El ritmo no es medida: es visión del mundo
Octavio Paz
No nos interesa hablar sobre el Michael Jackson que hoy inunda las noticias. La verdad sea dicha: no nos importa quién se quede con la custodia de sus hijos, a qué manos llegue su herencia ni los resultados finales de la autopsia. No llama nuestra atención si estaba drogado cuando murió, si su médico de cabecera tiene alguna responsabilidad o si sus restos descansarán en Neverland, mítico parque de diversiones del que fue dueño. Más aún, estas líneas defraudarán al lector que desee nuevas perspectivas sobre ventas, récords, extravagancias de vida o pederastia. Tampoco redactaremos una forzada reflexión psicológica, ni una síntesis biográfica que culmine con el morbo de quienes poetizan la tormenta ajena. Lo avisamos: a partir de este momento haremos a un lado toda numeralia y grandilocuencia informativa para sólo señalar, con aproximadamente seis mil caracteres, tres de los aspectos que según creemos hicieron único al Rey del Pop.
La estirpe
Conocer el linaje de Michael Jackson, su temprana entrada al sonido eléctrico de la música negra de los sesenta y setenta, es indispensable para entender el laboratorio con el cual creó el pop de los ochenta.
Sin redundar en lo ya sabido, diremos que su infancia al centro del grupo familiar Jackson 5 lo situó en la recta final del motown, género creado por Motown Records, auténtica fábrica en la cual se gestaron conjuntos vocales como las Supremes y los Temptations; plataforma de lanzamiento en la que, firmado y apadrinado por una de las leyendas del movimiento (Diana Ross presents The Jackson 5), el cantante pasó de niño prodigio a entertainer profesional directo y sin escalas. Poco después se hizo solista y comenzó su natural y lento reclamo del trono, un proceso hereditario que hace la diferencia con el resto de su generación.
Así, podrían morir Madonna, Cher, Prince o cualquier otra estrella y no sería lo mismo. Ninguna desaparición será como la suya, porque fue un eslabón directo entre el sentimiento soul, la complejidad del funk, el cool jazz y esa ambición comunicativa del pop inicial que no se sacia con dinero sino con aceptación. He ahí otra pregunta clásica: ¿qué tan necesarios son los demonios y los traumas para la creación? Gasolina de la noche, por esa falta de aceptación se firman los peores pactos aunque, como dijera el Mefistófeles de Goethe a punto de sellar su contrato de sangre con Fausto, al final sólo podamos ser lo que ya éramos: “Ponte pelucas de millones de bucles; calza tus pies con coturnos de una vara de alto, y a pesar de todo, seguirás siendo siempre lo que eres.”
Adulto inmaduro, niño podrido, rebote defectuoso del espejo, reflejo distorsionado… Michael Jackson, con todo y todo y de manera extraña, nos deja un poco huérfanos y desvalidos, un poco más viejos de golpe.
El ritmo
Admirar la motricidad de Michael Jackson, su relación con el tiempo y el ritmo, permite llegar a sus impulsos primarios, a sus prioridades vitales.
Octavio Paz dice: “El ritmo es la manifestación más simple, permanente y antigua del hecho decisivo que nos hace ser hombres: ser temporales, ser mortales y lanzados siempre hacia ‘algo’, hacia lo ‘otro’: la muerte, Dios, la amada, nuestros semejantes.” Ese algo que el bailarín tenía muy claro desde niño: lo primero era moverse, sentir la música en cada articulación para luego dejar que la improvisación liberara al cuerpo. Ideas que su mente creativa llevó al extremo produciendo una combinación dinámica, fascinante, que iba del tap al flamenco pasando por el break dance, la danza contemporánea, el ballet y el andar urbano.
Entonces, si como dice el propio Paz, “la historia misma es ritmo y cada civilización puede reducirse al desarrollo de un ritmo primordial”, resulta innegable la contribución de Michael Jackson a la banda sonora, al ritmo elemental de la humanidad a finales del siglo XX. Por ello y por una calificación unánime que con su muerte se reafirma, podemos citar lo escrito por Carlos Chávez en uno de sus mejores ensayos, aunque mucho le pese a los detractores del ídolo: “No importa lo peyorativa que sea nuestra actitud hacia las grandes masas, es el gran público, la gran masa, la que pronuncia el juicio final.”
