Una mujer con mil vidas debe tener al menos tres nombres. Marcia Scantlebury (La Serena, Chile, 1945) fue también Natacha y 400. Natacha combatió el pinochetismo. 400 lo sufrió en varios centros de tortura y detención. Un día fueron a su casa, le cubrieron la cabeza y la llevaron a Villa Grimaldi, una fábrica de desaparecidos de la que pocos salían vivos. Marcia lo hizo dos veces. También sobrevivió Michelle Bachelet, la actual presidenta de Chile, que le ha encomendado que monte el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos para explicar el pasado a los del futuro y difundir valores cívicos.
–¿Nunca deseó vengarse?
–No estoy preparada ni para eso. Ni para perdonar. Tengo un odio abstracto hacia lo que pasó, pero no hacia una persona en particular. Los desprecio. No quisiera que me llenaran la cabeza ni el corazón.
Scantlebury participó en Salamanca en un encuentro sobre centros de memoria histórica, recién operada y con limitaciones dietéticas. “Es casi terrorismo que no me deje comer”, le espetó a su médico. Obedeció, sin embargo. Resume alguna de sus numerosas vidas: la pelea contra la dictadura, el periodismo, el exilio en Colombia, los años de Roma, la dirección general de Cultura, sus dos matrimonios con el mismo hombre. Habla torrencialmente. Y salpica esa lluvia de chisporroteos.
“Soy muy latinoamericana, soy de izquierda pero colecciono medallitas, me peleé con Dios pero después dejé que exista no más. Los de acuario creemos en todo. Por si acaso.” Con la astrología salta otra chispa: “El día que me hicieron la carta astral me di cuenta de que me había pasado la vida leyendo el horóscopo equivocado y calzando zapatos pequeños. Pero creía que la vida era así, que apretaba un poco”. En Cuatro Alamos, uno de los centros donde permaneció detenida en 1975, leyó el nombre de Michelle Bachelet. Las presas de Pinochet dejaban huellas. Sus sucesoras las memorizaban, por eso Marcia Scantlebury recuerda a la actual presidenta. Las técnicas de resistencia de las detenidas fueron refinadas, a la altura del sadismo de sus captores. Las bombardeaban con Julio Iglesias y Nino Bravo para acallar los gritos del suplicio. Ellas contraatacaban: “Palabras para Julia” se convirtió en su himno. Se autoprohibieron la comunicación verbal con sus carceleros –delegaban el contacto en tres representantes–, colectivizaron la comida y los cigarrillos y socializaron el dolor. “El momento más completo de mi vida lo pasé ahí. Y el peor también. Tú eres una y eres otra después de la tortura.”
Un día le arrancaron la venda adhesiva de los ojos y protestó por temor a perder las pestañas. “Te van a matar y te preocupas por las pestañas”, le espetó anonadada otra presa. Pues sí, porque también era presa de la cotidianidad del horror. Y porque Marcia Scantlebury no gasta nunca pólvora en chimangos. “Concentro el estrés en las cosas inevitables, el resto dejo que fluya.”
Por Tereixa Constenla *
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
Leave a Reply