran unos héroes en la lucha contra Israel y además, la presencia de una fuerza internacional que garantice la seguridad de Israel sin mencionar la más mínima concesión al pueblo que está sufriendo la agresión israelí en una proporción de más de diez muertos libaneses por cada muerto israelí. El Jefe del Ejército israelí, Saul Mofaz, no se contuvo al declarar que por cada edificio afectado en Haifa por los misiles de Hezbollah, Israel destruiría diez casas libanesas.


 


Esta guerra se alarga ya casi un mes. Desde el primer día se habló de que duraría unas semanas, probablemente el tiempo que los generales israelíes calcularon que duraría una operación que borrase a Hezbollah del mapa. Ahora ya han comprobado que se equivocaban. Hezbollah no se va a rendir y tampoco la van a derrotar a menos que ocupen el país por tierra con miles de soldados, durante un período de tiempo largo y consistente y con un alto número de víctimas entre los hombres del Tshal. Tienen la experiencia de lo sucedido durante la década de los 90 en ese mismo territorio y con los mismos contendientes. En aquella ocasión tuvieron que abandonarlo debido a la feroz resistencia de los habitantes del sur del Río Litani y las cada vez más intensas manifestaciones contra la guerra que ocupaban las plazas de Tel Aviv.



Quien quiera que se arregle la situación debe remangarse la camisa, armarse de valor y sentarse en la mesa con Hezbollah, escuchar sus legítimas peticiones, que son las del Líbano en su práctica totalidad, y hacerle entender a Israel que le esperan días de sufrimiento si decide no cejar en su autodestructivo y militarista empeño. 



Que hago en Beirut. 8 de agosto.



Casi un mes después del inicio de la agresión israelí contra Líbano, escribo por última vez desde Damasco cuando estoy a punto de emprender un largo viaje por carretera que debería finalmente llevarme hasta Beirut y repaso este texto tras haber llegado finalmente a Hamra, ya en la capital libanesa. En vano fue el intento de llegar al Líbano desde Jordania y tuve que viajar de vuelta a España, gestionar un visado y conseguir un nuevo billete de avión para poder, finalmente, informar de lo que aquí sucede desde la perspectiva del activista que ya no busca a estas alturas la neutralidad informativa, ni mucho menos aprender el ejercicio del periodismo, sino divulgar la ambiciosa y casi utópica iniciativa a la que me incorporo en un intento de demostrar que existen alternativas al modo violento en que vemos cómo se desarrolla esta crisis: la intervención civil internacional.



Suena a locura pero no lo es. Desde hace muchos años, cada vez que estalla una crisis similar a la que vivimos estos días, grupos de activistas por la paz de todo el mundo tratan de demostrar que sí se puede hacer algo contra la irracionalidad que comporta toda violencia, que está en nuestras manos como ciudadanos parar el círculo vicioso de la destrucción, que sí se puede marcar la diferencia, sí se puede actuar hasta mancharse. Se trata de pasar de las palabras a los hechos de una vez por todas, de decidirse, de comprender que cada uno de nosotros puede y debe, si quiere, implicarse en la construcción no violenta de la paz como instrumento de transformación social.



Desde el comienzo de la guerra, hace poco más de tres semanas, hemos sido testigos de cómo trataban de organizarse a toda prisa misiones de solidaridad y delegaciones internacionales que, viajando al país, trataban de mostrarle al mundo la necesidad de implicarse en el fin de esta carnicería y al mismo tiempo a los libaneses que no están solos. Estas delegaciones, que han surgido del Grupo de la izquierda del Parlamento Europeo, de los movimientos sociales griegos o de las ONGs italianas, por poner algún ejemplo, son una de las posibles respuestas que desde la “sociedad civil internacional” tratan de articularse ante un conflicto como este, o más concretamente, ante la demostrada incapacidad de la “comunidad internacional oficial” para lograr no sólo que pare la agresión israelí sino también que se hable, de una vez por todas, del reconocimiento de la justicia implícita en las demandas de los pueblos amenazados por Israel como única vía estable y duradera para que la paz comience a dibujarse en Oriente Medio.



Algunas ONG´s, entre las que puedo mencionar a la italiana Un PontePer o a Pax Christi International y entre las que lamentablemente no conozco a ninguna española, aunque espero equivocarme y que sea sólo debido a mi ignorancia, ya están canalizando ayuda de emergencia para lo que no puede esperar como agua, alimentos, colchones o medicamentos. En el mejor de los casos consiguen dinero para transferírselo directamente a las iniciativas espontáneas surgidas desde el primer día de la guerra entre la sociedad civil libanesa como el Sanariyeh Relief Center que mantiene en Beirut más de 30 escuelas en las que se atiende a quienes se refugian en la capital tras haber sido desplazados desde el Sur por los bombardeos o la iniciativa Samidoun, un intento de canalizar la información sobre lo que sucede en el país sin pasar por los filtros de la prensa internacional, impulsado, entre otros, por el Colectivo Beirut Development and Cinema.



En todo caso, sea en forma de delegaciones institucionales, ONG´s o dinero, parte de la sociedad civil internacional ha comenzado a moverse hacia el Líbano. No todas las iniciativas pasan por viajar hasta el país y los hay que actúan desde sus hogares, como Amnistía Internacional con las vigilias que organiza en muchas capitales del mundo o el “ayuno por el diálogo” que un grupo de activistas de Non violence Internacional mantiene frente al Departamento de Estado de los Estados Unidos en Washington DC liderados por Mubarak Awad, uno de los principales estrategas de la Intifada palestina y que en Barcelona está siendo secundado por otro activista noviolento, Marti Olivella.


 


Muchas veces a lo largo de los últimos meses he oído, debatiendo sobre la no violencia y la construcción del sistema de “intervención civil para las crisis” que poco a poco comienza a debatirse en Europa la metáfora que compara una guerra como esta con un incendio. Y se me ha preguntado si yo quería ser bombero o trabajar en la prevención de incendios, entendiendo que no existe casi nada nuevo bajo el sol, que crisis como esta y guerras como la que vemos, se han sucedido y se seguirán sucediendo sin remedio mientras no cambien ciertas cuestiones de fondo que no se solucionan con cortafuegos de emergencia. Es cierto. Una vez que el caos y la destrucción han comenzado, todos nos echamos las manos a la cabeza y nos urge actuar ya ante las imágenes salvajes y tétricas que toda guerra ofrece. Actuamos a la carrera, pegándonos por ser los más rápidos, los más efectivos, los más solidarios, lo más compasivos. Pero nos olvidamos de la estrategia, nos olvidamos del largo plazo, nos olvidamos de la prevención de las crisis, de las intervenciones preparadas con tiempo y que realmente pueden sembrar las semillas de cierto tipo de cambio.



El ejército de Israel ha preparado esta guerra desde hace años, Hezbollah también. Nosotros, en cambio, corremos ahora, tomando decisiones precipitadas y sobre la marcha sin comprender como comprenden los bandos enfrentados, que para tener éxito hay que marcarse un objetivo y perseguirlo con tesón en el tiempo, diseñando una estrategia y formándose para aplicarla del modo mas efectivo posible.



Así que el grupo de activistas civiles internacionales que se encuentra en Beirut o está desplazándose hasta el Líbano estos días tratará de mostrar a lo largo de las próximas semanas que hay gente obstinadamente empeñada en convencerse a sí misma y convencer a los demás de que otro mundo sí es posible, de que las alternativas a la solución armada de los conflictos existen y están esbozadas desde hace tiempo, que la sociedad civil internacional tiene un papel que jugar más allá de los tradicionales lamentos ante el televisor y que ese papel puede desempeñarse sin más impedimento que la voluntad. No sé si tenemos clara cuál debe ser nuestra estrategia, en todo caso conocemos el instrumento: la lucha no violenta, y trataremos de no alargarnos demasiado en el debate sobre nuestras acciones para que puedan resultar efectivas dentro de la modestia y limitación que implica que no alcancemos ni al medio centenar de activistas. Pocos pero dispuestos y convencidos.


 


A través de múltiples ejemplos de intervención civil internacional como Las “Brigadas Internacionales de Paz” en América Latina, el equipo de Nonviolent PeaceForce en Sri Lanka o el ISM (Internacional Solidarity Movement) en Palestina hemos comprendido que los civiles no sólo deben, sino que además pueden asumir un papel de vital importancia en la construcción de la paz a través de la noviolencia como instrumento de transformación social. La noviolencia no tiene nada que ver con la pasividad ni con la sumisión. No se limita a la reacción defensiva de quien no puede comportarse de otro modo sino que pretende ser constructiva. No evita el conflicto sino que a veces lo crea para llamar la atención sobre una situación abiertamente injusta, y asume que debe ser aplicada con valor en contextos violentos y de alto riesgo. Una de las armas más eficaces de la noviolencia es el convencimiento, la legitimidad que da asumir los riesgos de defender aquello en lo que se cree hasta las últimas consecuencias y no sólo en cómodas tertulias regada con buenos alcoholes. Gandhi lideró la independencia de su pueblo a través de la noviolencia, los derechos civiles de los negros norteamericanos fueron recuperados a través de la noviolencia, los jóvenes serbios se opusieron a Milosevic con las mismas armas, y las Madres de la Plaza Mayo fueron reprimidas y desaparecidas mientras se manifestaban de manera noviolenta. Ghaffar, Khan y sus camisas rojas la aplicaron desde el Islam en el territorio que hoy conocemos como Afganistán por poner un ejemplo musulmán. Hay ejemplos sin límite de contextos y casos en los que la noviolencia ha sido aplicada con éxito, se han dado otros en los que ha finalizado en un baño de sangre, como sucedió en Tiananmen en 1989.