El grito
Michael Jackson se fue convirtiendo en un electrizante grito. Un grito que de pronto, sin aviso ni razón aparente, salió de su afinada garganta en medio de una canción para tensar sus fibras y las nuestras. Un grito que rompió con la corrección política de MTV, que expulsó frustración y soledad dando visos del gran dolor que lo aquejaba. Era el grito de la persona más famosa del mundo, de una de las más solas, de quien paradójicamente fuera pionero al comunicar un lenguaje que todos entendieron y disfrutaron como novedad. Era el grito tribal con el cual mostró la esencia, centro y origen de una música aparentemente superficial, pero que tenía largas raíces rituales.
Ese grito por el cual entendimos que la sofisticación era exterior, pero no estructural. Por dentro su búsqueda era primitiva; era ir en reversa. Era quitar la rebaba, los excedentes, lo prescindible para dejar desnudo al compás de 4/4, al bajo que apenas recordaba su frenesí del género disco, al rocanrolero fraseo de la guitarra, al marco panorámico del teclado… todo sumado al baile y a una voz cada vez más visceral, poderoso hallazgo estético de cuyo magnetismo animal nadie pudo sustraerse.
Cuchilla de doble filo, fórmula brillante que Michael Jackson creó al lado del productor Quincy Jones y que dio nacimiento al pop. La misma con la cual mentes poco inspiradas inventaron los torpes balbuceos de nuestros días, ya no la síntesis valiosa del pasado. ¿Quiénes son entonces los herederos de su casta? Entre otros pocos, Will.I.Am, Usher y Justin Timberlake, aunque Prince haya quedado indiscutiblemente cuidando el cetro.
Epílogo
“La soledad es el imperio de la conciencia”, decía Gustavo Adolfo Bécquer; cierto, pero también del desequilibrio. Prueba es Michael Jackson, habitante de una isla del Golfo Pérsico en los últimos años de su vida; hombre desconectado de los hombres; personaje que alcanzará medida justa con los años y que finalmente consiguió lo que su amado Peter Pan: ya no envejecer jamás. Ojalá que ese nuevo estar en el mundo soporte el vendaval, tal como lo hace su eterna Billie Jean cuando repite obsesionada: “he is the one”. ç
Por Alonso Arreola
Descenso a los infiernos del ídolo
Por Roque Casciero
A diez días de su muerte, y mientras se prepara un funeral que tendrá tanto de espectáculo como la mayor parte de su vida, Michael Jackson está más presente en la vida de todo el planeta que en los últimos quince años. Sin tener los números reales a mano, bien se puede especular con que hoy el portal de chismes TMZ acredita más entradas diarias que la mayor parte de las páginas web que existen. Y todo gracias al constante flujo de datos sobre los avatares del legado Jackson, que empezó con el anticipo del fallecimiento seis minutos antes de que fuera pronunciado muerto de manera oficial. Las cifras que sí se conocen son las de las ventas de los discos del artista, que en Estados Unidos se multiplicaron por veinte desde su último suspiro.
La disparada en la facturación fue tal que, por una vez, el chart principal de Billboard careció de sentido. El que aparecía en el tope era el nuevo trabajo de los Black Eyed Peas, The E.N.D., que había despachado 88 mil copias. Sin embargo, en realidad ése fue el cuarto álbum en ventas: Number Ones, HIStory y Thriller, en ese orden, superaron las 100 mil unidades, pero no fueron incluidos en el ranking porque allí sólo pueden entrar discos publicados en los últimos 18 meses. Un nuevo record post mortem para un tipo que pasó buena parte de su vida quebrándolos.
