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Miedo







 

 

 


Locura sana, espíritu activista.Inconsciencia creativa, afán de superación, solidaridad con quienes viven jugando a una carta de la existencia permanentemente boca abajo. Ningún documental es fácil. Este aún menos. Pero es necesario. Eso seguro. De ahí que comience a rodarlo anclado en el miedo. El físico y el de la responsabilidad. El miedo no puede definirse porque cada cual lo arrincona tras sus propias inseguridades y sólo se vence tras cerrar todas las puertas que permitirían escapar a él. Cerrar puertas al cambio de opinión, al propio miedo y a la palabra dada ha sido mi mejor empeño de estas semanas. Quienes me rodean las abren continuamente. Algunos simplemente por existir conmigo y guardarse lo que sienten. Su silencio me preocupa. Otros a través del chantaje emocional. Los quiero a todos por igual, y me comporto con ellos del mismo modo: silencio sobre mis sentimientos y chantaje emocional en todo lo que se refiere al documental y el apoyo que necesito para que salga adelante. Nadie es perfecto. Me asustan y me apoyan aquellos a quienes quiero. A ellos no hay nada que demostrarles. Viajan conmigo, de algún modo.


 


Han sido meses de pensar en solitario y meses de discutir en conjunto con un grupo de personas de variada procedencia sobre el mejor modo de realizar un trabajo que  creemos útil, que informe de algo que realmente merece la pena, que esté al servicio, en definitiva, de los protagonistas de la noticia que se cubre. ¿Filmar un documental es cine, reportaje periodístico, compromiso personal y colectivo?.


 


Muchas preguntas sin respuesta en un mundo donde obliga la categorización, ponerse una etiqueta y ser “algo” identificable que los demás puedan comprender y juzgar. Viniendo del mundo de las ONG´s, teóricamente desmercantilizado y tratando de dar el salto a ese mundo que me cuesta definir, el del periodismo y la información, teóricamente mercantilizado, arrastro conmigo mi coherencia y al menos el primer día de escritura, sé que aún se mantiene digna y en pie.


 


Creí vivir y trabajar, mientras “cooperaba” en un contexto que me protegía y me permitía ser coherente. Me equivoqué. Muchas veces nos sorprendemos a nosotros mismos. Incluso antes de emprender viaje ya me he decepcionado con el egoísmo, el doble discurso y la hipocresía de algunas personas. Mientras, quienes pueden contribuir con poco en lo material y todo en lo emocional, lo hacen y quienes marcan sus reglas mercantiles de antemano, al menos me permiten saber que atenerme: qué necesitan de mí y que pueden darme a cambio. Acepto las reglas. Trato de llevarlas hacia donde la coherencia sobreviva. Que se queden con sus activismos y solidaridades quienes lo convierten en modo de vida, en silla eterna, en eterna lección magistral perfectamente sostenible en el discurso y falta de compromiso con la realidad en la práctica. Sigamos con nuestros errores los demás.


 


Volvía a casa poco antes emprender viaje. Dos de la mañana del tranquilo barrio de Gracia en Barcelona, escuchando el programa de Juan de Pablos en Radio 3. Doblé una esquina y un hombre rebuscaba en la basura. Por eso insisto en huir hacia delante. Porque no sé dónde pasaré más miedo, si en Irak o en mi vida diaria. Son diferentes, pero ambas vidas, la de la semana que viene, tal y como la sueño y la de ayer, tal como me vino dada me dan el mismo miedo. No sé mucho sobre Michi Panero, pero la canción de Nacho Vegas que le homenajea deja bastante explicado porqué me interesaría si algún día lo leyese y se ha convertido en la banda sonora de mis últimos meses. De algún modo me la llevo en el tarareo hasta Amman y posteriormente a Bagdad.


