Walt, decano de
El Lobby –con mayúscula porque la merece– proclama que “los intereses israelíes y norteamericanos son esencialmente idénticos” y “exagera la capacidad de Israel” para contribuir a la “guerra antiterrorista”, dicen los autores. “Y lo más importante –agregan– es que EE.UU. padece el terrorismo en buena medida por su estrecha alianza con Israel, y no al revés… el apoyo incondicional a Israel facilita a los extremistas una adhesión popular y el reclutamiento de voluntarios.” Y luego, Israel “no es un aliado leal”: sigue espiando en EE.UU. y vende armas a China.
La Casa Blanca ha erigido a Israel en modelo democrático para la región, donde ciertamente no escasean los regímenes autoritarios. Sin embargo, no parece que ese modelo se cumpla para los palestinos, los cristianos árabes y otros ciudadanos israelíes de segunda. Mearsheimer y Walt cuestionan el concepto, raramente explicitado, de que el sostén acrítico a Israel es una deuda por el genocidio de judíos perpetrado por los nazis: señalan que el argumento no justifica la expulsión de 700.000 palestinos en los años 1947-’48, que nada tuvieron que ver con
Aipac es el segundo lobby en importancia en EE.UU. –detrás de
Mearsheimer y Walt se refieren asimismo al mito de que Israel es una suerte de David que enfrenta al Goliat de los países árabes que lo rodean. No es la opinión del coronel (R) del ejército estadounidense Warner D. Farr, quien advierte que Israel es la quinta potencia nuclear mundial y que en 1997 ya poseía 400 armas nucleares y de hidrógeno (www.peaceheroes.com, 24-4-04).
La modernidad ha permitido cambiar hondas por bombas.
Por Juan Gelman
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