Así las cosas, la vorágine está lejos de detenerse, alimentada especialmente por aquellos que buscan el último chisme, el jirón de dato escandaloso que haga ruido. El tabloide inglés The Sun se lleva los laureles en ese sentido, con su publicación de supuestos datos de la autopsia, con un Jackson pelado y demacrado, que luego fueron desmentidos. Pero, ¿cómo vencer la compulsión por entrar una vez más a TMZ, para ver qué hay de nuevo? ¿O, con un poco más de serenidad y foco, leer los análisis que los medios “serios” han hecho sobre la historia de ascenso y caída del Rey del Pop, acaso lo más cercano al mito de Icaro en haber tomado carne en el último medio siglo? No hay información sobre la gripe porcina que evite que el lector se detenga sobre cualquier encabezado donde figuren las palabras “Michael” y “Jackson”, cosa que a esta altura debería reconocer cualquiera que esté leyendo estas líneas.
¿Siente que lo atraparon con evidencia incriminatoria en las manos? Pues no debería: más allá de que sea fogoneado por los alimentadores de morbo de turno, el interés por todo lo que tenga que ver con Jackson es genuino. Sucede que, mucho antes de que se convirtiera en “Jacko Wacko”, el freak que se creía Peter Pan, que se vestía como un soldadito de juguete y que se rodeaba de niños con intenciones siempre puestas en dudas, Michael Jackson fue un artista único. Fue, por ejemplo, el que derribó barreras raciales en unos Estados Unidos que ni soñaban con votar a un Barack Obama; el que introdujo cambios musicales cuyos efectos todavía resuenan en el pop, el hip hop y el rock; el que imaginó una pista en la que se pudiera bailar como si se tratara de la superficie lunar. Y eso más allá de las cifras de venta, que de tan espectaculares a veces hacen olvidar que, en su momento, Jackson fue tan importante como Elvis o Los Beatles. A él le encantaba que lo llamaran Rey del Pop porque alimentaba su megalomanía, pero, ¿existe alguna duda de que Jackson era precisamente eso? Dado que la pregunta parece tener una sola respuesta, entonces cabe otro cuestionamiento: ¿cómo fue que todo salió tan mal?
Además del de Icaro, hay otro mito griego con el que se ha identificado a Jackson: Orfeo, el artista que fue asesinado por sus propios seguidores (otra versión lo da muerto a manos de las mujeres, de quienes había renegado para dedicarse a los jovencitos). Y no, en esa época no existían TMZ ni The Sun. En 1982, en el pico de su fama –y de su talento–, el cantante se sentía atrapado por su fama. “Ellos (por los fans) creen que son tus dueños, creen que te hicieron”, le dijo en una entrevista a Gerri Hirshey, autora de Nowhere to Run: The Story of Soul Music. “Ser asediado lastima. Te sentís como un espagueti… En cualquier momento podés quebrarte.” Como tantos otros, con Diego Maradona como ejemplo más cercano, Jackson no podía simplemente renegar de su fama, apartarse de eso que le causaba dolor, porque renunciar a ella habría significado también deshacerse de lo que lo constituía como ser humano: desde que su vocecita de ángel lo ubicó en el centro de los Jackson 5, Michael fue estrella. En ese sentido, todas sus bizarreadas posteriores –incluidos sus matrimonios, la modificación de su aspecto, su paternidad cuestionada y las acusaciones de pedofilia– deberían obrar como una señal de alerta más grande que el cartel de Hollywood para aquellos padres que, por ejemplo, se desgañitan porque sus hijos bailen en cámara. Esa desesperación por encontrar validación en la masa deja heridas imborrables, como bien pueden certificarlo estrellas infantiles como Britney Spears, Macaulay Culkin o Gary Coleman.
A Joseph Jackson hay que agradecerle por haberle mostrado al mundo todo el talento de su hijo. Sin embargo, el propio Michael no se lo agradecía, precisamente. En la época en la que se lo acusó por primera vez de pedófilo, el cantante reveló los abusos físicos y verbales a los que lo sometía su padre. El objetivo de Joseph era convertir a cinco de sus nueve vástagos en objetos de adoración masiva y lo consiguió, especialmente con Michael. Pero, ¿a qué precio? Apenas se conoció la noticia de su muerte, también se supo que el padre había querido internarlo para que se recuperara de su adicción a los calmantes. Tarde. Un par de días después, el titular era que el padre no figuraba en el reparto de la herencia millonaria, y que la custodia de los tres hijos de Michael pasaba temporalmente a la madre de éste, Katherine. El mensaje post mortem es clarísimo: las decisiones sobre los chicos no las toman los abuelos, sólo la abuela.