Y cada día, lamentablemente, tenemos una nueva oportunidad para aplicarla en la emergencia cuando no hemos sabido capaces de utilizarla para prevenir la violencia como en el caso del Líbano.



Escuchamos indignadas reacciones por parte de la “comunidad internacional oficial” ante el comportamiento de los bandos enfrentados: casi desde el primer día, los líderes mundiales, han exigido unánimemente, tanto a Israel como a Hezbollah, el “cese de hostilidades”. No se cansan de repetir una y otra y vez que la violencia debe terminar inmediatamente, que no existe una solución militar para este conflicto y que ambas partes deben abandonar las armas como método para la resolución del conflicto. Pero más allá de declaraciones grandilocuentes, lágrimas de cocodrilo y golpes de pecho, lo único que la comunidad internacional puede permitirse es esperar hasta que las partes enfrentadas acepten el despliegue de una fuerza militar internacional que se interponga entre Hezbollah e Israel y pueda garantizar que la guerra no se repita. Más allá de la inconveniencia de los términos en los que pretende imponerse una intervención internacional que se limita a congelar la ventaja militar conseguida por Israel en el campo de batalla, un ejército armado nunca ha sido el mejor ejemplo ni ha servido como garante de la paz para una población que acaba de salir de una guerra o que se encuentra inmersa en ella. Los soldados no están entrenados para construir la paz más que a través de la fuerza y lo que no se construye con esmero no podrá nunca funcionar correctamente. En estos casos son siempre los medios los que justifican los fines. Por más que nuestros ejércitos jueguen a esconderse tras la careta humanitaria, no son más que ejércitos armados, organizaciones de violencia y dominación. Quienes deben construir la paz son los civiles, no los militares.



Nosotros somos civiles, somos pocos, algunos tienen más entrenamiento, otros tienen menos. A lo largo de los próximos días trataré de ir explicando de qué se trata la acción, quienes somos, porqué lo hacemos, que pretendemos conseguir y que necesitaríamos para que resultase exitosa o, lo que esperamos que signifique lo mismo, para que les sirva de algo a los libaneses. Trataré de contar también lo que veamos ante nuestros ojos. Lo que significa la guerra para la población civil, la que realmente la sufre.

El viaje hasta Beirut. 8 de agosto



El viaje desde Damasco hasta Beirut transcurre con mucha más tranquilidad de lo que se esperaba. Unas cinco horas de discusión, primero, y de camino después. La frontera se encuentra desierta en ambas direcciones. Casi nadie la atraviesa. Al llegar al puesto a través del cual se sale de Siria, el taxista me acompaña hasta la ventanilla. Estamos solos en el edificio y los cuatro policías que no tienen nada mejor que hacer deciden que van a entretener su aburrimiento con ese español que quiere llegar hasta Beirut. Cuatro personas que prácticamente no hablan ingles estudian mi pasaporte con detalle y tratan de hacerme preguntas sobre el motivo de mi visita. Pese que tengo un visado de estancia en Siria de seis meses, empiezo a ponerme nervioso cuando me doy cuenta de que el pasaporte no tiene ni quince días de antigüedad y ha sido emitido en Jordania. Si piensan más de tres minutos seguidos se darán cuenta de que he estado o tratado de estar en Palestina y me pondrán pegas.



La cuestión de los pasaportes es bastante surrealista. Siria no reconoce al Estado de Israel así que todos sabemos que no podemos llevar ningún sello en nuestro pasaporte. Hasta aquí esta claro. Ahora, si añado que Siria mantiene una retórica propalestina absolutamente clara, acoge a Khaled Meshal, numero dos de Hamas y apoya abiertamente a Hezbollah, debería saber que hay extranjeros que tienen sellos israelíes en su pasaporte precisamente porque han estado en Palestina. Y casi ningún extranjero que visita los territorios ocupados se dedica a espiar para Israel. Todo lo contrario. De hecho, muchos activistas que podrían estar ahora en Beirut se han quedado parados en Jordania debido a que tras haber visitado Palestina no se puede entrar en Siria y hoy en día, el único modo de llegar a Líbano es a través de Siria.



En cualquier caso, una vez conseguido el visado de salida de Siria hay que caminar poco mas de un kilómetro hasta el puesto de entrada en Líbano. La carretera esta cortada. Hay un cráter de unos 10 metros de largo por 20 de ancho y en el arcen puede verse el amasijo de hierros que queda de un autobús volcado e incendiado al recibir el impacto del misil israelí que reventó la carretera. Parece difícil atravesar una carretera bombardeada. No lo es. La gente sigue necesitando viajar así que lo único que hay que hacer es caminar alrededor del cráter y al otro lado hay coches que esperan rodeados de gente que trata de transportar agua, refrescos, comida y sobre todo gasolina. Un habitante de Quaan, el primer pueblo libanés que encontramos al atravesar la frontera me pregunta que hago allí. Cuando le digo que trato de llegar a Beirut me dice que el me ayudara y que primero le ayude a pasar unos bidones de gasolina al otro lado del cráter provocado por el bombardeo israelí.



Empieza el regateo. La primera cifra que escucho son mil dólares. Es el mito. No creo que nadie haya pagado en realidad mil dólares por entrar o salir de Beirut. El precio que todo el mundo que me he encontrado aquí ha pagado esta en torno a los 200 dólares. Pero el trayecto en condiciones normales cuesta 10. Así que para cobrar 200 tienen que pedir cinco veces mas de lo que realmente cuesta aunque es cierto que la gasolina se esta encareciendo desde el bombardeo de los depósitos del puerto de Beirut y el bloqueo por el que no entran camines desde Siria.



Finalmente, con 200 dólares en la mano, realmente todo el dinero que me queda, me monto en un coche que me llevara hasta Beirut. El taxista, como muchos libaneses, nació en Brasil y volvió a su país al terminar la guerra. Habla portugués. Al menos podemos entendernos. Lamentablemente y pese que desde el primer momento trato de interesarme por la situación del país y la guerra, el esta definitivamente mas interesado en explicarme que es sunnita, que los chiitas se pueden ir al infierno y que los cristianos estamos locos por pensar que Jesús es el hijo de Dios. No es el mejor contexto para tener una elevada discusión teológica pero al menos se nos olvida un poco el miedo durante el camino.


 


Conduce a una velocidad endiablada. Dice que es la primera vez que va hasta Beirut desde el comienzo de la guerra. Normalmente, con la carretera que han bombardeado se tarda poco mas de una hora. A través de caminos secundarios nos ha llevado cinco horas por los rodeos. Conduce rápido la mayor parte del tiempo porque cada vez que vemos un camión, acelera. Dice que los camiones pueden ser bombardeados. Es cierto, he visto al menos tres autobuses y dos camiones reventados a lo largo del camino además de bastantes agujeros en la carretera provocados por los misiles israelíes. Los pueblos parecen pueblos fantasmas, no hay nadie en la calle y los pocos coches que circulan lo hacen a toda velocidad. Ellos sabrán porque lo hace. Me parece que ir despacio podría ser más seguro básicamente porque en este país en el que no hay guardia civil de tráfico ni se pierden puntos por sobrepasar el límite de velocidad no me gustaría tener un accidente de tráfico. Las colas en las gasolineras que permanecen abiertas son inmensas pero la mayoría de ellas están cerradas. No hemos visto ningún avión israelí en el camino. Tan solo el rastro de destrucción que dejan.



Cuando se llega a la ciudad, parece que no pasase nada. La misma presencia del ejército en las calles que hace un ano, y en el distrito de Hamra, la frenética actividad de cualquier día normal de un verano libanés. Encuentro al grupo, reunido, y comienzo a escuchar y ponerme al día de lo que se esta organizando. El parque de Sanariyeh, donde 700 familias, unas 3000 personas que han escapado del Sur están refugiadas así como la iniciativa Samidoun que ha ocupado un bar del barrio son el catalizador de los esfuerzos de parte de la sociedad civil de Beirut por mitigar el sufrimiento de los habitantes del sur y por coordinar la campana de la resistencia civil libanesa que comenzara el sábado día 12.



Mi primera visita al parque de Sanariyeh coincide con el primer bombardeo que oigo. Estamos hablando con una familia, sentados en el suelo, y suena el ruido corto y seco, con eco, de una bomba que ha caído en algún lado no muy lejos de aquí, a un par de kilómetros probablemente. Se hace el silencio. Todo el mundo se mira, los niños corren hacia sus padres. Cambian las expresiones. Nos miran. Yo no se donde meterme ni hacia donde mirar, ¿que hago aquí?, ¿Cómo les puedo ayudar?. Creo que les llega con ver que hay dos extranjeros con ellos. Que les comprenden, les apoyan y no han corrido a esconderse. No paran de invitarnos a visitarles en sus casas cuando todo esto acabe. Creo que el simple hecho de que visitemos sus tiendas y colchones en medio del parque y no puedan ni invitarnos a un te es algo que les duele mucho. Hemos decidido que a partir de mañana dormiremos con ellos en el parque.


 


Tarde de hospitales en Beirut. 9 de agosto.


