Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, de origen salvadoreño, fue hace 30 años profeta de su propio destino. Una semana antes de su asesinato, el sacerdote pronunció estas palabras: “A mí me pueden matar, pero que quede claro que la voz de la justicia no callará”.
Y es que Romero, quien se convirtió en arzobispo en 1977, fue conocido como la “voz de los sin voz”, por denunciar en sus homilías la represión militar durante el gobierno del general Carlos Romero, período previo a la confrontación salvadoreña (1980-1992).
El 24 de marzo de 1980, Monseñor, de 62 años, oficiaba una misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia, en San Salvador, cuando -momentos antes de la consagración- un francotirador le disparó en el pecho.
Con la muerte del arzobispo, en El Salvador estalló una guerra civil de 12 años, que dejó una estela de 75.000 muertos cuando concluyó el 16 de enero de 1992, a raíz del acuerdo de paz firmado por el Gobierno y la guerrilla con la mediación de Naciones Unidas.
Elsie Monge, directora de la Comisión Ecuménica de los Derechos Humanos, expresa que lo principal que hay que destacar de Romero es su compromiso con el pueblo, y la valentía de quien, a pesar de las amenazas que tenía, “seguía promoviendo la justicia, la verdad”.
Monge asegura que Monseñor representa uno de los mártires de El Salvador y de América Latina, porque él estaba muy comprometido con las organizaciones sociales promoviendo que se respeten los derechos humanos. Respaldo -añade- que lo hacía público en sus prédicas, al denunciar los abusos de poder que sufría la gente, actitud que no era del agrado del régimen represivo de esa época.
Pero la gente lo tienen más presente que nunca. Ayer, los salvadoreños formaron parte de una procesión que partió de la capilla donde el sacerdote fue asesinado.
“Para mí, monseñor no ha muerto. Él mismo, días antes de morir, dijo que si lo matan resucitará en el pueblo salvadoreño”, declaró Mercedes González, de 62 años.
El presidente Mauricio Funes, en cambio, pidió perdón ayer por el asesinato del Arzobispo y admitió la “participación indirecta” del Estado por no investigar y tolerar la existencia de los escuadrones de la muerte que lo perpetraron.
Según la Comisión de la Verdad que investigó los crímenes durante la guerra civil en El Salvador (1980-1992), “existe plena evidencia” de la participación en el asesinato del ya fallecido Roberto D’Aubuisson, fundador de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena), partido que gobernó el país entre 1989 y junio de 2009.
El esclarecimiento del crimen del Arzobispo es, entonces, tarea pendiente del Estado salvadoreño. “Existe una necesidad de investigar y determinar quiénes son los responsables. Sobre esa verdad yo creo que en El Salvador no se ha hecho prácticamente nada”, declaró Almudena Bernabeu, del Centro de Justicia y Responsabilidad (CJA).
La institución, lleva el caso de Romero y consiguió, en 2004, la única sentencia contra uno de los implicados, el capitán Álvaro Saravia, condenado a pagar 10 millones de dólares y que actualmente permanece prófugo de la justicia.
Discurso del arzobispo un día antes de su muerte
”Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la Policía, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación.
Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”.
Por Redacción Mundo y Agencias
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