En 2003, cuando se lo llevó a juicio por abuso de menores, uno de los psicólogos que lo analizaron concluyó que Jackson tenía la mentalidad de un niño de 10 años (a esa edad, el cantante hizo su primera audición para el célebre sello Motown). El comportamiento público de Michael avala los dichos del profesional. Por ejemplo su fijación con los personajes de Disney: Héctor Cavallero, que lo trajo a Buenos Aires en 1993, recordó hace poco que Jackson sacaba los cuadros de la mansión del hotel Hyatt y los reemplazaba por posters de Mickey y Donald. O su compulsión por gastar su fortuna, tan patente en el documental Living with Michael Jackson, del mismo modo desenfrenado que lo haría un chico que acaba de romper el chanchito. O su relación extraña con sus mascotas: tuvo un chimpancé llamado Bubbles (Burbujas) al que vestía igual que él y que lo acompañaba a todos lados hasta que creció demasiado (¡!), una boa constrictora llamada Muscles (Músculos), y hasta una llama.
Sin embargo, tal vez el ejemplo más claro de lo antedicho sea el lugar en el que Michael se encerró durante más de una década: Neverland, un País del Nunca Jamás inspirado en el de Peter Pan (nada menos). Allí tenía zoológico y parque de diversiones propio, para recuperar el tiempo perdido en cuestiones tales como convertirse en una megaestrella cuando debería estar jugando con sus coetáneos. En esa mansión de Santa Barbara, California, fue retratado por Martin Bashir en Living…, el documental donde Jackson admitió que compartía su cama con chicos. En cámara, el cantante se horrorizaba de que alguien pudiera pensar en que eso no era algo absolutamente inocente. Dieter Weisner, ex manager de Jackson, acusó hace poco a esa película de haber “matado” a su otrora empleador. “Creo que a partir de allí Michael comenzó a morir –dijo–. (El documental) lo mostraba como un pedófilo a través de una edición astuta que dejaba afuera las partes en las que el periodista halagaba a Michael por ser tan buen padre.”
Entre los entrevistados para Living… estaba Gavin Arvizo, de 12 años, que luego le inició a Jackson el célebre juicio por abuso. El cantante ya había hecho un arreglo fuera de la Corte en 1993, que le habría costado 20 millones de dólares, para evitar acusaciones similares. Pero una década más tarde el juicio se llevó a cabo y durante cinco meses hubo un bizarro espectáculo amplificado por la prensa sensacionalista. Sin embargo, el propio Michael entregó mucha tela para cortar: hizo pasos de baile en la puerta de la corte, un día llegó vestido con pantalones de pijama y varias veces se lo vio ido, como si estuviera empastillado. Jackson salió absuelto, pero cascoteado para siempre. Después se fue a Barhein, donde convenció a un jeque de que pagara por un disco que nunca llegó, y en el que supuestamente iba a incluir canciones compuestas por su benefactor. Mientras tanto, Neverland era puesta en venta para tratar de tapar agujeros negros financieros. La transacción no llegó a hacerse y Neverland es parte de la herencia de Jackson, por eso los fans soñaban con que el funeral se hiciera allí, donde su ídolo se creía un personaje de ficción que jamás envejecía.
En este repaso quedan afuera demasiados aspectos de la vida de Jackson (y también de su obra monumental), lo cual es lógico si se tiene en cuenta la estatura del artista y la celebridad (que no es lo mismo) de la que se habla. Con el mercado musical como está hoy, cifras como las que él generó en la primera parte de los ’80 son inalcanzables, y es altamente improbable que otro cantante llegue a producir un impacto generacional y hasta racial como el que estampó Michael Jackson. Pero también cuesta imaginar una debacle tan inmensa como la que protagonizó a la vista de todo el planeta, mientras las sucesivas cirugías lo tornaban irreconocible. Tal vez esto sirva de advertencia para otros que sueñan con volar hasta el sol. Sin embargo, también es muy probable que ya sea tarde, que haya demasiados dispuestos a dejarse asesinar por esos mismos que los filman con sus celulares y después arreglan la publicación del videíto en TMZ.
Leave a Reply