 


Ayer lo deje en que alguno de nosotros habíamos decidido dejar el apartamento que el ISM ha alquilado y nos iríamos a dormir al parque de Sanariyeh con los refugiados. Imposible. Esta tarde los israelíes han bombardeado Shiaa, al suroeste de Beirut por segunda vez en lo que ha de semana y muchos de los desplazados del sur que vivían allí han llegado al parque. El colapso logístico es total. Mientras la Cruz Roja se saca fotografías cruzando simbólicamente el Río Litani, tratando de convencer al mundo de que esta enviando ayuda hacia el sur del país, a 500 metros de su cuartel general hay varios cientos de personas que hoy a las 10.30 de la noche aun no habían conseguido un colchón para dormir y tenían por todo alimento un pequeño paquete de galletas. La Cruz Roja obedece a Israel. Israel no permite entregar ayuda en ciertos lugares y la Cruz Roja no lo hace. Obedece al ejército ocupante.



Shiaa es un barrio de Beirut que desde el principio de la guerra estaba acogiendo desplazados del sur. Familias enteras. Civiles, por supuesto. El lunes los aviones israelíes lanzaron dos bombas sobre un edificio de tres plantas. Entre 20 y 30 personas murieron bajo los escombros. Personas desplazadas que habían llegado a Beirut en busca de refugio y encontraron la muerte mientras cenaban dentro de un edificio normal y corriente de un barrio normal y corriente de Beirut.



Hemos estado toda la tarde en dos hospitales visitando a alguno de los supervivientes de la masacre de Shiaa. Un niño de 9 años no tiene porque saber lo que es la guerra. No tiene porque perder a 18 miembros de su familia como hemos visto hoy con nuestros propios ojos. Una familia extensa aniquilada, padres, abuelos, tíos, primos. Un niño que lo ha perdido todo no tiene porque pedir, convaleciente, que le acerquen el televisor para escuchar el discurso diario del Jeque Nasrallah. Pero la realidad nos demuestra que la peor de las pesadillas puede hacerse realidad en Líbano. Solo se necesita incluir a Israel en la ecuación. Cada refugiado con el que hablamos insiste en que quiere volver a su casa, en que hay que luchar y resistir contra Israel.



Mientras visitábamos el hospital Al Hayat, acompañados del Doctor Antonie Saaber, su director, entre las seis y las siete de la tarde, oímos al menos cinco bombas, una de ellas lo suficientemente cerca como para que la puerta que estaba tras de mí se abriese. Cuando comienza el bombardeo hay que separar de las ventanas a los pacientes que pueden moverse e incluso llevarlos a la planta baja y el sótano. Yo aún no estoy acostumbrado y por instinto me agacho. Pero el personal médico ni se inmuta y los pacientes entran en trauma ya que todos ellos están en el hospital precisamente a causa de los bombardeos. Las bombas dan miedo. Es difícil calcular la distancia a la que caen. Por la columna de humo puede verse. Pero eso es un par de minutos después. Una de las bombas de la tarde cayó a menos de un kilómetro del hospital. No se puede bombardear ciudades densamente habitadas y barrios en los que se refugian los desplazados del sur sin causar un gran número de víctimas civiles. Israel sabe lo que hace. Impone el terror y el castigo colectivo. Tarde o temprano acabarán equivocándose y bombardeando un hospital. El Doctor Saber nos explica que debido a los cortes de electricidad, que duran al menos 12 horas días al día, el hospital funciona conectado a generadores eléctricos. Para mantener los generadores en funcionamiento se necesitan al menos 5000 litros a la semana. Y la gasolina esta cada vez más cara y racionada.



Todas y cada una de las televisiones del país se encuentran rodeadas de libaneses cada vez que se emite el discurso diario del Jeque Nasrallah. Por más que se hable de división interna, esta guerra esta uniendo a los libaneses. Y les esta uniendo en torno a Hezbollah siempre bajo el mismo discurso: “al menos ellos nos defienden de la agresión. Al menos ellos hacen algo y demuestran que hay que mantener la dignidad hasta el último momento”. “Todos los que nos dicen que rechacemos a Hezbollah no hacen nada por nosotros. Hezbollah no es un cuerpo extraño insertado por Irán o Siria en la sociedad libanesas. Hezbollah es parte constitutiva de la sociedad libanesa.”



Los hospitales privados han abierto sus puertas a todos los damnificados por los bombardeos. Desde el primer día de la guerra. Les quedan suministros para dos semanas. Alaa Saleem, supervisora de urgencias del hospital Mount Lebanon nos dice que parte del personal, incluida ella misma, lleva tres semanas sin moverse de allí. En su caso, además de tener que recibir la inmensa carga de heridos que gotean diariamente, porque vive al lado de una central eléctrica y no se atreve a acercarse. En muchos otros casos porque la gasolina se esta poniendo por las nubes y cada vez resulta mas caro y complicado llenar un deposito de combustible. Nos cuenta que el lunes día 7, en torno a las 20.00 oyeron cuatro explosiones muy fuertes, vieron las columnas de humo y en unos 20 minutos comenzaron a llegar las ambulancias Israel persigue a los refugiados que ha expulsado del sur de Líbano. Bombardea los barrios donde piensan que han encontrado la tranquilidad. Lanzan bombas sónicas para imponer el terror sobre la gente que esta en los parques, continua lanzando panfletos sobre los habitantes de las ciudades del sur para que abandonen sus casas. Se dice que el 25% de la población del país se encuentra desplazada. E Israel aún quiere más. Ayer el gabinete de seguridad sionista aprobó extender las operaciones de tierra hasta el Río Litani. Por eso la iniciativa del Convoy civil hacia el sur es tan necesaria. Hay que mostrarle a Israel que no tiene ningún derecho a seccionar el territorio libanés, impedir la llegada de ayuda y desplazar a la población para crear una tierra de nadie en la que poder combatir a Hezbollah.



Hezbollah no ha invadido el norte de Israel. ¿Se imaginan a Hezbollah diciéndole a Israel que cree un millón de refugiados entre sus habitantes del norte por cuestiones humanitarias?, ¿Se imaginan lo que el mundo diría de Hezbollah si se lanzasen panfletos sobre Haifa conminando a la población a abandonar la ciudad?. Se acusaría a Hezbollah de repetir el genocidio, de comportarse como los nazis. En cambio, mientras Israel bombardea sistemáticamente ciudades y pueblos llenos de civiles y trata de aplicar una limpieza étnica en el 25% del territorio libanés sin que nadie en occidente quiera comprender que está repitiendo paso a paso lo que hizo con los palestinos en el 48. Primero bombardea, después avisa.



Desde Europa, las organizaciones bienintencionadas se llenan la boca de solicitudes de “alto el fuego”, de llamadas a parar la violencia, de solidaridad con los civiles que sufren en ambos bandos. La diferencia es que los civiles israelíes tienen a su servicio una de las maquinarias militares mas poderosas del planeta y no quieren mas ayuda que la de los Estados Unidos. Líbano necesita agua, comida y electricidad. Israel los tiene garantizados. Mientras que los civiles libaneses escapan como pueden de los bombardeos sin que nadie pueda ayudarles, el ejército de Israel impide que Naciones Unidas y la Cruz Roja lleguen hasta las poblaciones que no han sido evacuadas. Los civiles israelíes tienen a su servicio toda la maquinaria de un estado moderno, rico y con posibilidades para cuidarles y protegerles.



Los civiles libaneses sólo se tienen a sí mismos. Por eso cualquier muestra de solidaridad práctica tiene que caer siempre del lado del débil, no del poderoso, aunque obviamente el sufrimiento de los civiles israelíes no puede dejarnos indiferentes. Pero al menos ellos, si hubiesen querido, habrían tenido la capacidad de influir sobre su gobierno a lo largo de los últimos 50 años y podían haber evitado llegar a una situación en la que su país se ha convertido en la mayor maquinaria de injusticia, opresión y ocupación de todo Oriente Medio. La desproporción, no sólo en número de víctimas, sino en capacidad de recibir ayuda, por no mencionar la diferencia de argumentos, es tan grande que resulta complicado solidarizarse con la población israelí pese a que un civil es un civil este donde este y sea quien sea. La violencia nunca es la solución y siempre es una tragedia que agudiza los conflictos e impone sufrimiento sobre los inocentes. Pero no todas las violencias parten de la misma fundamentación ética y algunas de ellas, en su contexto, son muy diferentes a otras. Como actitud externa es siempre más fácil, ante un conflicto, ponerse en medio y mantener la equidistancia. Pero tal comportamiento siempre redunda en que el fuerte gana tiempo para imponerse.


Viernes 11 de agosto.



Duermo en un colchón en la terraza, debido al calor y a que somos siete personas en la casa. Empiezo a no oír todas y cada una de las bombas aunque esta madrugada en torno a las 5 o las 6 han caído más de 10 en Beirut. A las 9.30 de la mañana, a medio despertar, escucho un avión y una explosión muy cerca, tan cerca como para asustarme de verdad. Cuando me asomo al balcón, veo que los israelíes están dejando caer de miles de panfletos sobre el centro de la ciudad. Bajo inmediatamente a la calle, recojo uno de ellos y me lo traducen: “El jeque Nasrallah os esta traicionando y no quiere reconocer cuantas bajas esta teniendo Hezbollah. Sigue una lista de combatientes libaneses caídos en combate”. Me pregunto ¿no tendrán nada mejor que hacer? Ayer se fue la electricidad a las 9 de la noche y acaba de regresar a las 10.30 de la mañana, seguimos sin agua corriente.