 


Podría justificarme desde el activismo rancio, desde la radicalidad propositiva que supone tratar de cambiar algunas cosas tanto en el contenido como en las formas o desde la egolatría más absoluta. Si me decidiese por cualquiera de los motivos, rellenaría páginas de autobombo mediocre y me lo creería yo mismo, además de convencer a unos cuantos. Me da pereza porque cualquier argumento no es más que pura palabrería y hacerse la pelota a uno mismo. No tengo la más mínima idea de si hago esto porque quiero o porque ya no soy capaz de dedicar mi tiempo y el poco esfuerzo que le pongo a todo a cosas más sensatas. Me siento incapaz de lo demás: de mantener una relación de pareja normal, de rendir en un trabajo de ocho horas en el que haya que dar cuentas y coordinarse diplomáticamente con otros o de aprender de una vez por todas a dejar de llamar la atención. Cada dos años asumo que nada me satisface y pruebo lo que la casualidad me pone en la diarrea verbal.


 


Así que mañana toca tomar el avión, plantarse en Amman y desde ahí llegar hasta Bagdad con el objetivo de seguir con una cámara a un grupo de iraquíes a los que considero excepcionales. A principios de Mayo comienza la “semana iraquí de la noviolencia”. Sunitas y chiítas, juntos, en Bagdad, Basora, Mosul, Erbil que tratarán de dar ejemplos e ideas sobre cómo frenar la espiral de la violencia que ha aniquilado su país. Sin canales de televisión, más cobertura periodística que este blog, sin imágenes para la posteridad o grandes actuaciones para la galería. Sin publicidad ni prácticamente apoyo. Con poco dinero y menos multitudes. Se trata de compartir un puñado de momentos con unos tipos que sobreviven encerrados en el cuarto oscuro en que se ha convertido Irak tratando de encender velas con las que no darse de bruces contra la realidad. Será testimonial, pero al menos es. Hablan poco y hacen todo lo que pueden. ¿Se puede pedir más?.


 


Invasión, guerra civil, violencia sectaria, desempleo, radicalismo religioso, piedad conmiserativa de estómagos agradecidos y televidentes inmunizados al dolor ajeno, políticamente incapaces de parar la guerra, por desgracia. Ciudadanos con mando a distancia en lugar de papeleta en la mano y urna. Confusión y hastío. Al final, miedo otra vez por cosas que se ven en la proximidad. Voy a grabar por miedo. Para recuperar el valor, para creer que se pueden cambiar las pesadillas. Miedo a que las cosas sigan empeorando. Porque algunos iraquíes -no sé cómo- me incitan a entrar en su oscura habitación para tratar de encender la luz y que cada mañana, cuando se levanten tengan un motivo más para seguir adelante. Eso fue lo que me respondió, tan cínico como convencido, Stefano Ellero, el italiano universal que dejaba Irak para irse a Palestina, y responsable de gran parte de que este grupo de iraquíes continúe adelante, cuando le pregunté en Erbil si merecía la pena aquello a lo que nos dedicamos. Stefano no estará esta vez con nostros. Pero va por él también.


 


Ellos necesitan motivos para continuar. Nosotros también. El periodismo puede dárnoslos. Informando a quienes quieren conocer mejor la realidad y motivando a quienes además de conocer quienes dar pasos hacia delante. Trataré de grabar un documental que pueda verse en Europa y los Estados Unidos y cambiar con él, aunque sea mínimamente, la representación instalada en el imaginario colectivo que ha convertido a los iraquíes en seres violentos y sedientos de sangre guiados por irracionales motivos que no acabamos de comprender. A los medios, menos bombas y suicidas y más supervivencia de la sociedad civil, que existe y trata de respirar sin que nadie les apoye.


 


Mi documental es periodismo, es día a día, es urgente y necesario, sin más reflexión artística que la de la definición de Zola: el arte consiste en ver una esquina de la realidad a través del temperamento del autor. Algunos lo llamarán reportaje y resaltarán que su valor está en llegar hasta el final del camino. Otros dirán que tengo algún modo propio de contar lo que veo. Circulará, provocará debates, con suerte, molestará a todos aquellos que políticamente correctos en su discurso, aleatoriamente en la derecha o la izquierda, verán y escucharán cosas sobre Irak que no se corresponden con las teorías establecidas para que nuestras simples mentes europeas entiendan aquella realidad.


Pero, como ha escrito Santiago Alba, “los iraquíes, antes de que los matasen, estaban vivos”.


Mañana desayunaré con uno de ellos. 

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