Acaban de entrevistarme en RAC1, una radio catalana. Les he contado la situación de la ciudad. Los datos ya lo sabían porque para eso están los corresponsales, pero respecto al convoy de civiles con ayuda humanitaria en el que tenemos pensado salir mañana hacia el sur lo único que se les ha ocurrido preguntarme es si tenemos pensamos convocar la misma actividad en el lado israelí. Ayer me entrevistaron para Barcelona Tv y por más que se les explique siguen llamándonos escudos humanos. No somos escudos humanos. Somos activistas internacionales que respondemos a una llamada de la sociedad civil libanesa para desarrollar actividades de resistencia civil conjunta contra la agresión israelí. Pero si no hay morbo la noticia no vende. ¿Tenéis miedo?,¿no estáis corriendo demasiados riesgos?. ¿Qué esperan escuchar?



La asamblea de ayer por la tarde en el Teatro Medina de Hamra fue de lo más instructivo. Alrededor de 100 personas, la mitad internacionales -lo que ha llevado a que muchos critiquen la iniciativa bajo el argumento de que la sociedad libanesa no está preparada para este convoy- tratábamos de decidir finalmente la ruta a seguir hacia el sur. Parece ser que sí se puede llegar hasta Tyro. Ahora tenemos que decidir si realmente merece la pena salir aunque no lleguemos al número mínimo de coches que nos habíamos propuesto. Hablábamos de entre 50 y 100 coches y por ahora, a 24 horas, contamos tan sólo con 20. Hay más personas voluntarias que coches. Sobre todo, es difícil conseguir la gasolina. Llevaremos nuestras mochilas de modo que si en un punto determinado no podemos continuar más que a pie, eso será lo que haremos, caminar con las raciones de ayuda y llevarlas a la espalda. Parece ser que esta mañana hay fuertes combates entre Israel y Hezbollah en el sur. Esta situación no hace más que empeorar la situación de la población que se ha quedado allí. Al mismo tiempo, mucha gente nos dice que en vez de ir al sur deberíamos quedarnos en Beirut y acampar públicamente en alguno de los barrios que Israel trata de desalojar con los habitantes que no quieren irse. Es una opción que estudiaremos a lo largo del día de hoy.



Después de la asamblea, ya en un grupo mas pequeño y con los libaneses de Beirut DC surge una vez mases debate sobre la presencia de internacionales en las actividades de la resistencia civil. ¿Estamos aquí para dirigir o para acompañar?. Hay gente que ve a los extranjeros con reticencia, especialmente a aquellos de vienen de participar en la resistencia del ISM en Palestina. Saben que nosotros colaboramos con israelíes y eso para un libanés es duro de entender. Por más que yo sepa que los israelíes a los que les podríamos presentar son activistas absolutamente antsionistas, amos países se encuentran en guerra y pese a que sería, sobre el papel, el mejor momento para que se vieran obligados a comprenderlo, creo que sin que me conozcan y haya quedado claro que comparto su punto de vista sobre Israel, será mejor no hincar el dedo en la llaga, El hecho de que el diario israelí Haaratez escribiese ayer un articulo diciendo que Adam Shapiro y Huwaida Arraf están aquí fue interpretado por algunos libaneses como que los internacionales tenían luz verde de Israel para el convoy. Nada más lejano de la realidad de la realidad y nada más arriesgado para la credibilidad de quien lo enuncie. Pero como hemos decidido también llamar a nuestras embajadas y avisar de que vamos a atravesar el Río Litani, algunos libaneses piensan que pedimos permiso o tratamos de protegernos. Creo que lo que estamos haciendo es simplemente garantizar que Israel sepa quienes y qué viajan en el convoy: civiles desarmados, libaneses e internacionales. No estamos pidiendo permiso, estamos informando. Es bueno que entiendan que sus órdenes no siempre son obedecidas.



La arrogancia del ejército israelí llegó ayer hasta Beirut nuevamente. El barrio de Dahia es prácticamente zona cero, ha sido totalmente arrasado y ahora están ampliando en círculos concéntricos su radio de destrucción. El lunes bombardearon Shiyya, y el miércoles Haj al Salam y Burj al barajni. Este último, además de ser un barrio de Beirut es un campo de refugiados palestinos. Pocas horas después de bombardearlo lanzaron octavillas, sobre los tres barrios conminando a la población a abandonarlos. Allí viven más de 200.000 personas. Algunos están siendo desplazados a los parques del centro de Beirut, pero muchos no quieren irse y aunque lo hiciesen no hay lugar para realojarlos. Las noches del miércoles y el jueves, en el parque de Sanariyeh fueron bastante tensas porque a medida que llegaban nuevos refugiados, no había colchones ni comida para ellos. La situación es explosiva y el ánimo desfallece. Cada refugiado con el que se habla sólo repite que quiere volver a casa, que no quiere convertirse en un refugiado (tienen la tragedia palestina en la cabeza, incluso muchos de ellos son palestinos) y que Hezbollah tiene todo su apoyo.



Ayer bombardearon en el centro de Beirut las antenas de telefonía móvil y la radio libanesa. Está en pleno centro. Un disparo limpio y certero, que todos escuchamos. No eran un objetivo militar pero se encontraban a 500 metros de la casa de Hariri, el líder de la mayoría parlamentaria, hijo del Primer Ministro asesinado, que está mostrando un fortísima oposición a la agresión israelí. Ayer Hariri reconocía en la CNN que Hezbollah estaba defendiendo al país y a toda su población y se mostraba de acuerdo con las tesis de Nasrallah. Hezbollah sólo aceptará un alto el fuego que implique la retirada de Israel del Líbano y el despliegue del ejército libanés a lo largo de todo el sur.



Comienza a repetirse con más insistencia que escasea el petróleo con el que suministrar a los generadores eléctricos de los hospitales. Hay más de 3500 heridos en los hospitales y si dicha escasez, junto a las interminables colas en las gasolineras no fuera suficiente, en los bombardeos de ayer sobre el valle de la Bekka, ha quedado cortado el suministro de petróleo hasta Beirut.



Esta tarde tenemos asamblea en el café Marbuta de Hamra para cerrar definitivamente el convoy que saldrá mañana. Nos piden insistentemente que en vez de ir hacia Tyro nos quedemos en alguno de los barrios de Beirut que están amenazados. Veamos que decide la asamblea. Los internacionales somos unos 15 norteamericanos, un alemán, cinco canadienses, tres franceses, dos italianos, una brasileña, seis ingleses, una saudí, una portuguesa y un número indeterminado de libaneses con doble nacionalidad. Trataremos de agrupar el mayor número posible de coches con los que desafiar las órdenes israelíes de no atravesar el río Litani. Ayer por la noche alguien hablaba en el parque de Sanariyeh con algunos refugiados del sur que han llegado hasta Beirut en sus coches particulares y quizás están interesados en volver a sus casas si alguien les acompaña. Queda claro que no faltan ideas, salir hacia Tyro con la ayuda, acompañar refugiados. Todas son igualmente válidas. El camino de Beirut a Tyro.



13 de agosto, domingo, 22.20 hora local.



Escribo desde el Hotel Al Fanar de Tyro, bajo el bombardeo sin interrupción que llevamos escuchando desde las dos y media de la tarde y que teóricamente precede a un alto el fuego que debería comenzar, si es que llega a suceder, en apenas unas horas, a las 7 de la mañana hora local. Un tétrico sprint final de destrucción que corrobora el estilo que Israel le ha impuesto a esta guerra. Mientras cenábamos Los helicópteros apache disparan continuamente sobre el mar y resulta difícil comprender cuál es su objetivo, más allá de no permitir el sueño de la población y servir de divertido pasatiempo al grupo de periodistas que, con una cerveza en la mano, se congrega en el malecón de un bonito paseo junto al mar en el sur del Líbano.



Salimos a las 9.00 de Beirut con intención de llegar hasta Tyro, al sur del río Litani, sitiada desde hace días por los bombardeos israelíes. Todas las personas con las que hablábamos nos advertían de que era un suicido tratar de llegar a la ciudad. Ayer mismo, dos periodistas turcos fueron bombardeados mientras lo intentaban. Uno de ellos murió, el otro perdió una pierna.



La carretera de Beirut hacia el sur, agujereada, no vive sus mejores días. Cada pocos kilómetros, un puente reventado o un gran cráter en la autopista obligan al taxista a desviarse por caminos secundarios. Cuando utilizamos la propia autopista, circulamos por uno solo de los carriles. Me pregunto cómo se las arreglan los israelíes para conseguir que pese al bombardeo de las carreteras, los cráteres siempre dejen el espacio suficiente como para que los coches puedan continuar pasando. En principio es fácil comprender que no se trata en realidad de cortar la comunicación sino de aplicar un castigo colectivo contra la población. Palestina y sus roadblocks nos llevan a verlo así. Puro Modus Operandi. En principio no hay problema entre Beirut y Sidón, este tramo de la carretera de la costa solo ha sufrido bombardeos esporádicos y los coches han seguido circulando sobre la premisa de que es un trayecto complicado pero seguro. No obstante, pasamos junto a un inmenso cráter de unos 20 metros de diámetro y 10 de profundidad que cobija en su vértice el amasijo de hierros de lo que en su día fue un coche. Me pregunto que suerte habrá corrido su conductor. Cuando se lo preguntamos al taxista, no sabe contestarnos.



A unos 30 kilómetros de Beirut, nuestro conductor nos dice que se le ha roto la caja de cambios y tenemos que esperar a que venga a buscarnos otro coche. La casualidad provoca que el lugar en el que cambiamos de coche sea el depósito de petróleo de Al Jaya. El ejército libanés lo custodia y, como es costumbre, inmediatamente se acerca a ese grupo de extranjeros parado en medio de la carretera. En su habitual buen tono, cuando les decimos que somos periodistas, y sin que entendamos la conversación entre el oficial y el conductor, ellos mismos deciden que entremos a ver los restos de los depósitos, calcinados, aún humeantes y con resquicios de fuego en alguna esquina. El encargado de las instalaciones nos cuenta que el primer ataque tuvo lugar tres días después de comenzar la guerra, el 15 de julio, a las 3 de la mañana. Una sola bomba que provocó el vertido de miles de litros de petróleo al mar. Dos días más tarde, el 17 a las 5 de la mañana volvieron a atacarlo y se produjo un incendio que ha durado semanas, extinguiéndose hace tan sólo unos días. Entre el 12 y el 15 de julio, el gobierno libanés tuvo tiempo de trasladar el hidrógeno que se almacenaba en la planta. De no ser por tanta urgencia, la tragedia habría tenido repercusiones mucho más graves.



La consecuencia más inmediata del ataque contra la planta de Al Jaya ha sido una marea negra que ha contaminado 75 millas de costa, dejando a unas 800 familias de pescadores en una situación de desempleo indefinido. A largo plazo, ha supuesto olvidarse de las hermosas playas libanesas y el turismo que arrastraban durante unos cuantos años. Uno de los principales motores económicos del país ha sido anulado, sin que alcance a comprender muy bien con qué objetivo. A menos que volvamos de nuevo a la teoría del castigo colectivo contra la población civil. No creo que Hezbollah tenga muchos intereses en la industria turística libanesa.



Una vez en Sidón, que lleva 24 horas sin electricidad ni agua, y con Tyro como objetivo final, comienza la eterna discusión sobre los dos temas estrella del momento: la accesibilidad y el precio. Los libaneses y extranjeros que nos encontramos por el camino se dividen siempre entre aquellos que aseguran, tajantes, que es imposible llegar hasta Tyro ya que la carretera y el puente han sido bombardeados, calificando cualquier intento como suicida, y los que se ofrecen a llevarnos en función de cuanto estemos dispuestos a pagar. Desde el principio sabemos que se puede llegar, con lo cual se trata solo de encontrar un precio razonable.



Finalmente Flavio, nuestro compañero italiano, ha arreglado un buen trato con un taxista palestino y tras la última y larga discusión con quienes pretenden convencernos de que no lo hagamos, Flavio, Guillermo, un compañero de Tele Sur y yo, emprendemos viaje. Desde Sidón hasta Ashmir, el puente sobre el río Litani, lugar a partir del cual tendremos que cruzar el río a pie, ya dentro de la zona de exclusión sobre la cual Israel se ha arrogado el derecho de disparar a cualquier persona o automóvil que se mueva, y continuar caminando hasta entrar en Tyro. El parámetro mediante el cual medimos el riesgo es muy simple: nos cuesta mucho comprender que un taxista local arriesgue su vida o su coche por 30 dólares. Sin negar que es peligroso, calificarlo de suicida responde, con mucha seguridad, a las múltiples paranoias que genera una guerra entre quienes la viven y a lo difícil que resulta escapar del lugar común de la irresponsabilidad, el dar un paso más adelante que los demás o, en el caso de los periodistas que cobran por nota manufacturada, lo interesante que resulta tratar de disminuir lo más posible el número de competidores.




El trayecto no demora más de media hora. Media hora loca. Y ahora sí, atravesamos a toda velocidad una carretera fantasma por la que los pocos coches que circulan lo hacen como si compitieran en un rally. Es lo más parecido a estar dentro de un videojuego que he sentido nunca. Para pararnos a fotografiar un puente destrozado y un misil israelí que no ha llegado a explotar, el taxista no nos da ni un minuto y nos insiste continuamente a través de la ventanilla para que volvamos al coche y continuemos nuestro camino. Aún así tenemos tiempo para recoger a un hombre que caminaba solo por la carretera y parece bastante agradecido y relajado cuando se sube al coche. Casualmente, o no tanto, en función del lugar en el que nos encontramos, también es palestino.



Ya en Ashmir nos topamos con un puesto de control del ejército libanés. No contábamos con él y los soldados que lo custodian son tajantes: no se puede pasar. Estudian la credencial de prensa de Guillermo y tras convencerse de que es periodista, y además de un canal venezolano, (tampoco nos habíamos imaginado la cantidad de puertas nos abriría la popularidad del Presidente Chávez en el Líbano. Venezuela es el único país que ha movido ficha y ha retirado a su Embajador en Tel Aviv). El oficial a cargo no dice que nos alejemos unos 200 metros, nos peguemos a las casas que hay a un lado de la carretera y esperemos una hora. Aseguran que vendrán a buscarnos en un jeep para pasar al otro lado. Son las 14.30 horas y estábamos a punto de vivir una situación difícil de calificar. Desde que nos sentamos donde nos han dicho, no paran de caer las bombas. Y entre bomba y bomba recordamos que estamos en medio de pueblos habitados tan sólo por las vacas y las gallinas que expresan su miedo,
 supongo. En lapsos de 30 segundos retumban las explosiones una y otra vez, sin pausa. Algunas con la suficiente intensidad como para que nos separemos de las verjas metálicas de la casa bajo la cual nos cobijamos y nos pongamos de pie en medio de la carretera hasta que un joven que se nos acerca caminando nos dice que nos quitemos de en medio y nos peguemos a la pared. Uno nunca sabe cuál es el sitio donde se está más seguro. Los extranjeros siempre recomiendan hacerse visible, bajo la lógica inconsciente de que nadie va a disparar a un grupo de civiles desarmados. Los locales, en cambio, insisten en que nos escondamos. Probablemente sean los locales quienes tienen la razón. Saben que a Israel no le importa disparar sobre civiles desarmados. Y los aviones no piden pasaportes. Durante las tres horas que nos hemos pasado esperando en la carretera frente al puesto de control militar no han parado de sonar ni las bombas ni el zumbido los aviones pero la lata de salchichas y el atún que nos hemos comido nos ha sabido a gloria.



Tras una hora y media de espera, pensando que los soldados se habían olvidado de nosotros, decidimos acercarnos a ellos. Imposible pasar. Una hora más. Pero cual será nuestra sorpresa cuando ofrecen café y cigarrillos para que nos entretengamos. Ojalá todos los soldados tuviesen este buen talante. Habrá sido gracias a la popularidad del Presidente Chávez. En el punto de control pasa algo que al principio no comprendemos. No pasa casi nadie por la carretera y la mayoría de los coches que se acercan son rechazados. Pero en cambio, otros que transportan siempre un grupo de hombres de mediana edad en su interior, pasan sin ni siquiera pararse ante los soldados. Nos queda bastante claro quienes son estos hombres armados de walkie talkies que pasan en una y otra dirección sin que los soldados hagan nada por evitarlo e incluso, con su coordinación. Cuando vemos pasar una pequeña camioneta cargada con estructuras metálicas, pensamos que estarán arreglando el puente y ese es el motivo de nuestra espera. Posteriormente, al atravesarlo caminando veríamos que no era así. ¿Cuál sería su destino? ¿Por qué atraviesan el punto de control dos furgonetas cargadas de estructuras metálicas a toda velocidad?. Quien gestiona esta situación, el responsable del destacamento de cuatro soldados en un joven alto, vestido de civil, con un walkie talkie en la mano que no para de correr y que en momento determinado recibe una ametralladora de un coche y lo traspasa a otro, por poner un ejemplo.



Creo que no cuesta comprender que Hezbollah se mueve con absoluta libertad por el territorio e incluso en coordinación con el ejército libanés. El soldado que se nos acerca para recoger las tazas de café y traernos agua, se queda un rato charlando con nosotros. Asegura ser de Beirut, tiene 26 años y lleva 8 en el ejército. Está asignado al puente y lleva desde el primer día de la guerra sin poder dormir bien. Dice que noche tras noche hay bombardeos, que ha podido ver de cerca los helicópteros apache israelíes. Pese a una cierta actitud chulesca con el resto de libaneses que espera o los coches que se acercan se nota que no es más que un niño asustado. Pertenecer al ejército de un país que está siendo atacado y no poder mover un dedo por pura falta de medios debe ser una profesión relativamente frustrante y me cuesta comprender como puede ser visto socialmente cuando convive en el mismo territorio con la resistencia de Hezbollah, mucho mejor equipada y entrenada y más dispuesta para la defensa que el Ejército oficial. 



Finalmente a las 17.30 los soldados nos piden que nos acerquemos y nos dicen que podemos comenzar a caminar. Mientras nos explican el camino y nos dan consejos sobre cómo reaccionar si vemos u oímos a los aviones israelíes, se acerca, a toda velocidad, un mercedes negro en el que nos montan y que nos deja justo en el puente. Todos conducen muy rápido, se saben el camino como la palma de la mano y no entendemos a dónde pueden ir ni quienes son aunque es fácil imaginárselo.



El puente, efectivamente, está roto. Una rudimentaria escalerilla de madera permite atravesarlo. Echamos a caminar por una carretera también desierta y en la que cada pocos metros nos encontramos algún vehículo que ha sufrido el impacto de un misil israelí. El que más nos ha llamado la atención es una furgoneta que transportaba pan. Esperemos que nuestras fotos demuestren que Israel demasiadas veces confunde a panaderos con militantes de Hezbollah y es en ese contexto en el que se entiende el elevadísimo número de víctimas civiles libanesas en esta guerra. Vuelven a aparecer los coches misteriosos y esta vez, cuando pensamos que una furgoneta se está parando para que nos podamos subir a ella, un hombre se baja, se acerca a nosotros y nos pide la documentación. No se mueve un alma sin el control de Hezbollah. Comprueba que todo está correcto y nos deja ir. Se va tan rápido como ha llegado. Pocos minutos después finalmente conseguimos que nos recoja una furgoneta -en la que su
 copiloto hace ondear una camiseta blanca a través de la ventanilla cual bandera blanca- aunque una vez dentro de ella comprendemos que realizar el resto del trayecto en la parte trasera de un vehículo de mediano tamaño es aún mucho más peligroso que caminar. 10 minutos y hemos llegado a Tyro, ciudad fantasma, centro del asedio israelí del sur del Líbano. El lugar al que parecía imposible acceder. La belleza de su paseo marítimo, aquí lo llaman corniche, ha hecho que mereciese la pena el viaje. Espero que la información que facilitamos también merezca la pena y sirva para algo.

El hospital Jabal Amel de Tyro y el arte de la criminalidad.13 de agosto



Apenas nos hemos tomado un te y una botella de agua y alguien nos cuenta que en el Hospital de Tyro hay varios médicos que han estudiado en Cuba y hablan catellano. Hacia allá vamos, dispuestos a saber qué está sucediendo en el hospital.



Nos reunimos con el Doctor Alí Murrueh, responsable del Departamento de Oftalmología. Comienza diciéndonos que tan sólo hoy han recibido 16 heridos. Todo el personal del hospital lleva 32 días en servicio de 24 horas. No salen del recinto para ir a sus casas desde el comienzo de la guerra. Si lo hiciesen quizás no podrían volver en caso de urgencia debido a los bombardeos y al estado de las carreteras así que han decidido quedarse. Están destrozados. Como no hay sitio duermen 5 en cada habitación. Los pasillos del hospital están llenos de desplazados. Nos cuentan que han llegado a acoger 350 personas y que ahora alojan a unas 70 personas que se han refugiado allí por miedo. Les vemos comer y dormir en el suelo. Están asustados. Durante la noche de ayer Israel bombardeo un edificio contiguo al hospital. Se ven cristales rotos. Si alguien corre a buscar refugio en un hospital y se bombardea el edificio contiguo, resulta bastante sencillo describir la situación que se genera: la imposición del terror.

El Doctor Murrueh nos acompaña a ver a alguno de los heridos que han legado hoy. Un electricista de 21 años de Tyro llamado Ahmed Abd el Haj perdió su brazo derecho hasta la altura del codo cuando una bomba explotó en una casa abandonada junto al lugar en el que se encontraba con sus amigos. Su padre la agarra de la mano que conserva. Nos miran en silencio. No hay palabras. Finalmente su padre habla, tajante: “Somos palestinos, nos expulsaron de Acre en el 48 y ahora vienen a matarnos aquí.” Una mujer sin identificar se encuentra en coma después de que la trajesen a lomos de un burro desde la localidad de Nakuba. Una niña de 15 años tiene traumatismo craneal y la espalada llena de metralla debido a una bomba que explotó mientras trabajaba en el campo de tabaco de su familia en Debel. Su madre nos contó que habían arrojado dos tipos de bombas, primero una explosiva que hizo un enorme agujero en la tierra y más tarde otra incendiaria que originó un incendió en la plantación. No
 s dice que no sólo les matan sino que asesinan sus animales e incendian sus campos de tabaco y trigo para condenarlos al hambre. Son cristianos. “¿Por qué los israelíes nos disparan a nosotros, campesinos mientras los políticos hablan y negocian protegidos en sus casas de Beirut?” Nos pregunta.



El Doctor Murrueh nos explica también que ha visto un gran número de casos de abortos espontáneos y partos prematuros debido a los impactos traumáticos que generan los bombardeos. Y que en el caso de que el alto el fuego comience al día siguiente, aún llegarán muchos más heridos que se encuentran inmovilizados en sus pueblos sin poder llegar hasta el hospital por miedo, porque las carreteras se encuentran impracticables o porque no tienen acceso a la gasolina para salir por sus medios, Así es como Israel gestiona su defensa. Masacrando civiles.



Hablamos también con uno de los cirujanos del hospital, el Doctor Abdul Nasser Farran: “en comparación con las guerras de 1993 y 1996 que duraron respectivamente 7 y 16 días, está ha sido la peor no sólo por larga sino por su intensidad.” Tras contarnos que ha visto de todo a lo largo de su vida, especialmente en África mientras participaba en las misiones internacionalistas organizadas por el gobierno cubano asegura “Hemos recibido 521 heridos en 32 días. Todos ellos civiles heridos”.



Añade que “Estamos detectando heridas que no conocíamos. Muchos de los pacientes llegan aquí con cuerpos extraños alojados en sus cuerpos. No son fragmentos de bombas sino instrumentos punzantes que vienen dentro de las bombas con el objeto de causar mayor daño. Recibimos heridos que a primera vista no revisten gravedad y cuando abrimos encontramos heridas profundas que no conocíamos. Hemos realizado muchas amputaciones que se hubiesen salvado si los heridos hubiesen podido llegar aquí rápido y no tras dos o tres días de recibir los impactos”. Nos da ciertos datos respecto a la capacidad del hospital de recibir heridos “Tenemos 130 camas y 4 respiradores. Hemos recibido 4 veces más pacientes que camas y 10 veces más personas necesitadas de un respirador que respiradores tenemos. Hemos tratado de ir evacuándolos hacia Sidón y Beirut pero Israel ha atacado también a algunas de las ambulancias.”



El doctor Murrueh nos explica el concepto acuñado por los médicos del Hospital: “El arte de la criminalidad”: “En una guerra se puede combatir contra los soldados pero aquí sólo llegan mujeres, ancianos y niños. Además el modo en que sucede es absolutamente criminal. Primero bombardean con un misil pequeño que provoca heridos, cinco minutos después lanzan otra bomba, esta vez de una tonelada, para arrasar con todo. En otras guerras había visto heridos, ahora veo personas hechas pedazos. Hemos visto quemaduras internas que no pueden apreciarse desde el exterior. No sé cómo se producen y cuesta mucho tratarlas”. Nos explica que Israel, uno de los ejércitos más poderosos del mundo incluso ha terminado sus existencias de bombas durante esta guerra y ha necesitado pedir nuevos suministros a los Estados Unidos. Eso indica el nivel de destrucción que se ha causado. “Cuando se muere una niña de cuatro años en un bombardeo y pocos días después vemos al Portavoz del Ejército israelí pidiendo disculpas y a George Bush aceptándolas nos sentimos como si no fuéramos seres humanos. He vivido 20 años fuera de mí país y no entiendo porqué nuestros muertos no valen lo mismo que los muertos europeos o los muertos judíos. Utilizar una bomba de una tonelada para matar a una abuela y sus dos nietas es algo que no puede describirse. Es algo que los seres humanos no hacen.”



Para terminar nos pregunta ¿Dónde está escrito que las víctimas libanesas valgan menos que las israelíes?. Hemos perdido a más de 1000 civiles, nuestro país ha sido arrasado. ¿Por qué tenemos que creernos que Israel comete estos crímenes en legítima defensa?.


 
El día después. 14 de agosto desde Tyro



Sur de Líbano: Zona cero. Bint Jibeil, Sadiquoune, Qana, Haris, Marj Al noun. Hace unas cuatro horas que han parado los bombardeos más duros de toda la guerra. Huele a muerto. Sale humo de entre los restos de lo que una vez fueron viviendas, zocos, farmacias, supermercados, escuelas. Los médicos del hospital de Jabal Amel en Tyro nos lo decían ayer en cuanto a víctimas civiles. Hoy hemos podido comprobarlo caminando entre los escombros de ciudades que han sido literalmente borradas del mapa en cuanto a infraestructuras civiles se refiere. En Sadiquine o Beint Jibel el 75% de sus viviendas están absolutamente destruidas. Israel ha excedido todos los límites. Todos los imaginables. El responsable del equipo de rescate del ejército de Qatar que busca cadáveres entre los escombros nos decía ayer que ni en el terremoto de Bam, en Irán había visto un lugar tan arrasado.



El Jeque Nasrallah habla en televisión. Son las 20.30 hora local. Ha comenzado su discurso de hoy calificando el alto el fuego como una victoria histórica y estratégica de la resistencia y agradeciendo a la población los sacrificios que han atravesado y la moral con la que encaran el futuro. Pero lo más importante es que ha ratificado lo que hoy nos ha dicho algún miembro de Hezbollah en los pueblos más destruidos. Mañana mismo comienza la reconstrucción, casa por casa. Hezbollah acaba de prometer que la asumirá y la dirigirá tras evaluar que 15.000 casas han sido destruidas o se han vuelto inhabitables. No sólo pagarán la reconstrucción de las casas sino los muebles que había en su interior y para quienes no tengan donde esperar, el alquiler de otra casa.



Tras varios días de carreteras desiertas y gente que se escondía de los aviones y las bombas, ver a coches moviéndose por Tyro nos ha transportado a un momento en el que la guerra pareciese no haber sucedido. Su playa, en un maravilloso día de verano sería el destino perfecto para cualquier veraneo frente al mediterráneo. Algo que aquí tardará en volver a suceder. Pero la sorpresa ha sido ser testigos de cómo inmediatamente, a primera hora, nos hemos encontrado con coches de desplazados, cargados hasta su último rincón y siempre con muchos colchones en la baca, que trataban de volver a sus casas. O mejor dicho a lo que quede de ellas si es que se mantienen en pie. La determinación con la cual los libaneses se sobreponen a la guerra es absoluta. La mayoría hace el signo de la victoria con los dedos cuando enfocamos nuestras cámaras hacia ellos y hace tan sólo unas horas que ha comenzado el alto el fuego.



A pocos kilómetros de Tyro, en la localidad de Jamai, nos encontramos con el doctor Ali Kassim, uno de los cirujanos del hospital de Tyro. Hace pocos minutos que ha visto su casa destruida por primera vez tras haber pasado los últimos 32 días encerrado en el hospital, atendiendo heridos. Su familia, mujer y tres hijos, se refugió en el norte, en casa de unos amigos. No queda más que un montón de piedras de lo que algún día fue su casa. “Soy cirujano, curo a la gente, todo el mundo me conoce en los alrededores, no soy terrorista ni militar” nos dice mientras rebusca resignado y extrae de entre los escombros sus libros de medicina. “¿Por qué me han hecho esto?. Israel es el único terrorista aquí”. Pregunta mientras escala sobre lo que algún día fue su salón y mirando su tablero de ajedrez y los restos de su ordenador. “¿Cómo reconstruiré mi casa?, aquí se han quedado todos mis ahorros”.


 


Apenas 200 metros más allá, en la misma carretera, nos encontramos con otros dos objetivos militares bombardeados de la misma envergadura que la casa del médico: El supermercado Tayidin y la Farmacia Taysir, con decenas de envases de L´Oreal desparramados por el suelo. El siguiente pueblo en el que nos paramos es Qana, el lugar de la masacre que todo el mundo conoce. Frente al edificio que sepultó a más de 50 civiles hace dos semanas, hombres de Hezbollah se reencontraban y se fundían en emocionados abrazos de victoria, si es que alguien puede ganar una guerra en la que quienes más sufren son siempre quienes no combaten. El control de acceso a los lugares bombardeados es absoluto. Uno no puede moverse sin que un miliciano, pantalones militares, camiseta verde oliva o negra, barba y gorra, walkie talkie se acerque, estreche tu mano y se quede posteriormente a una prudencial distancia hasta que nos retiramos de la zona que controla. Al mismo tiempo no pueden ser más tranquilos
 y acogedores. Hemos visto milicianos de todo tipo, desde el que no habla hasta el que nos cuenta su historia en árabe pensando que podemos entenderle pasando por el que entra en una tienda bombardeada para sacarnos agua, cigarrillos y chocolate. Me ha sorprendido que la mayoría de ellos probablemente supere los 40 años. Esperaba gente más joven.



De Qana emprendemos viaje en dirección a Sadiquine. Más del 75% de sus casas han sido bombardeadas. No queremos imaginarnos la sensación que cada familia de desplazados viva cuando trate de volver y se encuentre con que hay calles enteras en las que ninguna casa se mantiene en pie. Ninguna. Vacas muertas y en plena descomposición en medio de las calles. Gente que camina sin dirección concreta y con la mirada descompuesta. Milicianos de Hezbollah que se abrazan. Nos encontramos con la familia de Ibrahim Balhas. Cinco hijos. “Cuatro años emigrados en Alemania, ahorrando para construir esta casa e Israel la destruye en un momento”. Entramos con él y le seguimos. Golpea y pega patadas a la s paredes. No podemos saber si lo hace de pura rabia o para comprobar si se mantendrán en pie o habrá que derribar la casa totalmente. Se para en cada una de las habitaciones. Ni una lágrima. Su hijo le sigue. Recoge las ruedas de lo que un día fue un camión de juguete como si no hubiera pasado nada y continua jugando. Su padre nos pregunta “¿Cómo podré educar a mi hijo a partir de ahora, que crees que pensará de Israel cuando crezca?”. Tampoco tarda mucho tiempo en decirnos que Sadiquine no era un pueblo de Hezbollah y aún así ha sido absolutamente destruido.



Atravesando el siguiente pueblo unas mujeres salen y nos piden que paremos el coche. Para pedirnos tabaco. Tras dárselo insisten en que las acompañemos y veamos el lugar donde han estado refugiadas los últimos días. Se trata de la casa de Imad Suleiman, el alcalde del pueblo, que huyó al extranjero el primer día de guerra. La localidad, llamada Hariss, ha estado sitiada 10 días, sin electricidad ni agua corriente, comiendo de las reservas almacenadas en las cocinas. En el sótano, un espacio lleno de colchones de unos 5 por 3 metros, han estado viviendo 25 personas, las familias de Hajei Zinab, una anciana que es la única persona a la que hemos visto llorar en todo el día y Hadei Ribai. Ha debido ser una noche de infierno la que han vivido los habitantes de toda esta zona. Una auténtica pesadilla. Hajei ha sido tajante: “esto no es una guerra. Lo que Israel nos hace es puro terrorismo, no existe justificación para este comportamiento”. Entre las 17.00 del domingo y las 7.00 de l lunes Hajei asegura que ha escuchando y tenido tiempo para escuchar 142 bombas. “Esta guerra es anormal. Hemos visto la muerte en cada momento desde que comenzó la guerra. Damos gracias a Dios porque nos haya permitido seguir vivos”. Hamdulilah.



Saliendo de Hariss en dirección a Beint Jabalí ayudamos a una familia a cambiar un neumático pinchado mientras tratábamos de seguir a convoy de la UNIFIL, las Naciones Unidas en Líbano, que parecía acompañar a un grupo de refugiados que volvía a casa. Tras arrancar de nuevo hemos vivido la experiencia más compleja de todas cuantas podíamos imaginarnos. Superamos una colina, en Hadassa, y cuando comenzábamos a descender, nos sorprendieron unas lonas verdes atravesadas en los campos y unas grandes cajas del mismo color en medio de la carretera.



Tardamos poco tiempo en darnos cuenta de que eran paracaídas. Paramos el coche y nos disponemos a grabarlos y fotografiarlos. Me acerco a una de las cajas para ver lo que hay en su interior, veo botellas de agua, el bien más preciado del día. Agarro una, la miro y veo que es agua Eden, israelí. Según estoy enseñándosela a Flavio y Guillermo oigo una voz que grita “GO¡ vete¡” Miro hacia la casa de la que proviene el grito y veo a un soldado israelí que me apunta con su arma y continúa gritando: “Deja la botella en su sitio y vete¡”. Levantamos las manos, veo que no hay un soldado sino varios, puede que diez, Flavio me grita que deje la botella y Guillermo comienza a gritar “International press, Venezuela”. Tiro la botella al suelo y echamos a correr hacia el coche. No damos crédito. Soldados israelíes en territorio libanés. No nos esperábamos esto. Muy nerviosos, el taxista sale a toda velocidad. No sabemos cómo reaccionar. No es la situación más segura que uno se puede imaginar. Pero montarnos en el coche no termina con la historia. El camino está minado sin ningún reparo. Unas 15 minas, antipersona redondas, de color azul, con una varilla metálica de unos 20 centímetros de longitud, cortan totalmente el camino en el frente y los arcenes. ¿No estaban prohibidas? El conductor frena en seco. Minas por delante, soldados israelíes por detrás. ¿Hacia donde vamos?. Aparece un blindado de la UNIFIL. Le pedimos que pare. Ni nos miran y continúan su camino a toda velocidad. Al menos seguirles nos indica hacia dónde conducir. Ha sido un mal trago. Un momento de miedo y nervios.



Tras nuestro encuentro fortuito con un comando israelí en el sur del Líbano llegamos a la entrada de Beint Jabalí. El primer edificio que vemos es el hospital del Shahid (Mártir) Salah Ghandou, bombardeado también. En la puerta, bajo una palmera y gran pedazo de plástico, guardan un cadáver envuelto en una manta. Afirman que lleva allí diez días. No logramos entender porque no se lo han llevado aún. Guillermo hace su nota diaria para Tele Sur y en ese mismo momento, mientras tratábamos de aprender a pronunciar los nombres de todos los pueblos que estamos atravesando, escuchamos una ráfaga de disparos y vemos que sale de un apache israelí que sobrevuela la montaña de Marj Anoun.



Beint Jabalí supera todo lo anteriormente descrito. Llegamos a lo que queda del Zoco. Estamos cansados, muy cansados. Hace calor. Ya no quedan energías para más ver más destrucción. Y todo el zoco ha sido arrasado. El Audi Bank está destrozado en su totalidad, excepto su caja fuerte. Una tienda de ropa, otra de música, varias de alimentación. Podemos ver también los restos del cibercafé. A unos pocos metros hay un misil que no ha explotado. Alguien se ha preocupado de limpiarle el polvo para que puedan apreciarse los caracteres en hebreo respecto a su calibre. El pueblo estaba en fiesta, las calles están llenas de restos de guirnaldas y banderines, lo que aumenta más aún el calibre de la tragedia. Nadie se esperaba un verano como este. En la plaza que cierra el zoco, un destacamento de bomberos rescata a un anciano herido de entre los escombros de su casa, nos sentamos en un muro. Fumamos los cigarros que los chicos de Hezbollah nos han dado. Un miliciano nos pide permiso para utilizar nuestro teléfono. No podemos negarnos, al mismo tiempo comparten su agua con nosotros. Finalmente uno de ellos resulta ser un antiguo emigrante en Venezuela. Habla castellano. Nos cuenta que en Beint Jabalí no había miembros de la resistencia. Que éstos se encontraban en la carretera de Maroun Al Ras. Aún así, en unos pocos días la localidad fue arrasada. Dice que han caído más de 500 misiles en los alrededores. Tratamos en hacerle una entrevista en cámara y muy amablemente se niega. Cuando le preguntamos por la actitud de Hezbollah ante la presencia de soldados israelíes en el territorio nos asegura que se irán en pocos días, por su propio bien, y si esto no sucede todo volverá a empezar. Esperemos que no sea ese el caso.



Maroun A Ras necesita ayuda urgente. Sur del Líbano. 15 de agosto.



Que sirva este artículo como llamada desesperada a la acción. Es urgente: en la localidad de Maroun a Ras hay un grupo de habitantes que llevan semanas sitiados. Nadie, absolutamente nadie, ha podido llegar todavía hasta ellos para verificar si están vivos o muertos. Ni la Cruz Roja Internacional, ni las Naciones Unidas ni los periodistas. En la carretera que une la localidad con Bint Jibel nos encontramos al Alcalde, Mustafa Alauie y a su hijo. Trataban de acercarse, cámara de video en mano para comenzar a evaluar la destrucción y saber cuál ha sido la suerte de sus vecinos sitiados. Los soldados que ocupan la casa estratégica de la entrada del pueblo les han disparado y, asustados, dan la vuelta. Ni siquiera él puede saber cuantas personas se han negado a abandonar el pueblo. Calcula que menos de 100, de entre los 1500 habitantes con los que contaba la localidad antes de la guerra. Necesitan urgentemente que alguien verifique su situación.



Desde el lugar en el que nos encontramos, hay unos 500 metros de carretera abierta, cuesta arriba. Nos avisan de que los soldados israelíes ocupan una casa y no nos dejarán ni acercarnos. Sabemos que el primer disparo nunca tiene el objetivo de acertar en la diana. Tan sólo intimida así que, manos arriba, caminamos despacio y lo intentamos. Es un pueblo fantasma en el que todas las casas han recibido impactos. Hay una vaca muerta en la puerta de una de ellas. Sólo se oye el ruñido del Drom, el avión espía israelí que nos sigue.



A unos 50 metros de la casa que nos han señalado el alcalde, oímos gritos y vemos bultos que se mueven. Varias metralletas nos apuntan. Nos preguntan quienes somos. Decimos que somos periodistas. Manos arriba y a esperar, en pie. En unos 15 minutos siete soldados israelíes y un Comandante salen de la casa en actitud de combate y se nos acercan como si fuésemos terroristas. Se comportan igual que en Palestina. Nos piden que vaciemos nuestro bolsillo. Nos registran con detenimiento. Están muy enfadados con nosotros. Aseguran que es zona de combate, que es muy peligroso acercarse. Que se han quedado aquí porque Hezbollah sigue en la zona. En realidad Hezbolah está en cada una de las esquinas del sur del Líbano. Es ridículo y cruel mantener un pueblo bajo estas condiciones. Supongo que en el contexto de la situación y las imágenes de retirada que hoy hemos podido grabar, necesitan reafirmar su autoridad. Nos piden que nos sentemos en el camino, consultan por radio con sus superiores y nos aseguran enfáticamente que no se nos ocurra volver en los próximos tres días. Tenemos que dar media vuelta y volver por donde hemos llegado. Dicen que nos observarán hasta que nos subamos al coche.



En el coche nos espera el conductor junto con un miembro de la familia Alauie. Paramos en su casa, a menos de un kilómetro. Nos ofrecen unos deliciosos higos y hacemos un par de entrevistas. Todos los habitantes de esta zona, entre Maroun A Ras y Bint Jebeil corrieron a refugiarse en la escuela técnica de Beint Jibeil al inicio de la guerra. Israel comenzó a atacarla tras un par de días sabiendo que sólo había civiles en su interior y salieron hacia Tyro como mejor pudieron. Hemos encontrado un gato. Lo recojo para dárselo a algún niño en el siguiente pueblo y Muhammad Alauie, de 23 años y que trabaja pintando coches nos dice que en Bint Jibeil la situación ha llegado hasta un punto en el cual los perros y los gatos han estado alimentándose de los cadáveres. Nadie aceptará recoger un gato. Suleiman Karnine, habitante también de Maroun A Ras graba una entrevista para la televisión que debería servir para que todo el mundo sepa lo que está sucediendo aquí y denunciar la inacción de las Naciones Unidas y la Cruz Roja Internacional respecto a la situación de Maroun A Ras.



El día había comenzado, como de costumbre en Tyro. Megafonía a todo volumen con canciones de victoria, relativa alegría, simbología de Hezbollah por todas partes. El mercado y los comercios han abierto sus puertas inmediatamente. Tan sólo las colas en las gasolineras y las casas destruidas recuerdan que una guerra ha terminado hace menos de un día. En uno de sus suburbios, Burj Al Shimani, pudimos ver como dos casas habían sido reducidas a un montón de piedra. Nos cuenta el conductor que 5 miembros de una misma familia fueron sepultadas por las bombas en una de ellas. 7 personas murieron en la otra. En todas las carreteras hay maquinaria que limpia los escombros, comienza a tapar los cráteres y arregla las carreteras. A poco kilómetros de Tibnine hemos visto los efectos del ataque israelí contra su hospital bajo la argumentación de que el mismo se trataba a miembros de Hezbollah. No creo que sea motivo suficiente para bombardear un hospital. Por todas partes hay coches y motos
 de cross que transportan a los miembros de Hezbollah que se hacen cada vez más visibles y se funden continuamente en intensos abrazos.



Ayer fuimos testigos del comienzo de la retirada israelí. Una columna de cinco tanques Merkaba, un APC y un bulldozer israelíes atravesaban la carretera de Kaunin en retirada. Al principio sólo estábamos allí un par de personas, que nos acercamos a inmortalizar el momento. En un par de horas los periodistas árabes retransmitían en directo las imágenes. No sólo eso sino que se fotografiaban frente a los tanques haciendo el signo de la victoria mientras les decían adiós con la mano. Para los habitantes de estos pueblo y para los periodistas, teóricamente fríos y neutrales, es muy difícil contener la emoción y la alegría por lo que todo el mundo entiende como una victoria de Hezbollah. No sólo el jeque Nasrallah califica esta retirada como una victoria. Muchos de los coches que vuelven con refugiados, ondean banderas de Hezbollah entre los colchones y las maletas.


 


En Bint Jebeil asistimos a uno de los efectos más lamentables de las guerras: los fotógrafos buitre. Nada más bajarnos del coche y tras encontrar de nuevo a nuestro amigo de habla de hispana, nos dirige inmediatamente hacia una casa en la cual la unidad de emergencia del Ejército de Qatar está rescatando cadáveres de entre los escombros. Cuando aparece el primero, un hombre y una mujer, familiares de las víctimas comienzan a llorar y a gritar. Tres fotógrafos japoneses apuntan sus cámaras hacia ellos inmediatamente y fusilan su dolor con gratuitos disparos de morbo mientras el resto permanecemos en respetuoso silencio. El hombre agarra una piedra y comienza a gritar que nos vayamos todos. Lo hacemos inmediatamente. Hay que gritar y discutir con los japoneses para hacerles comprender que cuando los habitantes dicen que no se sacan fotos quieren decir que no se sacan fotos. Esta gente es insensible. Esas fotos valen mucho dinero. Supongo que lo hacen por eso. No tienen la más mínima sensibilidad. Pese a que Hezbollah comprenda que mientras dan la vuelta al mundo, la opinión sobre la guerra se pone contra Israel, el respeto hacia el dolor de una familia debe estar siempre por encima de cualquier otra consideración. 



Los desplazados no han tardado ni 24 horas en comenzar a volver a sus casas, colapsando totalmente las entradas a Tyro, la ciudad más importante del sur del país. Para atravesar el puente sobre el Río Litani se producían retenciones de 3 horas. Es la hora de gestionar lo que sobre el terreno se califica de victoria, comenzar la reconstrucción y entender qué lógica puede justificar este nivel de destrucción. Ninguna victoria puede calificarse así si deja esta devastación tras de sí. Resulta difícil encontrar razones estratégicas. La dignidad se comprende. La muerte de un niño, nunca. La mirada de una niña que camina entre los escombros de su casa, con la mirada ausente, tratando de comprender lo que ve mientras agarra fuertemente contra su pecho una bolsa con las que probablemente sean sus únicas pertenencias no entiende de política ni estrategia. Sólo de dolor y rabia. Que esto no vuelva a suceder.



 

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